miércoles, 30 de abril de 2014

Dylan Thomas: cien años de un oficio sombrío

Dylan Thomas en su juventud (circa 1934).



por Luis Benítez (*)

Especial para El Desaguadero







De muertes, entradas y homenajes

Además de ser un año en que la humanidad vuelve a preguntarse si no está al borde de su propia destrucción, 2014 es el centenario del nacimiento de Dylan Marlais Thomas, uno de los mayores poetas de la lengua inglesa. Nacido en Swansea, Gales, en el número 5 de la calle Cwmdonkin Drive, el 27 de octubre de 1914 a las 23 horas, era hijo de Florence Hannah Williams y David John Thomas, un escritor sin éxito y docente de la escuela primaria Swansea Grammar School, donde se educaría su hijo. Tras una fulgurante carrera como poeta, narrador y dramaturgo que le granjeó fama internacional –particularmente tras sus giras por los EE.UU. durante los 3 primeros años de la década de los ’50– falleció a los 39 de edad en New York, el 9 de noviembre de 1953, tras varios días de agonía a causa de neumonía, hemorragia encefálica y el progresivo envenenamiento de las células cerebrales por su adicción al alcohol. Padecía además de diabetes, ataques de gota y se jactaba de respirar con un solo pulmón.

Estatua erigida en 1984 en honor
del poeta en Dylan Thomas Square,
Maritime Quarter,
en su ciudad natal, Swansea,
obra del artista plástico británico
John Doubleday.
A partir de ese día la leyenda del escritor bohemio, provocador, borrachín y genial no hizo otra cosa que crecer y, como era de suponer, este año en prácticamente todo Occidente se sucederán los homenajes, las recordaciones y los tributos. El Dylan Thomas Centre, ubicado en la Somerset Place, fue inaugurado en Swansea por el ex presidente estadounidense Jimmy Carter (uno de los más famosos admiradores de Thomas) en 1995 y allí se efectúa cada año un festival en honor del máximo poeta galés que se extiende desde el 27 de octubre hasta el 9 de noviembre –como vimos, la fecha de su nacimiento y la de su muerte, respectivamente–, celebración que en 2014 se extenderá mucho más, incluyendo numerosos encuentros literarios, conciertos y simposios –más de un centenar de ellos– a lo largo de todo el año. Amén de ello, en abril pasado el periódico inglés The Guardian informó que la fundación de la Lotería británica aportó casi un millón y medio de dólares a esta institución  cultural, destinados a mejorar las instalaciones y promover la exhibición permanente de manuscritos y efectos personales del poeta, según declaró su nieta Hannah Ellis, presidenta actual de la Dylan Thomas Society of Great Britain. Esta es la faceta oficial del recuerdo, pero más allá de las conmemoraciones de circunstancia, cabe preguntarse por qué, a cien años de su nacimiento, la obra de Dylan Thomas sigue siendo parte de la educación primaria de todo escritor o lector de poesía, con esa vigencia que solamente poseen los mayores clásicos del siglo XX.
Autorretrato de Dylan Thomas.

Un «galesito» en Londres: el poeta en su intrincada imagen

La escuela media fue dejada atrás por Thomas a los 16 años, para ejercer funciones como escritor de obituarios y crítica de espectáculos en el periódico local South Wales Evening Post. Sólo un año y medio duraría en esas funciones, pues la dirección del diario no tardaría más en invitarlo amablemente a «dejar de perder el tiempo trabajando» en la empresa cuando era evidente que su vocación era la de escritor. Ya por entonces la afición  al alcohol se hacía evidente en Thomas, quien terminaba cada noche en el bar del Antelope Hotel o en el del Mermaid Hotel. Sin empleo fijo y ganándose la vida como periodista independiente, en 1932 se radica en Londres, donde comienza a frecuentar los círculos literarios y sus obras principian rápidamente a ganar adeptos. En esta etapa, según  lo revelan sus cartas [1], el joven poeta todavía se sentía un extraño en la gran ciudad, tan diferente del puerto de mar donde había nacido. De hecho, Thomas se llama a sí mismo «el galesito» en varias misivas dirigidas a sus relaciones, resaltando su condición de muchacho provinciano y tímido intentando abrirse camino en la capital del todavía vigente imperio británico. Este es otro aspecto del complejo carácter del autor, una sensación de inseguridad que lo acompañará toda la vida, inclusive cuando ya era vastamente reconocido y sus recitales poéticos convocaban multitudes como años después lo harían las estrellas de rock. Aquellos que lo trataron –entre ellos su promotor en EE.UU. y biógrafo, el poeta norteamericano de origen canadiense John Malcolm Brinnin (1916-1998) en su conocida biografía [2]– destacaron que la bebida era una de las formas que tenía Thomas de «romper» el muro de distancia que lo separaba de las otras personas. Inclusive apunta Brinnin que Thomas era considerado por muchos como una suerte de amigo famoso, cuando en realidad, detrás de su magnetismo y atractivo personal se escondía alguien extremadamente inseguro y distante, de una timidez excepcional que solamente se revelaba como tal en la mayor intimidad.

A partir de su etapa londinense los poemas de Thomas comienzan a ser conocidos a través de las páginas de diversas publicaciones, entre ellas el New English Weekly, The Listener, New Stories, New Verse, Life and Letters Today y la prestigiosa revista The Criterion, digida por Thomas Stearns Eliot (1888-1965). El 18 de diciembre de 1934 se edita su primer poemario, Eighteen Poems, que gana el primer premio convocado por el diario dominguero The Sunday Referee.

La poesía británica de los años ’30

¿Cómo era el ambiente literario donde «el galesito» hacía sus primeras armas en la tercera década del siglo XX? La poesía británica había superado el gastado neoclasicismo y los resabios románticos de su época anterior, pero la transición de un siglo al otro se había puesto en evidencia con todo su rigor en 1922, cuando T.S. Eliot publicó su célebre The Waste Land, el poema que no resolvía el problema planteado por la situación de la condición humana en la posguerra aunque sí establecía crudamente sus espinosos interrogantes. The Waste Land, en la literatura de habla inglesa, bien equivale a la irrupción del dadaísmo y el surrealismo en la francesa como testimonio de una crisis de los valores heredados del siglo XIX; sólo que si el surrealismo se propuso a sí mismo como un nuevo sistema de valores tras la ruptura protagonizada por el dadaísmo, la poesía inglesa no tuvo un movimiento como el liderado por André Breton para hacer frente a esa crisis, sino que contó con los diversos intentos de una serie de autores por responder a esa necesidad de la época. Si bien las intentonas en este sentido fueron muy diferentes, se puede señalar una corriente con elementos políticos y sociales en autores tan distintos como lo son Wystan Hugh Auden (1907-1973), Stephen Spender (1909-1995), Frederick Louis MacNeice (1907-1963) y Cecil Day-Lewis (1904-1972) –los llamados «Thirties poets»– que se proponía devolverle a la poesía el contacto con públicos masivos, al tiempo que resolver la contradicción entre los nuevos tiempos y su representación (si es que así podemos decirlo) a través de la poesía. Para el juicio más generalizado este último propósito no fue alcanzado por los «Thirties poets», mientras que objetivamente fracasaron en la primera propuesta.

Thomas, demostrando que el criterio de división  en generaciones del fenómeno poético es apenas un instrumento sistemático, nada tiene que ver desde su inicio con las posturas y los estilos sostenidos por este grupo de poetas, diferenciándose claramente de ellos. En el universo literario de  Thomas lo que se desarrolla a partir ya de su primer libro es una vasta constelación de símbolos personales y universales, como lo expresa muy bien su traductora al español, la poeta argentina Elizabeth Azcona Cranwell (1933-2004), en el prólogo a los Poemas Completos del autor [3]: «En ese momento histórico en que los símbolos se convertían en meros signos de la experiencia, en una época que reclamaba del poeta cierto compromiso social, Dylan Thomas trascendió el límite de lo inmediato, se apartó de lo social para reconocer el poder de las fuerzas movilizadoras de la vida, habló de la sucesión de ritmos que en el mundo se oponen y se corresponden y convirtió lo que descubría en una llave luminosa de conocimiento poético (…). Elder Olson, crítico y exégeta de la obra de Thomas, reconoce en ella tres tipos de símbolos: 1) los naturales, 2) los convencionales, 3) los privados. Los símbolos naturales son aquellos que pertenecen a la “realidad” y no a la “figura”. Pueden ser usados por cualquier poeta, pero corresponde a cada uno el último afinamiento de significación. La luz —por ejemplo— tomada como símbolo de vida, la oscuridad como el mal, el ascenso como resurrección, el descenso como regresión o muerte. Mientras que las interpretaciones que Dylan hace de los hallazgos de Freud, de algunas claves del Ulises, de ciertos pasajes de la Biblia, constituirían los símbolos convencionales puesto que se apoyan en una aceptación común, así como sucede con sus frecuentes referencias a la astrología, las imágenes litúrgicas, la magia, la alquimia, la cartografía y las sagas regionales. Y los privados serían aquellos encontrados, descubiertos o inventados por el poeta y que forman coordenadas claves en toda su obra» (op. cit.). Respecto de cómo recibió parte de la crítica los trabajos iniciales de Thomas, asegura Azcona Cranwell en el citado texto que «en estos símbolos privados hay sin duda campo fértil, tanto para la investigación psicológica como para la exploración estilística. Pero cuando en 1934 apareció su primer libro Eighteen Poems la crítica no investigó demasiado, sino que halló a su poesía difícil, irracional e indisciplinada. Mac Niece la juzgó salvaje, como el discurso rítmico de un ebrio. Porteous la llamó “una peregrinación sin guía hacia el hospicio”. Spender afirmó categóricamente que se trataba de material poético en bruto, sin control inteligente o inteligible. Resultaba difícil para ellos entender que Dylan, a pesar de haber conocido, asumido y padecido los descubrimientos de Freud y el marxismo, no teorizase sobre ellos como lo hiciera la generación anterior, que se apartara de Marx y que utilizara poéticamente algunos elementos del psicoanálisis. Que se nutriera en otras fuentes no exploradas por los poetas de los thirties y que buscase, antes de poetizar sobre la circunstancia inmediata, un equilibrio entre la actitud existencial y las fuerzas de mutación que actúan en el cosmos» (op. cit.).

Dylan Thomas y Caitlin MacNamara en el café Brown’s,
en Laugharne, Gales (circa 1938).


Casado con hijos, famoso e insolvente

En 1936 se publica su segundo poemario, titulado Twenty-Five Poems, una colección que consolida definitivamente su prestigio ante la crítica y los lectores. Un año después contrae enlace matrimonial con la bailarina inglesa Caitlin MacNamara (1913-1994), el 11 de julio, en Penzance, Cornwall. Los apremios económicos acosan fuertemente a la joven pareja ya en esta etapa y el nacimiento de sus hijos –Llewelyn Edouard (1939-2000), Aeronwy Thomas-Ellis (1943-2009) y Colm Garan Hart (1949-2012)– más el estallido de la Segunda Guerra Mundial en 1939, no mejoraron las cosas. Desde el mismo momento de su casamiento, los Thomas tuvieron una vida itinerante, sin residencia fija ni establecida por mucho tiempo, yendo en ese periplo desde Chelsea a Wales, luego a Oxford, pasando un tiempo en Irlanda y en Italia después de la guerra, para retornar a Oxfordshire. Recién en 1949 sentaron sus lares en la famosa Boathouse –hoy convertida en museo– situada en Laugharne, Gales, en la costa del estuario del río Tâf. Ello gracias a que Margaret Taylor, esposa del historiador Alan John Percivale Taylor (1906-1990), uno de los tantos «protectores» del poeta, adquirió en 3 mil libras esterlinas la propiedad y se la obsequió al poeta. Thomas había sido rechazado para el servicio activo en tiempos de la guerra a causa de sus problemas físicos (cuando ya estaba a punto de declararse objetor de conciencia) y se había desempeñado como guionista, comentarista cinematográfico y locutor radial para la BBC, supliendo en múltiples ocasiones su falta de experiencia en el medio gracias a su portentosa imaginación y su capacidad de improvisación. Asimismo trabajó como guionista para el sello Strand Films, dejando escritos los libretos de media docena de películas.

Terminada la guerra, en 1946 se publica una de sus obras mayores, Deaths and Entrances, poemario consagratorio que cimentó su prestigio y posición dentro de las letras inglesas. Sin embargo, su alcoholismo iba en aumento así como sus conflictos conyugales, agravados por la mutua infidelidad de la pareja. Del mismo modo, los problemas económicos de la familia seguían sin solución, a causa de la absoluta incapacidad de Dylan para administrar sus ganancias. Contra lo que podría pensarse estas entradas no eran pocas, ya que el autor recibía buenas sumas de dinero por la publicación de sus cuentos y poemas en las más importantes revistas y periódicos de la época. Por estos tiempos la producción poética de Thomas se hace más espaciada, llevándole en ocasiones hasta un año la creación de un solo poema.

En 1952 se editó una recopilación de su producción poética, titulada Collected Poems. 1934-1952, que le granjeó el importante premio Foyle. Ya por entonces el citado Brinnin organizaba giras del autor por los EE.UU. desde 1950, brindando Thomas numerosos recitales de su poesía en instituciones culturales, universidades y auditorios. Las prolongadas giras, el agotamiento debido a sus compromisos, el traslado constante de un punto al otro de los EE.UU. deterioraron aún más la salud física y mental del gran poeta galés, al tiempo que acrecentaron su fama literaria. Al emprender su segunda gira norteamericana, en 1952, ya su estómago no podía resistir la ingesta de whisky que le era tan habitual, por lo que Thomas lo mezclaba con leche... como recordaba que lo hacía uno de sus tíos en Gales y por la misma causa.

Ese mismo año grabó en New York, para el sello Caedmon Records, un disco de larga duración que es hoy una valiosa pieza de colección. Cuenta Brinnin en su libro antes citado que el día de la primera grabación, un domingo, estaba preparado todo en el estudio para el recitado ante micrófono de Thomas, pero que este, al llegar, descubrió aterrado que en su descuido había olvidado el libro en alguna parte... que no lograba recordar. Con todas las librerías cerradas, fue preciso acudir a los buenos oficios de algunos amigos comunes para abrir una importante librería norteamericana y pedir prestado un ejemplar de los Collected Poems, a fin de que la grabación pudiera concretarse como estaba prevista.

No fue ésta la única «travesura» protagonizada por Thomas en los EE.UU.; en cierta ocasión, mientras ensayaban su poema teatralizado Under Milk Wood, alguien creyó oler que algo se quemaba en el estudio... se descubrió que Thomas, descuidado y empedernido fumador, había guardado en el bolsillo de su chaqueta un cigarrillo encendido y se le estaba incendiando el traje sin que él se diera cuenta.

Dylan Thomas en New York, en 1953,
durante los ensayos de su obra
Under Milk Wood, luciendo
una de las camisas «decomisadas»
a un profesor universitario
en una de sus travesuras.
En otras ocasiones su conducta ponía en aprietos a Brinnin, quien debía salir a disculpar al gran poeta galés por sus expresiones y actitudes en público y en privado, las cuales, desde luego, eran la comidilla de todo el ambiente literario durante semanas. Invitado a brindar uno de sus tantos recitales por el decano de una de las más prestigiosas universidades estadounidenses, en la fiesta posteriormente celebrada en su agasajo Dylan se excedió de copas y también en cuanto a elogios referidos a la generosa anatomía de la joven esposa del decano. Este, sin decir palabra, se retiró del salón y al día siguiente canceló todas las presentaciones previstas del poeta en la institución, pese a que se habían agotado las entradas. También, cuando un destacado crítico y profesor universitario lo alojó en su casa como invitado de honor, Dylan, antes de retirarse, se llevó de recuerdo una docena de camisas propiedad de su anfitrión. Avergonzado, Brinnin prometió devolver esas prendas, mas el profesor en cuestión se limitó a enviarle una seca esquela, indicando que si a Thomas le gustaban tanto sus camisas, podía quedárselas...

Estas diabluras, si bien parecen graciosas, pueden darnos un indicio del estado de ánimo de Thomas en esas extenuantes giras profesionales, lejos de su familia, lejos de su casa, una vez más «un galesito», como él gustaba llamarse, perdido en un ámbito que no era el suyo.

De mayor gravedad que sus travesuras comentando bustos y secuestrando camisas eran sus continuadas infidelidades, que llegaron a oídos de Caitlin MacNamara del otro lado del océano provocando su iracundia... y sus propias infidelidades. Cada vez que Dylan retornaba a Gales, las discusiones estallaban y no quedaban las agresiones meramente en el terreno de las palabras.

Elizabeth Azcona Cranwell, quien tras realizar la traducción de los Collected Poems para editorial Corregidor, de Buenos Aires, viajó a Swansea en 1975 para conocer el ámbito donde vivió sus últimos años el gran poeta galés, trató a varios de sus vecinos y a los parroquianos del bar local, para quienes Dylan era uno más de los que venían a beberse una pinta o tres de cerveza y jugar a los dardos cada tarde. Los del bar recordaban que cada semana, cuando Dylan demoraba en volver a casa, Caitlin MacNamara –quien era bien robusta y le llevaba una cabeza de altura a su marido– venía desde la casa en su busca y le armaba una buena trifulca en el mismo salón del establecimiento, para luego llevarse a la destacada figura de las letras británicas prácticamente a la rastra hasta su hogar.

Quedó dicho: como administrador de sus bienes Thomas era un auténtico desastre, por lo que en 1953, pese a la oposición de la celosa Caitlin, se vio obligado a aceptar una nueva invitación de Brinnin para realizar una gira por los EE.UU. Para entonces ya sufría graves ataques de gota, que se sumaron a sus otras dolencias.

En New York una de sus tantas amantes lo esperaba: en este caso se trataba de Liz Reitell –la mismísima asistente de Brinnin– quien también había sucumbido a los encantos de ese hombre-niño, que se describía a sí mismo como «pequeño pero ruidoso y semejante a una foca». Pese a las reconvenciones de Reitell, durante la helada noche del 5 de noviembre de 1953 Thomas dejó su habitación en el Hotel Chelsea para dirigirse a una de sus borracherías predilectas, la White Horse Tavern, en el 567 de la Hudson Avenue, donde solía encontrarse con su gran amigo el músico y compositor John Cage. Cage no estaba allí en esa oportunidad, pero no faltaban quienes quisieran celebrar con el famoso poeta de Gales. Horas después, Thomas, desfalleciente, volvió al Chelsea Hotel y antes de desplomarse en brazos de Reitell pronunció la famosa frase: «He bebido 18 whiskies, creo que es un buen récord». Internado de urgencia en el hospital St. Vincent, ya no recuperaría la conciencia.

Caitlin MacNamara, enterada de la grave situación, alcanzó a llegar a tiempo desde Gran Bretaña para verlo morir a las 12.40 hs del 9 de noviembre. Trastornada por ello, tuvo un ataque de insanía y tras destrozar el crucifijo de la capilla del hospital, debió ser  amarrada con un chaleco de fuerza e internada en un establecimiento psiquiátrico donde permaneció varios días bajo observación.

Así, en Nueva York, terminó la vida de uno de los mayores poetas del siglo XX y comenzó la leyenda que llegó hasta nuestros días, la que nutre los numerosos homenajes que recibirá este año. En uno de sus bolsillos, cuando murió, se encontró dentro de su billetera un recorte que invariablemente llevaba consigo. El ajado pedazo de periódico lo muestra a los 12 años como ganador de una carrera escolar en la Swansea Grammar School, aquella donde su padre daba clases.
Dylan Thomas, a los 12 años (1926), ganador
de una carrera escolar.
Recorte de periódico que el poeta
llevó consigo hasta el día de su muerte.

¿Pudo Thomas resolver con su obra el nudo gordiano de la poesía moderna, el mostrado por Eliot en su genial The Waste Land? Definitivamente no, del mismo modo que no lo lograron sus compañeros de generación, los «Thirties poets», y lo expuesto por Eliot en su célebre obra siguió siendo el interrogante paradigmático de la poesía durante todo el siglo XX, del mismo modo que continúa siéndolo en el siglo XXI. Pero sin duda el aporte de Dylan Thomas fue uno de los esfuerzos mayores y más extraordinarios, dejándonos a nosotros, que somos su posteridad, una obra maravillosa, quizás oscura en algunos de sus rincones todavía, pero, como se ha dicho antes, la genuina poesía no viene a este mundo a enseñar nada, sino a sugerirlo todo.



Un poema de Dylan Thomas

No dominará la muerte

La muerte no dominará.
Uno solo serán los muertos desnudos
con el hombre en el viento y la luna en el ocaso;
sus huesos perderán la carne y descarnados se consumirán,
pero en el codo y el pie tendrán estrellas;
así se vuelvan dementes cuerdos estarán,
así se hundan en los mares tornarán a levantarse;
así se extravíen los amantes no se perderá el amor,
y la muerte no dominará.

La muerte no dominará.
Aquellos que hace mucho yacen bajo el mar
no habrán muerto inútilmente;
retorciéndose bajo tortura, cuando los tendones estallen,
de todos modos no serán desmembrados;
la fe en sus manos va a separarse en dos partes
y los males a través de ellos cruzarán como unicornios;
cuando todas las cuerdas revienten, ellos no se partirán;
y la muerte no dominará.

La muerte no dominará.
Ya no pueden gritar las gaviotas en sus oídos
ni romper ruidosamente las olas en la playa;
allí donde brotó una flor, otra no levantará
su cabeza bajo el golpeteo de la lluvia;
aunque estén dementes y estén muertos como los clavos,
sus cabezas se hundirán entre las margaritas;
surgirán hasta donde brilla el sol hasta que él desaparezca,
y la muerte no dominará.

(Traducción de Luis Benítez)



El título original del poema es Death Shall Have No Dominion y puede 
escucharse en este video en la voz de su autor.



(*) Luis Benítez nació en Buenos Aires el 10 de noviembre de 1956. Ha recibido numerosos reconocimientos nacionales e internacionales por su obra poética y narrativa. Sus 36 libros de poesía, ensayo, novela y teatro han sido publicados en Argentina, Chile, España, Estados Unidos, Francia, Inglaterra, Italia, México, Rumania, Suecia, Venezuela y Uruguay. Últimos libros publicados: Les Imaginations (Éditions L'Harmattan, París, 2013); Short Poetic Anthology (Ed. Littoral Press, Inglaterra, 2013); Manhattan Song. Cinci Poeme Occdidentale (Ed. Ars Longa Editura, Rumania, 2013); Bering och Andra Dikter (Ed. Siesta Förlag,  Suecia, 2012); La Sera dell’Elefante e Altre Poesie (Ed. Sentieri Meridiani Edizioni, Italia, 2012) y A Heron in Buenos Aires. Selected Poems (antología poética compilada y traducida por el poeta estadounidense Cooper Renner. Ed. Ravenna Press, Washington, EE.UU., 2011).


Notas

[1] Selected letters of Dylan Thomas, selección y prólogo de Robert Louis Constantine Lee-Dillon Fitzgibbon, J.M.Dent, Londres, 1966. Existe traducción al español de Piri Lugones, editada como Cartas, 1971, por Ediciones de la Flor, de Buenos Aires.
[2] Dylan Thomas in America, An Intimate Journal, John Malcolm Brinnin, Atlantic Monthly Press, Boston, 1955.
[3] Poemas Completos, Dylan Thomas, Trad. de Elizabeth Azcona Cranwell, Ediciones Corregidor, Buenos Aires, 1974.

miércoles, 9 de abril de 2014

Palabra de poeta

Aventuras de la palabra.
Borges y otros mitos, 
de Horacio Armani.
Buenos Aires, Editorial Fundación
Victoria Ocampo, 2013.

por Fernando G. Toledo

El 31 de mayo de 2013 se apagó la vida de Horacio Armani. El autor pampeano fue, sin dudarlo, uno de los grandes traductores al español de la poesía italiana del siglo XX y, además, él mismo un grandísimo poeta.

Sin embargo, por los tiempos en que lo sorprendió la muerte, hacía mucho que un libro con la firma de Armani no se veía en las librerías. El sueño de la poesía, una antología poética, era hasta ese momento la última señal (contundente, por cierto) de su trabajo lírico.

Pero hay una faceta de Armani que el autor desplegó durante toda su vida: la de la reseña y el ensayo literario. Sus trabajos en esta línea, que publicaba el diario La Nación, permitieron durante años conocer y reconocer a grandes autores contemporáneos a los que el autor de Veneno lento, por lo general, no sólo leía, sino que también trataba personalmente.

Cuando Armani, ya enfermo, transitaba los días finales, su esposa (la también escritora María Esther Vázquez) le propuso justamente reunir algunos de los mejores ensayos sobre temas literarios y escritores célebres en un solo volumen.

Así nació Aventuras de la palabra, el libro que Armani no alcanzó a ver publicado y que en gran medida representa un legado de su tarea como difusor literario.

En el prólogo al volumen, María Esther Vázquez puntualiza que esa «palabra» a la que alude el título debería ser precisada. Es, dice ella, «la palabra poética (...) porque Horacio vivió y entregó su vida, lo mejor de sí mismo, a esa pasión que lo contuvo desde siempre y a la que se dio por entero: la poesía».

Por las páginas del volumen –impreso por la editorial de la Fundación Victoria Ocampo, que el mismo autor integró– pasan análisis sobre las obras de Jorge Luis Borges (el subtítulo del libro es, justamente, Borges y otros mitos), Alfonsina Storni, J. R. Wilcock, Leopoldo Lugones o Ricardo Molinari, y también temas como la traducción en poesía, el humor o la libertad.

Entre esos escritos, destaca especialmente la encendida reivindicación de Armani a la poesía de Ezequiel Martínez Estrada, últimamente olvidada o eclipsada por la prosa del autor de Radiografía de la Pampa.

Armani alcanza en estos textos toda la profundidad necesaria, pero (como buen periodista) jamás cae en un academicismo impenetrable. Por eso, el libro resulta iluminador y, al mismo tiempo, accesible. Aventuras de la palabra es un libro que rinde honor a un poeta que hizo mucho, además, por que las obras de los poetas fueran leídas. Incluso a costa de relegar la suya propia, esa que está esperando un rescate.