jueves, 31 de diciembre de 2009

El Desaguadero / Número 5


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Donde confluyen la nueva poesía y la reflexión


ENTREVISTAS


Ulises Naranjo y su documental sobre F. Lorenzo,
por Fernando G. Toledo


NOTAS Y ENSAYOS

Éramos tan inéditos,
por Hernán Schillagi

La poesía como última noticia,
por Hernán Schillagi


EL REPORTAJE HAIKU

Facundo López y su moledora de palabras,
por Hernán Schillagi


LA HISTORIA DE UN POEMA

Resistencia,
por Claudia Masin


INFORMES Y CRÓNICAS

Una maleta cargada de lluvia,
por Paula Seufferheld

Las lecciones del destino,
por Sergio Pereyra


NOTICIAS Y ADELANTOS

Una antología que dará que hablar: prólogo de Promiscuos & Promisorios,
por Dionisio Salas Astorga


RESEÑAS CRÍTICAS

La invasión de las «antojolías»,
por Fernando G. Toledo

Aquel que ayer nomás decía…,
por Gastón Ortiz Bandes

miércoles, 23 de diciembre de 2009

Entrevista a Ulises Naranjo

«Su obra maestra es toda su obra»

Fernando Lorenzo, Luis Ábrego y Ulises Naranjo.


por Fernando G. Toledo


No es lo mismo tener noticia de Fernando Lorenzo que haberlo tratado en persona. No es lo mismo leer, hoy, sus poemas perennes que recorrerlos a pie con las plantas de su voz. Por eso Ulises Naranjo, poeta y periodista mendocino, además de amigo del recordado Fernando, ha intentado reunir esas dos maneras de conocer al autor de Segundo diluvio. Y el modo que ha encontrado es a través de un documental, que se llama Fernando Lorenzo, extranjero en su tierra, y se estrenó recientemente en Mendoza.
El retrato de Fernando es, justamente, el de un poeta omitido por quienes están fuera de un círculo más o menos reducido de amigos, conocidos, familiares, lectores ocasionales y algún que otro académico. Por lo demás, su suerte ha sido mucho más aciaga que la de otros escritores locales: no tiene ni la popularidad de Armando Tejada Gómez, no goza de la reverencia mítica que se cierne sobre Jorge E. Ramponi ni resuena su nombre con aire a canon como sucede con Abelardo Vázquez o Ricardo Tudela.
Naranjo propone en el documental una especie de expedición de rescate. Una expedición relacionada, incluso en lo «externo», con lo que es su pasión personal: el montañismo. Por eso las imágenes iniciales son las de un niño llevado de la mano por un hombre, quienes inician un camino en subida por un terreno precordillerano. Hacia allá viajará Naranjo (poeta en guardia) para recopilar entrevistas, datos de rigor, las canciones compuestas con su hijo y archivos fílmicos en pos de descubrir y revelarnos que, desde la propia perspectiva del poeta (una entrevista a poco de su muerte que Naranjo realizó en donde Lorenzo trabajaba como corrector), Lorenzo siempre fue un escritor hacia adentro, de esos que en sus novelas, cuentos, obras teatrales y sobre todo poemas, esquivó las luminarias (ilusorias o reales) de cualquier notoriedad.
Ulises Naranjo entiende que ese carácter callado de Lorenzo, sumado a la desidia acostumbrada del mendocino para con sus artistas, hacen que Fernando siga siendo, como quien lleva una condena, un extranjero constante.

El solitario
–¿Por qué la figura de Fernando es la de un «extranjero en su tierra»? ¿A qué se debe el «olvido» de su obra?
–Tiene que ver con una conducta muy mendocina: soslayar u olvidar a personas que dejaron grandes aportes para la cultura de este pueblo. Además, vos lo sabés, Fernando era una persona tan culta como discreta, tan sabia como alejada de los gustos populares. Fernando no fue el gran Tejada Gómez; su camino es distinto, más íntimo, menos transitado, más solitario y menos recompensado. Fernando Lorenzo vivió y murió como un extranjero en su propia tierra.

–¿Qué hizo de Fernando uno de los grandes escritores de Mendoza? ¿Cuál es su obra maestra y por qué?
–Su obra es compacta y su discurso, definitivo. Fernando Lorenzo trató con extremo esmero a la palabra: la cuidó hasta que se hizo y grande y después la levantó con un carácter de existencia perdurable. Y con ella también delató lo absurdo del mundo y algún puñado de cosas que merecen ser salvadas. Su obra maestra es toda su obra, por esto de ser compacta. La intensidad de su poesía se condice, por ejemplo, con la pregunta por la vida que brota de su dramaturgia. Fernando levantó una cosmovisión, una integridad, a fuerza de la palabra.

–Uno de los momentos neurales del documental es la entrevista que le realizaste a Fernando en la redacción de Diario Uno, poco antes de su muerte. ¿Cómo creés se veía por entonces la figura de Lorenzo y cómo creés se la ve ahora? ¿Ya era un extranjero?
–Fernando siempre fue un extranjero: por propia elección y por determinación del entorno mendocino. Este hecho, creo, no logró menguarse por la profunda admiración de que gozó de parte de los jóvenes escritores de entonces, como Patricia Rodón, Luis Ábrego, Rubén Valle, Pedro Straniero, Adelina Lo Bue o incluso sus compañeros del grupo literario El Aleph. Fernando en Mendoza nació extranjero de Mendoza y él mismo lo dice en la entrevista.

–¿Cómo fue la experiencia de trabajar en un formato como el de documental?
–Lo he trabajado en los últimos 16 años de mi vida. He investigado y escrito guiones y montajes en casi veinte documentales y he co-dirigido uno con Carlos Canale. Esta vez, me largué a la dirección solitaria, pero con la edición de Verónica Gai y Carlos Canale y la producción general de Francisco Gabrielli.

–¿Cuál será a partir de ahora el recorrido de la película sobre Fernando?
–Una primera y gran noticia es que Cultura de Mendoza se ha comprometido a publicar su obra escrita. Habrá que seguir ese proceso y apoyarlo. Respecto del documental, la intención es que llegue a la mayor cantidad de personas posibles. Yo estoy disponible para eso.

–Suponiendo que pueda creerse en esa promesa del Gobierno, ¿te sentís responsable, sentís que esto surge gracias a tu película?
–No quiero obviar el hecho de que el documental y la respuesta del público fue el disparador de la decisión oficial, pero lo cierto es que la obra de Fernando Lorenzo es tan nutritiva que resultaba llamativo justamente lo contrario: el hecho de que no se la hubiese editado aún.

–¿En qué escritores actuales se detecta el «legado» de Lorenzo?
–Creo que Patricia Rodón sintetiza una mirada mayor a partir de las candelas que dejó Fernando. Y noto búsquedas paralelas o similares en la poesía de Julio González y Carlos Levy. También se nota su impronta en dramaturgos como Sonnia De Monte. Íntimamente, ya como escritor, espero haber aprendido yo mismo algo de él.

Poeta al acecho
–Dentro de poco se cumplirán 15 años de la edición de tu único libro de poemas, Big bang, que fue presentado justamente por Fernando Lorenzo. ¿Cómo ves hoy ese conjunto de poemas?
–Me siguen representando y siguen manteniendo en pie mi decisión de no volver a publicar un solo poema hasta que ese texto sea parte de una búsqueda mayor, diferenciada y que represente un aporte real. Si así no son las cosas, no habrá publicaciones poéticas.

–Recuerdo haberte oído decir hace mucho algo así como que directamente «no eras más» poeta, cosa que resultaba rara venida de quien no sólo se preocupaba por «poetizar» desde cuentos y notas periodísticas hasta los epígrafes de las mismas, sino que era nombre referencial de cierta generación poética por entonces. ¿A qué se debió ese «dejar de ser»? ¿Ya dejó de dejar de ser?
–En Big Bang se plasmó una búsqueda poética de 15 años intensos. Cientos de poemas quedaron reducidos a 50, con aquello que más me desvelaba de la experiencia de escribir poesía: obtener un bloque conceptual que se explicara a sí mismo, sin discursos paralelos. No he vuelto a sentir eso ni estoy buscándolo deliberadamente, por lo que mi futuro poético es más que incierto.

–Y a propósito de lo mismo, ¿has seguido escribiendo poesía en verso o en prosa? ¿Tenés proyectos de alguna publicación?
–Escribo, siempre escribo, pero no tengo proyectos editoriales. Tal vez en algún momento, el año que viene o el otro, tenga que revisar esta actitud. O tal vez no. La literatura goza de buena salud por afuera de mis dudas.

–Decime brevemente dos cosas, una «mundana» y otra «poética» que hayás aprendido de Fernando Lorenzo.
–Mundana: su manual de estilo para seducir señoritas... Poética: No publicar un libro a menos que sea estrictamente necesario...

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Video con fragmentos de Fernando Lorenzo, extranjero en su tierra




Ficha técnica:
Investigación, guión, entrevistas: Ulises Naranjo. Producción General: Francisco Gabrielli. Edición para Estudio Exagrama: Verónica Gai y Carlos Canale. Cámaras y sonido: Carlos Canale. Música original: Ramiro Lorenzo. Poemas: Fernando Lorenzo. Arte Digital: Marcelo Tobares. Diseño Gráfico: Javier Zarzavilla. Material de archivo: Familia Lorenzo, Carlos Levy, Patricia Rodón, Luis Abrego, Cheli Díaz Araujo. Dirección: Ulises Naranjo.


Un poema de Fernando Lorenzo

Tumbas
Tumbas están abriendo a pala, señora mía, noche.
¿Ves? Son para nosotros. Para el último asalto.
Hemos sobrevivido hasta aquí y el horror que gotea
nos hace amar la muerte que lavará los ojos.
Llegará a tiempo la guerra. Seremos
esa mesa tendida a los caníbales, ese mantel piadoso
y el vino alzado. Moriremos.
Tumbas están abriendo a pala, señora mía, noche.
¿Persistirán nuestras sombras a la luz de la lámpara?
¿Persistirán los ojos de mi abuelo de Asturias?
Ay, noche, señora mía,
mi añadidura,
en tus altas alfalfas yo creí en el amor
como el deshielo del instinto que hace un lago en la altura.
Moriremos.
Moriremos bajo atroces bengalas sin ruido, sin ruido,
que abrirán en el cielo.
Inmerecida mano defenderá, ya tarde,
los ojos y la boca.
El clarecer, entonces, llegará más oscuro que la muerte.


Este poema fue publicado por primera vez en la hoja Tiburón Amarillo (Mendoza, abril de 1997).

lunes, 14 de diciembre de 2009

La poesía como última noticia

Producción fotográfica: Cecilia Restiffo


por Hernán Schillagi

La poesía no nace.
Está allí, al alcance
de toda boca
para ser doblada, repetida, citada
total y textualmente…

Joaquín O. Giannuzzi

(en Señales de una causa personal, 1977)

Cada domingo a la mañana, un ritual urbano y pedestre conecta a miles de personas: levantarse a leer el diario mientras unos mates destapan las cañerías de nuestros cerebros dormidos. Ese día los periódicos son bien diferentes, vienen más voluminosos con su cargamento de revistas dominicales, suplementos infantiles y análisis sesudos de la opereta política y económica semanal. Es decir que toda la familia se informa a su manera.

¿Pero cómo era esta práctica cotidiana en un pasado remoto? Si bien la crítica debate hace más de cien años el modo en que surgieron los «cantares de gesta» (Collin Smith vs. Menéndez Pidal), se sabe que hacia los siglos X al XII un juglar se apersonaba en una plaza castellana y –a voz en cuello- hacía gala de una memoria prodigiosa para cantar/contar determinados acontecimientos sobre campañas militares, acciones de guerra, hazañas de héroes enormes como el Cid Campeador o Carlomagno. Su finalidad, por tanto, era informar al público medieval con breves composiciones en verso, los llamados «cantos noticieros», que sin exageración se podrían comparar con las actuales notas periodísticas, crónicas policiales o gestas deportivas.

Sin embargo hoy, la parafernalia informativa ofrece flashes cada media hora onda TN, actualizaciones instantáneas en Yahoo, 24 horas de noticias en unos 5 canales de cable, lectura de las portadas de los diarios en la radio y más y mass. En síntesis, «demasiada información», como decía Duran Duran, para poder hacerle frente a la realidad con la cabeza clara y atenta.

Es por eso que ahora, las mañanas me encuentran con la pava a punto y con tres o cuatro libros de poemas sobre la mesa. Contrariamente a lo que se cree, leer poesía no es una abstracción y mucho menos una evasión de la vida cotidiana; de todos los medios de comunicación que existen, la lírica es el que más necesito para conectarme con mi entorno, para cargar de electricidad mis antenas, para saber que no puedo aceptar el mundo tal como se me presenta. Un poema es una herramienta aguda para poder observar las profundidades de aquello que nos quieren ocultar o volver confuso los «otros medios» de (des)información. [1]


«Escribir poesía es un acto de amor/ se escuchó a mediodía por la radio», anunciaba el poeta Luis A. Villalba hace unos años; entonces muevo el dial más cerca en el tiempo y oigo un pronóstico de Bettina Ballarini en La cantina del alba que me alerta: «Si en la madrugada/ ella fuera nuestro jardín secreto/ entonces/ sin duda/ sería mejor que lloviera/ mientras esperamos el tiempo/ diluyendo con las manos/ todo nuestro desolado naufragio.» Un doble click en apariencia inocente me sorprende: «A la luz del celular escucho los grillos./ Precoz desperté en el sueño/ y caminé por la ciudad mía,/en el bar mío me senté a tomar./Vi en mi cielo despejado/ una raya de humo que gritó mi nombre» (Leonardo Pedra, Nunca fui tan feliz como cuando era dark).

Con este modo de lectura no quiero etiquetar a los poetas como meros periodistas reproductores de contenidos «massmediáticos». La poesía nos entera, nos abre los ojos de una manera que –sin perder cierta ingenuidad- vuelve nuestras pestañas mucho más filosas, nos transforma –sin más- el ADN para que la sangre nos circule a otro ritmo ante el esnobismo atolondrado y la pereza creativa.

Quizá por eso, una corresponsal mendocina en Buenos Aires nos avisa: «Todo es distinto/ bajo la superficie:// el movimiento lento/ y la luz que reverbera en el fondo/ mezclada con el agua// Imágenes de un mundo/ todavía sin formarse» (Marta Miranda, Nadadora). También desde Córdoba, Daniel Mariani en El ático nos muestra el dolor de la memoria de una infancia incompleta como una pequeña y bella tragedia: «Después de quitar sus rueditas/ la sostuvo/ cuidadosamente/ desde el asiento. / Pedaleá, dijo./ Y corrió detrás de mí/ hasta que me soltó de golpe/ y anduve solo.// A veces caigo/ cuando miro hacia atrás./Ya no hay nadie.» Es el momento cuando entra el móvil de San Juan y Damián López trae las últimas noticias de La otra cara de la almohada: «Si este insomnio es puro capricho/ rincón del hastío en el que ejercito la desgracia/ entonces, cerrarles el mundo de traslamirada/ resulta un viento ajeno y desganado/ un escape hacia la nada.»

Por lo tanto, toda lectura poética se vuelve sospechosa para una sociedad que espera que C5N le avise si puede salir a la calle; ya que en los datos que proporciona un poema están los anticuerpos que identifican y neutralizan las bacterias que nos quieren mantener más controlados y adocenados. Por eso más que nunca la poesía está en riesgo: los poemas se han convertido en formadores de opinión.

¡Último momento! Laura Lovob desde La casa de la abeja declara: «en el piso de enfrente/ apagaron la luz, si el mundo/ no va a estallar/ debería buscar algo que encender…»[2]


[1]Aquí reformulo y amplifico un párrafo del arte poética que me pidieron para «Promiscuos&Promisorios. Antología de la poesía en Mendoza para el siglo XXI». LunaRoja, 2009.
[2]Los poemas citados en orden de aparición son:
«Córdoba VII», de Luis A. Villalba, en Hoteles baratos (Diógenes, 1999)
«I», de Bettina Ballarini, en La cantina del alba (Jagüel, 2007)
«Dark». de Leonardo Pedra, en Nunca fui tan feliz como cuando era dark (Carbónico ediciones, 2008)
«Camina por el borde», de Marta Miranda, en Nadadora (Bajo la luna, 2009)
«Bicicleta», de Daniel Mariani, en El ático (Ediciones del Copista, 2009)
«VI», de Damián López, en La otra cara de la almohada (El andamio ediciones, 2007)
«En el piso de enfrente», de Laura Lovob, en La casa de la abeja (Gog y Magog, 2007)

jueves, 3 de diciembre de 2009

La invasión de las «antojolías»

«Antología» significa, etimológicamente, «colección de flores».
Aquí, la pintura Las flores del mal, de Miguel Oscar Menassa.

El autor ofrece aquí una versión más amplia de una nota publicada el domingo 29 de noviembre en Diario UNO y que, por razones de espacio, no pudo incluir más desarrollo en algunos de los análisis
.


por Fernando G. Toledo


«Detesto las antologías» suele decir, con cierto énfasis, un amigo poeta. Su aversión tiene muchos modos: detesta leerlas, detesta lo que representan y lo que aportan. Pero son, piensa, un «mal necesario», y eso quizá haga que deba convivir con ellas y su aborrecimiento recrudezca.
El sentimiento de este amigo ha aflorado últimamente, por razones curiosas. Y es que este año, después de una larga sequía, han aparecido cuatro antologías de poesía mendocina, una verdadera anomalía editorial que vale la pena analizar y que permite de a ratos contradecir y de a ratos acompañar a este poeta en el sentimiento.
Antes de avanzar en el breve análisis del valor de estos cuatro volúmenes, hay que hacer unas advertencias: este que firma está incluido, como escritor, en dos de ellas. Y en una, Promiscuos & Promisorios, aparece como «consejero editorial», cargo que en realidad ha consistido en aportarle al verdadero antologador algunos panoramas, nombres y estéticas de la lírica viva de hoy en Mendoza, habida cuenta de su experiencia como editor. Hecho este «blanqueo», venga también una promesa de imparcialidad en los comentarios que siguen.

Sólo poesía
Comenzamos con dos antologías de poesía a secas, es decir, las dos antologías que reúnen sólo textos poéticos sin combinarlos (de manera desafortunada, en nuestra opinión) con textos narrativos u otros lenguajes estéticos.


La ruptura del silencio, subtitulado «Poesía mendocina contemporánea», es un libro de 197 páginas coordinado por Jorgelina Basile y Diana Starkman y prologado (presentado) por esta última, apasionada por la poesía local e impulsora de diversos ciclos que desde la DGE se realizaron en 2008 y 2009 en sendas ferias del Libro locales. Dicho libro, que se distribuirá gratuitamente en las escuelas, tiene un afán casi de inventario y pretende ser herramienta para los docentes. Según el prólogo de Starkman, está dirigido entonces a la «comunidad educativa» y a «los que disfrutan de la cercanía de un libro»: claro está, apuntamos, que estos segundos no tienen por qué no estar incluidos en los primeros.
La impresión y el diseño de La ruptura… son modestos [1]. Lo que importa es lo de adentro, se dirá. Y allí lo que parece faltar es un criterio, o mejor dicho, un criterio homogéneo: 27 poetas entre éditos, inéditos, jóvenes y viejos, incipientes y consagrados comparten páginas desigualmente (algunos ocupan muchas, otros pocas). Ese criterio impreciso juega en contra y acentúa ausencias, en especial las de Raúl Silanes, Julio González, Luis Villaba y Marta Miranda [2].
En cuanto al ordenamiento, los poetas aparecen en orden alfabético, pero ese ordenamiento clásico, se diluye con el desorden no menos clásico en otros sentidos: hay poetas con biografías kilométricas pero construidas con nimiedades, hay otros con biografías brevísimas que dejan gusto a poco; las fotos no son nada buenas y en casi todas, los rostros de los autores aparecen deformados (como si hubiesen sufrido una especie de «modiglianismo»). ¿Lo mejor de La ruptura…? El rescate de algún que otro poeta que mantenía un largo silencio (el caso puntual de Juan de la Maza) [3].


Promiscuos & Promisorios (ed. Luna Roja), al revés de La ruptura…, gana según la medida del círculo preciso que traza. Dionisio Salas Astorga ha seleccionado a 14 poetas nacidos «entre el ’60 y el ’79», y si bien despista un poco la convivencia de éditos con inéditos, el antologador se hace cargo de la elección con un prólogo excelente, que describe el paisaje de autores que recorre, relaciona el presente con el pasado y se parapeta mirando al futuro, haciendo honor a parte de la leyenda que acompaña el nombre de su libro: «para el siglo XXI».
El reparto de las 158 páginas es equilibrado [4], se incluyen fotos de autores acompañadas por biografías y artes poéticas y el diseño es a la vez sobrio y de buen gusto, amén de algunos recursos que sacrifican claridad por estética.
El prólogo, arriba mencionado, por ejemplo, es legible (desde el punto de vista del diseño gráfico) pero menos que los propios poemas: dado que se trata de un texto sesudo y argumentativo, habría sido de agradecer que se apostara también a la claridad en ese sentido; lo mismo puede decirse de las citas o referencias al pie [5].
En líneas generales, Promiscuos & Promisorios sin embargo cumple mejor sus propios objetivos: es una antología precisa, representativa, ordenada, plural y bien editada [6]. Tiene epígrafes que ejercen de directrices literarias (una especie de ars poetica del compilador) y, además, inaugura una editorial que ya promete dos nuevos libros: Juego de damas (Antología de la poesía femenina en Mendoza para el siglo XXI) y Quién dice que Comala (Antología de narradores en Mendoza para el siglo XXI).

Mejunjes
Las otras dos son verdaderas antologías de la «mezcolanza», como si ya por su naturaleza estas compilaciones no lo fueran.

Policronías II repite la experiencia de 2007, en que el departamento de Las Heras reunió sus poetas en un bonito libro que ahora tiene una segunda parte. Se combinan aquí poemas con relatos, y hasta con reproducciones de dibujos y pinturas de artistas lasherinos.
La impresión y la edición generales son excelentes, casi se diría un lujo, fuera del toque kitsch de la tapa [7]. Los escritores hacen su propia presentación, larga y tendida, y dejan sus direcciones de contacto: una buena idea, que aparecía germinalmente en la primera edición, y que ahora deja sentado un precedente de verdad para imitar.
Pero en cuanto a lo escrito, el nivel es muy desparejo: hay muchos autores muy incipientes, y se nota tanto que están haciendo, muchos, sus primeras armas que al terminar la lectura sobrevuela en algunos casos la sensación de que ha sido imprudente llevar a la imprenta varios de esos textos. Junto a esto, el renombre y la calidad de los artistas plásticos elegidos (entre ellos, Alfredo Ceverino, José Scacco y Roberto Barroso) resulta un contraste brutal en comparación con los escritores. Eso sí, no se explica más que por el «figuritismo» que el antologador, Fernando Adrián Flores, vuelva a aparecer entre los antologados. Un detalle: el prólogo es del intendente Rubén Miranda, y no merece mayor análisis.


Desertikón, finalmente, tiene una «pata bonaerense», ya que aparece por el sello Eloísa Cartonera, fundado por Santiago Vega (Washington Cucurto) y elaborado, a medias, con material juntado por cartoneros: en este caso, la edición de interiores es convencional y de gran calidad, y a ella se le adosa un cartón deliberadamente tosco pero que permite mantener el «look cartonero», al menos en lo externo.
En Desertikón, antología de poesía y narrativa mendocina contemporánea, el verdadero mejunje que significa juntar 25 autores entre narradores y poetas se atenúa por un afán de combinar cierta común estética (difusa), de una vertiente supuestamente antilírica [8]. Pero eso mismo se arruina con la presencia de ¡seis! prólogos a cargo de los antologadores-antologados, la mayoría rimbombantes y vacuos (excepción hecha por el de Leonardo Pedra, claro y conciso, y algunas líneas del de Darío Zangrandi) [9].
Sorprende que justamente se predique en estos prólogos que el volumen representa a las «literaturas marginales», a «una literatura otra», a «ese margen» (que se asume propio de Eloísa), y en ellos abunden el vicio del artificio y las acusaciones enunciadas y no fundamentadas, sea contra «las políticas culturales», la SADE, la Facultad de Filosofía y los mass media, que da lo mismo [10]. Además, que se construya una paradoja: el lamento por la «otredad» no se justifica desde el momento en que si esa antología recoge algunas voces y no otras, provoca el mismo efecto que dice combatir.
A propósito de otra frase de los prólogos, hay algo que no encaja si se pretende publicar este libro «desde ningún poder». Dado que el concepto de «poder» no es unívoco, ¿a qué poder se referirá? Porque «hablar desde ningún poder» es una apariencia: ¿o acaso no hay un poder ya instaurado de parte de quienes consiguen editar un libro? ¿No presupone un poder el tener la posibilidad de contactar a un escritor de renombre como Cucurto, organizar presentaciones, y a través de un sello que ha tenido difusión notable en los mass media? ¿No lo es editar en una editorial que tiene una página web propia, es capaz de alquilar un local (con el poder económico que da la organización de una cooperativa) y que además esté pronta a tener uno propio?
Valen la pena dos apuntes más: el prólogo de Eugenia Segura (el que mencionábamos) afirma, como dijimos, que Desertikón supone un enfrentamiento y un intento de cumplir con lo que no se hace desde esferas oficiales, si es que interpretamos bien la frase «desde acá escribimos, contra la aridez de políticas culturales abocadas exclusivamente al guión de la Fiesta de la Vendimia». Pero resaltemos que la propia Segura está incluida en La ruptura del silencio, libro editado precisamente por la Dirección General de Escuelas del Gobierno de Mendoza (poder político) y del que participa como colaborador incluso Gastón O. Bandes, compilador de Desertikón [11].Nunca está de más está decir que este prólogo desafortunado de Segura [12] no empaña su poesía: una buena cosecha han resultado tres de estos cuatro libros para leer algunos de sus textos, y así, de la autora pedimos, con irreverencia de lectores, se apure la edición de Herencia china, su segundo libro [13].
Por último, y volviendo al contenido de Desertikón, observemos que también reparte de manera desigual las páginas para los poetas, en un libro sin índice y con no menos desiguales mini-biografías al final del volumen.

Antojos
Entre el debe y el haber, sin embargo, ¿qué queda de estas cuatro antologías? [14] Al parecer, un retrato impreciso y monstruoso, como un cuadro de Francis Bacon, que al menos deja constancia de que la escritura, sobre todo poética, en Mendoza está lejos de secarse en este desierto silencioso, y que ni los «antojos» de los antologadores («una antología es una antojolía», opinaba Juan Ramón Jiménez) harán algo, por ahora, en contra o a favor de ese lápiz que justo ahora, quizás, comienza a llenar el papel con el flaco alimento de un verso.

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Notas:

[1] En algún momento se dijo que la edición de
La ruptura... iba a estar confeccionada con tapas duras, pero la dureza de las tapas finales dependerá acaso del concepto de tal cosa que tenga cada uno.
[2] Sí en cambio aparece Jorge Sosa, quien ha publicado varios libros de poemas aunque no suele ser mencionado como referente de la poética local. Si
La ruptura... logra reivindicarlo como tal es algo que merecería ser objeto de otro artículo.
[3] Juan de la Maza sí ha sido un referente para algunos poetas, no sólo de sus generacionales, sino otros más jóvenes. Entre los primeros está otro de los incluidos en la antología, como Rubén Vigo (desconocido para quien esto firma hasta la aparición del libro). Entre los segundos está Rubén Valle, quien compartió algunas experiencias editoriales con De la Maza.
[4] «Equilibrio» se corresponde aquí con el término «equidad», en el sentido de que a los autores les corresponde un número parejo de páginas para cada uno.
[5] Aparecen, sí, en
Promiscuos & Promisorios erratas muy comunes, como la repetición del título del poema en la misma página.
[6] La virtud de representatividad de esta antología tiene mucho que ver con su pluralidad. Asimismo, su «orden» tiene que ver con su «buena edición».
[7] Una de las
Proserpina de Dante Gabriel Rosetti es el centro de la ilustración, cuestión que resulta un poco oscura a la hora de hallar una relación con esta antología lasherina. Además, el sello de la Municipalidad de Las Heras (declaración de interés educativo de la DGE, incluida) está puesto con un autoadhesivo, aunque con mucho cuidado, es cierto.
[8] Nos permitimos usar el concepto de «antilírica» en sentido amplio, aplicado incluso a la prosa. Muchos de los textos tienen temáticas y estilos cuya principal referencia podría ser el propio Santiago Vega. Pero ello no puede aplicarse a los textos de Débora Benacot, Eliana Drajer o, especialmente, Eugenia Segura, quienes no rehúyen en absoluto a la lírica, en especial esta última. En los poemas de Claudio Rosales, a pesar de alguna terminología y el uso de habla coloquial, también subyace cierto lirismo que, por esa combinación, le otorga mayor interés a su poesía.
[9] Algunos ejemplos: «Con pala y pica de alquimista y chupayas de lector herbolario, se empiezan a seleccionar no tanto raíces subjetivas, nervaduras estilísticas o frutos maduros, como semillas multisensoriales, texturas vivientes que conecten (al texto) con la lengua, el cuerpo, la política, el deseo y la cultura, de modo que con ellas nos sea posible hacer llover en medio de la sequía: chamanismo urbano, conjuro político contra la sed. Ah, el problema de las literaturas marginales: soledad, aislamiento, polvo costumbrista, estupidez flaubertiana, el artista como lugarteniente o pelotudo número uno» (Gastón Ortiz Bandes). Otro: «Antologogente que media comunera; y con la cartonera oportunidad ahí , claro. Qué mansas noches ! : atinando o no, pero pillos a la hora de elegir el contenido del envasado. Y a veces E. nos cocinó pastas. Una tarde de sábado L. hizo un asadito… , ese día :manso calor loco» (Claudio Rosales). Otro: «Con que: en el haciéndose hubo Ensayos, amplios, blandos, inesperados, Traiciones a la tradición y el escepticismo, la Hiperlegibilidad de la experiencia cutánea, y mucho Explota-explota-que-expló, explota nuestro corazón. Agüita y azúcar en la olla de campaña de ésta, la escuela del pedemonte (...) El profesar directo, sin rebotes /ensimismada/: la lengua al mismo tiempo, sin antenas /babélica/» (María García).
[10] Veamos esta línea: «Al mismo tiempo, una Facultad de Filosofía y Letras controlada por el catolicismo siniestro -cómplice de la dictadura y sicaria del neoliberalismo- conserva sus momias de lenguaje por deshidratación a secas». Nótese cómo la Facultad (¿el edificio, sus alumnos, sus profesores, sus rectores, sus decanos, sus secretarios, sus trabajos de investigación? ¿Los actuales, los de antes? ¿Todos, algunos?) representaría cosas terribles para Segura, justo el antro académico en el que, por ejemplo, se formaron al menos dos de sus antologados: Benacot y G. O. Bandes.
[11] Débora Benacot, Eugenia Segura, Eliana Drajer y Claudio Rosales participan en tres de las antologías aquí reseñadas.
[12] Hay también un error de concepto: Segura dice en su prólogo que a
Desertikón sólo la precede una antología de editorial Colihue y «una antología temática de Alfaguara, organizada según criterios regionalistas: Mitos y leyendas cuyanas, de 1998». Sin embargo, Mitos y leyendas cuyanos (tal el nombre correcto) no es una antología, sino un libro escrito específicamente a partir de una premisa de esta editorial, que consistía en escribir relatos de ficción inspirados en las leyendas regionales (¿por qué «regionalistas»?). Si nos atenemos al significado etimológico de «antología» (colección de flores), digamos que en Mitos y leyendas… no se recogieron flores del campo crecidas por allí, sino que se plantaron específicamente ciertas variedades para conformar un cantero particular.
[13] Segura y Rosales son dos de los poetas de los que más textos pueden leerse en
Desertikón. Quizá eso influya en una mejor valoración de sus poemas, que resultan, gracias a eso, y a juicio del que esto escribe, los mejores del volumen.
[14] Marcelo Neyra, autor de uno de los cuentos más sexualmente explícitos de Desertikón, tiene una opinión muy elogiosa de esa antología, que invitamos a leer haciendo clic aquí. No nos animamos a considerar lo mismo de la opinión de Luis Álvarez Quintana, dado que el filo de la ironía con que corta sus elogios parece que hace que éstos no sean tales. Otros autores locales se han manifestado de manera privada sobre las ideas que expresa esta columna al autor de la misma, en términos elogiosos algunos y algún otro con evidente enojo, suponemos, dada la cantidad de argumentos
ad hominem vertidos en sus misivas.