viernes, 15 de noviembre de 2019

Me abro al cierre



Círculo abierto, de Daniel Mariani. Borde perdido Editora, Córdoba 2018, 68 págs.


por Cecilia Restiffo


El estilo de un escritor se construye en un laboratorio donde la visita de temas y preocupaciones son motivo y límite de su esencia poética.  Con el tiempo estas motivaciones se pueden vislumbrar en su obra, sin embargo en el caso de Daniel Mariani (Córdoba, 1981), esta recurrencia se percibe, más que en los temas, en la forma de mirar, en la manera de decir la materia verbal. La textura de sus poemas se reconoce en los matices de sentido que otorga al lenguaje utilizado. Sin grandilocuencia y con una precisión de bisturí, este autor recupera lo fundamental de la poesía: su universalidad, su resistencia.

En Círculo abierto (Borde Perdido Editora, 2018), Mariani presenta su itinerario en  dos partes. El primer capítulo, de los días: recorre lugares y experiencias que trazan un camino reconocible, así el levantarse y reconstruirse antes de comenzar el día, la oficina y su tedio, una ida al mercado, la noche que desciende en un baño reparador, los aromas de la casa como un registro de cariño cotidiano; ponen en primer plano los detalles de la vida diaria y su importancia para la existencia y el sentido humanos: «Aunque el trabajo acorte los días / y no pueda quedarme / salgo al balcón y riego / convencido: / un viento sur / y nuestra habitación será de albahaca y menta. // Cuando llegues -con el cansancio / de la ciudad y el verano- / sentirás que estuve». Por otro lado, el segundo capítulo, agua/fuego: nos presenta una variedad de textos que recuperan los dos elementos esenciales de la naturaleza. En este apartado la presencia de los tópicos es una excusa para rememorar la infancia, las aventuras de pesca, los paseos con amigos, las tradiciones familiares. Aquí se respira otro aire, algo fresco proveniente de la naturaleza invade cada texto, para cerrar con dos poemas que nos sitúan ya en un presente adulto. Este salto es también un descubrimiento en el tono, ya no se presenta solo como nostalgia: es crecimiento, es encontrar en el agua del vaso y en el fuego del nombre la propia historia; que si bien fue forjada por esa infancia, ahora se reconoce como propia. El círculo se cierra, aparentemente, con la recuperación de ese presente que se despliega en el primer texto; sin embargo, si fuimos leyendo en el orden que el autor propone, estaremos preparados para que este último poema sea en realidad el que abra la idea de una búsqueda que puede siempre volver a comenzar. 

El ático y Círculo abierto, los dos libros del autor
 Mariani, así, ofrece un trabajo con la palabra que revitaliza el lenguaje cotidiano en el espacio del poema. Esta condición de equilibrio permite que los lectores entremos en los textos sin una evidente dificultad, pero a medida que recorremos las aristas del poema comprendemos -no sin asombro- que es la combinación de ese lenguaje, lo que nombra por primera vez: «Abro la ventana sin violencia / y puedo ver / algunos árboles, edificios, / ropa tendida en los balcones. / La ciudad / desde arriba / disimula sus trampas...». Atravesamos, entonces, el umbral que impone la lengua poética con la sensación de experimentar la transformación de una idea en otra. Aunque esto no es del todo así, ya que lo que ha cambiado es la forma de nombrar, si convenimos en que el lenguaje hace posible o impide la experiencia y luego la interpela. Es necesario, además, pensar en la forma como un todo que se fusiona con el fondo, en este sentido la poética del autor reside precisamente en encontrar el modo nuevo de pronunciarse, de inaugurar lo cotidiano; entonces como diría Slavoj Žižek: «El aparente desplazamiento de un objeto, su deslizamiento de posición sobre contexto, es causado por un cambio en la posición de observación que brinda una nueva línea de visión…». Esta línea de visión nueva es, además, la que trasforma lo dicho para sorpender al lector y llevarlo a la reflexión de su propia experiencia, que como en un diálogo se completa con la expresada por este yo lírico. Aquí, finalmente, el poeta logra la idea del círculo que se abre de algún modo hacia el otro: al que escucha, al que lee, al que termina de dar sentido al texto con la complicidad y maestría de uno que sabe decir bien la palabra.

En este segundo libro, Mariani confirma su calidad de observador, su paciencia en la elaboración de un lenguaje que se despliega como una sutil telaraña, cuyos puntos de contacto contienen la experiencia de un hombre y su mundo, esta referencia permite recorrer ese «círculo» hasta el final, pero a su vez en cada texto hay una razón para volver a empezar, ese camino de reflexión sobre lo pequeño resulta ser, sin más, lo que nos lleva a los grandes temas o preocupaciones humanas: el paso del tiempo, la mentira, la verdad, lo inasible, los sueños, el amor, el desamor.  Si en El ático (2009), estos temas se avizoraban en una muestra de precisión, en Círculo abierto se despliega el tubo de ensayo para lograr una alquimia poética que soprende en cada lectura.

***



Cuatro poemas de Círculo abierto,
de Daniel Mariani



Sobre la mesa

 
Todo fue mezclado.
La vida
se parece a esta sopa
fría y oscura
en la que nada se distingue.

Mi cuchara de bronce
con los años
logró el filo de un cuchillo

para cortar la lengua.
O sacar el corazón
y ponerlo sobre la mesa.

*

Variaciones

Destino tus postales de viaje
al trabajo del fuego
mientras vigilo
sus letras encendidas.

Algo dibujan
entre el humo y la noche.

Algo que,
suspendido en el aire,
ya no es nuestro.

*

Círculo

En la única noche fría del verano
hacemos una fogata.
Los amigos
repiten las mismas historias
y el desorden de la luz
oculta
lo que el tiempo hizo con nosotros.
Yo repaso en el fuego
el año terminado.

El viento dispersa
las últimas chispas.
Anticipan la próxima claridad.
O la sombra
que cerrará el círculo.


*

Cucheta

Antes de llevarlo con su madre
armamos la vieja cucheta.

Reconozco
las iniciales de mis hermanos
como escritas con fuego
en las tablas.

Sábado.
Duermo abajo,
solo.
Recuerdo el insomnio,
los ruidos,
el miedo de la infancia.
Hasta que advierto una letra
firme y clara:
tu nombre, hijo.

jueves, 14 de noviembre de 2019

Reportaje haiku: Claudio Archubi y la poesía que se alimenta del caos

Claudio Archubi.

Basho definía al haiku como «lo que está sucediendo en este momento, en este lugar y atravesado por una reflexión». Inspirados en esas líneas, proponemos un «reportaje haiku», cuyas preguntas y respuestas se apoyen en esos pilares.

por Fernando G. Toledo

La literatura y la física, dos disciplinas en apariencia difíciles de conciliar, convergen en Claudio Archubi (Mar del Plata, 1971), quien además de ser doctor en Física ha publicado numerosos libros (la mayoría, de poemas) sin abandonar su tarea con una de las ciencias más duras. En su bibliografía aparecen: La forma del agua (cuentos, Editorial de la Universidad de La Plata, 2010), Siete maneras de decir tristeza (poemas en prosa, Lima, 2011), Sísifo en el Norte (poemas en prosa, Ruinas Circulares, Buenos Aires, 2012),  La casa sin sombra (poema en prosa, Buenos Aires, 2014), La ciudad vacía (Trópico Sur, Uruguay, 2015), La máquina de las alegorías (poemas en prosa, Buenos Aires Poetry, Buenos Aires, 2016), Arca rota jardín de nadie (Valparaíso Ediciones, España, 2018). Del caos a la intensidad: vigencia del poema en prosa en Sudamérica (Hijos de la lluvia, Buenos Aires-Juliaca, 2017).

Archubi acaba de obtener el Segundo Premio del concurso del Fondo Nacional de las Artes 2019, con su libro Cielo al revés (metafísica de la imagen de «Teresa» soñando el Sur). En este reportaje haiku nos adelanta de qué va el libro y reflexiona sobre su propia poética.

En este momento

Cielo al revés (metafísica de la imagen de «Teresa» soñando el Sur) acaba de ser premiado por el Fondo Nacional de las Artes. ¿Qué podés contarnos acerca del libro?
–Es un poema-libro de 90 páginas, escrito en prosa, que extiende los límites del poema en prosa hasta tocar los de la nouvelle. Trabaja con un fuerte trasfondo emocional porque está dedicado a mi esposa, la poeta peruana Teresa Orbegoso, dialoga con su mirada y sus libros y con el tema de su enfermedad, que es también el tema de su último poemario, Abro el miedo. Sin embargo, la imagen de «Teresa» trasciende a Teresa, lo mismo que Beatriz trasciende a Beatriz en la Divina Comedia, representando a la Teología, y  convirtiéndose en un punto de fuga hacia el cual tiende el poema, la imagen de «Teresa» es símbolo de la imagen como núcleo del poema, y la construcción de esa imagen es una especie de arte poética que describe la génesis misma del poema, y es desplegada dentro del libro evolucionando hasta tomar el control del texto. El poema está dividido en 34 prosas o «cantos» separados por interludios y va recorriendo lugares emblemáticos de la ciudad de Buenos Aires, no exentos de la problemática social, a la vez que dialoga con el Infierno, de Dante. La traducción del poeta Jorge Aulicino, unida a sus minuciosas notas aclaratorias, fue en parte una matriz generadora de este libro, que también tiene, esporádicamente, notas poéticas al pie de página, que no son explicativas sino otra parte del mismo poema, donde se extiende la semántica del poema a la vez que se señalan algunos puentes con el libro de Dante.

En este lugar 

–Sos cultor del poema en prosa, que para la poesía argentina actual (aunque tenga representantes célebres) es más bien una rareza. ¿Qué te atrae de ese formato y qué pierden tus textos con el verso?
–Me parece que el poema en prosa es un formato que me permite un despliegue más cómodo de la potencia vital de las imágenes y los pensamientos que nacen de estas, tan válido como en otros autores lo es el formato del verso. No se pierde musicalidad sino que la musicalidad es distinta, de más largo aliento. Me gusta pensar en un concepto de ritmo del poema en prosa extenso asociado al corte de párrafo, a las pausas sintácticas, a los silencios, las repeticiones y el eslabonamiento de los textos en el libro, algo que bauticé como «ritmo estructural». Es similar a lo que en narrativa se suele denominar «la respiración del texto».  En el caso de mi libro premiado, ese ritmo está dado por los interludios y por ciertas recurrencias, por rupturas sintácticas que aceleran el texto y por las pausas. Si bien el poema en prosa no es un formato que haya sido tan visitado en nuestro país, actualmente tiene fuerte vigencia en el resto de Latinoamérica, como intenté mostrar a través de una antología de autores actuales que lo trabajan de una forma sorprendente: Del caos a la intensidad: vigencia del poema en prosa en Sudamérica.

Una reflexión

–¿Cómo combina tu formación científica con el cultivo de la poesía?
–En cuanto a las relaciones entre ciencia y poesía, he escrito un artículo al respecto, publicado en medios virtuales: «El juego de la ciencia y el juego de la poesía, dos formas de mirar el mundo». En diálogo con el profesor Osvaldo Picardo, que ha escrito el libro Colgados del lenguaje, poesía en las ciencias, también hemos discutido el rol de la metáfora en la ciencia así como el tema de la ciencia en la poesía. Actualmente, las modernas epistemologías de la ciencia analizan hasta qué punto el pensamiento analógico interviene en el corazón mismo de un modelo científico. Se publican papers que discuten apasionadamente ese tema. Pero más allá de estos tecnicismos, es importante tener en cuenta que la ciencia y la poesía son dos formas de interrogar el mundo como misterio y asombrarse ante eso.  En particular trabajo esos ires y venires en mi poemario La Máquina de las alegorías (Buenos Aires Poetry, 2016) donde abordo la imagen del místico catalán Ramón Llull, que dijo haber inventado una máquina capaz de dar cuenta del conocimiento universal, al que se llega por medio de la razón y el amor, superando todas las dicotomías. Ese intento de superar la escisión entre intelecto y sentimiento me parece admirable y es algo que a nuestra época, dominada por la razón práctica o por los irracionalismos más fundamentalistas, le falta. Yo siempre digo que en ese sentido nos hace falta más Edad Media. Y en cuanto al amor como superación de los comportamientos binarios, Robert Musil, en su novela-ensayo El hombre sin atributos,  hace una observación muy profunda comparándolo con un tercer estado, donde uno no es uno ni el otro sino ambos, haciendo analogía con la lógica cuántica, donde ya no vale el principio de identidad de Leibniz ni la lógica de opuestos. Si por caos se entiende eso, el amor se alimenta del caos. Y la poesía se alimenta del caos, organizándolo a su manera, con su propia especificidad que es distinta de la que emplea la ciencia. La opción por la poesía, es por eso en sí misma, política, pues va contra el enajenamiento que nos impone la maquinaria social, sea esta de izquierda o de derecha. La poesía va en busca del ser humano en lo que tiene de ser humano auténtico, como criatura que vive a la intemperie, entre el amor y la muerte, más allá de toda ideología dominante o mandato social de moda.


Un poema de
Cielo al revés (metafísica de la imagen de «Teresa» soñando el Sur),
de Claudio Archubi
Segundo Premio del Fondo Nacional de las Artes 2019



Entrada a la ciudad

Yo, Beatriz*, soy quien te hace caminar;  
vengo del sitio al que volver deseo 
(La divina comedia. Dante Alighieri)

Estoy creando la imagen de Teresa. Está enferma.

Pienso: he dado vida. Pero ella dice que está muerta.

Estoy creando la imagen de Teresa. Hago que se mueva poco a poco.

Pienso: debo ayudarla. Pero ella dice: no se puede sanar a una sombra.

Estoy creando la imagen de Teresa. Comienza a moverse y yo con ella.

(Ella ha puesto su cara contra mi cuerpo: en el cuarto frente a la vibrante autopista he sentido el tiempo temblar contra el vidrio he sentido a sus constructores he sentido la velocidad del amor, y lo que una vez declaré mío contemplé cómo crecía en la triple flecha del tiempo cómo se marchitaba golpe tras golpe hasta desaparecer. Toda una noche a través de los años ella y yo en lo que éramos y en lo que seríamos huella tras huella soñamos nuestro tango que tiembla.
Flor pesada este mundo flor vibrante en un cuarto ajeno el florero que cae y la luna que sube sobre los vidrios para iluminar lo que nunca estuvo ahí.

Brillaba tanto que ambos nos apartamos para contemplarlo).


(*Toda imagen puede transmutar: Beatriz o Virgilio cuando el cielo se da vuelta).

miércoles, 13 de noviembre de 2019

Tres poemas de Julieta Lopérgolo

Julieta Lopérgolo.


por Fernando G. Toledo

Hasta hace poco años no era fácil encontrarse con poemas de la rosarina Julieta Lopérgolo. Nacida en esa ciudad santafesina en 1973, la psicóloga y Licenciada en Letras comenzó su andadura poética en 2018 con Para que exista una isla (2018), al que inmediatamente siguió Más lento que la noche (2019); ambos libros publicados por la editorial cordobesa Postales Japonesas.
Ahora, la poeta (que reside desde 2017 en Montevideo, Uruguay) acaba de ganar el tercer premio de poesía del Fondo Nacional de las Artes 2019 por Pero en el aire. Aquí publicamos por primera vez tres de los textos que integran el libro galardonado. En ellos, Lopérgolo toma objetos de la naturaleza exterior (las estrellas, los pájaros, el monte, un arroyo) para transformarlos, por efecto de su lírica, en posesiones íntimas; para hacerlos formar parte de un pasado, como un papel sobre el que se vuelcan los inesperados versos.


Tres poemas de
Pero en el aire
de Julieta Lopérgolo
Tercer Premio del Fondo Nacional de las Artes 2019


Las estrellas colgaban como cirios helados
sobre el monte.
Sólo nosotros mirábamos la luz suspendida
en silencio.
Los animales soñaban con el fuego
dentro de sí.
Los pájaros se hincaban

*

Nos desacostumbramos a los sonidos del monte,
al poco cuerpo de la oscuridad,
clavamos nuestros sollozos como espinas
en los pliegues de un idioma que no conocemos
para marcar un camino,
nosotros,
los que no sabemos llorar.

*
El agua sigue siendo cristalina
bajo mis pies.
Aun entreverada con la noche
es fresca el agua donde termino.
La voz de mi madre trepa
desde ese fondo transparente,
también la risa invicta de mis hermanos
y el calor perfecto del mediodía
unido como un hueso de luz
a nuestros cuerpos.
Una alegría sin edad se choca
contra mi frente
casi como un recuerdo
que se mantiene un segundo, dichoso,
en el aire.

martes, 12 de noviembre de 2019

Entrevista a Valeria Pariso

Valeria Pariso.


«Me maravilla lo silencioso, lo pequeño, lo que no puede salir»


por Fernando G. Toledo


Su mirada es la del asombro, la de quien ve en el mundo que la rodea un desfile maravilloso simplemente porque existe, porque es real. Pero, también, su mirada es la de quien teme con la palabra agregar un peso ajeno a ese espectáculo. La poesía de Valeria Pariso no sólo busca nombrar: busca, al mismo tiempo, asombrarse y preservar lo observado. Y también: seguir saboreando esa existencia gracias a la libertad que la propia poesía construye.
Eso, al menos, es lo que muestran los libros que conocemos: Cero sobre el nivel del mar (2012), Paula levanta la persiana (2013), Donde termina esta casa (2015), Del otro lado de la noche (2015), Triza (2017) y la trilogía Uva negra / Mascarón de proa / El castillo de Rouen (2018) .
La autora, nacida San Miguel (Provincia de Buenos Aires) en 1970, acaba de ganar el primer premio en la convocatoria de este año del Fondo Nacional de las Artes. La obra inédita que la consagró en este prestigioso galardón es Zarmina, un libro en el que, según nos dice en esta entrevista, ahonda en su búsqueda y sus preocupaciones de siempre.

–¿Qué podemos saber de Zarmina, el libro que acaban de premiar con el galardón del Fondo Nacional de las Artes?
–Zarmina es el resultado de cuatro años de investigación sobre la fuerza de cohesión de la poesía y la construcción de la libertad a través del lenguaje.

–Antes de este trabajo, Conocimos tus primeros poemas con la publicación de Cero sobre el nivel del mar (2012). Ese libro no era el de una poeta recién iniciada sino de alguien que, en su madurez, comenzaba a publicar con una voz ya consolidada. ¿Cómo se dio en vos el proceso de escritura y búsqueda de una estética y por qué esperaste hasta los 40 para editar?
–Soy una obsesiva corrigiendo y no era prioritario para mí publicar. Escribo desde muy pequeña y en cada ámbito donde estuve, circuló mi poesía. De manera informal, pero siempre fue así. Mis compañeros de colegio (en cada uno de los niveles educativos) saben de lo que hablo. Mis compañeros de trabajo, también. De modo que yo desde muy chica sentí que era leída y que lo que escribía, circulaba. Hasta los 40 años no había sentido la necesidad de publicar un libro. No dejé de ser obsesiva al corregir, pero aprendí a disculparme por los errores, porque siempre se va a escapar algo.

–Leer tus libros es como leer capítulos del mismo libro: hay una coherencia en los climas, un tono siempre medido pero al mismo tiempo asombrado, una evidente apuesta por un lirismo sin estridencias. ¿Cómo calificás a tu propia poesía?
–Ay, eso no lo sé, eso lo dirán los lectores. Yo escribo porque es mi manera de estar en el mundo.



–Cuando mencionaba antes que al leer tus poemas nos aparece alguien asombrado por el espectáculo del mundo, eso sucede a pesar de que muchas veces tus preocupaciones son objetos, de la casa o de la naturaleza, que te rodean y pueden pasar desapercibidos, y que estuvieran allí para ser nombrados. De hecho, uno de tus versos dice: «Mi obsesión son las cosas por su nombre», ¿eso se explica por tu manera de escribir, quizás surgida de la observación de las cosas simples? 
–Sí, me maravilla lo silencioso, lo pequeño, lo que no puede salir. Me maravilla lo que está por suceder, lo que no puede evitarse, lo que se va romper de todos modos. Me maravilla lo que duele, lo que sana, lo que resiste. Y mi mayor empeño está en encontrar, entre la palabra y el silencio, la mejor manera de nombrar eso que se me acaba de revelar, sin exponerlo, para que el lector tenga su propia revelación.

–¿Cuáles son tus «rituales» de lectura?
–Mi ritual de lectura es leer varios libros a la vez, un poco de cada uno. También es una forma de asegurarme de que no se me pegue la voz poética de nadie, por mucho que me guste lo que estoy leyendo.

–No hay buenos poetas que no sean buenos lectores de poesía, casi como regla. ¿Cuáles han sido tus lecturas recurrentes, tus lecturas formativas?
–Vuelvo siempre a leer a Antonio Gamoneda, a Zurita, a Federico García Lorca, a Alfonsina Storni. Vuelvo a Pizarnik, a Thenon, a Marosa Di Giorgio, vuelvo a Juan Gelman, a Calveyra, a Sor Juana Inés de la Cruz, vuelvo a cada libro de poemas que me conmovió. Porque la poesía tiene eso, uno vuelve porque siempre se encuentra otra cosa. Mis lecturas formativas son todas, soy el resultado de cada libro de poemas que leí, desde el primero hasta el último, y mirá que recibo muchos libros de poemas cada año. El cartero que llega a casa puede dar fe de lo que estoy diciendo.

No todo es poesía
–Hablábamos del lirismo que se aprecia en tu poesía y esto no parece tan extraño cuando está acabando la segunda década del siglo XXI, pero parecía anatema a fines de los 90. ¿Cómo ves la poesía de tus contemporáneos, qué poetas te atraen?
–Leo todo el tiempo a mis contemporáneos. Por un lado, hay mucho que se está escribiendo y bien, muy bien. Por el otro, se escribe mucho que para mí no es poesía aunque la nombren como tal. No todo es poesía. No todo es un poema. Es muy probable que cuando volvías de tomar una birra en la esquina te haya pasado algo fabuloso que te voló la cabeza, y es probable que sientas el impulso irrefrenable de sentarte a escribir un poema, pero hay que saber revelarlo, hay que hacer un laburo para que aparezca la espuma en ese juego misterioso que hacen las palabras y el silencio, porque si no, con lo único que nos quedamos en con que fuiste y volviste de tomar una birra en la esquina. Y eso habrá estado buenísimo, pero no es un poema. Me atraen las poetas y los poetas que van al hueso en el poema, que no le temen a lo que tienen para decir o que temen y se la juegan igual, y lo escriben.

–Además de poeta, sos tallerista y organizadora de lecturas de poesía. ¿Cómo influye en un poeta en ciernes la realización de talleres? ¿Qué particularidad tienen tus talleres?
–Dar talleres de poesía es para mí el trabajo más feliz. Amo dar talleres. Nada se parece a la forma en que mira alguien que acaba de darse cuenta de que escribió y leyó en voz alta eso que tenía para decir y logró decirlo con su propia voz. Mis talleres se llaman Mojito (mojito quiere decir «pequeño embrujo») y se centran en eso, en la búsqueda de la voz propia. Eso exige estar dispuesto a conocerse, a asumirse, a sacar esa voz. Y una vez que esa voz salió hay que desplegarla. Organizar ciclos de lectura de poesía es lo más. El ciclo de poesía en Bella Vista se viene realizando desde 2014 y, año tras año, cada vez más vecinos vienen a leer poesía para otros vecinos. Es una experiencia increíble.

–Si tuvieras que elegir un poema tuyo o un verso, incluso, que represente tus inquietudes poéticas, ¿cuál sería?
–Creo que ese verso que citaste antes: «Mi obsesión son las cosas por su nombre». Entre la palabra y el silencio hay algo, que no es una palabra, que no es un silencio,  que se mueve y que toca lo que quiero nombrar. Mi gran inquietud es el ala de esa mariposa.



* * *

Dos poemas del libro 
Zarmina (inédito)
de Valeria Pariso
Primer Premio de Poesía del Fondo Nacional de las Artes 2019


1

Mi ex marido fabrica chalecos explosivos.
Hui de nuestra casa con mis hijos
y nos refugiamos en Kabul.

He visto a mi ex marido
rociar con gasolina
la falda de su hermana Gulalai.

La falda era larga
y cubría
los tobillos amados de mi cuñada.

La falda era pesada
y oscura
como la mirada de los enemigos.

Gulalai se enamoró de un hombre.
Un hombre se enamoró de Gulalai.

Yo he visto a mi ex marido
encender un fósforo
para que nadie
hable de amor.



16

La construcción de este artefacto
requiere de templanza.

El espacio es pequeño entre el burka
y el cuerpo.

Cuesta respirar junto al pequeño horrible.

El artefacto debe ser conciso
porque no hay tiempo para poemas extensos.

Debe ser redondo. Negro.

Debe caber en un puño.

Debe equilibrar la ira,
el amor, la pena.

Dos versos pesan igual que una paloma.

Eso es, hermanas,
el poema debe parecer una paloma.

Háganlo explotar.

domingo, 10 de noviembre de 2019

A los saltos por la lengua


La lengua del ahorcado, de Rubén Valle. Ediciones Culturales de Mendoza, 2019, 84 págs.





1

El nombre de Rubén Valle (San Martín, 1966), no solo comenzó a circular por Mendoza hacia finales de los ‘80 con el grupo «Las Malas Lenguas», a través de recitales que proponían renovar la palabra poética de la comarca; sino que, además, desde 1993, dirigió por años el suplemento joven más rabioso, rockero y literario de este lado del país: Zapping. Tal vez allí, desde las secciones y columnas de carácter proteico, hacía honor al zapeo de temas, de ambientes, de tonos, de autores. Un cambio frenético de programación, un saltar de canales con tanta felicidad como con rasguños vitales. Entonces, ¿puede decirse que Rubén Valle viene escribiendo desde esa época su flamante y octavo libro de poemas La lengua del ahorcado


Suplemento Zapping, Diario Uno, 1995


2

Al abrir la obra, editada por Ediciones Culturales de Mendoza en la prometedora Colección Cactus, la miscelánea se impone en cinco secciones tituladas, con epígrafes de narradores, poetas y cineastas como una muestra incipiente, pero feroz, de esta cacería de la mirada. No hay inocencia en la elección de los versos de Jorge Leonidas Escudero con que echa a rodar su maquinaria verbal: «¿Cómo hago para dar el salto? / ¿Pero de qué salto estoy hablando? / No sé, simplemente un salto, / salir de esto de siempre / donde no hallo y sigo buscando…». Sin forzar la interpretación, ¿no es una hermosa –y revulsiva- manera de definir el zapping? Porque el que toma el control y lee (o escribe) poemas, no cambia únicamente por aburrimiento, salta también por inquietud, por un interés hacia todo con una ansiedad festiva; aquí Valle no puede esperar desde el primer poema y se agita para expresarlo: «Escribo en la lengua / del ahorcado / No sobre sino desde / En su idioma digo / Es decir como si me faltara / el aire // Mejor dicho: escribo para respirar».


3

Así, aparecen juegos de palabras en los títulos y en los poemas («Plan Ves», «Últimos auxilios», por caso), hay alteraciones en el fraseo con un tabulado que va más allá de la puntación canónica, como también los espacios en blanco entre los versos, para así crear una sintaxis personal. Si bien recuerda a Museo flúo, su primer libro de 1996, las más de dos décadas transcurridas de refinamiento en el corte de los versos, la búsqueda de una música precisa se presentan en La lengua del ahorcado hasta con un significado caligramático, como en el poema llamado «A4», justamente, en clara referencia al tamaño del campo de acción de la escritura donde a veces «sobra el mundo», y también falta.



4

Borges en El Aleph proponía, como es sabido, una percepción simultánea del mundo y del tiempo en un pequeño objeto. Del mismo modo, la cabeza ecléctica de Rubén Valle organiza las partes en busca de un ambiente íntimo en cada una de ellas, así el libro se convierte en una navegación similar a la del buscador de Google, con ventanas abiertas y jamás cerradas: variedad, información, sorpresas, afinidades electivas donde se dan cita sincrónicamente Bolaño, Waits, Berger, Chejov, Cioran y Szymborska. La cultura pop se entrecruza con la alta literatura para hablar siempre de una obsesión, el lenguaje: el ser políglota, la Torre de Babel, el esperanto, la Biblioteca de Alejandría. Así, camina ileso por las contradicciones y escribe en oxímoron: «Me traduzco a mí mismo / Mi idioma no se habla más que en mi lengua / Mi lengua puede decir fuego y otros leer agua…». Por lo tanto, ¿todos los poemas son el mismo? El poema, quizá, como un punto que contiene todos los puntos del universo como quería el autor de Ficciones.

Algunos libros de Rubén Valle


5

Una vez desplegadas las ventanas, entonces, comenzamos a ver: una primera parte donde la figura del poeta aparece casi como un personaje que reflexiona acerca del oficio, como también de la escritura en sí: «La poesía es un mueble viejo / En él será astilla tu palabra / Poema su incesante oronegro», para hacer comparecer en la página siguiente a un «Cazador dixit»: «El bosque es un idioma talado por la lengua / La lengua otro bosque y el silencio un verdugo serial…». La voz del yo lírico inhala y exhala a través de la tinta, donde el final del poema puede ser también el fin de la vida, y el epitafio, un último gesto poético. Toda la segunda sección de La lengua… está atravesada por la idea de la muerte donde, si bien el espectáculo ha terminado, aún queda algo más para decir: «Mañana alguien leerá / No hay nadie aquí // Y será cierto». En la tercera parte los textos abordan la soledad con un interlocutor femenino a la expectativa: «Ella me ve como un reloj pero / hay una pieza -dice- que no es mía…», para sorprender en el cuarto apartado con una vuelta de tuerca sobre la literatura y los escritores donde surgen Comala, Borges, Bioy, las piernas de Sor Juana, con el deseo como un motor inagotable. Al arribar a la última parte, las palabras que promete Luis Benítez en la contratapa hace rato que nos vienen sonando, ya que el poeta habla de una «imaginería contundente». Contundencia, sí, para elaborar en modo orfebre enumeraciones tan caóticas como reveladoras, una profusión de imágenes sensoriales, sinestesias inesperadas, hipérboles bien calculadas, antítesis que estallan en las manos; todo como un resumen apretado (¿o aleph, o zapping?) del resto del libro: «La isla que me llevaría a un libro / Mi aleph en la cabeza del alfiler / El luminoso útero de mis poemas…».


6

Tarea para el lector curioso: hacer un relevamiento de los índices de cada uno de los ocho libros de poemas del autor, desde el inicial Museo flúo hasta La lengua del ahorcado de 2019, pasando por Los peligros del agua bendita, el premiado Placebos, o el ya maduro Tupé; entre otros. Las partes, los títulos, los textos irán surgiendo como flashes, destellos cambiantes de una variedad inusitada, para demostrarnos que tras esas múltiples capas sonoras, la voz de Rubén Valle se sostiene categórica e inconfundible; como el que se sujeta a la brújula de un control remoto en medio de la noche y quiere ver más, siempre más.

***

                                            


                                                 

                                                  Tres poemas de La lengua del ahorcado,

                                                                        de Rubén Valle


Nombrar


Me traduzco a mí mismo
Mi idioma no se habla más que en mi lengua
Mi lengua puede decir fuego y otros leer agua
Mi voz viene de lo indecible
pero dice se siente
piedra en el techo bala en el hueso
Balbucea un mundo escrito desde el oído
Ínfima música que se pronuncia con las manos
Me traduzco para besar lo que no tiene boca
Sangrar lo que no se abre abrir lo que se termina

Nombrar la belleza hasta asirla.


*

A4


En este espacio
cabe       sobra
  el mundo
su astrolabio de tierra
  a la vista
Puede escribirse de corrido
el universo tiene secretos ocultos en la cabeza de un fósforo
O leerse nunca la belleza será nuestra
y aún queda blanco suficiente tinta a punto
para la melopea de las ballenas
o la pesadilla de las bellas
                        durmientes
En este espacio
cabe       sobra
    el mundo

Faltamos nosotros.


*

Legado


Las cosas no tienen vocación
de servicio. Gratis se dejan llevar
como arañas de anticuario al mar de novedades.
Nada dan nada piden. La antítesis del amor.
Las cosas todo lo saben, todo lo ignoran.
Se guardan, se tiran. Aman o rechazan.
Carecen de idioma pero hablan en lengua muerta.
Son de ayer tanto como de hoy y mañana.
Crujen o anidan en el silencio más sombrío.
No tienen sentido de pertenencia e igual nos pertenecen
como una corbata un lápiz negro o el reloj del abuelo.
Tienen un alma insondable para cualquier purgatorio.
Ratifican el dogma: existen como la música y los unicornios.