martes, 1 de julio de 2025

La historia de un poema de Laura Martín Osorio




por Laura Martín Osorio
Especial para El Desaguadero

En 2020, había empezado a escribir una serie de poemas que pretendía formaran parte de un mismo libro, que tendría a diversas niñas como protagonistas. A veces me sucede así: compongo algo, luego agrego otro texto y, si consigo cierta armonía tonal, sueño con el conjunto… A finales de ese año, me mudé de casa. Fue un cambio bello y significativo, había deseo puesto allí, cada movimiento acarreaba alegría y cansancio, y desplazaba cualquier otro proyecto a un segundo plano...  

Cuando por fin logramos trasladar cada bártulo, instalar la biblioteca y descansar, pude notar que las noches sonaban distintas en esta parte de la ciudad. Dormía, sí; pero me despertaba con un chirrido metálico que no lograba identificar. ¿Rasguños, tal vez? Sí, sobre una superficie resistente. ¿Alguien pediría auxilio en la oscuridad? Sí, estaría atrapado en un espacio asfixiante, pretendiendo escalar para poder salir. Insistía. Noche tras noche, el rumor volvía. Comencé a imaginar a un ser muy pequeño que vivía en las cañerías y que me llamaba, que me buscaba en medio del silencio y yo, cobarde, no podía levantarme de la cama para salvarlo.

No sé cuántas veces se repitió esta escena hasta que descubrí de qué se trataba, no sé si una de esas mañanas escribí el poema de un tirón a modo de conjuro, o si fue después del hallazgo que lo puse en palabras. No lo recuerdo. Fue a formar parte de ese libro de poemas que había temporalmente archivado; se integró a ese grupo de niñas, pero no por mucho tiempo... Había algo peculiar en él, que se abría camino en otra dirección. ¿Podría convertirse en libro álbum?

Lo compartí, entonces, con una ilustradora de Córdoba, Cintia Gassmann —a quien había conocido a través de las redes sociales en 2021—, con cuya estética dialogaba La niña de las cañerías. Ella se entusiasmó. Empezamos a conversar a través de Instagram, luego fuimos al correo electrónico, después a WhatsApp y, finalmente, concretamos una primera reunión a través de Meet para avanzar de manera sincrónica. Las palabras y las ilustraciones empezaron a establecer un diálogo singular, se iban amalgamando para expresar algo juntas. 

Un día Cintia me contó acerca del Certamen Literario Luis de Tejeda, que ese año —2022— convocaba a la categoría «álbum ilustrado». Decidimos presentarnos, pusimos manos a la obra para que cada página de la propuesta cumpliera con las expectativas. Para nuestra enorme felicidad, y la de La niña de las cañerías, ¡obtuvimos el primer premio!

Quién iba a pensar que esos temores ante lo nuevo terminarían transformándose en algo tan bello. El libro me ha traído grandes alegrías, vínculos preciosos y la oportunidad de compartir con otras personas lo que antes era solo un murmullo. A veces, cuando lo leo en voz alta, siento que aquel diminuto ser encontró por fin una salida, una tierna canción de cuna y un coro que la acompaña. Y yo, que le temía a la oscuridad, hoy siento que no estoy sola y que le puedo cantar en compañía al miedo hasta hacerlo desaparecer.


Ilustración de Cintia Gassmann



La niña de las cañerías 

De la casa nueva me gusta todo
menos la noche

hay una niña 
en las cañerías
(no se lo he contado a nadie).

La escucho 
me despierta a los gritos
rasca el metal. 

Me tapo con las sábanas
me aferro a mi osito
aprieto los ojos.

Debe ser muy pequeña
como una pelotita de ping pong
manos blancas 
que no saben escalar
ojos redondos
que escupen círculos de papel
y una boca de pez sol.

No sé por qué me llama a la noche
por las mañanas la busco
pero ya se ha ido.

Estoy juntando coraje
en un cofre
cuando lo haya llenado
me animaré a levantarme
en medio de la oscuridad
para cantarle una canción de cuna.


Laura Martín Osorio ha publicado los libros de poesías Bombos y poetas (2021), Por la cañada del arroyo seco (2022), Desde mi ventana (2023), Los viajes de Juanita Rodamundos (2024), y los fanzines Asterisco (2021), Cuatro estaciones en Lago Belino (2022) y Un día de invierno (2024). Obtuvo el primer lugar en el Premio Tejeda 2022 por el álbum ilustrado para las infancias La niña de las cañerías (2023).

lunes, 16 de junio de 2025

Entrevista a Rafael Felipe Oteriño: un poeta al frente de la Academia Argentina de Letras

Rafael Felipe Oteriño en el Festival Internacional de Poesía de Mendoza 2018 / Foto: Camila Toledo


Rafael Felipe Oteriño: «El daño del debilitamiento de la palabra escrita está a la vista»


El prestigioso autor acaba de ser elegido presidente de la Academia Argentina de Letras y se convierte en el primer poeta que estará al frente de la institución. Sobre eso y sobre los pulsos que mueven su obra habla en esta charla.

por Fernando G. Toledo

El 24 de abril de 2025, cuando en el mundo se celebraba el Día del Idioma Español, la Academia Argentina de Letras (AAL) eligió nuevas autoridades y, simbólicamente, puso a la poesía por delante. Y es que, por primera vez en su historia, un poeta presidirá esta institución que, como tal (aunque tenía importantes precedentes) fue creada en 1931 por decreto presidencial para «dar unidad y expresión al estudio de la lengua y de las producciones nacionales, para conservar y acrecentar el tesoro del idioma y las formas vivientes de nuestra cultura».

El poeta elegido como máxima autoridad, entonces de la AAL es nada menos que Rafael Felipe Oteriño, uno de los poetas más admirados de nuestro presente, y quien tendrá a su lado, en el rol de vicepresidente, a otro poeta: Santiago Kovadloff.

Oteriño (La Plata, 1945) es dueño de una preciosa obra poética que comenzó en 1966 con Altas lluvias y que se extiende, por ahora, hasta Lo que puedes hacer con el fuego (2023, editado por Pre-Textos en España). Además, el que fuera abogado y juez de profesión, tiene una más breve, pero no menos brillante bibliografía como ensayista, con volúmenes dedicados a la reflexión sobre el hecho poético cuyo último título es elocuente: Pensar la poesía (2024).
 
El poeta, quien ha leído sus poemas en Mendoza en numerosas ocasiones (especialmente como participante del Festival Internacional de Poesía que se realiza en el marco de la Feria del Libro), se prestó a un diálogo con Estilo, en el que, como siempre, regaló en cada respuesta sus consabidas dosis de amabilidad y lucidez.

—Acaba de ser elegido presidente de la Academia Argentina de Letras y Santiago Kovadloff será el vicepresidente. ¿Se puede tomar como un símbolo el hecho de que dos poetas conduzcan esta institución?
—En todo caso, como expresión de que la poesía, tan postergada en las vidrieras del éxito y tan poco reseñada en los periódicos, mantiene su autoridad intacta como voz de lo que no tiene voz. Esto es, de lo callado y lo indecible. Que en épocas vertiginosas y de pensamiento globalizado la poesía todavía puede mostrar un horizonte alternativo donde exponer el difícil estar en el mundo. En lo formal, no es otra cosa que una circunstancial variación de atribuciones, aunque, de hecho, sea la primera vez que es presidida por un poeta. La Academia está integrada por un cuerpo plural y democrático de narradores, poetas, ensayistas, dramaturgos, lingüistas, gramáticos, lexicógrafos, que cubren sus dos ámbitos de pertenencia: las letras y la lengua.


Rafael Felipe Oteriño en la AAL.



—¿Cuáles son los desafíos actuales de la AAL y qué objetivos o tarea  en particular se propone bajo su gestión?
—Como el de las humanidades en general, los desafíos de la academia son enfrentar de manera reflexiva las improntas de la época que tienden a simplificar los matices, a opacar la variedad de los léxicos, a producir grietas en la gramática, y que, antes que muestras de creatividad, son demostraciones de pobreza lingüística. La difusión de la cultura digital ha cambiado los paradigmas y hoy el contacto con la palabra escrita se realiza menos a través de los libros que mediante la pantalla de los dispositivos electrónicos. El daño lo tenemos a la vista: el debilitamiento de la palabra escrita, reemplazada en los hechos por imágenes repetitivas que, en su ligereza, muestran pero no explican. Volver la mirada sobre el manantial de la literatura y prestar atención a la imaginación, la variedad y la pluralidad es uno de los objetivos.

—El deterioro de la capacidad lectora en los más jóvenes se intersecta curiosamente (o no) en la actualidad con una tendencia a subvertir con cierta impostación el lenguaje (uso del llamado «lenguaje inclusivo», abandono de las normas en el lenguaje de comunicación tecnológica, etc.). ¿Es motivo de alarma o es algo que tenderá a mejorarse?
—El «lenguaje inclusivo» es, ciertamente, uno de los temas que se debaten en la sociedad y en las academias de la lengua, pero no es el único ni el principal. Hay otros que, por su incidencia social, se han convertido en más urgentes: la prédica de un Lenguaje Claro y Accesible, por un lado, y la incidencia de la Inteligencia Artificial, por otro, que, fuera de sus indiscutibles beneficios prácticos, no solo afecta el lenguaje sino también a nuestras vidas. Las «jergas» e «idiolectos» conminan contra el lenguaje entendido como medio de comunicación, además de desbordar, en muchos casos, el sistema gramatical de la lengua española. Esto no quita que, como fenómeno retórico, el debate sobre el «lenguaje inclusivo» haya servido para hacer visible la discriminación y la falta de igualdad en los diversos vínculos de la sociedad. No, no es motivo de alarma, es —como digo— motivo de estudio.

—Fuera de su faceta como académico, en los últimos años se ha mostrado muy prolífico en cuanto a publicaciones. La más reciente es Pensar la poesía, libro que reúne ensayos sobre lo que expresa el título. ¿Qué lleva a un poeta con usted a no sólo practicar la poesía sino «pensarla»? El filósofo Gustavo Bueno decía en un ensayo de juventud que era más difícil analizar la poesía que escribirla…
—La creación poética, como todo arte, es fruto tanto de una impotencia como de una potencia. De la primera, por la sensación de que no todo está dicho y que buena parte de la realidad se encuentra velada, en los márgenes de lo tácito y lo inexpresado. Y de una potencia, por la certidumbre de que las palabras expresan mundos, como señaló Dylan Thomas: «ahí están ellas, hechas de blanco y de negro, pero de su propio ser, surgen el amor, el terror, la piedad, el dolor y todas aquellas abstracciones que hacen grandes y soportables nuestras efímeras vidas». Bueno, mi trato con la poesía me ha impulsado a examinar los resortes de esta magnífica experiencia que tiende a ampliar la mirada, proporcionar goce estético y, a la vez, conocimiento. Uno comienza a leer un poema creyendo saber algo y termina sabiendo otra cosa.


—El libro está atravesado por la pregunta sobre qué clase de «criatura» se trae al mundo al escribir un poema. ¿Qué puede decirme de ello?
—En su génesis y recorridos la poesía crea una realidad verbal que se superpone a la realidad objetiva; a veces, potenciándola con imágenes enigmáticas que ensanchan el campo de lo real; de ordinario, redefiniéndola mediante metáforas, analogías, asociaciones y metonimias. En esta dirección, la poesía expresa lo indecible con las palabras familiares de lo decible. Su cometido no es abundar en más de lo mismo -ni meramente describir ni pontificar-, sino en exponer lo otro de lo mismo. Aquello que Octavio Paz denominó «la otredad» o, de manera más simple, «la otra voz».

—Su obra poética, que se viene construyendo desde hace más de seis décadas, sigue vigente no solo por libros recientes sino por la difusión, inclusive fuera de las fronteras de nuestro país. ¿Lo ve de ese modo? ¿Qué hay en el Oteriño poeta de hoy igual y qué hay de distinto al de los primeros libros?
—Soy lector y observador y siento que me ha sido dada la oportunidad de asistir a este mundo (asistir en el sentido de existir y participar). Como mi instrumento son las palabras, busco articularlo mediante ellas, haciendo del poema una pieza que es del orden del arte y cuyo contenido está constituido por indagaciones que son exploraciones y que tienden a aparejar respuestas. Los primeros libros fueron frutos de aquellas lecturas y de no poca admiración hacia figuras tutelares de la literatura: Homero, Dante, el Siglo de Oro español, Machado, José Hernández, Ricardo Molinari, Borges. En los más recientes procuro alcanzar una voz propia, que sea el resultado de la memoria enlazada con los sonidos y tropos de nuestro tiempo.

—Usted es considerado por muchos una especie de faro entre los poetas argentinos de la actualidad, un maestro en tiempos en que estos no abundan. ¿Eso entraña una responsabilidad? ¿Cómo ve usted el presente y el nivel actual de la poesía argentina, sus líneas, sus animadores?
—Bueno, soslayando —y no sin sofoco— eso de «faro», que igualmente agradezco, observo que la poesía argentina se ha desplazado de sus sitios tradicionales (el libro de formato comercial, los suplementos culturales, la práctica social de lectura como aprendizaje) y ha vuelto a una oralidad en la que se produce el encuentro directo con su destinatario. Ahora los poetas ponen el cuerpo y leen sus poemas a un público que, en la mayoría de los casos, se encuentra presente. Todo ello ha dado lugar a una poesía más libre, conversada, confidencial y de contacto, en la que afloran los temas diarios de un hombre conmovido por la temporalidad, que recurre a las palabras para dejar testimonio, compartir sus críticas y exponer sus rebeldías. «Cambiar el mundo» continúa siendo la aspiración de los poetas.
 
—Para terminar, ¿hay proyectos de próximos libros en los que ya esté trabajando?
—Los libros de poemas siempre son la suma de instantes en los que el lenguaje convocó al autor para que le dé forma a una intuición, a una frase, a una imagen impuesta con la fuerza de lo irremediable. No se escribe poesía de corrido, como ocurre con las novelas. En este sentido, estoy trabajando pacientemente –eso sí, todos los días- en un nuevo libro que todavía no tiene título, pero que se me disparó a partir del verso «La lluvia que ahora escucho» del poeta catalán Joan Margarit. Podría echar mano de ella como título del conjunto —con cita del autor, por supuesto—, pero siento que a esta edad debo evitar toda recaída en lo elegíaco. Basta con la certidumbre del paso del tiempo para darles contenidos y temperatura emotiva a esos nuevos poemas, que publicaré, seguramente, el año próximo.  




Tres poemas de
Rafael Felipe Oteriño


Son puertos

Nada es igual.
La rama del olivo se quiebra donde más duele.
El pájaro canta, al amanecer, como siempre.
El niño, desde una celda, mira la vida.
                  Nada es igual.
Esto ocurrió hace muchísimos años.
Y del olivo ya ni cenizas quedan.
La voz del pájaro fundida está con otras voces.
Y al pie de los barrotes hay limaduras 
que delatan alguna libertad.
                                            Nada es igual.
De aquella celda nadie quiso irse: fuimos expulsados.
El Paraíso no existió: nosotros lo inventamos.
Y del presente es imposible huir: nada nos separa.

(de La colina, 1992)



Vísperas

Vísperas de la mañana todavía fresca 
y del rayo de sol que se adivina en las ramas, 
vísperas de las cosas pequeñas, 
que no se distinguen, no se ven; 
la vida entera está presente en esas vísperas: 
todas las mañanas, todos los ruegos.

Vísperas del primer peldaño: 
la noche antes, en vela, sin poder dormir; 
vísperas del labio partido y del pie cojo, 
de la calle empinada que alguien les dio; 
vísperas de la tormenta en la cabecera del puente, 
y el alma descalza, allí sola.

Bajo su luz estamos vivos, 
en su brazo ceñido no terminamos de nacer, 
con días y noches todavía que atravesar 
y la luna sucediéndose a nuestro paso. 
Ciegos de nacimiento, vísperas, 
compelidos a llegar sin llegar a ese puerto.

(de Todas las mañanas, 2010)



Salmo
 
«Nunca se equivocaron
los Viejos Maestros».
W. H. Auden
 
El mundo existe, las cosas existen:
la piedra, el sol, el aire,
el pájaro en vuelo
y la primavera en la rama.
 
Cuando el desánimo nos abate
la memoria se encarga de recogerlos
y forma con sus semillas
el volcán y la rosa, la cantera y el sonido.
 
También la ola, el claro del bosque,
las iglesias góticas
y los campos de lavanda
nos salvan de la tristeza.
 
Eso lo sabían los Viejos Maestros,
y amaban la perspectiva,
los álamos de Italia
y la sal de la tierra.
 
Eran incansables: repetían
el oro brillante y la esfera celeste,
las nubes en el cielo
y el suelo bajo los pies.
 
Que lo visible perdure,
que lo incontable renazca:
eso debatían en los talleres,
y en las telas abundan colinas, iglesias, árboles.

(de Lo que puedes hacer con el fuego, 2023)

lunes, 2 de junio de 2025

Un poema de Alfredo Lemon

Alfredo Lemon.



Hace apenas dos años, el poeta Alfredo Lemon (Córdoba, 1960) regresaba a la edición, luego de una larga pausa de casi 20 años, con 23 (2023), un libro de poemas que completaba una bibliografía que había comenzado en 1983 con Eclipses, arritmias y paranoias y había continuado con Cuerpo amanecido (1988), Humanidad hecha de palabras (1991) y Sobre el cristal del papel (2004).

No dispuesto, al parecer, que el silencio se extienda otra vez entre obra y obra, Lemon regresa con El búho de Minerva levanta al vuelo al anochecer, editado preciosamente por Mascarón de Proa, y que toma su título de una cita de Hegel. 

En la contratapa del libro, aparecido recientemente, el propio poeta explica: 

«Recortados los bordes que separarían prosa / poesía / ensayo / crónica; ofrezco un texto filosófico existencial, con reflexiones y emociones que buscan perfilar la vibración de la época apocalíptica y descreída que transitamos. Se trata de un poema dividido en 14 partes, que pueden leerse por separado o alternadamente. Allí el rasgo lúdico que tiene también, una clave ecológica y otra religiosa. El lector puede encontrar frases o ideas inspiradas en textos universales, que apoyan en definitiva el “monólogo / diálogo” completo».

Aquí presentamos el primer fragmento de este largo poema.





La búsqueda de la sabiduría 
anima la pasión de la humanidad

La pesquisa comenzó con los griegos 
cuando amanecía Occidente

¿Hay un principio que ordena 
la multiplicidad circundante? 
¿Cómo encontrar la virtud 
en la oscilación del justo medio?

Son preguntas eternas para nadie 
La razón de algún sentido 
La imaginación desbocada 
El alma de la historia 
El vértigo de la náusea

El búho de Minerva levanta vuelo al anochecer

Sí. Cuando ya los años y el mañana apenas alcanzan 
y son pocos los instantes de fiesta

resta esperar como si hubiese algo firme 
una revelación/ una renuncia/ un extravío

un ir ascendiendo hacia la cima 
donde no hay conclusión ni motivos aparentes

Esa realidad te hiere y te muestra vulnerable 
pero en tu pulsión profunda la sostienes: 
“El ser por naturaleza desea conocer”

Vas escalando alto
más alto, expandiéndote
desbordando y, a su vez, desbordado

De nuevo al concentrarte encuentras otra idea distinta
otro incentivo

¿Hasta qué altura te atreverás a subir para observar?
¿Qué borrascas te acechan?
¿Qué desaliento?


lunes, 26 de mayo de 2025

Las palabras errantes



Errática, de Mabel Albesa. Editorial Glifo, 2025.


Por Hernán Schillagi


Si la poesía es un viaje alucinado, vibrante y febril, los poetas deberían operar como guías verbales para que cada poema sea una señal en el camino, una estación segura donde el lector encuentre una estabilidad de provisiones y palabras. Sin embargo, quien arrime sus ojos a Errática, de Mabel Albesa, y tome entre sus dedos la primera página va a percibir que, del caos, se trazará un mapa, un recorrido topográfico e interior que refleja al comienzo un caligrama que se esfuma, es decir, un poema que gráficamente nos avisa del desorden que nos espera con ansiedad, de las piezas sueltas de un lenguaje errante, porque el estallido de las metáforas nos instala en dos líneas o direcciones: la búsqueda de un «eje vital» y lo «próximo» como resultado. Estamos avisados de entrada: «Lo que me hace bien / está / siempre / en otro lugar…».

De este modo, Albesa se mueve sin rumbo fijo en el inmenso y feroz idioma. No es que asentarse en el espacio de la página en blanco sea su problema, sino que lo impredecible es su poética, la lucidez de un desorden contenido en lo cotidiano, la casa como un refugio cuando ordenar el afuera no alcanza: «necesito nombrar lo imposible…». O mejor dicho, el desafío de estar próxima a lo absoluto la hace avanzar para llegar a ese «poema desesperado». Quien se propone reconstruir el caos conoce su propia voz y la hace resonar en aquellos que la leemos: «estoy obligada a recordar / aquello / que no puedo escribir…». La escritura como un punto de partida y de llegada a la vez, donde la memoria se resguarda para aliviar las dudas, para encauzar ese extravío inquietante y feliz.

Errar, entonces, podría entenderse como un error voluntario. La literatura ha poblado sus páginas de mujeres que se pierden para tener una aventura maravillada como Alicia en un país de locos, como Gretel en un bosque donde los puntos de orientación vuelan en el pico de los pájaros, o como Olga Orozco en un poema que busca el orden detrás del humo de la sopa ante la amenaza de que: «se quedará sin fiesta, sin amor, sin abrigo, / y sola en lo más negro de algún bosque invernal donde aúllan los lobos / y donde no es posible encontrar la salida…». Por eso, Mabel se atreve a enfrentar la luz de la mañana que le muestra los trastos abandonados de la noche, la ropa tirada en una silla, los libros apilados de una rutina aplastante y, como si su brújula encontrara un norte, nos dice: «pero atraída por las palabras / vuelvo al poema de ayer…». Es cierto que a veces la faena escritural logra aproximarla y perderla, contenerla y desbordarla en un alfabeto que no es suficiente para disolverse en las palabras, pero hay cobijo en cada verso.

Por lo mismo, María Negroni nos advierte, en El arte del error, que la escritura: «En su construcción dubitativa, traza un atlas fugaz e invita al lector a perderse, como un amante sin certezas, en pos de su verdad más pulsional –que incluye los enigmas nerviosos de su cuerpo–, y así desarma por un tiempo al menos, los decorados de la certidumbre…». Por lo tanto, si el recorrido de Mabel Albesa en sus libros anteriores empezó con un primer paso en Como savia alucinada, donde cuidaba un corazón que ya se había ido, para luego cambiar de piel en Mutanzas y pasar al otro lado del espejo; en Errática la propuesta, entonces, será debatirse con sus versiones pasadas porque: «la duda / a veces/ rompe aquello en lo que creo…», para aclarar más adelante como un punto volátil de llegada: «es que la duda es más inteligente / que la espera…».

Si la poesía, finalmente, es un viaje sin orillas ni señales claras, la belleza intensa y reflexiva de los poemas de este libro nómade nos prometerá dejar huellas en la tierra para aferrarnos, aunque la poeta se defina como: «Yo / la quedada en el abismo del poema…». Sin embargo, quizá el gesto de inventar un mundo para acercarse a un imposible, haga de las astillas de la memoria un encuentro fortuito e inolvidable, como cuando se llega después de largo viaje al hogar, pero lo visto nos cambia todo lo conocido para siempre.






Tres poemas de Errática,
de Mabel Albesa



no hay ninguna paz en mi saludo
hablar del tiempo
del nogal
del perro

me disuelvo en cada palabra
sólo sobrevivo
con los pies hechos barro

si en silencio me quedo
si realmente respiro
me abruma este destierro

sólo quiero volver
a la patria prometida

esa que olía a lavanda

*


estaba mi cuerpo hecho un desierto
le inventé un oasis
montañas en el fondo oeste de la tierra
un río que lo surca camino al este
le inventé árboles
cargados de frutos
y pájaros sin dirección alguna

le inventé un oasis
como vórtice inaugural de algún otro paraíso
con el azul de la melancolía
le inventé recuerdos
que se asoman como nubes
y ningún precipicio con sus sombras

le inventé un oasis
al tacto errante de cerros firmes y pastos dulces
le dejé morder la manzana
como si fuera la última
o la primera

*


mi desorden está hecho de otro desorden
mi yo palidece ante mis otras
luchan entre ellos
entre ellas

algunos días se conectan

otros
quedamos en el pantano de la lengua


sus palabras parecen signos estenográficos







martes, 25 de marzo de 2025

Bettina Ballarini: una lírica que supo conservar el misterio

Bettina Ballarini.



por Fernando G. Toledo


La poeta, docente y editora mendocina Bettina Ballarini falleció este sábado 22 de marzo de 2025, a los 64 años. Luego de permanecer internada por varios días y someterse de urgencia a una intervención cardíaca, su muerte se produjo en la mañana de este sábado. Dedicada a la poesía como una pasión que la definía plenamente, a punto de considerarse «poeta, a pesar de todo y en cualquier parte del mundo», Bettina (cuyo verdadero nombre de pila era Stella Maris) se entregó a pleno a ese arte, desde varios aspectos: como autora, principalmente, pero también como editora, estudiosa y difusora. De hecho, el año pasado se realizó en Mendoza un Coloquio de Poesía que fue parte de la estela de celebraciones poéticas de la provincia en la Feria del Libro.

Bettina Ballarini había nacido en Godoy Cruz el martes 12 de julio de 1960. Según sus palabras, llegó al seno «de una familia de agricultores que emigraron de la Italia de las grandes guerras en la primera mitad del siglo XX».

«Aprendí con ellos la identidad de esta tierra que los cobijó y la cultura del trabajo. Y, sobre todo, el sentido del amor, del respeto, de la lectura, de la música y, en fin, de la poesía», escribió en la solapa de uno de sus últimos libros, titulado En casa, variaciones sobre la misma pandemia (2022).

Tras formarse en escuelas públicas de Mendoza (incluido, el Liceo Agrícola), se graduó en la carrera de Letras de la Facultad de Filosofía y Letras (UNCuyo), y de ahí saltó a indagar en otra de sus pasiones: el cine. En Buenos Aires, y luego en Valencia (España) estudió Guion y Producción Audiovisual y su bagaje la impulsó en 1990 a la creación de una institución que persiste y que ha formado a numerosos profesionales de la provincia: la Escuela Regional de Cine y Artes Audiovisuales.

Seis años antes se había convertido en profesora de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNCuyo, donde año más tarde crearía la cátedra libre María Luisa Bemberg, dedicada a la gran cineasta argentina.

A pesar de su amor inclaudicable por la poesía, demoró la salida de su primer libro. Recién en 2000 llegó Espacios que los pájaros pierden, de hermosa edición (gustaba de pensar en ocasiones en publicar «libros objeto»). A ese le siguió uno de sus mejores poemarios, Sin fundación mítica (2002, Libros de Piedra Infinita). De él escribió recientemente Marta Castellino en el diario Los Andes, para destacar los aspectos notables de la Ballarini poeta en este volumen: «La concepción del libro como un objeto de arte integral, con una perfecta complementación entre lo visual y el texto poético; (…) su conocimiento de la literatura universal, su dominio de tópicos y motivos, así como de la técnica literaria y, finalmente, su profundo amor por el desierto».

Luego de Sin fundación mítica llegó el turno de La cantina del alba (2007), un poemario que, de paso, le sirvió para inaugurar su sello editorial: Jagüel Editores. Bajo esa rúbrica salieron sus otros libros de poemas: Banana Spleen (2012), Lejos de Lisboa y unas canciones más (2018), El libro de Juana (2020), En casa (2022) y Mi pie posible (2024).

Más allá de la poesía era su principal vía literaria, también se dedicó a narrar, con especial acento en los textos dedicados a lectores jóvenes. Publicó, entre otros, El tiempo de la chicharra (2004), El conde Polán (en Tintero, de Los Andes), De dónde vino la Sol Pol (2015) y los relatos basados en tradiciones orales que reunió bajo el título Los ojos del desierto (2016).

La poesía de Bettina Ballarini supo combinar dos tonos en apariencia disímiles: la voz casi confesional, íntima, que teñía de lirismo cada palabra, por un lado. Por el otro, la dedicada tarea de «nombrar» el mundo cercano de modo urgente, pero también a la luz de la historia: hacer que la sorpresa de los días vividos apareciera en sus poemas con la sola invocación, pero, al mismo tiempo, dejar que ese presente fuera atravesado por cierto aire de nostalgia cuando se lo ponía a la luz de lo ya vivido.

Se ve claramente esa doble faceta en uno de los libros ya mencionados, Sin fundación mítica. Por ejemplo, en este poema: 

Al fondo del día el desierto
tiene unos ojos 
rojos de sol y de viento 
blancos en la arena de siempre. 

Son otras esas pupilas. 
Apenas 
una línea mansa de horizonte 
más lejos que el deseo. 

He aquí el mar, he aquí el cielo 
desgajados de su propio límite. 

Los ojos del desierto 
son eternos de par en par. 

Entre un grano de arena 
y otro se quiebra la pregunta 
de todos los comienzos.

En una entrevista publicada por Los Andes en 2022, a propósito de la edición del libro En casa, Bettina dejó anotada, al pasar, una reflexión que daba a entender que la poesía era para ella un arma para lidiar con lo inapresable. Bien puede servir como resumen de su poética: «En la poesía, no todo es una planificación tan clara como un discurso didáctico. Queda siempre el caudal de misterio en que la literatura nos fusiona con el mundo y no se puede explicar».



Más sobre Bettina Ballarini en El Desaguadero:




Tres poemas de 
Bettina Ballarini


Retrato

Decía
que la vida ocurre en los extremos
ardientes al tacto:
   rojo rebelión y pájaro.
Obviaba los calendarios, 
la mesa y el pan
    quizá involuntariamente.
Tuvo una casa en la frontera
y una trinchera en el mar
pero no habitó en ninguna parte.

            A veces por la noche
           reconocía los nombres
               de las estrellas.

(de Espacio que los pájaros pierden, 2000)



La noche
arrastró por las acequias
un plenilunio elástico.

Se va a desbordar la mañana
sin flores húmedas.

Suena el desafinado lenguaje
de celofanes tardíos
durando en las orillas.

Celofanes con rosas mustias
que vendieron niños.

No son hojas de otoño,
más bien
golpean los zapatos.

(de Sin fundación mítica, 2003)


Vida

Si en estos días
la muerte al fin me saliera de adentro
y tan obscena como susurrante
me obligara a mirarle a los ojos
para destapar toda mi vida
como una película en cámara rápida,
es posible
que lo único bondadoso de esa muerte,
haría
que la cinta se detuviera
solo en esos ojos tuyos
el tiempo suficiente de ese mar y sus olas
y sus pintas doradas donde
se iba quemando
en silencio
el sol de las tardes.
Y entonces, libre de miedo,
sentiría que ahí mismo,
en tus ojos,
ya he muerto antes 
sin morirme

(de En casa, variaciones sobre la misma pandemia, 2022)