viernes, 17 de noviembre de 2017

La historia de un poema de Silvina López Medin

Silvina López Medin.

por Silvina López Medin
Especial para El Desaguadero 

Pasé cuarenta y cinco días en un centro de arte en Banff, Canadá. Fue por una beca para una residencia de escritores, hace tiempo, tenía poco más de veinte. Me dieron un carnet que decía «Artist». En la foto salí con los ojos cerrados. El carnet daba acceso a comida, libros de la biblioteca, una pileta de agua cálida, casi todo. Uno se cruzaba con pintores, músicos, ardillas. Los espacios tenían grandes ventanales, las montañas nos rodeaban. En alguna parte había un lago. 

Tenía un estudio propio en medio del bosque. A veces algún ciervo se acercaba tanto al vidrio que uno de sus cuernos hacía «tac». Cada día recorría la callecita que iba del hotel al estudio, del sueño al trabajo. ¿El trabajo? En el camino escuchaba a los músicos ensayando en sus cabañas, ópera, violines, una partitura, algo que seguir. Uno iba a trabajar, se suponía. ¿La escritura? En el texto que escribía había un lago. En el lago del texto el agua parecía tan azul desde lejos, tan postal. Montañas, bosque, música ajena. Uno iba a escribir, se suponía. Pero como dice James Laughlin en su texto sobre Gertrude Stein, «la única manera de disfrutar de un paisaje es dándole la espalda».

Hasta ese momento había escrito y punto, no me había hecho preguntas al respecto. Y en ese espacio tan bello en el que todo estaba a disposición empezaron las dudas en torno a mi escritura. Trabajé en unos textos poéticos en prosa. No pude seguir ese proyecto. No hay partitura, qué hay, cómo se sigue. Terminé abandonando. No pude escribir poesía durante ocho años. Padecí mucho esa imposibilidad. Ocho años. 

En ese intervalo pasé por el teatro, me dediqué a observar en actores y directores mecanismos que me sirvieron para mi propio proceso creativo; por ejemplo, cómo los actores sostienen el tiempo presente, o que la duda y el miedo son parte del asunto, o cómo hay ciertos elementos básicos, especialmente en la fase de improvisación: la paciencia, la fe. Abrir, abrir y si algo se detiene, trabajar con el propio detenimiento. Tuve el impulso de hacer algo con lo último que había escrito ahí en Banff, antes de dejar de escribir. Trabajé con esos restos, y terminó saliendo algo completamente distinto a aquellos textos viejos y abandonados. Fue importante a nivel personal, lograr hacer algo con lo desechado. La serie creció y se transformó en Pentimento, un término que designa los rastros de los cambios que ha ido realizando un artista en la composición de una pintura, y que asocié al procedimiento de estos bloques. Además, la forma «serie» me aliviaba un poco del miedo a la no-escritura, me daba una punta a qué aferrarme.

De aquellos textos originales quedaron a la vista sólo algunos elementos (una mujer, un hombre, una casa frente al lago) y un único verso: «como si alguien hubiera cavado un pozo para llenarlo de lo que cae al apretar un trapo», que era el color del lago al acercarse.



Pentimento


1.

Lo que no encaja
lo que suena a hoja rasgada es
hoja rasgada
y esos resquicios de luz
son bordes salvados
con cinta scotch,
y esta es una forma de desesperación
la uña que raspa
en busca de la punta.



2.

Hay una X que es la incógnita
que se despeja.

Hay otra que es una forma medida de tachar,
lo anterior asoma.

Y hay otra letra
que se repite en hipoxia asfixia anoxia, es decir
cuando no alcanza el aire. Ahora
es esto: algo que se acumula en los papeles
corta mi respiración.



3.

No hay tiempo
para esperar la transparencia que el tiempo da

miro manchones a trasluz
¿esto es una letra?
dudo de esas patas
de insecto que aún se agita,
el impulso es rematar.



4.

Un hombre. Una mujer. Una casa frente al lago.

Restos
del texto abandonado como esas piedras de la playa
que uno junta 
y en el fondo sabe va a soltar.



5.

Cómo se construye sobre la tierra blanda
que deja el lago

esos troncos fueron pilotes
parecían tocar
la capa resistente del terreno,
una mujer se sienta en la madera, fuma
piensa escombros.



6.

¿Eso que escribís te pasó?

Shhh
no lleva a ninguna parte un lago
es más
es ciénaga
fondo que se hunde
no me deja hacer pie no me deja ir
como una boca
traga las palabras.



7.

Rasgar, rasgar.



8.

La cabeza sobre la tapa del escritorio
una imagen de reposo
si no fuera por este dedo que sigue 
una veta de la madera,
lo que parece comenzar
a abrirse se cierra y sólo es
un punto de dolor
preciso como la incrustación de una astilla.



9.

Digo azul, que se vea
el agua del principio

no se sostiene el tono
esa mujer mete un pie en el lago
que se enturbia

como si alguien hubiera cavado un pozo para llenarlo de lo que cae al apretar un trapo

había escrito
y no había escrito más.



10.

La mujer en la orilla fuma
corre la cara
el viento le devuelve su humo.



11.

Una forma de darse ánimos, inventar
un episodio de bravura
como quien corta la maleza con el óxido
de un cuchillo en la mano

esa hoja contra el viento dice
déjate ir, déjate ir
no importa entonces 
lo que se pierde: el filo
en los tallos
largos como letras que se tuercen
en el apuro en el afán de seguir
el envión.



12.

En esto hay algo artificial

decir la pareja frente al lago
o el vaso que se vuelca en el cuaderno
hace un agua negra.



13.

Antes, con el mínimo crujido de una rama
esa mujer hubiera construido una escena de regreso

ahora una rama que se quiebra
es una rama que se quiebra
pura repetición.



14.

Copio el gesto del pintor que inclina el cuerpo
cada vez más
abajo, hacia la tela
arroja esas gotas, él mismo
a punto de caer dentro del cuadro.



15.

La mujer en la orilla
palpa en su abrigo
el peso de unas piedras.



16.

El lago
contagia su quietud.

Si acá hubiera mar
haría lo que se hace frente al mar
acoplarme al movimiento
su forma
de eterna tachadura.



17.

No alcanza la anécdota, no alcanza
un hombre, una mujer, un lago
un trazo no alcanza
buscar hasta salirse de la lengua
quiero decir stroke
del golpe a la caricia
la escala se abre, el gesto se abre
no deja de ser contorno.



18.

Shhh, no vale el recurso
esto de unir fragmentos
con música incidental.



19.

Cada tanto se enciende una ínfima brasa
la mujer que fuma en la orilla
no se ve más
ha quedado tachada.



20.

Capa tras capa de pintura,
se vuelve
sobre lo mismo.



21.

¿Lo que escribís te pasó?

No poder decir
el lago de otra forma.


¿Lo que escribís te pasó?

Deformar el lago
volverlo laguna
cosa olvidada
vacío.


¿Lo que escribís te pasó?

Nadar es empujar el agua, así
se empujan las palabras
a otro ritmo, lo que queda
es ir hasta el fondo, uno aguanta
la respiración, para decir luego: ahí estuve
de eso se trata
un lago.

(de Esa sal en la lengua para decir manglar, Buenos Aires, Ediciones del Dock, 2014).




Silvina López Medin nació en Buenos Aires en 1976. Publicó los libros de poemas La noche de los bueyes (Madrid, Visor, 1999, Premio Internacional de Poesía a la Creación Joven de la Fundación Loewe), Esa sal en la lengua para decir manglar (Buenos Aires, Ediciones del Dock, 2014) y 62 brazadas (Buenos Aires, Zindo & Gafuri, 2015). Su obra de teatro Exactamente bajo el sol (estrenada en el Teatro del Pueblo, 2008) recibió el Tercer Premio de Obras de Teatro del Instituto Nacional del Teatro. Tradujo al español, junto con Mirta Rosenberg, el libro Eros the Bittersweet de Anne Carson (Buenos Aires, Fiordo, 2015). Preparó la antología de poemas Home Movies, de Robert Hass (Zindo & Gafuri, 2016), que tradujo junto con Alejandro Crotto, Liliana García Carril y Mirta Rosenberg. Cursa una maestría en escritura creativa en inglés en New York University. Es co-editora de Señal, serie de poesía latinoamericana en ediciones bilingües publicada por Ugly Duckling Presse.