sábado, 12 de enero de 2013

El Desaguadero / N°12



Donde confluyen la poesía y la reflexión



ÍNDICE

«Poesía incandescente»
por Fernando G. Toledo


«La imagen y la metáfora son mi intemperie»
por Hernán Schillagi



«Los poemas están sobre la mesa, mostrándonos los dientes»
por Paula Seufferheld




por Fernando G. Toledo



NOTAS Y ENSAYOS
Herencia poética
por Hernán Schillagi

Aquel poeta que ardió en la plaza 
por Fernando G. Toledo



LA HISTORIA DE UN POEMA
La reina tuerta
por Griselda García

por Roberto D. Malatesta


por Hernán Schillagi



 


RESEÑAS CRÍTICAS
El libro del duelo
por Sergio Pereyra


El abandono salvaje
por Hernán Schillagi


TRADUCCIONES

Ozymandias, una obra maestra de Shelley
por Fernando G. Toledo

 

miércoles, 2 de enero de 2013

Entrevista a Rodolfo Braceli

Poesía incandescente 


El poeta y periodista mendocino Rodolfo Braceli.



por Fernando G. Toledo

A veces la poesía es capaz de encender fuegos tan poderosos que su alcance se nos pierde de vista. A veces su quemadura es de 4º, 5º o 10º grado, y deja las fibras del cuerpo en plena incandescencia. Y a veces la poesía (otra, la misma) acaba en el fuego avergonzado de la intolerancia, en el fuego escandaloso de la censura.
En 2012 se cumplieron 50 años desde que un tal Rodolfo Eduardo Braceli, a la sazón poeta debutante y periodista declarado, se enfrentara a esos poderes ígneos de la poesía. La suya propia, por cierto. Con la euforia propia de un joven de 21 años que ha acunado durante largas noches su versos, dio en junio de 1962 a la imprenta su primer libro, Pautas eneras. No iba a tener la suerte, sin embargo, de que esa edición respirase con la voz baja de sus lectores: el gobierno de facto de entonces secuestró gran parte de la edición y la quemó en el playón de Casa de Gobierno.
Poco después, sin embargo, y haciendo caso omiso a tales fogosas advertencias, Braceli publicó una nueva edición. Pasado medio siglo, la editorial Capital Intelectual reedita ese libro, que resulta no sólo un documento de un poeta naciente, sino también una prueba de cuánto puede arder la poesía al tocar pieles sensibles.
El propio Braceli, quien decía por entonces que «para ser poeta / no se necesita ser poeta», rememora la andadura de fuego de su libro y habla de la presentación que poco después realizó en Mendoza de dicha reedición.

La primera edición de Pautas eneras.
–Hace medio siglo tenías 21 años y un libro bajo el brazo. Un libro de un poeta recién nacido y que de pronto era condenado a las llamas de la censura. Tu primera edición de tu primer libro fue quemada por el gobierno que intervenía Mendoza. Había sido derrocado Arturo Frondizi. La dictadura tenía un civil neutro. ¿Qué recordás de todos esos hechos?
–Mi Pautas eneras era un librito pequeño, abrochado, 300 ejemplares delgaditos editados por la Biblioteca San Martín. Yo alcancé a sacar un paquete con 70 ejemplares. A los tres días de salir de la imprenta oficial fue prohibido, secuestrado y quemado en el playón de la Casa de Gobierno. Se armó un despelote enorme.... La directora de la biblioteca, Manuela Mur, presentó la renuncia. Después de varias semanas se la rechazaron. Yo, como todo autor que saca su primer libro, creí que iban a soltar las palomas y a declarar feriado provincial. Tuve sentimientos encontrados, furia, congoja. En principio la solidaridad me vino más de afuera que de adentro (Chile y Buenos Aires), de escritores mayúsculos como Leopoldo Marechal.

–¿Qué recordás del momento de la escritura de esos poemas? ¿Imaginabas que de algún modo algunos de ellos podían despertar escozores, incendiarios o no?
–No se me pasó por la cabeza que hubiera semejantes prohibidores y quemadores, esa clase de humanos que no es otra que la que hoy mismo extraña y clama por «mano dura» y justifica la tortura y la pena de muerte y la madre que los parió. Pero debo decir que nuestra soleada provincia tiene una larga tradición de censura con fuego. Por ejemplo, al poeta Víctor Hugo Cúneo le quemaron una y otra vez su quiosquito de libros viejos. Al hoy tan nombrado Julio Le Parc le pusieron fuego en una pequeña exposición que se hizo en las sala de Patiño Correa y Pampa Mercado. No es de extrañar la censura y el fuego en una provincia que es el emporio de las derechas. Yo no soy un héroe por haber sido quemado: cuando el fuego viene de estos tipos, es una condecoración.

–A pesar de todo, antes de terminar el año aquel de 1962, una segunda edición (impresa por el enorme Gildo D’Accurzio) ve la calle. ¿Previste que esa segunda edición podía seguir el mismo destino que la primera? Como autor: ¿no temías una hoguera para tu propia persona, sobre todo porque estaba precedido por un prólogo más encendido de furia y poesía que los ejemplares que quemaron?
–No, no imaginé que podía haber otra censura. Escribí el prólogo furioso dedicado a los «keroseneros intelectuales» sin calcular consecuencias. Escribí de cuajo. Escribí como escribo hoy, virginalmente, con un entusiasmo acaso candoroso, inefable, que me enciende una y otra vez, y me hace pensar y sentir que estoy escribiendo por primera y por última vez. En cuanto a D’Accurzio: él nos editó a todos, desde a Di Benedetto a Tejada Gómez, pasando por Lorenzo y Ramponi, y Crimi y Tudela y Vega. Hizo por Mendoza más que diez gobernadores juntos.

–¿Le pagaste la edición?
–Cuando imprimieron los 1.500 ejemplares de mi segunda edición de Pautas eneras, a fines de 1962, le pagué con un kilo y medio de pan de una panadería de la calle Buenos Aires, a la que me llevó para darme una preciosa lección. En esa panadería, en su interior, señalándome el horno, me mostró que hay fuegos y fuegos. Fuegos que queman libros y fuegos que le dan semblante al pan nuestro de cada día.

–A 50 años de Pautas eneras, ¿cómo ves al poeta que escribía por aquel entonces con el que contempla hoy ese libro? Un lector que te ha seguido tu escritura puede decir que ya tu «caligrafía lírica» está declarada allí...
–Así es.. En mis Pautas eneras están las semillas de mis libros siguientes: El último padre, La conversación de los cuerpos, Cuerpos abraSados… De mi primer libro rescato su austeridad: no caí en la tentación de fabricar metáforas «poeticudas».

–¿Cuáles eran tus lecturas o autores referenciales de por entonces?
–Mucho Whitman, mucho César Vallejo, algo de Girondo, más Pablo de Rokha que Neruda...

–Pautas eneras busca extraer la poesía de las cuestiones cotidianas, de la celebración del mundo. Hay un poema emblemático: «qué bello / es mear de noche...». ¿Fue esa una búsqueda estética o se impuso a tu pluma?
–En todo caso, si fue una búsqueda, fue una búsqueda no buscada, inconsciente. Para mí no vale aquello que se aproxima a la fabricación de temas, de imágenes o de lenguaje, como dije, poeticudo.

–Hay otro poema muy especial: Ventajas de la mala memoria. Suena... suena a una canción de Leonardo Favio. ¿Usó tus versos para escribir la canción Quiero aprender de memoria?
La reedición 2012, con dos textos nuevos.
–Bueno, me resulta difícil responder considerando que Favio hoy anda respirando de otra manera. Pero esto lo escribí y lo dije hace una punta de años. Sí, él uso como tema central de una canción mi poema, escrito comenzando la decada del ’60. Diez años después Leonardo salió con su Quiero aprender de memoria. Simplemente se olvidó de ponerme como coautor de la letra. Cosas que pasan. Nada del otro mundo. Pero esta desprolijidad no pudo enemistarnos.

–El joven Rodolfo Eduardo Braceli se mostraba ya bastante irreligioso por aquel entonces. ¿Dios está desde entonces en el «a-dios» para vos?
–Mi padre, un hombre que nunca fue a la escuela, un hombre que se paga lecciones clases particulares con un maestro, era una especie de socialista curioso: por ejemplo, les pagaba doble aguinaldo a sus empleados, cuando no existía la obligación del aguinaldo. Era un socialista tan raro que respetaba los caminos que hacía un director de Vialidad que se llama Francisco Gabrielli. Un socialista que nos mandó unos años a colegios de curas, a Don Bosco. Mi irreligiosidad corresponde a mi religiosidad. Los curas me quisieron enseñar que el único Dios verdadero era el católico, apostólico y romano. Yo al oír eso me di cuenta de que la religión institucionalizada era una reverenda güevada. Es inconcebible que el Dios de mi religión sea el verdadero. A partir de eso me volví alguien que oscila entre ser agnóstico, digamos, los días pares, y ser ateo los días impares. No creo en nada porque creo en todo.


Poemas de 
Pautas eneras
de Rodolfo Braceli


1



Heme aquí:

de pronto solo,

arrinconado
de cuclillas en mí mismo.

He comprobado de repente
que a pesar de sus inmensas orejas
los hombres son sordos.
Yo les grito,
les hago señas,
pero ellos siguen caminando.
Indiferentes, me dejan a la vera de la vida.

…estoy ausente hasta de mi rabia:
quieto,
con los brazos
largos
de tanto apuntar al suelo,
callada la boca
los ojos cansados de buscar
y de luego retornar desencantados,
el corazón disponible
los labios inéditos.

…Joven apenas
algo niño aún, heme aquí:
casi afónico de sentimientos
de tanto gritar callado,
cansado de estar cansado
y temo que hasta de respirar.

Agotada mi saliva,
seco de lágrimas

…en medio de una muchedumbre
hecha a mi imagen y semejanza…


59

Qué bello
es mear de noche
después de una larga jornada
hacia los cuatro puntos cardinales:

mear a la intemperie
bajo las estrellas
con las piedras por testigo.

Plegaria con arena

¡Dios o lo que fuera!
no nos condenes
a ser arena y nada más
arena larga y sucesivamente.

Danos, al menos,
la posibilidad de sufrir

y de no creer en Ti.



El hermano de Dios

Dios está viejo.
¡Que venga el hermano, entonces
 –el hermano menor, se entiende–
porque, definitivamente,
Él no está para los presentes trotes.
Por lo demás, Señor Juez,
América latina
reclama un Dios con paciencia,
y en lo posible
de su misma generación.

¡Pobre Dios!

¡Pobre Dios!
¡Pobrecito!
Yo no quisiera estar en su pellejo.

No me explico
cómo se las va a arreglar
para ser justo

con los muchachos de este siglo
y con las muchachas
y con los niños;

sobre todo con esos niños
a los cuales no sé
si aún les queda
la posibilidad

de un padre carpintero.