viernes, 15 de noviembre de 2019

Me abro al cierre



Círculo abierto, de Daniel Mariani. Borde perdido Editora, Córdoba 2018, 68 págs.


por Cecilia Restiffo


El estilo de un escritor se construye en un laboratorio donde la visita de temas y preocupaciones son motivo y límite de su esencia poética.  Con el tiempo estas motivaciones se pueden vislumbrar en su obra, sin embargo en el caso de Daniel Mariani (Córdoba, 1981), esta recurrencia se percibe, más que en los temas, en la forma de mirar, en la manera de decir la materia verbal. La textura de sus poemas se reconoce en los matices de sentido que otorga al lenguaje utilizado. Sin grandilocuencia y con una precisión de bisturí, este autor recupera lo fundamental de la poesía: su universalidad, su resistencia.

En Círculo abierto (Borde Perdido Editora, 2018), Mariani presenta su itinerario en  dos partes. El primer capítulo, de los días: recorre lugares y experiencias que trazan un camino reconocible, así el levantarse y reconstruirse antes de comenzar el día, la oficina y su tedio, una ida al mercado, la noche que desciende en un baño reparador, los aromas de la casa como un registro de cariño cotidiano; ponen en primer plano los detalles de la vida diaria y su importancia para la existencia y el sentido humanos: «Aunque el trabajo acorte los días / y no pueda quedarme / salgo al balcón y riego / convencido: / un viento sur / y nuestra habitación será de albahaca y menta. // Cuando llegues -con el cansancio / de la ciudad y el verano- / sentirás que estuve». Por otro lado, el segundo capítulo, agua/fuego: nos presenta una variedad de textos que recuperan los dos elementos esenciales de la naturaleza. En este apartado la presencia de los tópicos es una excusa para rememorar la infancia, las aventuras de pesca, los paseos con amigos, las tradiciones familiares. Aquí se respira otro aire, algo fresco proveniente de la naturaleza invade cada texto, para cerrar con dos poemas que nos sitúan ya en un presente adulto. Este salto es también un descubrimiento en el tono, ya no se presenta solo como nostalgia: es crecimiento, es encontrar en el agua del vaso y en el fuego del nombre la propia historia; que si bien fue forjada por esa infancia, ahora se reconoce como propia. El círculo se cierra, aparentemente, con la recuperación de ese presente que se despliega en el primer texto; sin embargo, si fuimos leyendo en el orden que el autor propone, estaremos preparados para que este último poema sea en realidad el que abra la idea de una búsqueda que puede siempre volver a comenzar. 

El ático y Círculo abierto, los dos libros del autor
 Mariani, así, ofrece un trabajo con la palabra que revitaliza el lenguaje cotidiano en el espacio del poema. Esta condición de equilibrio permite que los lectores entremos en los textos sin una evidente dificultad, pero a medida que recorremos las aristas del poema comprendemos -no sin asombro- que es la combinación de ese lenguaje, lo que nombra por primera vez: «Abro la ventana sin violencia / y puedo ver / algunos árboles, edificios, / ropa tendida en los balcones. / La ciudad / desde arriba / disimula sus trampas...». Atravesamos, entonces, el umbral que impone la lengua poética con la sensación de experimentar la transformación de una idea en otra. Aunque esto no es del todo así, ya que lo que ha cambiado es la forma de nombrar, si convenimos en que el lenguaje hace posible o impide la experiencia y luego la interpela. Es necesario, además, pensar en la forma como un todo que se fusiona con el fondo, en este sentido la poética del autor reside precisamente en encontrar el modo nuevo de pronunciarse, de inaugurar lo cotidiano; entonces como diría Slavoj Žižek: «El aparente desplazamiento de un objeto, su deslizamiento de posición sobre contexto, es causado por un cambio en la posición de observación que brinda una nueva línea de visión…». Esta línea de visión nueva es, además, la que trasforma lo dicho para sorpender al lector y llevarlo a la reflexión de su propia experiencia, que como en un diálogo se completa con la expresada por este yo lírico. Aquí, finalmente, el poeta logra la idea del círculo que se abre de algún modo hacia el otro: al que escucha, al que lee, al que termina de dar sentido al texto con la complicidad y maestría de uno que sabe decir bien la palabra.

En este segundo libro, Mariani confirma su calidad de observador, su paciencia en la elaboración de un lenguaje que se despliega como una sutil telaraña, cuyos puntos de contacto contienen la experiencia de un hombre y su mundo, esta referencia permite recorrer ese «círculo» hasta el final, pero a su vez en cada texto hay una razón para volver a empezar, ese camino de reflexión sobre lo pequeño resulta ser, sin más, lo que nos lleva a los grandes temas o preocupaciones humanas: el paso del tiempo, la mentira, la verdad, lo inasible, los sueños, el amor, el desamor.  Si en El ático (2009), estos temas se avizoraban en una muestra de precisión, en Círculo abierto se despliega el tubo de ensayo para lograr una alquimia poética que soprende en cada lectura.

***



Cuatro poemas de Círculo abierto,
de Daniel Mariani



Sobre la mesa

 
Todo fue mezclado.
La vida
se parece a esta sopa
fría y oscura
en la que nada se distingue.

Mi cuchara de bronce
con los años
logró el filo de un cuchillo

para cortar la lengua.
O sacar el corazón
y ponerlo sobre la mesa.

*

Variaciones

Destino tus postales de viaje
al trabajo del fuego
mientras vigilo
sus letras encendidas.

Algo dibujan
entre el humo y la noche.

Algo que,
suspendido en el aire,
ya no es nuestro.

*

Círculo

En la única noche fría del verano
hacemos una fogata.
Los amigos
repiten las mismas historias
y el desorden de la luz
oculta
lo que el tiempo hizo con nosotros.
Yo repaso en el fuego
el año terminado.

El viento dispersa
las últimas chispas.
Anticipan la próxima claridad.
O la sombra
que cerrará el círculo.


*

Cucheta

Antes de llevarlo con su madre
armamos la vieja cucheta.

Reconozco
las iniciales de mis hermanos
como escritas con fuego
en las tablas.

Sábado.
Duermo abajo,
solo.
Recuerdo el insomnio,
los ruidos,
el miedo de la infancia.
Hasta que advierto una letra
firme y clara:
tu nombre, hijo.

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