lunes, 10 de noviembre de 2014

Un paisaje nuevo para la poesía argentina



por Leandro Calle
Especial para El Desaguadero

Todavía lo recuerdo. El poeta se levantó de su asiento y bajó la rampa hacia el escenario en donde tenía que leer. Fue en ese momento en el que trastabilló y el cúmulo de libros que llevaba en sus manos cayó por el piso. Él bajaba y yo creo que subía por esa rampa. Había unos cuantos minutos de descanso antes de que comenzara la nueva ronda de lecturas. Fue ahí donde Hernán Schillagi, me entregó un primer ejemplar de Ciencia ficción (Libros de Piedra Infinita, 2014). Le ayudé a levantar algunos libros y papeles, él bajó y yo subí por esa rampa-escalera. Me crucé con otro poeta amigo que me dijo, apenas vio el libro de Hernán en mis manos: «es el mejor libro de Hernán». Fue como si me dijeran un secreto. Y lo primero que uno hace con un secreto es contarlo, así que eso intentaré hacer aquí.

Llegado a mi casa recuerdo haber leído de un tirón varios libros que me había traído de Mendoza. Pero mi cabeza estaba embotada, cansada y leí con esa lectura veloz e irresponsable que a veces nos sucede. Entre esas lecturas estuvo Ciencia ficción. Al cabo de dos días, retomé, como jugando, el libro entre mis manos y descubrí que no había retenido absolutamente nada. Es más, me di cuenta de que había hecho una lectura en «piloto automático», una lectura mala. Así que me senté y lo leí con la convicción de que había allí un secreto a ser revelado. Leer es escuchar, así que me dispuse a escuchar y leí. ¿Cómo pude haber transitado estos paisajes del alma humana sin haberme dado cuenta? Porque es otro paisaje el que nos propone el poeta. Schillagi, es un paisaje completamente nuevo o al menos originalísimo en la poesía argentina. Tomar prestado al género de la ciencia ficción sus paisajes y sus palabras y hablar de lo que hablamos siempre los poetas.

El libro de Hernán es como un planeta nuevo por explorar. Nuevísimo. No encuentro analogías o referentes cercanos, entonces el libro (que hace rato me ha declarado la guerra) me anuncia que acabo de perder todas las batallas. Que no me gaste, que es inútil, que este es un nuevo planeta y que no busque más medidas para medir. Que me deje llevar. Que acepte el viaje. No hay medidas. Que navegue. Pero todavía no me rindo y le contesto con su mismo lenguaje: «sin embargo el peligro hace de la casa una nave / que vuela hermética por el espacio de mis recuerdos». Finalmente me doy un poco por vencido y acepto el viaje. Me llama la atención una palabra, la palabra «electricidad».

Los poemas de Ciencia ficción, tienen una electricidad de otro mundo, una electricidad sutil y potente al mismo tiempo. En el poema los canales de marte, Schillagi cierra diciendo: «…y de tu boca por si no lo sabías / comenzarán a salir palabras / como los golpes de un corazón / que se quedó latiendo en otro mundo». Se trata entonces de escuchar a ese corazón y ese corazón late en otros paisajes, paisajes fantásticos, novedosos, paisajes con máquinas, electricidad, civilizaciones y planetas. El latido es modificado por esta atmósfera distinta y entonces el sonido y la musicalidad del poema son distintos. El proceso que hace el poeta es exactamente al revés: para entender el hoy hay que servirse del futuro. No hay ayer en estos poemas o al menos el ayer está tamizado y escamoteado en el futuro. Es preciso avanzar al futuro para entender el presente: «estar despiertos quizá sea la mejor de las resistencias / luego de que las máquinas tomaron posesión / de la arena de tus recuerdos y el tiempo quedó suspendido / en un mundo que no te pertenece y no hay fruta / que calme la sed como tampoco un pájaro / que le regale sus colores al viento de la tarde…».
Hernán Schillagi (foto de Camila Toledo)

El poema al que pertenecen estos versos se llama fuera de la caverna y nos remite evidentemente a la alegoría del filósofo griego. Pero estamos afuera de la caverna en serio. Al menos yo me siento un astronauta solitario en la noche espacial. Solo frente al libro del poeta Hernán Schillagi que ha logrado decir con maestría un lenguaje nuevo para mí, una manera original de hacer hablar a la poesía. De todos los libros de poemas que he leído este año, siento que Ciencia ficción, es el único libro que me ha dejado perplejo. El único libro que verdaderamente me ha conmovido. Su belleza me ha encandilado y no puedo decir nada, porque nada hay que decir. Porque no se puede decir nada en la noche espacial de la belleza. Porque sigue siendo un libro que es necesario volver a leer y a explorar. O mejor, es necesario seguir escuchando sus latidos, esos que vienen de otro mundo a decirnos lo de siempre pero con una música distinta. La belleza es así, uno se asoma y: «has asomado tu curiosidad a la cerradura equivocada / pero tus ojos que esperaban una historia / de pesadillas y espejos negros comienzan a brillar / como si lo visto viniera del mejor de los futuros / y poco a poco y simultáneamente y atravesándose / las imágenes golpean tu retina tu rutina / y forman una aleación con el miedo / entonces la puerta es una nueva frontera / la línea de sal que cauteriza los prejuicios…».

La belleza como principio de lo terrible al decir de Rilke. Vuelvo a la imagen mencionada más arriba. El poeta trastabilla, y da por tierra con todos sus libros. Eso me sucedió cuando leí Ciencia ficción: se cayeron todos los libros posibles y quedé a la intemperie espacial aferrado solamente a estos 24 poemas sin saber si era posible regresar de la belleza.


* * *



Dos poemas de
Ciencia ficción
de Hernán Schillagi


la última espera



a veces cuando preguntaba
sobre esos puntos de luz
que aparecen sin orden con la noche y los grillos
a veces cuando mi voz temblaba oscura
bajo el cielo de noviembre
mi padre a veces sabía contarme
que los astros eran unas naves lejanas
que atravesaban los canales de la galaxia
para decirnos sin más que la espera tenía un fin
que no éramos los únicos luego del estallido primero
ese que nadie se atrevió a escuchar
miles de naves espaciales aproximándose
con esa lentitud que tiene el viento
para darle forma a las rocas

pero a veces cuando las preguntas
comenzaban a caer de mi boca de niño
como esas estrellas que portan un fugaz deseo
mi padre elegía cerrarse en el silencio
hasta hacerlo crecer entre las nubes
entonces el planeta suma de océanos y de tierra
se perdía para siempre en el barro de su soledad

*

conquista del secreto



ahora luego de haber posado
toda la especie humana sobre mis dos piernas
doy el primer paso a la conquista
y comienzo a suprimir con el índice
el nombre originario de las cosas

como en un remoto juego las letras
deben alzar cruces ante mis ojos
y las palabras forman un cementerio del futuro
donde una civilización elegirá resistir
desde el desierto negro de las piedras
desde la lengua rota de las espinas
desde la boca cerrada de las cuevas
resistir toda la invasión
con el último trago de agua en la garganta

porque la conquista solitaria del silencio
sin gritos de sangre ni cuerpos como trofeos
es como capturar un secreto que finalmente
resulta demasiado grande para nuestros oídos
 

domingo, 2 de noviembre de 2014

La historia de un poema de Mariela Laudecina



(Especial para El Desaguadero)


Mi amigo, el poeta Vicente Luy, (1961-2012) en el verano del 2010 trabajaba en mi casa el libro de poemas que en ese entonces no tenía título y luego se editó después de su muerte con el nombre de “Plan de operaciones”. Llegaba a casa por la tarde y nos sentábamos frente a la computadora y yo le tipeaba los poemas mientras él me los dictaba. A veces aparecía con una monjita alemana, que compraba en el almacén de Mario, un negocio del centro  donde venden delicatessen importadas o bien una coquita bien fría y dos paquetes de cigarrillos.

Uno de esos días, haciendo un descanso, nos sentamos en la puerta de casa, que daba a un pasillo y me pidió si podía tomar un poco de vino que había visto arriba de un estante en la cocina. Le serví un vaso. Se prendió un pucho y charlábamos sobre las mujeres a quienes había querido seducir sin tener ningún éxito y me dijo que la ropa que tenía no lo favorecía, y que quizá ese era uno de los puntos en contra. Yo le dije que para su cumpleaños, en mayo, había pensado regalarle una camisa pero no me había alcanzado la plata. Y él me pidió que le regalara medias, pero medias suavecitas, muy suavecitas. Y lo dijo como si estuviera leyendo uno de sus poemas. O al menos así me pareció. 

Vicente tenía una forma de hablar algo pausada, su voz era suave y melodiosa y esas características se potenciaban en sus lecturas. Antes de alguna presentación, ensayaba en voz alta. En una oportunidad en que me pidió que yo leyera sus poemas (porque a causa de tomar veneno para ratas, tenía afectado el habla y salivaba demasiado), me exigía que le leyera una y otra vez para que él me indicara cuál era el tono y la intención que debía tener ese poema. Apenas terminó de decir “suavecitas”, largué una carcajada y le dije que esta situación y lo que él acababa de decir era un poema y que lo iba a escribir. Y entonces me animó a que lo escribiera ahí mismo. A mano o en la compu, pero que lo escribiera en ese mismo momento, tal cual había sucedido. Y mientras lo escribía, iba dejando  afuera algunos detalles, como mi deseo de comprarle la camisa y me exhortó: no, no omitas nada. Y así fue que nació este poema express como llamaba Luy a su forma de hacer poesía.


***



Sentados en el pasillo
con el sol de frente
Vicente fuma y bebe vino
Yo estoy risueña
Le digo que quería regalarle una camisa
pero no me alcanzó la plata
Como si leyera uno de sus poemas, me dice:
-Regalame medias, un par de medias suavecitas; muy suavecitas.


Del libro Tomo las decisiones con los pies – 2011. Llantodemudo Ediciones.