jueves, 2 de junio de 2022

Cribar el subconsciente con ojo lúcido



Ojodrilos, de Rubén Valle. Ediciones Peras del Olmo (digital), 2021.


por Andrés Cáceres


La población crece mientras los lectores decrecen. Los poetas siguen escribiendo, pero difícilmente llegan al libro: se quedan en la versión digital. ¿Qué escribir en el mundo actual, globalizado, tiranizado por el capitalismo apátrida? Rubén Valle convoca a la poesía desde su interioridad. Sabe que esa es su residencia permanente y que solo responde cuando hay autenticidad.

En Ojodrilos, su nuevo poemario, vuelvo a comprobar que para él, el ejercicio poético es liberación, casi al modo de los surrealistas, con la diferencia de que Valle criba la sustancia subconsciente con el filtro de un razonamiento crítico, lúdico y estético.

Sin querer dar una definición, considero al arte, en general, como inspiración y riesgo. ¿Cómo no encontrar estos valores en su poesía?

Y comienza por el título, Ojodrilos. Borges considera a los globos oculares como «esos tenues instrumentos». Valle les otorga una condición cuasi omnisciente: «Son más efectivos / que el hambre y el olvido / Peores que un secreto o el óxido». Y advierte: «Ojo con esas miradas / que te muerden / como los espejos que delatan / lo que tus ojos criban».

Al igual que con los libros anteriores, nos sumerge en un mundo vital donde lo cotidiano toma carácter metafísico y la poesía, esa inasible transparencia, sobrevuela de extremo a extremo.

Considero que para nuestro vate, el poema es esencia, sustancia, instancia primigenia. En El huevo o el poema se pregunta: «¿Cuál de los dos predijo el big bang / su imperativa metáfora de lo posible? / ¿Quién parió la primera muesca / y lanzó a la nada aquel berrido inaugural?». 

Leerlo es disfrutar de una imaginación poética que lleva a pensar, a sentir que estamos vivos y a creer, con cándida beatitud, que la vida es eterna y, como si fuera poco, que las variaciones metafóricas son infinitas.

Tal es el placer que me permite en Frankenstein escribe a Mary Shelley, que lo he leído y releído, como si quisiera memorizarlo: «Con el corazón zurcido pendiendo de un hilo negro / y su carne devastada a la espera de turno en chapa y pintura / el prometeo de los pespuntes jura ante su sombra: / Maldita Mary Shelley hoy seré yo quien te escriba / con estas manos de sepulturero voy a reinventarte».

En Goles perdidos, el primer verso («La campana de la catedral»), lleva a imaginar claustros de recogimiento místico, pero ya en lo siguiente, el rumbo es muy otro: «No me llama a mí (tampoco a vos) / tañe como el grito de los inocentes / o esos goles perdidos / que se suicidan un domingo cualquiera». (Esto me hizo pensar en el penal que Higuain disparó a la estratósfera).

Una lectura completa me da la convicción de que Valle no es optimista ni pesimista, sino vitalista, de temperamento sanguíneo. Atropella con la belleza por estandarte y nos ametralla con aciertos metafóricos.

Cuando hablo de belleza en sus libros, rechazo de plano a la decorativa. La suya es natural como un paisaje, de sinceridad conmovedora, de música sincopada, de imágenes renovadas, donde el humor es un camarada sabio que suma su estro al río eterno de la lírica.

Insisto: no hay retórica ni ornatos sino legítimo verso augural, de armónica síntesis de forma, musicalidad y significación.

De entre tantas ideas gratificantes, como escritor de ficciones, elijo la siguiente: «El que lee es un obrero calificado / un esteta que padece la frase incorrecta / como un ladrillo mal colocado / El lector es una casa vacía / un nombre en blanco / pero ante todo un oído dispuesto para que el cantor / confiese lo que ya todos sabíamos». 

En fin, Rubén Valle, dueño de un humor de alto calibre, que hace sonreír al alma, se abre camino, con luz propia, en medio del numeroso y caótico quehacer actual de la poesía argentina. 

Rubén Valle.




Tres poemas de 
Ojodrilos
de Rubén Valle


El huevo o el poema

¿Cuál de los dos predijo el big bang, 
su imperativa metáfora de lo posible?
¿Quién parió la primera muesca
y lanzó a la nada aquel berrido inaugural?
¿El huevo o el poema?
¿El poema? ¿El huevo?
Con ínfulas de esclarecido el poeta sentencia: 
el poema siempre es el huevo
De él nace cada día una nueva Roma
Un camino para el cojo y el cimpiés
Una casa abierta a los diletantes
Y no pocas veces un decamerón 
 que vela y desvela 
nuestros sueños más sombríos
Es el poema quien prohija al amor 
en pleno sturm und drang 
y en el palimpsesto de lo desandado
bifurca a ciegas ese sendero por el que arriban 
las preguntas y raras veces parten las respuestas. 

El huevo siempre es el poema. 
 
A Luis Benítez

*

Frankenstein escribe a Mary Shelley

Con el corazón zurcido pendiendo de un hilo negro
y su carne devastada a la espera de turno en chapa & pintura
el prometeo de los pespuntes jura ante su sombra:
Maldita Mary Shelley hoy seré yo quien te escriba
Con estas manos de sepulturero voy a reinventarte
Tendrás el cuerpo perfecto (ese que ansío para acoplar mis costuras) 
La boca de Marilyn las cejas de Frida los labios de Jolie
Los pechos más dulces y los ojos del faro del fin del mundo
Colmillos como cuchillos a estrenar para que me muerdas a lo loba 
Y una voz sin orillas que atraviese los laberintos de mi cabeza 
con canciones sucias como un desayuno en el pantano
Lucirás Mary Shelley el pelo de mil brujas en ebullición
y una lengua oscurísima del largo de mi espalda 
para enhebrar los fragmentos que me faltan 
y así ser lo que siempre soñaste de mí: 
todos los hombres en uno.


*

Nom de guerre

No tuve la gracia de elegir el nombre 
que me nombra y me iguala 
a tantos y de otros tantos me diferencia
Si por mí fuera me llamaría
Isidro, Thelonious, Odo, 
Jorge Luis o Polifemo
A decir verdad preferiría llamarme 
como un libro de puño & letra
Tener un título no un nombre
Algo así como Altazor
Op Oloop Aleph o Bartleby
Nunca me llamaría Onur
Leopoldo Atila o Carlos Saúl
Mucho menos Adolf
Pero me llamo como me llamo 
y hasta un perro sin hambre se da vuelta
cuando escucha su nombre.


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