jueves, 20 de agosto de 2015

La historia de un poema de Sandra Cornejo


por Sandra Cornejo (*)
Especial para El Desaguadero

En un viaje con el papá de mi hijo (él es húngaro como también lo es ahora mi hijo, además de argentino), hicimos una escala en el aeropuerto de Moscú, Sheremétievo. Éramos bastante más salvajes entonces y ciertamente más inocentes. Íbamos a Londres vía Moscú porque ese recorrido nos abarataba muchísimo el pasaje. El destino final sería Budapest.

Recuerdo que me desperté muy cerca del aterrizaje; para mí aquella tierra en aquella época implicaba un universo que mis ojos no podían admirar más. Cuando apareció la pista debajo, el bosque y la niebla en torno me impresionaron de un modo apabullante. Yo había vivido en el sur y tenía una afinidad muy especial por esa clase de paisajes. Entramos en el aeropuerto, una inmensa mole de hormigón armado con varias bocas, brazos y ventanales enormes que daban a la pista. Desde allí yo miraba a los aviones que aguardaban su destino. Lloviznaba. Hacía un frío penetrante, aun dentro del edificio. Me inquietaba que quienes pedían los documentos eran todos jovencitos uniformados con sus armas y sus gorros de piel (ushankas, claro está). Recordé con cariño la canción Nikita de Elton John.

Con el papá de mi hijo tomamos un té y luego fui a caminar por el aeropuerto para recorrerlo un poco mientras aguardábamos el horario de nuestro vuelo. La libertad del viaje y el paisaje siempre han sido una combinación epifánica para mí.

No había demasiada luz ni grandes negocios, pero la gente se veía entusiasta y fuerte. En esas coordenadas, tomar alcohol, era una manera de combatir el frío. Fui caminando por los vericuetos del lugar y de pronto escuché, en un susurro, a alguien que cantaba en español. Guiándome por esa voz anduve hasta que di con una ronda de viajeros, en el medio de la ronda, sola, con su guitarra, una joven mujer (chilena, me enteré después) cantaba Gracias a la vida de Violeta Parra. Me estremeció esa reunión maravillosa en aquel escenario improvisado en esas latitudes.

Pasaron los años, la vida fue encargándose de poner sus pruebas y proponer sus cuitas, pero en mí guardaba el entretejido de aquellas sensaciones: el frío, los aviones, la canción, lo imprevisible que llega sin aviso, en un segundo, «sin alertarnos». Al escribir el poema, por un momento, dudé acerca de los tres últimos versos. Ante la lectura atenta y compartida de una gran amiga (escritora), acordamos su importancia. Esos versos fueron los que tomó Diamela Eltit como acápite de su libro Mano de obra. La poesía tiene también su labilidad, su misterio y su propia existencia. Un abedul nació en el Sheremétievo de 1992, pero me acompaña en cada instante de la vida, vida que agradezco tanto.


Un abedul


Un abedul
cuando llueve,
una arboleda que aclara
al arañar la pista
y desciende el avión en un aeropuerto
donde las mujeres beben vodka
a las seis de la mañana hora local
                          
Era acogedor el frío
aunque temible
Cantabas en mi idioma
pero con otro acento
Afuera la hilera de abedules
los aviones solos sobre el cemento mojado
                       
Detrás de las cabinas
los soldados
te miraban cantar
                       
Algunas veces, por un instante
la historia debería sentir compasión
y alertarnos    

(de Sin suelo, ediciones VOX, 2001).


(*) Sandra Cornejo se presenta así en su página web Tuerto Rey: «Nací en La Plata en abril del 62. Tuve la suerte de crecer entre Chubut, Catamarca, Mendoza, Córdoba y otra vez Chubut. Estudié Periodismo y Comunicación Social en la UNLP. Desde entonces me desempeño en distintos ámbitos en Comunicación Institucional y Gestión Cultural. Luego de obtener la diplomatura en el Posgrado de Lectura, Escritura y Educación (FLACSO) realizo talleres de literatura en Contextos de Encierro. La escritura, y especialmente la poesía, conforman para mí un espacio familiar de expresión. Motivo esencial por el cual edito Tuerto rey. Publiqué Borradores (Sudestada, 1989), Ildikó (Último Reino, 1998), Sin suelo (Ediciones Vox, 2001), Partes del mundo (Alción Editora, 2005), Todo lo perdido reaparece (Cuadernos orquestados, colección de poesía dirigida por Abel Robino, Cuadrícula Ediciones, 2012) y Bajo los ríos del cielo (Ediciones Al Margen, 2014) . Algunos poemas integran ciertas antologías, entre ellas, Poetas Argentinas (1961-1980) (Ediciones del Dock, 2007), Antología de poetas argentinos II (Free Verse Website 2009, Irlanda) y El verso toma la palabra, selección de 33 poetas argentinos (Homoscriptum y La Universidad Autónoma de Nuevo León, México, 2010). Otros poemas han sido traducidos al húngaro, inglés y alemán.

jueves, 6 de agosto de 2015

La historia de un poema de Marcelo Díaz



por Marcelo Díaz*
(Especial para El Desaguadero)


Hay un cuento de Sam Shepard donde dos amantes hablan por teléfono, uno de ellos está dispuesto a dejar su vida por completo, la rutina familiar, el trabajo, las coordenadas que habita, por una fuerza extraña parecida al amor (pero que probablemente no sea eso) y el otro está lejos, muy lejos, construyendo su propio hogar sin mencionar, o tener presente, en sus borradores mentales a nadie salvo a sí mismo. El cuento se llama Coalinga a medio camino. Hay una película de Wim Wenders que articula una narración muy parecida, de hecho Shepard ha sigo guionista de Wenders. El film se llama Paris Texas. En mi vida la pérdida es recurrente, familia, afectos, seres queridos. Hace años quise continuar con una relación que era insostenible y perdí literalmente todo lo que había construido en forma artesanal, pieza por pieza, en un instante. De ahí que no es casual que un poema como One art de Elisabeth Bishop se transforme en una especie de amuleto, igual que el poemario magnífico El arte de perder, de Mirta Rosenberg –casi homónimo del texto de Bishop–. Atribuirle significación a la pérdida parece un sinsentido, más aún confiar en un método o técnica para perfeccionarla. El poema que escribí posee un tono autobiográfico, la ficción aparece como un horizonte integrada a escenas de una película, dos poemas, y un cuento. Lo curioso es que en algún momento me sucedió lo mismo que a los personajes de Shepard, o Wenders, como si en la escritura estuviese prefigurada de alguna manera la experiencia con todo su resplandor y con toda su pobreza. Nunca pude entender bien cómo es que naturalizamos la fragilidad de las relaciones con los otros. Lo curioso también es que conocí a otros lectores, que al igual que yo, venían con una fisura interior, en su momento, y de a poco me fueron leyendo por ese poema, y no deja de ser curioso que en alguna oportunidad haya sido leído por autores que estimo mucho, y por personas que apenas conozco, con quiénes mantenemos experiencias en común como si fueran una contraseña de vaya a saber qué clase de vínculo menos que invisible. 

***





Teoría de la pérdida

Suponía que sería de noche
cuando el hilo eléctrico de tu voz desapareció
atrapado en un auricular como de plata.
Decimos sujetos a interpretación.
¿Qué cambiará ahora si enciendo un reflector
entre dos ciudades separadas por mil kilómetros
para reafirmar una marca en el asfalto
parecida a un hombre sentado en la autopista
ensayando una llamada nocturna?
Digo, por ejemplo, somos el campo de fuerza
de un agujero negro o como la espera
a punto de sacudir la quietud de las rocas.
Voy hacia ti, hasta aquí llegamos. Hablo
del boomerang de los afectos extraños
que en su viaje de regreso nos trajo lejos.  

                                                                                   a M.R

de El fin del realismo (Viajero Insomne, 2014)


*Marcelo Díaz, 1981. Licenciado en letras. Premio Bienal Arte Joven Universidad Nacional del Litoral. Publicó en el año 2007 el libro de poemas La sombrilla de Wittgenstein (Reeditado en el año 2013 por Colectivo Semilla. Bahía Blanca). En el año 2011 publicó el libro Newton y yo (editorial Nudista). En el 2014 El fin del realismo (Viajero insomne). Y en 2012 publicó el ensayo La máquina de enunciación K con editorial EDUVIM. Participó en la antología de jóvenes narradores Es lo que hay llevada a cabo por Lilia Lardone en el año 2009 y de las antologías Penúltimos: 33 poetas de Argentina (1965-1985) selección a cargo de Ezequiel Zaidenwerg (UNAM.2014) y 20 años agarrándose los dedos con la puerta por Llanto de mudo ediciones (2015). Y en el año 2015 editó en coautoría el libro Los fuegos de Orc: antología de poesía y ciencia ficción argentina Textos suyos aparecen en las revistas ADN, poesíaargentina, Veintitrés, no-retornable, Otra Parte, Indie Hoy y Ñ.

sábado, 1 de agosto de 2015

También la oscuridad es otro sol

El lado oscuro del mundo, Marta Miranda. Bajo la Luna, 2015. 56 págs.





por Hernán Schillagi


En Nadadora (2008), el libro anterior de Marta Miranda (Mendoza, Argentina), la propuesta era registrar toda una jornada de ejercicios acuáticos donde «la que nada alcanza la orilla». Entonces, tracción a sangre de por medio, el cuerpo de la que hablaba unía los dos lados con la voz, pero elegía volver al centro para soñar con «aguas más profundas». Es así cómo, en El lado oscuro del mundo, Miranda elige colocar en la superficie un grupo de poemas que, en apariencia, resultan una miscelánea efectiva; sin embargo cada palabra será dicha desde el hilo tensado de una relación a distancia.  

La presencia del agua (y su poder) genera su influencia desde el comienzo. Aquí la soledad es caudalosa y se encuentra bajo la lluvia. El «otro», por tanto, está en otro lado, es más, «del otro lado del mundo». Así, oscuridad y luz se irán batiendo a duelo en poemas de una extrema precisión, ya que cada verso es un destello fugaz para tanta noche: «para salvarte / una luz se hizo / en el fondo de tus ojos / y nueva en tu boca, una palabra: / agua…». Esa claridad en el decir se expresa, además, con cierta sequedad, sin adornos innecesarios; porque la respiración de la que corta los versos tiene que ser escuchada -fuerte y claro- por alguien ausente, distante en la inmensidad de la Tierra.  Su lirismo es contenido, pero potente. Aparece la hipérbole para exagerar situaciones cotidianas -la nieve, las cenizas de un volcán, el recuerdo del padre-, sin embargo «la sujeta», como le gusta decir a Tamara Kamenszain, equilibra el efecto de grandilocuencia con descripciones impasibles  y lo transforma en revelación: «Apuro el trago / dejo un hielo en la boca / y en la lengua estalla / tu parque nevado // Que la nieve del mundo / se lleve este ardor…». 

En el libro, Marta Miranda se permite un período más amplio en el desarrollo y la cantidad de los poemas. Un hipervínculo hasta La misma piedra (2002) se hace necesario, porque en ese poemario anterior, la autora proponía -más allá del estilo similar- que: «En algunas situaciones / pensamos en lo otro / como algo amenazante…», para terminar afirmando: «cuando la propia sangre / se vuelve contra una / es imposible / detenerla…». Es por eso que, cerca del final de El lado oscuro…, aparece el viaje como una posibilidad de encuentro, imaginar la vida del «otro lado», pero hay situaciones/murallas que impiden que esta relación soterrada encuentre su lugar de contacto luminoso (más allá de la pantalla virtual), porque la que se preguntaba qué había tenido que matar antes de trasladarse, ahora se da cuenta que: «acá o allá /cero respuesta/ aunque seguís apareciendo / puntual / cada tantas líneas / tantos poemas…», para decir más adelante: «que no vuelva / a salir el vuelo/ sin mí…».  

Por lo tanto, en el recorrido deslumbrante por libro, la vista se impone como algo lúcido, resplandeciente; sin embargo, una ceguera elegida termina siendo la respuesta para la que tapa el sol con un dedo. De este modo, el deseo, la tristeza, el encierro y la pérdida serán expuestos al sol más abrasador para que, en ese exceso, no quede ninguna sombra. De este material oscuro e inquietante están compuestos los poemas de Marta Miranda.

 ***




Algunos poemas de 
El lado oscuro del mundo 




EL RÍO PODEROSO

En medio de la isla
sola
en una cama que no es mía
escucho la tormenta

Para amainar el miedo
trato de identificar los ruidos:
prevalecen
ante todo
el chasquido potente
de la rama de los sauces
y el enorme caudal
del río poderoso.

Miro el Paraná
calculo
a lo sumo unos cuarenta metros
hasta la otra orilla
en medio
corre fuerte el río
trayendo
lo que trae

en su anchura 
lleva y deja
las partes
de una misma
la gente que se quiere

aquello
que no veremos más

*

NO RECUERDO LA SONRISA DE MI PADRE

 

Aunque la enfermedad lo devoraba
siempre ponderé
la belleza de mi padre:
sus grandes ojos
sus manos alargadas
el aire irónico con que miraba el mundo

Desde su silla de ruedas
si alguien cometía una torpeza,
cosa frecuente dado el lugar
las circunstancias,
si me miraba en esas circunstancias
sonreía calladamente
yo tomaba ese gesto como una señal de bienvenida,
de ser parte de su mundo

Sin embargo
no recuerdo su sonrisa, digo,
lo material
de su sonrisa

¿Sus dientes eran amarillos
o parejos?
En el recuerdo
la sensación es de felicidad
pero la imagen congelada
al mirarme
es la sonrisa que ofrecemos al perro abandonado
que al cruzarnos en la calle nos sigue
mueve la cola, no nos muerde

Creo que es suficiente
con saber que mi padre sonreía
más allá del recuerdo
para poder creer en la regla de bondad
de todas las sonrisas
de todos los perros
de todos los padres de este mundo

   
*

NIEVE


Hace días que el mundo es otro:
llueve en esta parte del mundo
y el aire es caldo
sensación de una cosa
que subiendo por la tráquea
enmudece, deja
la lengua como un charco

Hace días que llueve y me gustaría
saber si va a parar
y no lo sé
porque clavado en la pantalla
aparece siempre el pronóstico
de la ciudad donde estás
Grados de temperaturas
nubecitas de colores,
hoy
y durante toda la noche
copos blandos empezaron a ocultar tu casa
si sigue así
mañana tendrás que palear la nieve
para poder salir

Aquí
la lluvia cesa y sale el sol
ruge como venido del infierno
una bocanada caliente y húmeda
que nada logra sofocar

Apuro el trago
dejo el hielo en la boca
y en la lengua estalla
tuparque nevado

Que la nieve del mundo 
se lleve este ardor 

*

CENIZAS


Las cenizas del volcán
hicieron que todo
se convirtiera en sombra
estatua colosal
que iba esculpiéndose con lentitud
a cada respiro de la boca

Vos y yo
lo vimos por tv

igualmente
y aunque lejos
a miles de kilómetros de allí
una nube espesa
entró en la casa
cubrió la foto
de tu cara junto a la mía

y allí quedó

la ceniza, gris
el peso de las cosas
nos ahogaron
hasta volvernos sombra