lunes, 26 de mayo de 2014

El juego de atrapar la poesía


Gallito ciego (poemas).
Autor: Hernán Schillagi.
Editorial: Libros de Piedra Infinita.
Año: 2013.


por Fernando G. Toledo


En mucho se parecen el juego del gallito ciego a la escritura de la poesía. Esa búsqueda a tientas, en pos de atrapar a quien nos permita salir de la ceguera, es acaso igual a esa otra aventura, la que va tras la palabra, la música, el peso de un verso. Todo acaece en el entorno de un juego, porque la escritura poética no parece buscar otra cosa que esa pulsión lúdica capaz de suspender, por un segundo, el devenir de todas esas horas en la que no nos es posible ya jugar.

Hernán Schillagi (San Martín, Mendoza, 1976) se vendó los ojos hace ya 20 años para salir a atrapar las primeras palabras y así tener en las manos el primer poema. Con ese afán de aventura, siempre primera, hoy sigue escribiendo. Pero el jugador aprende a moverse, aun en lo oscuro. Sabe cómo pisar mejor, sabe cómo extender la mano, sabe cómo detener el instante y repasarlo una y otra vez hasta que el verso ha decantado en el mejor verso que pudo atraparse. Como aquel personaje de Borges que completaba su obra en el instante sin tiempo permitido por única vez, Schillagi sigue explorando pero a sabiendas de cuánto ha recorrido en esa búsqueda, en ese juego.

Y Gallito ciego (Libros de Piedra Infinita, 2013), precisamente, su último libro, es como un instante suspendido que nos permite seguir las huellas que dejó en su explorar poético. Si en Mundo ventana, el libro que abrió las puertas a su poesía en 2002, la concentración verbal, el verso sedoso y el paisaje urbano se alzaban como directrices de su explorar, con los sucesivos tanteos el espacio se fue ampliando.

Un ejemplo de ese aprendizaje aparece en Pájaros de tierra (2008), un libro que tuvo en su propia construcción algo de ese juego de mover los brazos y encontrarse con la llave que iba a ir descorriendo los vendajes de los ojos. En este volumen, Schillagi deja, como quería Giannuzzi, que la poesía se escriba con lo que está al alcance de la mano. Y aparece entonces, en sus poemas, la cotidianidad circundante que en su primer libro parecía elidida por el propio preciosismo de los versos. Sin resignar el cuidado lírico, sin resignar la lírica en suma, Pájaros de tierra deja que el polvo que las ciudades salvajes levantan se pegue en su superficie. Deja que las manos –ateridas por un frío a duras penas combatido– se calienten al calor de una salamandra en la que crepitan palabras comunes: «pan», «queso», «leche», «micro», «almanaque», «sueldo», «fin de mes». Se calienten, sí, y en ese cobijamiento aparezcan los nuevos poemas, el nuevo camino, el nuevo juego.

Mientras tanto, a la par de ese libro en muchos sentidos invernal y cotidiano, Schillagi albergó el experimento íntimo y osado de Primera persona. Un libro, publicado también en 2008 como parte del premio Vendimia que ganó ese año, y que se lanzaba a algo radicalmente distinto: una poesía construida a partir de algo roto. En este caso, un texto imaginario que se ha hallado en pedazos y debe reunirse para escapar a un silencio igual a un abismo. Esa reconstrucción (a ciegas, claro), llevará a Schillagi no a un mero ejercicio filológico, aunque fuera ficcional y poético. Lo que hace Schillagi es mostrar que se construye a sí mismo, que revuelve en su propia infancia, en la supervivencia del presente, tan sólo para hallar un todo capaz de sostenerse. Aunque sea entre remiendos. Ese objeto último hará posible, así, la «primera persona». O esa es la esperanza.
Hernán Schillagi en el Festival Internacional de
Poesía de Mendoza 2013 (foto de Camila Toledo).

Al fin, en medio de otros tantos libros (porque no son sólo libros los que se publican, y Schillagi lo prueba con sus inéditos), aparece Gallito ciego, breve antología personal que nos permite husmear, como por una venda que se ha deslizado hasta la mitad del ojo, cómo su poesía sigue en la búsqueda y al mismo tiempo se consolida en la voz, en la personalidad, en la manera de buscar.

A los rasgos formales ya adoptados (versos sin puntuación, que prescinden de mayúsculas), a una versificación libre que es una apariencia –ya que cada corte, cada encabalgamiento es un feroz trabajo de búsqueda de música enhebrada con el sentido–, a esos rasgos externos, en fin, Schillagi le suma un intento por seguir buscando nuevos temas y nuevas maneras. Entrevemos aquí un libro en construcción, Lengua padre, que nos entrega episodios de una vida tan común y extraordinaria como la de cualquier hombre que descubre que ha dejado crecer una parte de sí (una hija) sobre el planeta, sin olvidar que es poeta y que con el sudor de las palabras debe ganarse el pan de lo otro que deja en el mundo: su poesía.

Los 24 poemas de Gallito ciego (24, como las horas del día) corren ahora hacia los lectores, nos tocan, nos atrapan. Es la poesía de alguien que nos sale al encuentro con los ojos vendados sólo para que nosotros descorramos el velo y leamos lo que viene a decirnos. Quizá sea lo que nosotros también, a ciegas, estábamos buscando.


Texto leído en la presentación de Gallito ciego, en la Feria Internacional del Libro de Mendoza, 2013.


Dos poemas incluidos en 
Gallito ciego, de Hernán Schillagi


la medianoche de los gallos

porque un padre tiene siempre
la última palabra picotea el teclado
en una riña contra las letras y la noche
como si fuera un gallo que indaga
la tierra en busca del sustento diario
así deja muescas sobre el planeta táctil
de los hijos un sistema braille
que ciega la memoria y perfora
punto por punto el mapa de la lengua
materna porque un padre siempre
improvisa la última palabra
para recibir mientras todos duermen
el primero de los silencios que vendrán

strogoff

el argumento sería así alguien
un correo del zar por caso sale
para entregar un mensaje secreto
atraviesa las montañas la estepa el frío
los peligros y la humillación
niega a su madre ofrece hasta los ojos
pero a cambio encuentra el amor verdadero
«qué es un zar» decís «qué
un correo» acaricio las duras tapas
de un rojo traidor «por qué
el final anticipado» cada pregunta
abre un paréntesis y crecen puntos suspensivos
entonces oculto el libro entre los libros
hojas tinta más todo el polvo encima
se aprisionan y multiplican como las dudas
como las mentiras que sabemos
no somos capaces de proferir
pero sí de soportar

sábado, 10 de mayo de 2014

Sobre «sacar la poesía a la calle»

Un grafiti del colectivo Acción Poética Mendoza Capital.


por Juan López (*)
Especial

La expresión sacar la poesía a la calle dice mucho más de lo que parece decir. Dice que la poesía debe retomar la discusión pública, volver a investirse como un discurso público más, entre otros discursos: los económicos, los partidarios, los mediáticos, los académicos, los religiosos, los bélicos, los publicitarios, los gremiales, los empresariales…
No es lo mismo, entonces, hacer una reunión privada, en una escuela, en un café, en un restorán, en una casa, en un museo, en un centro cultural, en un sindicato, en un teatro, en una librería, en una bodega, en un centro comercial, para exhibir, leer o comentar lo que cada participante escribe o produce, que hacerla en la calle, que es la vía pública, un lugar que en principio debería pertenecernos a todos, el sitio público por antonomasia.
Todo lo que no es la calle es lo privado, aunque muchos lugares se llamen y consideren públicos porque pertenecen al Estado o él los promueve o mantiene. Ocurre que la calle no tiene puertas para entrar ni para salir, es lo absolutamente abierto (a excepción, obviamente, de los barrios privados y las propiedades cercadas). Por eso sacar la poesía a la calle es un acto ambicioso, cuasi delirante, en un mundo en el que la poesía parecería ser una extraña actividad, ejercida prácticamente a escondidas, en guetos o círculos especializados, realizada sin tomar casi nunca verdadero estado público.
Sacar la poesía a la calle, a un parque, a una plaza, no excluye ni niega ejercerla (escribirla, leerla, escucharla) a puertas cerradas, pero indica una toma de posición, un no renunciar a que la poesía, que es la tensión máxima de la palabra y de la literatura, participe en la discusión pública, puéblica, si se quiere, del o de los pueblos que conforman desde las pequeñas villas a las grandes metrópolis.
La calle, la calle concreta de cemento y demás materiales, es incluso más pública que esos otros sitios donde suponemos que nos encontramos, como ahora: las redes sociales, los sitios web, los blogs y todo lo que se conoce como virtual. La calle es lo público y lo no virtual por excelencia. Nadie puede quitarle ese lugar, justamente porque ella es el único, y más decisivo, lugar público. La web ayuda, pero si la calle no existiera, no tendría sentido.
Recordemos a Juan de Mairena, ese profesor que inventó Antonio Machado, en una de sus clases:

—Señor Pérez, salga usted a la pizarra y escriba: «Los eventos consuetudinarios que acontecen en la rúa».
El alumno escribe lo que se le dicta.
—Vaya usted poniendo eso en lenguaje poético.
El alumno, después de meditar, escribe: «Lo que pasa en la calle».
Mairena: —No está mal.

La poesía sale a la calle, como sale el teatro, como sale el circo, como salen los músicos, los pintores graffiteros, el movimiento Acción Poética, las murgas y todos los artistas y trabajadores callejeros, tal vez, como ellos… expulsada por los lugares cerrados edilicia y culturalmente, para levantar la voz en el debate público o simplemente por necesidad de habitar y respirar otros aires.

(*) Juan López (Mendoza, 1962). Ha publicado seis libros de poemas: Poemas (1999), Ciclos vitales (2001), Mirá (2005), Arañas (2009), Notas de agosto y otros poemas (2011) y La palabra taxi y otros textos (2013). Es autor del blog «payador incorrecto. Su producción literaria puede consultarse en www.juanlopeztextos.com.ar.