lunes, 6 de febrero de 2023

4 poemas de Liliana Bodoc

Liliana Bodoc según Gonzalo Kenny.



Liliana Bodoc (1958-2018) fue una de las más importantes y reconocidas narradoras argentinas de las últimas décadas. 
Nacida en Buenos Aires, pero criada y formada en Mendoza, comenzó su carrera literaria a una edad muy tardía, con la que para muchos es su obra cumbre: La saga de los Confines, una trilogía literaria que se conectaba con el estilo de J. R. R. Tolkien, pero en una geografía y con una mitología que eran las de América. Si bien lo que Bodoc publicó estrictamente como poesía es muy poco, su escritura era eminentemente poética. La que sigue es la presentación que hizo de ella misma en la solapa de Venado, el que fuera su primer libro decididamente de poemas, aunque estos fueran basados en sus propias historias:

Nací en Santa Fe, en el año 1958, pero pasé la mayor parte de mi vida en distintos departamentos de la provincia de Mendoza. Allí forjé mis primeras amistades, me casé y tuve a mis dos hijos.
Crecí en una familia que estimuló tanto el amor por diversas formas del arte como el compromiso con la realidad. A ellos les debo las lecturas que marcaron no ya mi infancia, sino toda mi vida.
Fui alumna de escuela pública. Cursé la carrera de Literaturas Modernas en la UNCuyo, Facultad de Filosofia y Letras, donde tuve el honor de ser distinguida, en 2016, con el Doctorado Honoris Causa.
En el año 2000 se publicó la primera parte de la trilogía de Los Confines: Los días del Venado. Luego vendrían Los días de la Sombra y Los días del Fuego.
Desde entonces no he dejado de escribir. Y si algunas constantes puedo reconocer en mi escritura son el amor y el compromiso.

A continuación, cuatro poemas de Liliana Bodoc: los tres primeros pertenecen a Venado y el último es un inédito. También se puede leer otro poema de Liliana Bodoc aquí

Las desobediencias de la Muerte

Sombra, así me llamaron.
Y no por ser menos que la luz sino por ser su oponente.
La noche para que exista el día.
La unidad para que exista lo múltiple.
Tal vez, la sed para que exista el agua.

Soy la Sombra. Y junto a mi tarea, recibí la prohibición de ser madre.
Injusta frontera que me niego a tolerar,
aunque mi desobediencia corroa el tronco de las grandes leyes.

Soy la Muerte y, a pesar de la prohibición, decido engendrar.
Pero mi vientre, que no fue planeado para otorgar vida, es macizo, sin oquedades ni líquidos.
Por eso, lo que deba suceder, sucederá en mi boca.

Ahora camino hacia el sitio que cuidadosamente elegí para aparearme conmigo misma:
el monte Nóferos que, por huesudo y cavernoso, es semejante a mí.
No necesitaré más sustancias que las propias, y mucha paciencia.

Cuando abandone este lugar, seré la madre Sombra. Y mi hijo…
¿Quién será mi hijo?



La puerta de la lechuza

¿Los escuchas llegar? Vienen hacia aquí contra todas las leyes.
¿Escuchas, hermano tambor? ¿Puedes escucharlos?

Distingo los pasos que se acercan.
Es Piukemán, el menor de los hijos varones de Dulkancellin.
Y no viene solo, trae consigo a su hermana.
Esos niños no deberían estar aquí.
Tú lo sabes, y yo, y cualquier criatura del bosque.
También Piukemán ha sido advertido desde las canciones para dormir...
“No traspondrás la Puerta de la Lechuza”
Pero a Piukemán, la prohibición lo convoca.

Muchos sucesos oscuros ocurrirán a nuestro alrededor. 
Y estoy aquí para escuchar y entender los mensajes del mundo.
Pero ahora, dos niños se acercan. 

La curiosidad de Piukemán es su buena estrella y es su noche. 
Por la curiosidad, este niño conocerá el horror.
Por la curiosidad, recibirá un don semejante a la peor condena.

Yo soy brujo y tú, hermano tambor, eres viejo. 
Soy viejo y tú, en cierto modo, eres brujo.
Sin embargo, nada podemos hacer por él.
En esta ocasión lograré expulsarlos de aquí.
Hoy los salvaré.
Pero sé bien que, en tiempos venideros, no me será posible hacerlo. 
Aunque convoque al bosque entero, 
y rompa trece parches entonando una súplica, 
la curiosidad de Piukemán hará que se cumpla un destino.

¿Los escuchas, hermano tambor?
Ya están aquí.



Terquedad de la vida

Cuando la jauría de Drimus atacó a Dulkancellin, nadie creyó posible que saliera con vida. Pero el guerrero husihuilke aún tenía un tramo de camino por recorrer.


Si la muerte no es digna de la vida 
no merece su nombre ni su escudo. 
La muerte inmerecida jamás mira de frente 
para decir "Es tiempo".

La jauría lanzada sobre el hombre caído. 
Las bestias, sobre el canto,
y las pelambres sofocando el alma. 
Allí empezó la muerte del guerrero. 
Una muerte tan larga como fue necesario

Porque sucede a veces, sólo a veces,
que el muerto no se entrega. 
Hay algo por hacer, y no se entrega. 
Está muerto aquel hombre que camina, 
galopa contra el viento, da batalla. 
Está muerto y nadie se da cuenta.

Así fue Dulkancellin. 
No él, su voluntad abrió los ojos. 
No él, su terquedad cabalgó hacia la playa.

Después de la jauría
sólo fue cierta el alma. 
¿Quién fue en busca del hijo?
¿Quién disparó la flecha final contra Misáianes? 
No él, sino su pueblo.

De Venado (textos inspirados en su propia novela Los días del Venado), 2017



Primera persona

Yo, primera persona del singular.

Yo tengo

Pero Yo no soy Tengo
porque
si un huracán se lleva todo
y me deja tan solo con lo puesto.
Yo seguiría siendo.

Yo estoy.

Pero, atención,
porque aunque cambie de lugar,
aunque cambie de barrio y de ciudad
yo sigo siendo.

Por las noches yo duermo
pero no soy Dormir
porque cuando despierto
sigo siendo

Yo canto.
¿Y si no canto?
Yo juego.
¿Y si no juego?

Yo estoy aquí y allá
yo tengo, yo no tengo
yo canto y desencanto
yo esta tarde no juego
pero yo sigo siendo.

Yo soy yo cuando Soy.

No soy Tener.
No soy Estar.
Yo soy
Ser
en primera persona del singular.

(inédito)

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