lunes, 27 de febrero de 2023

4 poemas de Armando Tejada Gómez

Armando Tejada Gómez (dibujo de Enrique Sobisch).



Armando Tejada Gómez nació en Guaymallén, Mendozam en 1929. A los 23 años publicó Pachamama (1952). Solía entonar sus versos con su guitarra como los payadores y los copleros. Algunos otros libros suyos de poesía fueron Tonadas de la piel (1956), Historia de tu ausencia (1957), Antología de Juan (1958), Ahí va Lucas Romero (1963), Los compadres del horizonte (1966), Profeta de su tierra (1968), Tonada para usar (1968) y Los telares del sol (1994, póstumo). También destaca su novela Amanecer bajo los puentes, además de sus notables canciones y letras, que influyeron enormemente el folclore argentino desde el surgimiento del llamado Nuevo Cancionero Cuyano, del que fue uno de los impulsores.
Tejada fue hombre de Guaymallén, donde pasó su infancia y su adolescencia. Fue canillita y lustrabotas. Aprendió a leer a los 12 años. En 1958 fue elegido legislador. Desde siempre tuvo una intensa actividad política. Algunos clásicos de la canción nacional tienen sus letras: Volveré siempre a San Juan y Canción con todos, con música de César Isella, posiblemente el tema musical de mayor difusión en todo el continente.
En sus últimos años, Tejada Gómez no residiía en Mendoza, pero regresaba a ella periódicamente para reeditar la amistad, una de sus costumbres. Falleció en Buenos Aires en 1992.


2

Si ahora digo amor tal vez no diga
que la ausencia me mira del fondo de tus ojos,
que aquí estuvimos juntos,
                                       que fue hermoso
y que el sol conocía tu perfil de memoria.
Tal vez sea imposible que alguien sepa lo claro,
lo luz que fue llevarte de la mano pequeña
como a un tallo mecido por un viento de música
hacia los territorios donde aguarda el silencio.

Y ya que estás distante,
                                    que pensarán los árboles,
qué dirán las canciones,
cómo verá la noche mi soledad de ríos;
dónde pondrán su ronda los niños de la tarde,
adónde irán los pájaros sin tu risa y mi silbo
y la calle tan sola con sus puertas inútiles
y las sombras sin besos
                                    y los perros perdidos;
ahora que la ausencia me interrumpe la boca,
ahora que me esperas tan allá de los niños.

Se nos ha muerto el año.
                                    Yo le veo el invierno
hecho de un solo frío,
                                de un solo tajo solo
a la mitad de agosto,
                                de una dura distancia
larga, definitiva.
Porque de pronto sobran los barcos,
                                                     los andenes
y de pronto este rumbo ya no tiene sentido
como si nadie fuera hacia ninguna parte
o alguien hubiera muerto a mitad de camino.

Alguien.
           Mi voz. Tu pelo. Las cosas que no dije.
La flor de tu vestido.
Se nos ha muerto el año donde dejé tu nombre
para que recobrara su condición de estío.

Ya no sé,
              nunca entiendo estas precarias sílabas,
cosas que no recuerdo de pronto me dominan:
te dije que tenías la piel como de humo?
que de estarme en tus ojos me conozco el origen?
te he enseñado el misterio de los árboles solos?
sabes ya que tus manos son dos siestas dormidas?

No sé,
          nunca recuerdo tanta distancia,
                                                        tanta
canción que no he cantado cuando anduvimos juntos
Me dolería mucho no haberte dicho todo
lo que llevo en la boca casi como otra risa.

(de Historia de tu ausencia, 1957) 


Sol a destajo

Cuando aún está pez el viejo río 
en la resaca de la madrugada, 
                  pasa Lucas Romero 
pala al hombro,
                  va silbando bajito por el campo, 
camino del trabajo y pala al hombro, 
llevando al viejo río de la mano.

Ayer lo conchabaron en lo ajeno 
para que hiciera una trinchera de álamos 
y él que se tiene fe, 
que se conoce, 
sin dar más vueltas la tomó a destajo.

Y ya lo ve;
                    silbando y sin apuro 
cruza la ceja azul de la mañana, 
                   el sombrero hacia atrás,
la frente en vilo,
                  ¡caudillo de la luz y de los gallos!

¡Si tendrá oficios, Lucas! 
                  ¡qué no ha hecho
en el taller ruidoso de sus años, 
colmenares de oficios y tareas zumban 
                  en la colmena de sus manos! 
¡Qué va a hacer cara fiera! 
¡Hay que meterle! 
no perder día ni perder salarios. 
                 ¿Si no 
de dónde va a salir, de dónde? 
uno que no ha nacido propietario. 
¡No va a andar eligiendo en estos tiempos 
si todos los trabajos son trabajo 
y a uno le gusta y le hace a todo 
no va a hallarlo la muerte descansando!

Por eso es que se olvida hasta del nombre 
mientras va haciendo el hoyo y va plantando 
con los cinco sentidos sometidos 
a la verde labor de plantar álamos.

En tanto la mañana, allá en lo claro, 
remonta un sol feroz sobre los árboles, 
Lucas le gana un trecho a la pobreza, 
construye el esqueleto del paisaje, 
casi sin darse cuenta que lo trepa 
un sol degollador por las espaldas.

(de Ahí va Lucas Romero, 1963)


Coplera del alfarero

Bajo mil lunas de barro 
duerme mi abuelo alfarero, 
polvo inmolado en el polvo, 
sueño de piedra, su sueño. 
Su sangre dura en mi sangre, 
su sombra en mi sombra llevo, 
arcilla soy de su arcilla 
donde padece el silencio. 
Mi canto canta en tu nombre 
siglos de barro cocido, 
cántaro oscuro, la copla 
te busca a orillas del río. 
¡Paz a la paz de tus manos 
bajo la tierra alfarera! 
¡Tu oficio de barro y sueño 
fundo la paz en la tierra!

(de Antología de Juan, 1958)



Canción para un niño en la calle (fragmento)

A esta hora, exactamente,
hay un niño en la calle,
hay un niño en la calle. 
Es honra de los hombres
proteger lo que crece,
cuidar que no haya infancia
dispersa por las calles,
evitar que naufrague
su corazón de barco,
su increíble aventura
de pan y chocolate,
poniéndole una estrella
en el sitio del hambre,
de otro modo es inútil
de otro modo es absurdo
ensayar en la tierra
la alegría y el canto,
porque de nada vale
si hay un niño en la calle.

A esta hora, exactamente,
hay un niño en la calle,
hay un niño en la calle. 
no debe andar el mundo
con el amor descalzo
enarbolando un diario
como un ala en la mano,
trepándose a los trenes, 
canjeándonos la risa,
golpeándonos el pecho 
con un ala cansada,
no debe andar la vida, 
recién nacida, a precio,
la niñez, arriesgada
a una estrecha ganancia,
porque entonces las manos
son dos inútiles fardos 
y el corazón, 
apenas una mala palabra.
A esta hora, exactamente,
hay un niño en la calle,
hay un niño en la calle. 
Ellos han olvidado
que hay un niño en la calle,
que hay millones de niños
que viven en la calle
y multitud de niños
que crecen en la calle. 
Yo lo veo apretando
su corazón pequeño,
mirándonos a todos 
con fábula en sus ojos,
un relámpago trunco
le cruza la mirada,
porque nadie protege
esa vida que crece
y el amor se ha perdido
como un niño en la calle...
A esta hora, exactamente,
hay un niño en la calle,
hay un niño en la calle. 

(de Toda la piel de América, 1984)



sábado, 25 de febrero de 2023

6 poemas de Horacio Castillo (h)



Horacio Castillo (h), nació en La Plata, Provincia de Buenos Aires, en el año 1968. Es psicoanalista. En 2016, publicó su primer poemario Ánima cruda por Ediciones del Mono Armado. Las tumbas del yo, publicado en 2022 por Ediciones La carta de Oliver, es acompañado por un prólogo de Augusto Munaro y una contratapa de Rafael Felipe Oteriño que destaca: «Hace de la poesía un instrumento de exploración, examen y puesta en acto de los enigmas y proposiciones con las que puede toparse una mente escrutadora...». De este nuevo libro hemos recogido 6 poemas.



INSISTENCIA

A la poesía le repugna la piedad y la debilidad
y a la muerte la insistencia en arrancarle palabras.
Entonces hablo conmigo mismo de la compasión,
de la profanación del cuerpo,
de la extracción de la materia,
del tumor irreparable,
del perdón que anida dentro,
de la extirpación del perdón, de la resurrección,
de la división entre el cuerpo y el alma,
del gran cuchillo que rebana el pensamiento,
de lo imprescindible y necesario.

*

HC

En la intimidad de mí mismo soy un caso perdido,
un yo destartalado, sin repuestos ni mecánica que lo arregle.
Sufro de vicios líricos y lugares comunes,
cierta pátina de la derrota puede llegar a hacerse notoria,
pero aun así, tengo algunos gramos de confianza
y me sumerjo en la playa del mundo
como si se tratara de una purificación.
Si esto es algo loable, no estoy muy seguro,
se me impone más allá de mi voluntad,
no soy quien comanda la nave.
Sólo es una fe en liquidación,
un malentendido.

*

A NIVEL DEL LENGUAJE

Confieso que no he podido atravesar las barreras del lenguaje
y desde la estación veo alejarse las vanguardias a toda velocidad.
Mi reloj poético atrasa
y no acierto con el pulso de este tiempo,
además, tengo problemas cervicales,
marcadores oncológicos que controlar
y deudas impagables con el cosmos y el Estado.
Disculpen, se me escapa la realidad poética.
Estoy limitado a pequeñas cosas,
asuntos de baja intensidad,
escaramuzas de la mente.

*

EL TANQUE DE AGUA

Un niño pálido se esconde bajo el tanque de agua,
en el techo de una casa que arde bajo el sol.
Arde en esa siesta abominable de verano
porque todavía piensa que hay tiempo.
Pero algo a comenzado a pesar allí,
algo ha comenzado a pudrirse o a morir
porque sobre un cielo demasiado vacío,
revolotean unos pájaros que huelen la carroña del miedo.
Sentado bajo el tanque de agua,
mira esos pájaros que llevan restos del tiempo en sus garras,
sus dedos se deslizan sobre una pared que se descascara,
que muestra su esqueleto de alambres oxidados y vigas de hierro
y esparcidos sobre un techo que arde bajo el sol
antes de bajarse para siempre,
dejará allí, como reliquias,
fragmentos de un yo a punto de extinguirse.

*

LA ESPERA


Un hombre espera, sentado en la orilla,
espera y mira cómo se deshacen los brazos del mar,
como se devora y se deshace el pasado y el presente
y todos los restos enfermos de las cosas.
Un hombre espera, contemplando el mar,
espera algo que nunca llegará, o sí.
Es inquietante,
como si de pronto las olas arrojaran el cuerpo de un ahogado.

*

ORIGEN


Todo comenzó acá, en el agua, en el tiempo,
en el dolor de la sombra del tiempo, en el mar.
Porque sin saberlo habíamos llegado hasta allí,
a esa lengua de arena,
a la metafísica unión del río con el mar
y allí nos quedamos, para siempre,
como pescadores de fantasmas,
a la hora en que se enfurece el sol,
con esa rabia desmesurada que tienen los astros.

jueves, 23 de febrero de 2023

Apuntes sobre Paisaje con figura, de Inés Aráoz




Inés Aráoz, Paisaje con figura, Editorial Leviatán, 2022.




por Diego Roel
Especial para El Desaguadero

Cómo hablar con esta
Lengua de papel

Vasko Popa


1

Me piden que reseñe el último libro de Inés Aráoz.
Me piden una reseña.
Corta o larga, me dijeron. Muchas o pocas palabras.
Me siento y escribo. 
Recuerdo Imprólogo, el poema que Octavio Paz le dedicara al poeta serbio Vasko Popa. Y desde una profunda obstinación me pongo en movimiento para crear, a mi manera, algo a partir del sueño. 


2

El sol poniente sobre la mesa baila. 


3

Pero, cómo hablar del puro peso
Que se alarga hacia los cielos
O bien se enancha
Siempre hacia lo antes y lo sin nombre


4

Cierro los ojos y al pie de la Casa-barco la veo,
debajo de la paciencia de las estaciones:
Inés Aráoz,
cazadora, buscadora incansable del oro del poema.

Me siento y recomienzo mi prosa
una, dos, tres, cuatro, cien veces.
Escribo la palabra-llave: ptitzja.

No hay nadie a la vista,
sólo este Paisaje con figura.


5

Lo que digo engendra un texto, 
lo disipa.


6

Anoto para mi reseña: 
«La intención de Inés Aráoz es, siempre, 
hablar de lo que no se puede hablar.
Ella conoce el secreto de la gracia,
las claves del juego secreto. 
Conoce los intersticios del sentido».

Mientras escribo estas palabras
un lejano sonido de campanas
cubre mi escritura.

Entonces me repliego, retrocedo.


7

Esto que escribo nunca podrá ser 
una reseña.


8

De pronto, con el entrecejo, frente a mí,
otra vez la veo. Y ahora sé, comprendo:
Inés Aráoz cuando escribe, VE.

Sí, la guían grafos de luz, seres alados,
ráfagas de sendas, grandes vientos.

La guían flamas de incendio, tornados,
carbones del cielo.


9

En mitad de esta página me detengo
y digo: Paisaje con figura.

(¿Es la presentida forma del amado 
la que responde desde el centro del poema?)

Me siento y recomienzo.
Una, dos, tres, cuatro, cien veces.

Desde una profunda obstinación 
me pongo en movimiento para crear, 
a mí manera, algo a partir del barro.

Escribo: 
Sea la palabra
En flagrancia pura
Ardiendo.





Tres poemas de 
Paisaje con figura
de Inés Aráoz



Intersticiales de Zurita

Oh cómo me gustó 
Suspender mi paso 
En el desierto verde de Atacama

Entre las líneas de Zurita 
Estaba yo 
Cuando asomando un encendido balar 
En mis oídos 
Suspendido mi paso 
Se quedaba 
Y de buena manera 
Volvía a mí 
La aguzada faz del gliptodonte 
Sobrevolando 
El cuarteado salar de Uyuni

Sean todos juntos los desiertos 
Uyuni, el Atacama, el Gardaia 
O el lecho seco del Salado 
Sólo en ellos la sed se sacia 
Y el paso suspendido 
En vuelo se alza

Para mí fueron siempre 
Las montañas 
Es cierto 
Pero cómo soslayar 
El desierto verde de Zurita 
Y el resonar de esos balidos 
Descuajada la montaña

Alados gliptodontes blancos 
Hacia mí otra vez corrieron 
Rosetones de sal 
Estampando sus corazas

No era que de ovejas 
Nadie hablara 
En sus dichos se advertía 
Que Zurita las veía 
Y a tanta atención 
Sólo un nombre cabe 
Y es que las amaba


Maestro 

Siempre supe, Maestro 
Que sólo vería lo que mi ojo 
Estuviera preparado para ver 
Y que mi pequeña medida 
No es en verdad pequeña 
Sino la mía 
Esa porción de semejanza 
Que alcanza más o menos luz 
Según los días 
Y que a todos nos emparenta 
En tu imagen 
Ya cumplida


Otra vez

Punto, sí 
En su totalidad 
Flamígero 
El poema 
Ardido, no! 
Ardiendo 
Suspendido el paso 
Y aún en ese instante 
Ya cumplido 
Mis hombros hoy 
O los tuyos
Sea el mundo 
O lo antes
Lo mucho antes, sí 
Sea la palabra 
En flagrancia pura 
Ardiendo

martes, 21 de febrero de 2023

6 poemas de Pablo Seguí

Pablo Seguí. Foto: Valentina Clamer.



Pablo Seguí nació en Córdoba en 1973. Publicó, entre otros, los libros de poemas Los nombres de la amada (1999), Claves y armaduras (2005), Naturaleza muerta (2011), Otro verano y éste (2017) y Animal de bien (2018). Brinda talleres de poesía y mantiene varios blogs, entre ellos algunos con poemas escritos en francés. También es violinista.


Navegación solar

A pesar de que nadie funge ya de censor
y de que las palabras, alguna vez heridas
por el morbo, regresan liviana, mansamente
a su seno; a pesar de que en la noche absorta
pueda hablar sin temer que cruja el corazón;
o tal vez justamente porque ahora dispongo
de dulce libertad y un horizonte abierto,
es que callo y evito, vanidad que me hundía,
aquel ritmo salaz que medía desmanes.
Fiebres en que abjuré, desordenado, injusto,
del sentido, de lo posible, rechazada
por años, sucesión de pasos en la ruta
del que ve que las cosas, más allá del probable
desatino, son sólo múltiples ocurrencias
del tiempo, y que las olas de ese río invencible
acomodan y pulen el lecho, las arenas,
y que es idiota, inútil querer otros destinos
para la roca, para la desembocadura.
Que en adelante sea lo mejor navegar
en busca de más sanas provisiones, y hacer
del día y de la luz un emblema que nutra
versos que deberían mirar con más frecuencia
ese grácil cardumen, esa playa, estos remos.

De Otro verano y éste (Barnacle, 2017)



Otro verano y éste 

Increíble. Si pienso en esa noche
de lluvia en que entreví
la verdad de los cuerpos al mirar
aquella lluvia que,
potente, se volcaba sobre las
carnosas hojas tras
el vidrio, tras la reja repujada,
al cabo de los años
y de una suerte inteligente y ciega
que atrás dejó los nombres
de aquellos seres negros que querían
que negara sin más
la brisa, me doy cuenta de que nada
de lo que ahora tengo
me faltó nunca. Cuánto se engañó
mi corazón con fuentes
retorcidas, perversas; cuánto encuentro
de lo de siempre en vos,
amor, en tu palabra y en tu risa,
e incluso en los desplantes
intempestivos, aguerridos, altos
de tanto orgullo tuyo,
respiración que canta. Reconozco
caricias y destellos
reveladores de la más ociosa
infancia que, latente
aún en nuestros rostros de crecidos,
aflora como un fuego,
como sonrientes llamas que se besan,
o más bien como imanes
que, separados, se buscaban desde
la lejanía. O como
lo que jamás podremos olvidar:
el amor a la vida,
nacido de una noche de verano,
de la lluvia, lo verde,
y ahora constatar que curioseabas,
de algún modo, detrás
de esos cristales, duende, aquellos ojos
que luego te supieron.

De Otro verano y éste (Barnacle, 2017)


Fumando espero

Enciendo un cigarrillo
y me pregunto cuántos
me habré fumado, a medias
o completos, en todos
estos años de dúctil
hábito. Son preguntas
que uno se hace en las pausas
y que nadie responde,
como hacen esas tías
que nos oyen hablar
y callan displicentes.
Una cuestión retórica,
como mimar al perro
sólo para sentirse.


De Animal de bien (Barnacle, 2018)


Seis años

¿Cuándo llegó esta llave 
a mis manos? Dos mil 
once, creo. (Se escribe 
sobre lo que nos colma 
el corazón.) La tele 
estaba en esa esquina 
y mi abuela cebaba 
de la pava. (Se escribe 
sobre lo que se fue 
hace solo un segundo.) 
Nada ha cambiado, o casi: 
la Babía, al dormirnos, 
prendía el velador 
del trencito. (Se escribe 
para volver a andar: 
pasos en la penumbra.)

De Animal de bien (Barnacle, 2018)



No todos los poemas son poemas

Cuando escribo de día
los poemas se ponen 
impacientes, me exigen 
que los publique rápido, 
piden pista, desean 
algo que no es la fama 
pero se le parece, 
inquietos como están,
vos sabés, por el ruido. 
Pero cuando a la noche 
todo se calma, pozo 
de la ambición y el músculo, 
también ellos se posan 
como polvo en el suelo, 
o poso de una taza 
que sabe que una luz 
aún calma mi perfil. 

Inédito


“La turba no perdonará ese cielo”

Cuando llega el silencio 
a la mente me hundo 
en un papel en blanco 
y escribo. Ya es de noche 
y un libro se sulfura 
porque no nos recuerda. 
Un lampo de quietud 
me prometo. Callada, 
mi sombra resplandece 
a cada verso que 
trazo, a cada derrumbe 
del tiempo, irreversible. 

Inédito

viernes, 17 de febrero de 2023

Fervor de Buenos Aires: el primer libro de Borges cumple 100 años

Jorge Luis Borges en su juventud.



El modesto volumen apareció por una editorial de escaso renombre y prácticamente nulo porvenir: Imprenta Serrantes. Hoy, de seguro, nadie recordaría ese sello si hasta sus talleres no se hubiera acercado para imprimir ese libro de 34 poemas, en 1923, un joven de 23 años que, a pesar de la corta edad, tenía un enorme caudal de lecturas en su cabeza, una ya declarada pasión por la escritura y un padre que lo ayudó a costear la edición.

Ahora, 100 años más tarde, vemos a ese como un momento fundamental para las letras argentinas, en principio, pero también para la literatura universal. Y es que ese joven que traía su libro titulado Fervor de Buenos Aires no era otro que Jorge Luis Borges, y con ese conjunto de poemas, ya maduros aunque difícilmente anticipatorios de la gran obra que seguiría construyendo, iniciaba su singladura con su debut literario.

«El libro fue impreso en cinco días (…) Yo había pactado por una edición de 64 páginas, pero el manuscrito resultó demasiado largo y a último momento, por suerte, hubo que dejar afuera cinco poemas. El libro fue producido con espíritu un tanto juvenil. No hubo corrección de pruebas, no se incluyó un índice y las páginas no estaban numeradas. Mi hermana hizo un grabado para la tapa y se imprimieron trescientos ejemplares», contaría después su autor.

Fuera de esa timidez aparente, Borges quería que su debut literario fuera leído. Por algo, se ha dicho, aprovechaba las reuniones sociales para dejar escondidos, en los bolsillos de los abrigos de amigos con los que compartía alguna tertulia, ejemplares de Fervor de Buenos Aires.

Ese título tan encendido de su primera obra tenía raíces, quizás, y justamente, en el desarraigo. El joven Borges había nacido en Buenos Aires el 24 de agosto de 1899, y su familia lo había educado poco en el idioma castellano que décadas más tarde él mismo embellecería con sus textos. En su casa se daba un peculiar bilingüismo que se trasladaría a la lectura de un pequeño lector que forjó sus primeras lecturas en el idioma inglés. Al hablar de su niñez, el propio Borges contaría en alguna ocasión: «Cuando le hablaba a mi abuela paterna lo hacía de una manera que después descubrí que se llamaba el idioma inglés, y cuando hablaba con mi madre o mis abuelos maternos lo hacía de otra forma que luego resultó ser la lengua castellana».

La vida de la familia en la que se crio Borges tuvo un brusco cambio de vida cuando el padre comenzó a sufrir una progresiva ceguera que lo obligó a viajar a Europa en busca de tratamientos. Eso llevó al futuro escritor a vivir, desde 1914, en Ginebra (donde estudió en francés) y luego, desde 1919, en España, donde descubrió las letras, se codeó con representantes del movimiento literario llamado ultraísmo y escribió los primeros textos de cierta valía, hoy casi todos perdidos. 

Pero en 1921 la familia decidió regresar y tomó un barco desde Barcelona hacia Buenos Aires. Ese impacto del regreso a su tierra natal fue tan notable en Borges que modificó en gran parte su escritura, lo llevó a desprenderse de muchos de los poemas que iba acumulando y a escribir otros en los que las estampas de su país, tanto paisajísticas como históricas, llevarían al poeta a sentir tal «fervor» por la ciudad con la que se había reencontrado.

En ese autor en ciernes hay influencias innegables. Una, que lo acompañará por siempre, es la de Whitman, por el que (dice Nicolás Magaril en el ensayo que integra el libro Borges lector), sentía directamente «devoción». Y, sin embargo, el reencuentro con Buenos Aires lo llevó a Borges a incorporar el léxico porteño, incluso algo impostado, con el que construyó una gran elegía a esa ciudad en la que buscaba exaltar los paisajes más íntimos y cercanos.
 
La mejor prueba de esto es el poema con el que inicia Fervor de Buenos Aires y se titula Las calles. En él se encuentra una confesión directa desde los primeros versos: «Las calles de Buenos Aires / ya son la entraña de mi alma» (en la versión corregida por el autor esto cambiaría a: «Las calles de Buenos Aires / ya son mi entraña»). Pero luego, hay algo más, una declaración de principios de lo que busca el libro en lo evocativo: «No las ávidas calles, / incómodas de turba y ajetreo, / sino las calles desganadas del barrio, / casi invisibles de habituales».

Patios, calles, aljibes, arrabales y zaguanes forman parte de la escenografía que Borges levanta en sus poemas, casi todos de verso libre, también seguramente por la influencia del mencionado Whitman y de los ultraístas. Pero de a poco, en medio de esos paisajes, se entrometen personajes de su pasado y del pasado argentino del que se siente parte. Por ejemplo, Juan Manuel de Rosas, ante quien Borges muestra ya un desprecio sosegado («es menos una injuria que una piedad / demorar su infinita disolución / con limosnas de odio»), que nunca cesará.
 
Pero junto con esas estampas de una porteña intimidad y el peso de la historia, están también, finalmente, otros temas presentes en este libro inicial. Por un lado —extraño si se mira a Borges en el conjunto de su obra— hay aquí una seguidilla de poemas amorosos, algunos que alcanzan lo conmovedor, como cuando en Ausencia dice: «Desde que te alejaste / cuántos lugares se han tornado vanos / y sin sentido, iguales / a luces en el día». O en Sábados, que concluye con estos versos: «Tú / que ayer sólo eras toda la hermosura / eres también todo el amor, ahora».

Por otro lado, la preocupación metafísica se empieza a mostrar en este libro inicial de un autor que haría de la filosofía parte de su obra. Eso se ve en La rosa, cuando evoca a «la inmarcesible rosa que no canto» en un poema que «se particulariza por poetizar la teoría literaria del escritor maduro», según Rafael Olea Franco. También hay alusiones a las esencias platónicas en Final de año y sutiles elucubraciones teóricas, como las que destaca Mariana Elola en La Recoleta, donde, según esta ensayista, «Borges deambula por nuestra ciudad con una mirada metafísica que es capaz de posarse en nimiedades para elevarlas a la categoría de creación literaria».

Si Fervor de Buenos Aires encerraba ya o no, en su carácter iniciático, todo el poderío que iba a desplegar el autor con el resto de su obra es difícil decirlo desde la perspectiva de lectores admirados por volúmenes de cuentos como Ficciones y El Aleph o poemarios posteriores como El Hacedor, El otro, el mismo o La cifra. Pero, sin dudas, en esos poemas iniciales que están cumpliendo un siglo, el mismo Borges sí se reconocía. Para confirmarlo, basten las propias palabras que él eligió para su prólogo de la reedición de 1969: «He sentido que aquel muchacho que en 1923 lo escribió ya era esencialmente —¿qué significa ‘esencialmente’?— el señor que ahora se resigna o corrige. Somos el mismo. Los dos descreemos del fracaso o el éxito (...). Para mí, Fervor de Buenos Aires prefigura todo lo que haría después».



6 poemas de 
Fervor de Buenos Aires
de Jorge Luis Borges


Las calles

Las calles de Buenos Aires
ya son mi entraña.
No las ávidas calles,
incómodas de turba y ajetreo,
sino las calles desganadas del barrio,
casi invisibles de habituales,
enternecidas de penumbra y de ocaso
y aquellas más afuera
ajenas de árboles piadosos
donde austeras casitas apenas se aventuran,
abrumadas por inmortales distancias,
a perderse en la honda visión
de cielo y llanura.
Son para el solitario una promesa
porque millares de almas singulares las pueblan,
únicas ante Dios y en el tiempo
y sin duda preciosas.
Hacia el Oeste, el Norte y el Sur
se han desplegado –y son también la patria– las calles;
ojalá en los versos que trazo
estén esas banderas.


El Sur

Desde uno de tus patios haber mirado
las antiguas estrellas,
desde el banco de
la sombra haber mirado
esas luces dispersas
que mi ignorancia no ha aprendido a nombrar
ni a ordenar en constelaciones,
haber sentido el círculo del agua
en el secreto aljibe,
el olor del jazmín y la madreselva,
el silencio del pájaro dormido,
el arco del zaguán, la humedad
—esas cosas, acaso, son el poema.


La rosa

La rosa,
la inmarcesible rosa que no canto,
la que es peso y fragancia,
la del negro jardín en la alta noche,
la de cualquier jardín y cualquier tarde,
la rosa que resurge de la tenue
ceniza por el arte de la alquimia,
la rosa de los persas y de Ariosto,
la que siempre está sola,
la que siempre es la rosa de las rosas,
la joven flor platónica,
la ardiente y ciega rosa que no canto,
la rosa inalcanzable.


Final de año

Ni el pormenor simbólico
de reemplazar un tres por un dos
ni esa metáfora baldía
que convoca un lapso que muere y otro que surge
ni el cumplimiento de un proceso astronómico
aturden y socavan
la altiplanicie de esta noche
y nos obligan a esperar
las doce irreparables campanadas.
La causa verdadera
es la sospecha general y borrosa
del enigma del Tiempo;
es el asombro ante el milagro
de que a despecho de infinitos azares,
de que a despecho de que somos
las gotas del río de Heráclito,
perdure algo en nosotros:
inmóvil.


Amanecer

En la honda noche universal
que apenas contradicen los faroles
una racha perdida
ha ofendido las calles taciturnas
como presentimiento tembloroso
del amanecer horrible que ronda
los arrabales desmantelados del mundo.
Curioso de la sombra
y acobardado por la amenaza del alba
reviví la tremenda conjetura
de Schopenhauer y de Berkeley
que declara que el mundo
es una actividad de la mente,
un sueño de las almas,
sin base ni propósito ni volumen.
Y ya que las ideas
no son eternas como el mármol
sino inmortales como un bosque o un río,
la doctrina anterior
asumió otra forma en el alba
y la superstición de esa hora
cuando la luz como una enredadera
va a implicar las paredes de la sombra,
doblegó mi razón
y trazó el capricho siguiente:
Si están ajenas de sustancia las cosas
y si esta numerosa Buenos Aires
no es más que un sueño
que erigen en compartida magia las almas,
hay un instante
en que peligra desaforadamente su ser
y es el instante estremecido del alba,
cuando son pocos los que sueñan el mundo
y sólo algunos trasnochadores conservan,
cenicienta y apenas bosquejada,
la imagen de las calles
que definirán después con los otros.
¡Hora en que el sueño pertinaz de la vida
corre peligro de quebranto,
hora en que le sería fácil a Dios
matar del todo Su obra!

Pero de nuevo el mundo se ha salvado.
La luz discurre inventando sucios colores
y con algún remordimiento
de mi complicidad en el resurgimiento del día
solicito mi casa,
atónita y glacial en la luz blanca,
mientras un pájaro detiene el silencio
y la noche gastada
se ha quedado en los ojos de los ciegos.


Ausencia

Habré de levantar la vasta vida
que aún ahora es tu espejo:
cada mañana habré de reconstruirla.
Desde que te alejaste,
cuántos lugares se han tornado vanos
y sin sentido, iguales
a luces en el día.
Tardes que fueron nicho de tu imagen,
músicas en que siempre me aguardabas,
palabras de aquel tiempo,
yo tendré que quebrarlas con mis manos.
¿En qué hondonada esconderé mi alma
para que no vea tu ausencia
que como un sol terrible, sin ocaso,
brilla definitiva y despiadada?
Tu ausencia me rodea
como la cuerda a la garganta,
el mar al que se hunde.


De Fervor de Buenos Aires (1923)

lunes, 13 de febrero de 2023

4 poemas de Juana Bignozzi

 


 Poeta y traductora, Juana Bignozzi (Buenos Aires, 1937-2015) integró el grupo El Pan duro en la década del 60. Publicó, entre otros, Los límites (1960); Mujer de cierto orden (1967); Regreso a la patria (1989) y en 2000, la obra reunida La ley tu ley. En 2019, apareció póstumo por la editorial Adriana Hidalgo, Novísimos, de donde son extraídos estos poemas. Martín Rodríguez escribió para en la contratapa: «La muerte la encontró a Juana Bignozzi con las previsiones del caso: un apunte con el modo en que quería ser enterrada, el color de las flores que sus amigos debíamos llevar, la indicación principal de una tumba sin cruz y el cementerio público donde debía hacerse. Sobre estos detalles reposa también una contraseña del lugar que ocupó su escritura: que la muerte no tenga la última palabra...».

 

 

vuelvo a buscarte en esas casas
sólo en mis sueños
no estás no están las casas
y casi no está el barrio
por suerte
miserabilidades que el tiempo borró
pero sí estás vos en la casa
y mi juventud
un sueño
por suerte
un sueño
que sólo puede arruinar una noche
y devuélveme la memoria con el día
me hicieron heredar ese sentido de eternidad
desde la pobreza el único traje
me hicieron creer que teníamos todo
o sea el tiempo
o sea esta fe y seguridad que me sostuvo 70 años

*

todo nos ha sido robado
mientras de espaldas a una puerta abierta
leíamos libros que nos guiarían y nos han guiado
no adonde esperábamos
en la brutalidad de las nuevas costumbres sociales
pocos juicios tendremos
el de ventanas golpeando para siempre en el viento
y por más que esperemos aunque sea
un espectro una luz mala
por ahora sólo hay ruidos confusos
banderas por el suelo manchadas de ceguera
aguas de la oscuridad
los cenotafios se han cubierto de maleza
y nadie pone una mano para despejarlos
ignorar nombres fechas y endiosar superficialidades
sólo son el ángulo secundario
del retrato de la derrota

*

no tiemblen cuando escuchen lo que voy a decir
la poesía es la palabra de la muerte
no la niega le da sonido
habla con ella
los muertos siempre hablan con los vivos
piensen en sus padres los hijos
en sus maridos las viudas
esa palabra eterna atraviesa bóvedas rencores
paraninfos mortuorios
rehace los recuerdos
la poesía hace eterno lo que no está lo que fue
créanme hace eterna la muerte

*

EL OLVIDO LA MEMORIA LA FELICIDAD

viví con alguien que iba olvidando lo que vivía
fui feliz cuando lo viví no necesito más me dijo
vivió conmigo que recuerdo todo
oprobios papelones vergüenzas
la felicidad es el olvido
la carga de los años es la degradación
nada se puede arreglar de lo que hicimos
tengamos la bendición de olvidar y ver lo inmediato
nos condenará nos absolverá
nunca seremos perseguidos somos el hoy glorioso
si el pasado entierra al pasado
en la desmemoria
aún hay vida


jueves, 9 de febrero de 2023

Paul Auster: 7 poemas para pronunciar lo que se calla

Paul Auster en su departamento neoyorquino.



por Fernando G. Toledo

Contemplar la degradación de una vida que se trastoca, admitir el pasmo que esto provoca y retratarlo en palabras. Sobre eso, entre otras cosas, habla la poesía de Paul Auster (Nueva Jersey, Estados Unidos, 1947), un autor que puede considerarse uno de los novelistas más exitosos, respetados y populares de los últimos 40 años. Merced a magistrales relatos como La trilogía de Nueva York, El palacio de la luna, Leviathán o El libro de las ilusiones, el autor ha sabido hechizar a los lectores con sus historias en las que los días parecen una comedia absurda de Beckett, pero con una consistencia tan palpable que resultan, si se quiere, aún más contundentes.

Pero antes de convertirse en ese gran narrador que indiscutiblemente es, Auster trajinó el ensayo y la poesía, a los que considera claramente como «cimientos» de su obra posterior, anclajes a los que (al menos no públicamente) parece no haber regresado, especialmente si de la lírica hablamos.

A diferencia de otros autores cuyas incursiones poéticas son ocasionales y hasta caprichosas, Auster en cambio muestra una poesía de enorme fuerza, en la que se muestra un constante escarbar por la ontología de las palabras y del silencio, pero también en la que el sujeto que habla (el famoso «yo lírico») parece siempre resignado a algo que ha sucedido y ante lo que no tiene otra opción más que pronunciarse. 

«Pronunciar», en suma, quizás sea el verbo clave en su poesía, que incluye los títulos Unearth (1974),
Wall Writing (1976), Fragments from the Cold (1977) y Facing the Music (1980), además de algunas ediciones que recolectan o antologan su obra. En español, entre las primeras traducciones están las del académico Américo Cristófalo para Diario de Poesía (invierno de 1992) y luego las muy difundidas del español Jordi Doce, que primero aparecieron en un volumen antológico bajo el título Desapariciones (Pre-Textos, 1996), y que luego se reprodujeron también en la reunión selecta de poemas y ensayos Pista de despegue (Anagrama, 1998). En 2012, finalmente, aparecería por Seix Barral la Poesía completa, de Auster, también traducida por Doce.

Mi encuentro con Auster se dio, justamente, durante los años 90, y a diferencia de la mayoría, fue a través de sus poemas. El salto a su narrativa consolidó mi admiración por este autor estadounidense (a quien pude apreciar con sus dotes de orador en vivo, en la Feria del Libro de Buenos Aires de 2014) y ese conjunto de lecturas fue el que me animó a acometer mis propias traducciones, que están entre las primeras que hice de poesía. Así fue que entre julio y agosto de 1998 traduje poco más de 30 poemas de Auster, en definitiva, todo lo que pude conseguir en su idioma original en tiempos en los que no era tan sencillo como ahora.

De esa treintena de poemas, aquí hay una brevísima selección.





Paul Auster
Siete poemas
© Versiones de Fernando G. Toledo
Julio y agosto de 1998


Exhumación

I

Junto con tus cenizas, las apenas
escritas, borrando
la oda, las raíces perturbadas, el ojo
ajeno con manos imbéciles, te arrastraron
hacia la ciudad, te ataron a
este nudo de jergas, y no te dieron
nada. Tu tinta ha aprendido
la violencia del muro. Condenado,
mas por siempre al corazón
del silencio fraternal, vuelcas las piedras
de la tierra no vista, y alisas tu sitio
entre los lobos. Cada sílaba 
es producto del sabotaje.


III

La ruta ciega está grabada
en tu palma: te lleva a la voz
que habías intercambiado, y sangrará de nuevo
sobre las aristas de esta escritura en braille
tallada por los sueños. Un aliento
sube hasta las hebras de mi tartamudez
e ilumina el aire que nunca
renunciará. Es tu cuerpo
tu propia carga. Y anda con el peso
del fuego.


VI

Incontenible
en este flujo de tierra  
—donde las semillas acaban
y auguran cercanía— harás sonar
la declamación coral
de la memoria, e irás por el camino
que siguen los ojos. Ya no hay 
salida para ti: desde el momento
en que te cortes las venas, las raíces empezarán 
a recitar la masacre
de las piedras. Vivirás. Construirás aquí 
tu casa —olvidarás tu nombre. La Tierra 
es el único exilio.

De Exhumación (1974)



Noches blancas

Nadie aquí,
y el cuerpo dice: lo que sea dicho
no es para ser dicho. Pero nadie
es además un cuerpo, y lo que el cuerpo dice
nadie lo oye
excepto tú.

Nevada y noche. La repetición
de un asesinato
entre los árboles. La pluma
se mueve a través de la tierra: ya no sabe
qué ocurrirá, y la mano que la sostiene
ha desaparecido.

No obstante, escribe.
Escribe: en el principio,
entre los árboles, un cuerpo vino caminando
desde la noche. Escribe:
la blancura del cuerpo
es el color de la tierra. Es tierra,
y la tierra escribe: cada cosa
es el color del silencio.

Ya no estoy más aquí. Nunca he dicho
lo que dices
que he dicho. Y cada noche,
desde el silencio de los árboles, sabes
que mi voz
viene caminando hacia ti.


Autobiografía del ojo

Cosas invisibles, arraigadas en el frío,
y creciendo hacia esta luz
que desaparece
en cada cosa
que ilumina. Nada acaba. La hora
vuelve al comienzo
de la hora en que respiramos: como si
allí nada fuéramos. Como si yo no pudiera ver
nada
que no sea lo que es.

En el límite del verano
y su calor: cielo azul, colina púrpura.
La distancia que sobrevive.
Una casa, construida de aire, y el flujo
del aire en el aire.

Como esas piedras
que se deshacen y mezclan con la tierra.
Como el sonido de mi voz
en tu boca.


De La escritura del muro (1976)


Alborada

Ni siquiera el cielo.
Apenas una memoria del cielo,
y el azul de la tierra
en tus pulmones.

Tierra
menos tierra: mirar
cómo el cielo va a encerrarte, a crecer vasto
junto con las palabras
que dejaste sin decir —y nada
se perderá.

Yo soy tu suplicio, la costura
en el muro
que se abre al viento
y su balbuceo, tormenta
en plural —ese otro nombre
que das a tu mundo: exilio
en las habitaciones del hogar.

El alba se pliega, adopta
testigos,
el álamo y la ceniza
que caen. Vuelvo a ti
por entre este fuego, un resto
de la estación siguiente,
y seré para ti
como polvo, como aire,
como la nada
que no te frecuentará.

En el lugar anterior al aliento
sentimos a nuestras sombras cruzarse.

De Fragmentos desde el frío (1977)


S.A. 1911-1979

Desde la pérdida. Y desde cierta pérdida
Que merodea a la razón –incluso hasta la pérdida

de la razón. Empezar con este pensamiento: sin ton
ni son. Y entonces simplemente esperar. Como si la primera palabra
llegara sólo después de la última, después de una vida
esperando la palabra

que estaba perdida. Decir nada más
que la verdad de ella: los hombres mueren, el mundo fracasa, las palabras

no tienen sentido. Y por lo tanto exigir
sólo palabras.

Muro de piedra. Corazón de piedra. Carne y hueso.

Tanto como todo esto.
Más.

De Afrontando las consecuencias (1980)

lunes, 6 de febrero de 2023

4 poemas de Liliana Bodoc

Liliana Bodoc según Gonzalo Kenny.



Liliana Bodoc (1958-2018) fue una de las más importantes y reconocidas narradoras argentinas de las últimas décadas. 
Nacida en Buenos Aires, pero criada y formada en Mendoza, comenzó su carrera literaria a una edad muy tardía, con la que para muchos es su obra cumbre: La saga de los Confines, una trilogía literaria que se conectaba con el estilo de J. R. R. Tolkien, pero en una geografía y con una mitología que eran las de América. Si bien lo que Bodoc publicó estrictamente como poesía es muy poco, su escritura era eminentemente poética. La que sigue es la presentación que hizo de ella misma en la solapa de Venado, el que fuera su primer libro decididamente de poemas, aunque estos fueran basados en sus propias historias:

Nací en Santa Fe, en el año 1958, pero pasé la mayor parte de mi vida en distintos departamentos de la provincia de Mendoza. Allí forjé mis primeras amistades, me casé y tuve a mis dos hijos.
Crecí en una familia que estimuló tanto el amor por diversas formas del arte como el compromiso con la realidad. A ellos les debo las lecturas que marcaron no ya mi infancia, sino toda mi vida.
Fui alumna de escuela pública. Cursé la carrera de Literaturas Modernas en la UNCuyo, Facultad de Filosofia y Letras, donde tuve el honor de ser distinguida, en 2016, con el Doctorado Honoris Causa.
En el año 2000 se publicó la primera parte de la trilogía de Los Confines: Los días del Venado. Luego vendrían Los días de la Sombra y Los días del Fuego.
Desde entonces no he dejado de escribir. Y si algunas constantes puedo reconocer en mi escritura son el amor y el compromiso.

A continuación, cuatro poemas de Liliana Bodoc: los tres primeros pertenecen a Venado y el último es un inédito. También se puede leer otro poema de Liliana Bodoc aquí

Las desobediencias de la Muerte

Sombra, así me llamaron.
Y no por ser menos que la luz sino por ser su oponente.
La noche para que exista el día.
La unidad para que exista lo múltiple.
Tal vez, la sed para que exista el agua.

Soy la Sombra. Y junto a mi tarea, recibí la prohibición de ser madre.
Injusta frontera que me niego a tolerar,
aunque mi desobediencia corroa el tronco de las grandes leyes.

Soy la Muerte y, a pesar de la prohibición, decido engendrar.
Pero mi vientre, que no fue planeado para otorgar vida, es macizo, sin oquedades ni líquidos.
Por eso, lo que deba suceder, sucederá en mi boca.

Ahora camino hacia el sitio que cuidadosamente elegí para aparearme conmigo misma:
el monte Nóferos que, por huesudo y cavernoso, es semejante a mí.
No necesitaré más sustancias que las propias, y mucha paciencia.

Cuando abandone este lugar, seré la madre Sombra. Y mi hijo…
¿Quién será mi hijo?



La puerta de la lechuza

¿Los escuchas llegar? Vienen hacia aquí contra todas las leyes.
¿Escuchas, hermano tambor? ¿Puedes escucharlos?

Distingo los pasos que se acercan.
Es Piukemán, el menor de los hijos varones de Dulkancellin.
Y no viene solo, trae consigo a su hermana.
Esos niños no deberían estar aquí.
Tú lo sabes, y yo, y cualquier criatura del bosque.
También Piukemán ha sido advertido desde las canciones para dormir...
“No traspondrás la Puerta de la Lechuza”
Pero a Piukemán, la prohibición lo convoca.

Muchos sucesos oscuros ocurrirán a nuestro alrededor. 
Y estoy aquí para escuchar y entender los mensajes del mundo.
Pero ahora, dos niños se acercan. 

La curiosidad de Piukemán es su buena estrella y es su noche. 
Por la curiosidad, este niño conocerá el horror.
Por la curiosidad, recibirá un don semejante a la peor condena.

Yo soy brujo y tú, hermano tambor, eres viejo. 
Soy viejo y tú, en cierto modo, eres brujo.
Sin embargo, nada podemos hacer por él.
En esta ocasión lograré expulsarlos de aquí.
Hoy los salvaré.
Pero sé bien que, en tiempos venideros, no me será posible hacerlo. 
Aunque convoque al bosque entero, 
y rompa trece parches entonando una súplica, 
la curiosidad de Piukemán hará que se cumpla un destino.

¿Los escuchas, hermano tambor?
Ya están aquí.



Terquedad de la vida

Cuando la jauría de Drimus atacó a Dulkancellin, nadie creyó posible que saliera con vida. Pero el guerrero husihuilke aún tenía un tramo de camino por recorrer.


Si la muerte no es digna de la vida 
no merece su nombre ni su escudo. 
La muerte inmerecida jamás mira de frente 
para decir "Es tiempo".

La jauría lanzada sobre el hombre caído. 
Las bestias, sobre el canto,
y las pelambres sofocando el alma. 
Allí empezó la muerte del guerrero. 
Una muerte tan larga como fue necesario

Porque sucede a veces, sólo a veces,
que el muerto no se entrega. 
Hay algo por hacer, y no se entrega. 
Está muerto aquel hombre que camina, 
galopa contra el viento, da batalla. 
Está muerto y nadie se da cuenta.

Así fue Dulkancellin. 
No él, su voluntad abrió los ojos. 
No él, su terquedad cabalgó hacia la playa.

Después de la jauría
sólo fue cierta el alma. 
¿Quién fue en busca del hijo?
¿Quién disparó la flecha final contra Misáianes? 
No él, sino su pueblo.

De Venado (textos inspirados en su propia novela Los días del Venado), 2017



Primera persona

Yo, primera persona del singular.

Yo tengo

Pero Yo no soy Tengo
porque
si un huracán se lleva todo
y me deja tan solo con lo puesto.
Yo seguiría siendo.

Yo estoy.

Pero, atención,
porque aunque cambie de lugar,
aunque cambie de barrio y de ciudad
yo sigo siendo.

Por las noches yo duermo
pero no soy Dormir
porque cuando despierto
sigo siendo

Yo canto.
¿Y si no canto?
Yo juego.
¿Y si no juego?

Yo estoy aquí y allá
yo tengo, yo no tengo
yo canto y desencanto
yo esta tarde no juego
pero yo sigo siendo.

Yo soy yo cuando Soy.

No soy Tener.
No soy Estar.
Yo soy
Ser
en primera persona del singular.

(inédito)

El Desaguadero / Número 21




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LA HISTORIA DE UN POEMA


En la lengua de tu padre, por Elisa Molina

Para mí, por Rolando Revagliatti




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En casa (Bettina Ballarini), por Sergio Pereyra

Ojodrilos (Rubén Valle), por Andrés Cáceres






Lengua padre (Hernán Schillagi), por María Cristina Alonso

Andréi Rubliov (Diego Roel), por Diego L. García



LA EXCUSA DEL POEMA







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