viernes, 6 de agosto de 2021

Cinco poemas de El cuerpo del silencio, de María Agustina Pardini

María Agustina Pardini.
Cuerpo y extrañamiento

por Fernando G. Toledo

El extrañamiento parece una figura clave en la poesía de María Agustina Pardini. Una vulneración de lo observado a través de lo que narra en los versos, una deformación que parece servirle para que su voz sea haga —tal vez— más real, más presente.

Pardini acaba de publicar su primer libro, en el que eso se expresa en plenitud. El cuerpo del silencio (Buenos Aires Poetry, 2020), está atravesado como por raíces que ingresaran al hogar poético y se instalaran para verse a sí mismos crecer. La imagen no es gratuita, sino que aparece en uno de los textos (Capullo incógnito), pero bien puede ser paradigmático de la propuesta.

Poeta y traductora freelance, María Agustina Pardini es traductora por el Traductorado científico literario en inglés y licenciada en Lengua inglesa. Publica textos sobre literatura en el suplemento de Cultura del diario Perfil y en la revista internacional literaria Words Without Borders
Aquí, una breve selección de los poemas de ese volumen.



Capullo incógnito


Por debajo de la puerta entran raíces gruesas
como las manos pesadas de un gigante dormido.
Arrastran su cuello bifurcado
cubierto de diminutos brotes inocentes.

Alertas al ruido de vidas en silencio
trepan el muro, arraigan sus venas 
al suelo. 

Invadido, el día, 
sucumbe a la oscuridad
sobreviene el jadeo de soles ahogados. 

Cubierta de hilos verdes 
me balanceo inalcanzable
en mi capullo. 



Vuelan nubes

«It was a moment of rare, immutable joy –
a moment for which one feels grateful to Life and Death».
R.K Narayan

Krishna, tu viaje está en mis 
pasos. Frágil luz de sol vidriado
hileras de fuegos solitarios
marchan hacia el apagón.
Tu distancia está en mi altura.

Aquí sin forma sin cielo sin color.

Fuente de vértigo
miedo y olvido.
A través de la piel de un niño
busco tu estela. Cruzo el umbral
de jazmines enlazados. 


Interferencia


Hubo un tiempo de pensamientos ordenados
sin espacios entre mi cabeza y el cielo. 
No se oía en la tarde un silbido 
que despertara la ciénaga
de la mente.

Como un jazmín infectado
decidí no apartar sus hojas del resto 
dejé que el tallo se enredara en mi cuerpo.
Advertí que ya no florecían los brotes.

En la piel que recubría el ardor
había polvo.
Partículas de miedo anidado
trazos sin terminar en mi conciencia. 



Disociaciones


Un rayo de sol
se abre paso entre lambertianas 
para llegar a mis hojas.

Páginas amarillas suspiran
evocan lo que el invierno 
me había guardado.

Mis manos sudan
las puertas se cierran
un latido balbucea la ruptura.

Entre la hoja y la semilla
la distancia entre la realidad 
y mi percepción disociada.

Un pájaro naranja se aproxima
me percibe como una extraña. 
Cuánto tiempo estuve ausente.




El tiempo de T.S. Eliot

La orfandad del tiempo medido florece
traslúcidas mariposas clarividentes
no habrá más fragmentos yuxtapuestos

la tradición astilla las horas
las conduce a un jardín múltiple.
El germen de la libertad se propaga.


Benítez lanza su palabra para romper la ventana del idioma

Luis Benítez



por Rubén Valle

Las últimas publicaciones del poeta, narrador y ensayista literario argentino, Luis Benítez (Buenos Aires, 1956), orientadas fundamentalmente hacia la novela y la investigación, parecían haber dejado en un inmerecido segundo plano su producción poética. Y como si ese supuesto tiempo en blanco llevara implícito una deuda a saldar, su nuevo poemario, Nadie sabe dónde estuvimos, editado por ascendente el sello santafesino Palabrava, sale a luz —nunca más oportuna la metáfora— con una abundante cantidad de poemas. 

Benítez es, a la par de un escritor prolífico, un poeta de tiempo completo y esa praxis literaria de vida y obra queda necesariamente plasmada en cada uno de sus libros. Sin necesidad de explicitarlo, este distópico presente marcado a fuego por la pandemia del Covid-19 asoma, se camufla o directamente grita, en distintos puntos del trayecto que invita recorrer este trabajo de largo aliento. «La muerte es una desorientada mensajera», alerta el poeta en guardia. 

Ya desde su título, el autor de La tarde del elefante desafía a los arqueólogos del futuro, convencido de que «en la palabra ayer todas las cosas de hoy son el mañana». Cuando pase esta pesadilla del virus global, probablemente los que queden en pie se pregunten «dónde estuvimos» cuando la pandemia nos metía tanto dentro de nuestras casas como de nuestras mentes y sus implacables laberintos. Dónde, cuando estos poemas se cocinaban en un caldo espeso de desasosiego y preguntas retóricas. Dónde, cuando las palabras eran el único salvoconducto, el abrazo prohibido, el café postergado, los brindis asordinados. Quizás a la conclusión a la que arriben es que «la nuestra es una conspiración sintáctica / y quien reordena las palabras está ordenando el mundo».

Consciente o inconscientemente, Benítez nos habla a todos, se habla a él mismo, le grita a los indolentes poderosos, se enoja con el mundo y con aquellos que lo sabotean todo el tiempo. Se piensa y nos piensa. Es escéptico y esperanzado y (nos) advierte: «Lancé mi piedra a lo desconocido / y rompí la ventana del idioma». Porque no es de otra forma que empoderado por la palabra que pueda uno protegerse ante lo indecible ya que «nada importante viene a nosotros montado sobre un dragón sino en sigilo». 

Con 42 libros de poesía, ensayo y narrativa publicados en Argentina, Chile, España, Estados Unidos, Francia, Inglaterra, Italia, México, Rumania, Suecia, Venezuela y Uruguay, Benítez cuenta con una sólida y profunda obra que amerita conocerse, seguirse, o revisitarse en todo momento, porque pase lo que pase con el planeta y cada uno de nosotros, inquilinos siempre al borde del desalojo, «como un témpano de hielo en el whisky de un dios es el deseo ferviente de vivir». 

Razón más que suficiente, entonces, para que «salvemos a la poesía de la ciencia y que no tenga sueños reales como antes». 



Dos poemas de 
Nadie sabe dónde estuvimos, de Luis Benítez 
(Editorial Palabrava, 128 páginas, junio 2021).


una voz que creció omitida en las palabras 


lancé mi piedra a lo desconocido 
y rompí la ventana del idioma 
todo de una vez      la herramienta y el sitio 
los árboles los olores el seguro de vida se entregarán 
en esta respiración única 
lo que estamos viviendo ahora es un retroceso 
una voz que creció omitida en las palabras 
pierde sus pistas de distancia entre los matorrales 
hay un golpe en la puerta y se abre la vieja historia 
esta ilusión de que todo empieza siempre 
es un exilio donde se encuentra una figura olvidada 
y para un huésped que no se espera 
allí un grano de arena pesa como una bendición 
nos encontramos con el disfrute 
como con un desconocido que tropieza 
con nosotros en la calle y sin pedir disculpas 
ni sacudirse la ropa comienza una conversación 
caminamos siempre por la patria de lo imprevisto 
lo posible es una nueva versión de lo imposible 
y la primera vez que alumbró un sol 
el cielo estaba lleno de nada


nadie sabe dónde estuvimos 

toda la tarde llovió 
y nadie sabe dónde estuvimos 
de ahora en más 
me quedaré en tu sombra 
viviré el fin de las estaciones cuando 
el insecto retorna a su estado de larva 
listo para creer que cada uno que anda 
por la calle es uno que yo conozco 
pero yo me quedaré en mi cuarto 
hecho de tu sombra 
en una habitación oscura
onde la muerte es una desorientada mensajera 
donde entraré en esa pobre tan mínima luz 
sea como eso sea