Paul Auster en su departamento neoyorquino. |
por Fernando G. Toledo
Contemplar la degradación de una vida que se trastoca, admitir el pasmo que esto provoca y retratarlo en palabras. Sobre eso, entre otras cosas, habla la poesía de Paul Auster (Nueva Jersey, Estados Unidos, 1947), un autor que puede considerarse uno de los novelistas más exitosos, respetados y populares de los últimos 40 años. Merced a magistrales relatos como La trilogía de Nueva York, El palacio de la luna, Leviathán o El libro de las ilusiones, el autor ha sabido hechizar a los lectores con sus historias en las que los días parecen una comedia absurda de Beckett, pero con una consistencia tan palpable que resultan, si se quiere, aún más contundentes.
Pero antes de convertirse en ese gran narrador que indiscutiblemente es, Auster trajinó el ensayo y la poesía, a los que considera claramente como «cimientos» de su obra posterior, anclajes a los que (al menos no públicamente) parece no haber regresado, especialmente si de la lírica hablamos.
A diferencia de otros autores cuyas incursiones poéticas son ocasionales y hasta caprichosas, Auster en cambio escribe una poesía de enorme fuerza, en la que se muestra un constante escarbar por la ontología de las palabras y del silencio, pero también en la que el sujeto que habla (el famoso «yo lírico») parece siempre resignado a algo que ha sucedido y ante lo que no tiene otra opción más que pronunciarse.
«Pronunciar», en suma, quizás sea el verbo clave en su poesía, que incluye los títulos Unearth (1974),
Wall Writing (1976), Fragments from the Cold (1977) y Facing the Music (1980), además de algunas ediciones que recolectan o antologan su obra. En español, entre las primeras traducciones están las del académico Américo Cristófalo para Diario de Poesía (invierno de 1992) y luego las muy difundidas del español Jordi Doce, que primero aparecieron en un volumen antológico bajo el título Desapariciones (Pre-Textos, 1996), y que luego se reprodujeron también en la reunión selecta de poemas y ensayos Pista de despegue (Anagrama, 1998). En 2012, finalmente, aparecería por Seix Barral la Poesía completa, de Auster, también traducida por Doce.
Mi encuentro con Auster se dio, justamente, durante los años 90, y a diferencia de la mayoría, fue a través de sus poemas. El salto a su narrativa consolidó mi admiración por este autor estadounidense (a quien pude apreciar con sus dotes de orador en vivo, en la Feria del Libro de Buenos Aires de 2014) y ese conjunto de lecturas fue el que me animó a acometer mis propias traducciones, que están entre las primeras que hice de poesía. Así fue que entre julio y agosto de 1998 traduje poco más de 30 poemas de Auster, en definitiva, todo lo que pude conseguir en su idioma original en tiempos en los que no era tan sencillo como ahora.
De esa treintena de poemas, aquí hay una brevísima selección.
Paul Auster
Siete poemas
© Versiones de Fernando G. Toledo
Julio y agosto de 1998
Exhumación
I
Junto con tus cenizas, las apenas
escritas, borrando
la oda, las raíces perturbadas, el ojo
ajeno –con manos imbéciles te arrastraron
hacia la ciudad, te ataron a
este nudo de jergas, y no te dieron
nada. Tu tinta ha aprendido
la violencia del muro. Condenado,
mas por siempre al corazón
del silencio fraternal, vuelcas las piedras
de la tierra no vista y alisas tu sitio
entre los lobos. Cada sílaba
es producto del sabotaje.
III
La ruta ciega está grabada
en tu palma: te lleva a la voz
que habías intercambiado, y sangrará de nuevo
sobre las aristas de esta escritura en braille
tallada por los sueños. Un aliento
sube hasta las hebras de mi tartamudez
e ilumina el aire que nunca
renunciará. Es tu cuerpo
tu propia carga. Y anda con el peso
del fuego.
VI
Incontenible
en este flujo de tierra
—donde las semillas acaban
y auguran cercanía— harás sonar
la declamación coral
de la memoria, e irás por el camino
que siguen los ojos. Ya no hay
salida para ti: desde el momento
en que te cortes las venas, las raíces empezarán
a recitar la masacre
de las piedras. Vivirás. Construirás aquí
tu casa —olvidarás tu nombre. La Tierra
es el único exilio.
De Exhumación (1974)
Noches blancas
Nadie aquí,
y el cuerpo dice: lo que sea dicho
no es para ser dicho. Pero nadie
es además un cuerpo, y lo que el cuerpo dice
nadie lo oye
excepto tú.
Nevada y noche. La repetición
de un asesinato
entre los árboles. La pluma
se mueve a través de la tierra: ya no sabe
qué ocurrirá, y la mano que la sostiene
ha desaparecido.
No obstante, escribe.
Escribe: en el principio,
entre los árboles, un cuerpo vino caminando
desde la noche. Escribe:
la blancura del cuerpo
es el color de la tierra. Es tierra,
y la tierra escribe: cada cosa
es el color del silencio.
Ya no estoy más aquí. Nunca he dicho
lo que dices
que he dicho. Y cada noche,
desde el silencio de los árboles, sabes
que mi voz
viene caminando hacia ti.
Autobiografía del ojo
Cosas invisibles, arraigadas en el frío,
y creciendo hacia esta luz
que desaparece
en cada cosa
que ilumina. Nada acaba. La hora
vuelve al comienzo
de la hora en que respiramos: como si
allí nada fuéramos. Como si yo no pudiera ver
nada
que no sea lo que es.
En el límite del verano
y su calor: cielo azul, colina púrpura.
La distancia que sobrevive.
Una casa, construida de aire, y el flujo
del aire en el aire.
Como esas piedras
que se deshacen y mezclan con la tierra.
Como el sonido de mi voz
en tu boca.
De La escritura del muro (1976)
Alborada
Ni siquiera el cielo.
Apenas una memoria del cielo,
y el azul de la tierra
en tus pulmones.
Tierra
menos tierra: mirar
cómo el cielo va a encerrarte, a crecer vasto
junto con las palabras
que dejaste sin decir —y nada
se perderá.
Yo soy tu suplicio, la costura
en el muro
que se abre al viento
y su balbuceo, tormenta
en plural —ese otro nombre
que das a tu mundo: exilio
en las habitaciones del hogar.
El alba se pliega, adopta
testigos,
el álamo y la ceniza
que caen. Vuelvo a ti
por entre este fuego, un resto
de la estación siguiente,
y seré para ti
como polvo, como aire,
como la nada
que no te frecuentará.
En el lugar anterior al aliento
sentimos a nuestras sombras cruzarse.
De Fragmentos desde el frío (1977)
S.A. 1911-1979
Desde la pérdida. Y desde cierta pérdida
Que merodea a la razón –incluso hasta la pérdida
de la razón. Empezar con este pensamiento: sin ton
ni son. Y entonces simplemente esperar. Como si la primera palabra
llegara sólo después de la última, después de una vida
esperando la palabra
que estaba perdida. Decir nada más
que la verdad de ella: los hombres mueren, el mundo fracasa, las palabras
no tienen sentido. Y por lo tanto exigir
sólo palabras.
Muro de piedra. Corazón de piedra. Carne y hueso.
Tanto como todo esto.
Más.
De Afrontando las consecuencias (1980)
1 comentarios:
Que buenos poemas y que gran trabajo el tuyo querido Fernando. Alejandro Scarpetta
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