martes, 11 de junio de 2013

Los versos materiales de la impiedad

Mortal en la noche, Fernando G. Toledo.
Alción Editora, Córdoba, 2013, 69 pág.





            Antes de la aparición de Mortal en la noche, en la editorial cordobesa Alción, tuvieron que transcurrir quince años desde la publicación de Hotel Alejamiento (Diógenes, 1998) y tres libros en el medio. En ese primer poemario, Fernando G. Toledo (San Martín, 1974) levantaba la mano y daba el presente en el mapa poético de Mendoza. Desde ese libro primigenio se observaban ya algunos atisbos reflexivos acerca del oficio de escribir y de su utilidad en una sociedad, en ese entonces, de fin de siglo. La respuesta, en muchas ocasiones, era un contradictorio y angustiante silencio. Esto no detuvo el derrotero del autor.

            En plena crisis de 2001 fundó una editorial, Libros de Piedra Infinita, y abrió el juego a otros escritores en medio del espanto. Así autogestionó artesanalmente Diapasón (2003), donde Toledo elevaba la apuesta: sus poemas dejaban de lado cierta contención en el fraseo para expandirse en recursos y así profundizar una idea motor: el silencio como única nota para afinar el resto de las palabras. Luego vendría el premiado Secuencia del caos (Ediciones Culturales de Mendoza, 2006), libro de propuesta unitaria en lo formal (largas series de versos endecasílabos, sonetos blancos y unos pocos rimados), aunque variado en la temática: el deseo, la infancia, la poesía. Sin embargo, los poemas volvían una y otra vez con la insistencia del que pregunta para saber lo imposible o, al menos, lo inacabado: «¿Para qué decir? ¿Para qué decir», era el estribillo trunco de un poema de largo aliento titulado, justamente, «Nocturno interior». Porque es en este texto donde se haya el germen del flamante Mortal en la noche y habrá entre las dos obras un diálogo tan sutil como impiadoso.
Fernando G. Toledo (foto de Camila Toledo)

            En 2009, un golpe de timón amplía el espectro de la obra lírica de Toledo. Viajero inmóvil (Libros de Piedra Infinita) es una serie continua de poemas numerados, donde, por primera vez, ficcionaliza una historia de amor desastrado. Un personaje que decide ir detrás de una mujer amada y perdida; pero que, antes de dar el primer paso, descubre que el avance se le vuelve imposible: porque así crearía una nueva distancia, porque así traicionaría el pasado. La lectura «narrativa» del poemario nos acerca nuevamente hacia un mismo inquietante lugar: ¿es posible el absoluto? Una cosa esta vez es segura, todo viaje es poético. No obstante, los antecedentes no siempre son literarios. En 2005, el autor creó en la web Razón Atea, un blog que sube para el debate ensayos y artículos de religión y ateísmo hasta la actualidad. Allí, con algunos textos de su cosecha personal, se posiciona en un ateísmo esencial total desde la perspectiva del materialismo filosófico que, poco a poco, irán definiendo la mirada del «ateo poeta».

            Es por eso que la llegada al papel del quinto libro de Fernando G. Toledo traduce un recorrido personal y arduo sobre la poesía. Ser poeta a los veinte años es sencillo y hasta irresponsablemente adorable. Refrendarlo cerca de los cuarenta, in el mezzo del cammin dantesco, como advierte el español José Cereijo en la contratapa: «en que uno tiende naturalmente a preguntarse sobre la dirección y el significado de ese camino», es un acto combativo y a conciencia.

            Mortal en la noche resulta un poemario miscelánico «en apariencia». Vuelven  así los temas de la escritura y el oficio, además de la relación con los hijos, la vida cotidiana, el paso del tiempo, la música, el arte, el azar, entre otros. Sin embargo, la lectura —en cuanto a la disposición— va encadenando una secuencia como un ecualizador que modula diferentes momentos o series que no desentonan, sino que van creando atmósferas en contrapunto. Como si fueran los diferentes movimientos sinfónicos de una pieza clásica, pero feroz. Por lo tanto se imponen, al menos, dos lecturas: la «random», esa que el lector incauto hace saltando de poema en poema sin saber que late la otra, una lectura continua y nada amable, donde la noche es el escenario, el poema es un gesto material ante el universo y su única certeza, la finitud: «los impíos / Damos el paso como quien entra a patadas / Otra vez en la realidad, y apuramos / Una vuelta más de sangre / Rumbo al certero sepulcro que nos da la razón».

            Toledo, además del verso libre,  juega con varios metros como el ya visitado endecasílabo, además del heptasílabo y el octosílabo. Quiebra versos, encabalga «ideas-puente» con una puntuación tradicionalmente engañosa. El ritmo fluye en cuanto tesis propositiva, pero es un reflejo menor de la estructura modular del libro: no hay armonía, hay un desborde encauzado. Porque ya sabemos que: «Corre el zonda, se detiene, es viento, / Y el gusto que sorbe tu lengua / No es nuevo pero sí impreciso. // Ya nada se calla, todo es una estridencia…»

            Mortal en la noche, por tanto, es un recorrido de poemas reflexivos, ateos, existenciales y concientes de que su paso por el mundo tienen algo de absurdo, pero que se reivindican en la desmesura, en la «afrenta a los dioses». Solo así se liberan de lo impuesto. Como también atraviesan y unen los «módulos», textos acerca del oficio del poeta, esa escritura fatua como una enfermedad invasiva que nos toma y nos modifica para siempre a los simples —aunque cada vez más complejos— mortales.




* Esta reseña fue publicada con anterioridad en el N°3 de la revista Poslodocosmo.
           




Tres poemas de Mortal en la noche, de Fernando G. Toledo

           
La errata


En medio de la frase un latigazo artero,
Un tumor verbal que se desprende
Como una mancha viva e irradia su error
Por toda la página. Desde aquí,
Aprisionado por el libro que sostengo en las manos,
No hay remisión posible ni exégesis sanadora:
El párrafo es ilegible y parece blandir
Como una herida la cesura que lo deshereda
(Junto a todas las copias anómalas)
Del sentido original. El daño sigue flotando
Igual a una niebla frente al intento de avanzar
Como si nada pasase ¿Y si había justo allí
Una clave para toda la trama? ¿Y si brotan luego
Otra tecla mal oprimida, una nueva dislexia?

Sin culpables a la vista mi cerebro
Quiere defenderse de las dudas y cierro el volumen.

Bajo el haz de la lámpara todo parece ordenado.

Pero hay también una sombra
Y un poco más allá, ininteligible, el resto
De la entera noche que comienza.
           
*

Autodefinido


A mi lado resuelve un crucigrama
Mi hijo mayor en la siesta narcótica,
Con todo el territorio del lenguaje
Desplegado en rectángulos pequeños
Que se enredan como entre una maleza
Donde el silencio acecha y todo está,
Allí, a la espera de ser descifrado.
Yo lo observo en mí, como quien aguarda.
Quizá en un instante algo me pregunte,
Y entre los dos sorteemos la selva
De calladas bestias que, con sus dientes,
Buscan morder las palabras que un padre
Y su hijo deben ir encontrando
Para por fin mirarse, y entenderse.


Para Joaquín

*

Codo a codo


El médico es ecuánime: concede
La heroica salvación de su paciente
A la pericia de los cirujanos
Y a que la bala «sólo por milagro»
(Ya que no de otro modo ha de llamarse)
Arrancó apenas parte del cerebro,
Dejando en manos de la medicina
El tramo sangriento del salvataje.
Digamos que fue un trabajo en equipo:
Los doctores removieron pedazos,
Soldaron el cráneo, hicieron suturas,
Y Dios consintió un disparo preciso,
Suficiente para una hemiplejía,
Pero no para matar, por ahora,
Al hombre del que va a encargarse luego.