(Especial para El Desaguadero)
Mi
amigo, el poeta Vicente Luy, (1961-2012) en el verano del 2010 trabajaba en mi
casa el libro de poemas que en ese entonces no tenía título y luego se editó
después de su muerte con el nombre de “Plan de operaciones”. Llegaba a casa por
la tarde y nos sentábamos frente a la computadora y yo le tipeaba los poemas
mientras él me los dictaba. A veces aparecía con una monjita alemana, que
compraba en el almacén de Mario, un negocio del centro donde venden delicatessen importadas o bien
una coquita bien fría y dos paquetes de cigarrillos.
Uno
de esos días, haciendo un descanso, nos sentamos en la puerta de casa, que daba
a un pasillo y me pidió si podía tomar un poco de vino que había visto arriba
de un estante en la cocina. Le serví un vaso. Se prendió un pucho y charlábamos
sobre las mujeres a quienes había querido seducir sin tener ningún éxito y me
dijo que la ropa que tenía no lo favorecía, y que quizá ese era uno de los
puntos en contra. Yo le dije que para su cumpleaños, en mayo, había pensado
regalarle una camisa pero no me había alcanzado la plata. Y él me pidió que le
regalara medias, pero medias suavecitas, muy suavecitas. Y lo dijo como si
estuviera leyendo uno de sus poemas. O al menos así me pareció.
Vicente tenía una forma de hablar algo pausada, su voz era suave y melodiosa y esas características se potenciaban en sus lecturas. Antes de alguna presentación, ensayaba en voz alta. En una oportunidad en que me pidió que yo leyera sus poemas (porque a causa de tomar veneno para ratas, tenía afectado el habla y salivaba demasiado), me exigía que le leyera una y otra vez para que él me indicara cuál era el tono y la intención que debía tener ese poema. Apenas terminó de decir “suavecitas”, largué una carcajada y le dije que esta situación y lo que él acababa de decir era un poema y que lo iba a escribir. Y entonces me animó a que lo escribiera ahí mismo. A mano o en la compu, pero que lo escribiera en ese mismo momento, tal cual había sucedido. Y mientras lo escribía, iba dejando afuera algunos detalles, como mi deseo de comprarle la camisa y me exhortó: no, no omitas nada. Y así fue que nació este poema express como llamaba Luy a su forma de hacer poesía.
Vicente tenía una forma de hablar algo pausada, su voz era suave y melodiosa y esas características se potenciaban en sus lecturas. Antes de alguna presentación, ensayaba en voz alta. En una oportunidad en que me pidió que yo leyera sus poemas (porque a causa de tomar veneno para ratas, tenía afectado el habla y salivaba demasiado), me exigía que le leyera una y otra vez para que él me indicara cuál era el tono y la intención que debía tener ese poema. Apenas terminó de decir “suavecitas”, largué una carcajada y le dije que esta situación y lo que él acababa de decir era un poema y que lo iba a escribir. Y entonces me animó a que lo escribiera ahí mismo. A mano o en la compu, pero que lo escribiera en ese mismo momento, tal cual había sucedido. Y mientras lo escribía, iba dejando afuera algunos detalles, como mi deseo de comprarle la camisa y me exhortó: no, no omitas nada. Y así fue que nació este poema express como llamaba Luy a su forma de hacer poesía.
***
Sentados
en el pasillo
con el sol
de frente
Vicente
fuma y bebe vino
Yo estoy
risueña
Le digo
que quería regalarle una camisa
pero no me
alcanzó la plata
Como si
leyera uno de sus poemas, me dice:
-Regalame
medias, un par de medias suavecitas; muy suavecitas.
Del libro Tomo las decisiones con los pies – 2011.
Llantodemudo Ediciones.
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