sábado, 25 de julio de 2009

Historia del poema Salmo de las orquídeas





Son contadas las ocasiones en que recordamos cómo se escribió un poema porque éste, casi por definición, «sucede». Y no necesariamente lo hace encarnado en la sobrevaluada imagen de la musa que irrumpe como una mujer pidiéndonos algo más que atención. Esa suerte de rayo misterioso necesita no ya el radar activado, si no que exige una sensibilidad mínima donde impactar y a su vez redundar en versos como esquirlas. O al revés.

En Salmo de las orquídeas, poema que elegí para contar su envés, recuerdo que ese llamado tácito provino desde el otro lado de la ventana. Sentado frente a la computadora, distraje por un momento la atención de la pantalla y vi pasar por la vereda a una mujer de unos treinta años, medio encorvada; una posición corporal que aún joven ya la delataba derrotada. Llevaba flores y, creo recordar, una mirada que supuraba tristeza. A partir de esos elementos intenté reconstruir –desde la ficción, claro– el posible porqué de su sombría imagen.

Si algo faltaba para que fuera más desoladora su situación era que caminara bajo la lluvia y que fuera domingo. Pues bien, la mujercita debería volver del cementerio donde –tal vez– la esperaba y la despedía el amor de su vida. Su adiós había dejado marcas claras, visibles: le hablaba a un perro “atado a su sombra”, su paraguas permanecía cerrado a pesar de la lluvia y siempre regresaba de aquella tumba con más flores que las que había llevado en la mañana. Sólo la distorsión de la fe podría explicar que le crecieran orquídeas dentro de su cuerpo. Pero, ¿qué es el amor, o por extensión la poesía, si no una llave para dejar salir esos ángeles y demonios que nos habitan el jardín de adentro?





Salmo de las orquídeas


Llueve adentro,
del lado en que la vemos pasar
mirando sin ver, hablándole
al perro fiel encadenado a su sombra.
Llueve de palabra, entre libros y mensajes
cifrados en unos anteojos empañados.
Con percusivo ritmo de selva citadina
caen las aguas del amor que aún no se escribe.
Llueve adentro de los ojos
y desde ese faro agónico hacia la vereda
donde precipita sus pasos la mujercita
del paraguas cerrado como un signo de preguntas,
la del silencio cosido a su muda boca sin pintar.
Las luces de la calle la delatan aviesamente,
ponen en primer plano su tristeza sin orillas,
su anegada nube de dolor desdibujándola.
Atada al sumiso caracol que arrastra sus pies
regresa sola del cementerio de los solos
con más flores de las que llevó temprano a la mañana.
También dentro de su cuerpo está
lloviendo como en domingo
y donde llueven penas le van creciendo orquídeas
para el día de todos los santos.



Rubén Valle, de Placebos (Ediciones Culturales, 2004).

martes, 21 de julio de 2009

Pizarnik revisitada



Alejandra:


Como un badajo contra las paredes de mi cabeza, repica: «Y que de mí no quede más que la alegría de quien pidió entrar y le fue concedido». Palabras con las que Cristina Piña epiloga tu biografía. Y pienso que, efectivamente, el ingreso te fue concedido, no ya para alegría tuya sino nuestra, de tus lectores.

¿Cómo llegué hasta vos? Si no me equivoco, en una charla de café con compañeros de la facultad. Antes creo haber tenido alguna referencia, muy oscura por otra parte. De lo que sí estoy seguro es de que fue allí, en una de esas mesas, entre el humo pseudointelectual de nuestros cigarrillos, donde «el libro azul» llegó a mis manos por primera vez, y con él, una de las voces más bellas de la literatura argentina: la tuya.

En un artículo anterior, y perdoname la «autocita», hablé de cómo la familiaridad convierte en amor la atracción casi sexual de la primera lectura. Nada mejor para ilustrarlo que esto que me ha sucedido a lo largo de los años con vos. La ultima inocencia y Las aventuras perdidas fueron los libros del flechazo. Libros adolescentes, intensos, feroces casi. ¿Cómo evitar, entonces, que esa misma adolescencia feroz que fue la tuya encantara la mía que pretendía serlo? Versos citados hasta la saciedad. Probablemente te hubiera causado gracia oírnos anunciar: «he de partir», y que los amigos remataran: «pero arremete viajera». Gracia e incomodidad, tal vez. De todos modos esta actualización de la palabra poética en la vida cotidiana no deja de ser buen síntoma.

El tiempo, lo supiste como pocos, pasó dejando atrás aquellos juegos de estudiantes, no mi admiración. Es cierto que por temporadas más o menos prolongadas te he abandonado, como también, que un día cualquiera, sin demasiadas explicaciones, he vuelto a tus páginas. Inolvidable, en uno de estos reencuentros, el calor que las pequeñas brasas de Árbol de Diana les infundieron a mis noches en las que solo había sed y ningún encuentro. Y las preguntas, insistentes: ¿cómo lograste esa condensación de la belleza?, ¿cómo hiciste tanta música con tan módicos recursos? ¡Vaya trampa nos tendiste! La de inducirnos a creer que el brillo de unas pocas palabras era suficiente. ¡Ah, cándidos, ignorábamos que para alcanzar tal hondura había que construir la casa, emplumar los pájaros, golpear al viento con los propios huesos, terminar solos lo que nadie comenzó! Alguna vez leí de la existencia de autores sobre cuyos acólitos pesaba la condena de Salieri. Ahora lo entiendo.

Llegó luego, de los tuyos, mi libro preferido: Los trabajos y las noches, donde te atreviste a mirar y a decir esa sombra unida a tu nombre, a hacer arder en tu poema ese rostro que dispersa un perfume a amado rostro desaparecido. Nunca, hasta este poemario, el tú amado había sido una presencia tan intensa, constante. Y todavía, lo juro, no comprendo la miopía de algunos profesores, su darte la espalda. Actitud que, de todas maneras, no ha menguado la fascinación de quienes por fuera de la academia te conocimos; acaso porque de vos, mucho más que de ella, aprendimos que «cada palabra dice lo que dice y además más y otra cosa».

Este sería el momento de evocar a tus amigos: Juan Jacobo Bajarlía (Anatomía de un recuerdo), tu cara Ivonne Bordelois (Correspondencia Pizarnik), la misma Piña que, sin haberte tratado, se ocupó tan amorosamente de tu obra y de vos (Alejandra Pizarnik); quienes, superado el escándalo de tu ausencia y «desobedeciendo el voto de abstención estructuralista de buscar sentido por fuera de los textos» (María Moreno), nos hablaron no sólo de la niña alucinada -que lo fuiste-, sino fundamentalmente de la escritora que leyó todo lo que un escritor debe leer, la paciente merodeadora de LA palabra, la ensayista sagaz, la linterna sorda, en fin, que en la noche, toda la noche, palabra por palabra escribió la noche. Es que, aun a riesgo de sonar ingenuo, lo digo: una obra como la tuya, Sasha, no se hizo sola. Te explico: en torno a vos se ha generado una confusión enraizada en parte en tu mito, en parte en ciertos pasajes de tu poesía. Aquel, por ejemplo, donde clamás «ojalá pudiera vivir en éxtasis, haciendo el cuerpo del poema con mi cuerpo», cuyo brillo ha encandilado a tantos poetas, los muy jóvenes sobre todo; y los ha hecho soslayar su terrible paradoja. Pues, aunque pudiera vivirse en éxtasis, aunque pudiera incluso hacerse algo semejante al cuerpo del poema con el propio cuerpo -el subjuntivo no es aleatorio-, es forzoso que la escritura dé cuenta de esos procesos. Léase: no con momentos o sentimientos, tampoco con éxtasis -naturales, artificiales, lo mismo da-, se construye un poema.

Pero regresemos a lo nuestro. De uno de los impasses mencionados más arriba, me arrancó tu impresionante catálogo de crueldades de la condesa Erzébet Báthory, muestrario sólo tolerable por la elegancia austera de tu estilo. Más tarde Extracción de la piedra de locura y El infierno musical me enseñaron las posibilidades del poema en prosa.

Tus textos humorísticos son la última parada en este viaje. Textos que plantean un nuevo dilema: ¿era tu intención que se publicaran o eran apenas ejercicios de experimentación? En cualquier caso, te abocaste a ellos, vieron la luz, fueron leídos, criticados: «Pizarnik es muy semejante a sí misma, salvo en sus últimas prosas, donde rompió completamente con su estilo anterior, pero esa parte de su obra no me interesa, es muy inferior al resto» (Cristina Peri Rossi). Más que el aspecto valorativo de este comentario me interesa la idea del desvío, notorio, pero no exclusivo. Es decir, tu generación respiraba desconfianza hacia el lenguaje y vos, amén de formularla como nadie (la lengua natal castra/la lengua es un órgano de conocimiento/del fracaso de todo poema/castrado por su propia lengua/que es el órgano de la re-creación/del re-conocimiento/pero no el de la resurrección), te dedicaste, como un niño se dedicaría a desarmar un juguete, a desmontar su aparato. No obstante, también en esto, la peor parte la llevan tus chirolitas de impostada voz, que edificaron sus poemas sobre la base del puro juego verbal, descuidando aspectos, a mi juicio, más relevantes: la armonía de las formas, el sentido; que transformaron la poesía en un código de templarios, un juego para iniciados... ¡en psicoanálisis!

Hoy, pisando la edad en que te confinaste al exilio definitivo, me inquieta la posibilidad de que me suceda lo que otrora a Juana Bignozzi, cuando sintió que tu obra, al excluir los avatares del mundo, la sofocaba. De cualquier modo, si como creo, de la poesía atesoramos unas pocas imágenes, unas pocas palabras-talismanes, no dudés de que, una vez concedido el ingreso, vas a morar como querías en la memoria de unos cuantos locos.


Tuyo, S.


Pd: Finalmente, un agradecimiento: el esplendor del minuto aquel en que por fin comprendí con el cuerpo cómo su ritmo, unido al de otro cuerpo, alejaba el vuelo de los cuervos.

viernes, 17 de julio de 2009

Nuevo libro de Zediciones: «Glasé» de Rocío Pochettino

por Hernán Schillagi




Luego de ganar la edición 2008-09 del concurso Todo poético 3, organizado por María García y la editorial mendocina Zediciones; Rocío Pochettino pudo ver, al comienzo de este mes, los poemas de Glasé convertidos en formato libro. Pequeño aunque de un rosado furioso, se hace imposible de ignorar. El libro aparece como un insecto mutante que busca manos y ojos donde ocultarse, para luego comenzar a abrir poco a poco su caparazón a los lectores.

Mezcla del sostén anecdótico de la prosa y de la cadencia del verso, Glasé es un breve poemario que apuesta a la intensidad del brillo de las palabras, al mismo tiempo que aparece como un viaje alucinado de la voz adulta a los juegos de la infancia y a su microcosmos trémulo e inquietante: «las niñas juegan a/ser madres y esposas/con esmero cuidan los/platos que llenarán de hojitas/para la cena»; para luego decir en otro poema: «canesú sin bordado/señal de la pérdida antepuesta y átona del yo sin regalos».

Como si fueran dos tapas virtuales, Glasé está abrazado por un inteligente prólogo de la poeta Romina Freschi, por un lado. Por otro, cierran unas palabras de contratapa de la misma María García que, a su pesar, aportan sólo confusión. Freschi destaca: «Breve en apariencia, la lectura de glasé no tiene por qué serlo. Lo que queda resonando es el olvido, aquellos dones que nos fueron ofrecidos, aquello que nos fue dado, repetido, festejado, reprimido, pero configura nuestra subjetividad como una gramática». También es importante resaltar el serio trabajo de la editorial y los organizadores del certamen, que con recursos mucho menores que los del Estado, han cumplido en tiempo y forma con las bases del premio y la publicación.

El libro y su autora (nacida en Río Tercero, Córdoba) serán partícipes del llamado TOURNÉE GLASÉ, una serie de presentaciones y encuentros multigenéricos que arrancan en julio y terminarán en noviembre. Por los motivos de la emergencia sanitaria, la fecha de Mendoza se reprogramó para setiembre. Sin embargo, la obra rodará por Córdoba y Buenos Aires.

Todos aquellos que consideran a la poesía como una complicidad convulsa, estarán a la espera de probar la cobertura, la musicalidad y los destellos de los poemas de Rocío Pochettino.




Algunos poemas de la autora


fiesta

Mecer el columpio hasta que el dedo se moje / saliva protectora que libras del fuego / del cese del canto y la captura,

hay:

bizcochuelo de jaspe / para los conejitos de lana / que guardan sus ojos para la foto.

La niña bañada en Coqueterías escucha: / “cerrá la manito, para que pase la manga, ay ay, los conejitos bandidos que saben hacer su casita a la sombra” / Puñito cerrado, mordido. / La palma surcada de uñitas

*


cántico

callas
y todo florece:

las niñas juegan a
ser madres y esposas
con esmero cuidan los
platos que llenarán
de hojitas para la cena

él
regresará y será reconocido

el fértil silencio
de lo dispuesto.

*

souvenir

Mejor vida la del pubis lavado de ruda / bichito que pica la cola y la lela lo lava / los dulces robados y sus papeles brillantes que hacen ruidito, / mentira remota rezada entre flores, la tina mayúscula de cielo dormido en mi vientre.

viernes, 10 de julio de 2009

Chapa y pintura


Informe sobre la Beca del taller de poesía del Fondo Nacional de las Artes en Mendoza


De izquierda a derecha de pie: Conna, Parral, Jiménez y Arenas. Sentadas: Drajer, Stocco, Benítez Schaefer y Genovese.




por Hernán Schillagi


Coordinadora: Alicia Genovese

Becarios: Alejandra Privitera, Antonio Rolando Arenas, Eliana Drajer, Facundo López, Gabriel Jiménez, Gabriel Vanella, Laura Miranda, Luciana Benítez Schaefer, Melisa Stocco, Mercedes Parral, Yvan Conna.

Pista de despegue.
A finales del verano se hizo la convocatoria. El Fondo Nacional de las Artes, nada más y nada menos, ofrecía una beca para «darles una posibilidad de crecimiento y perfeccionamiento a creadores con condiciones para el oficio literario», exclusivo para mendocinos en narrativa o poesía. Los cursos comenzarían en abril y desde allí 4 meses de intensivo trabajo. Los reconocidos Vicente Battista (cuentista y novelista) y Alicia Genovese (poeta y ensayista) coordinarían los talleres en dos encuentros mensuales, con la Biblioteca San Martín como marco ideal.
Pero, me dije: ¿Qué es un taller literario?¿Se puede enseñar a escribir poesía?¿Cómo está el panorama en Buenos Aires en cuanto a talleres?. Demasiadas preguntas, sí. Entonces, me subí sin demora al 270, directo a las respuestas.

Corte y corrección.
Antes de llegar, en el micro iba haciendo memoria. Las experiencias en Mendoza sobre talleres literarios han sido más bien aisladas y esporádicas. En los ’90 estaban los que dictaban en la SADE Ulises Naranjo y Patricia Rodón. También los que se nucleaban en Luján encabezados por Gladys Guerrero y Lía Truglio. Amanda Buttini coordinó alguno que otro de poesía. Sin embargo no siempre fueron episodios que dejaran una huella o marcaran un camino poético en cuanto a estilo. Si hasta cuando en el 2006 vino Santiago Sylvester a dar una «clínica de poesía», una poeta de boina levantó la mano para decir «algunos de los que estamos acá, no necesitamos que nos enseñen nada». Siguiendo esa lógica, hay algunos que dicen que, si poetas como Alejandra Pizarnik y Oliverio Girondo no necesitaron ir a aprender a escribir, para qué un taller. Al prejuicio yo respondo con una pregunta: ¿Por qué el boom de los talleres en la joven poesía argentina?

Antes del atardecer.
Nuestros encuentros fueron dos. Uno a fines de mayo y el otro en junio, siempre a la salida del curso, a eso de las 7 de la tarde en un bar de la Alameda. En el primero, la charla fue informal, más de café. Alicia Genovese nos encantó a todos con su recorrido de experiencias, anécdotas jugosas y reflexiones agudas sobre la poesía actual. Los chicos que hacen el taller estaban más bien callados, observaban cada gesto y capturaban cada palabra como si fueran fotos digitales para algún álbum furtivo. El segundo, ya fue con libreta en mano y el grupo estaba más que afilado. En el bar, Charly García nos susurraba «Éxtasis, todo mundo quiere éxtasis» como para romper el hielo.

El poeta y su poema.
Marcelo di Marco, que coordina talleres hace años y hasta ha publicado el libro Hacer el verso: Apuntes, ejemplos y prácticas para escribir poesía, avisa al comienzo: «En el arte no existen dogmas ni las recetas infalibles. Sí poéticas, sí experiencias, sí lecturas aprovechables». Por lo tanto, a la pregunta sobre qué los motivó a inscribirse en la Beca, Antonio Rolando Arenas me dispara: «Quería estar incluido, y probarme luego de una selección». Casi al unísono dice lo suyo Luciana Benítez Schaefer: «Vivir la nueva experiencia, aprender cosas nuevas. También buscar una opinión autorizada»; y para rematar Yvan Conna aporta: «Es atravesar la experiencia con otra mirada no contaminada de mí mismo.»
Redoblo, por tanto, la apuesta: «¿Creen que la poesía sin trabajo merece ser leída por otros o publicarse?». Gabriel Jiménez se sonríe mientras me responde: «Es relativo a la expectativa del autor». Y con cierta ironía sigue: «Si te tomás esto como un hobbie, puede ser»

Puentes.
El formato del taller, propuesto por Genovese, consiste en 4 ó 5 encuentros donde la poeta hace devoluciones en profundidad (y no correcciones): «Hago devoluciones y no crítica. La diferencia es hacerles un aporte. Éste es un taller muy heterogéneo». Y es cierto, ya que el grupo se forma con poetas que tienen su primer libro editado, como Arenas, Conna y Facundo López; otros, como Eliana Drajer, que tiene uno terminado y varias presentaciones en concursos; están Gabriel Jiménez y Gabriel Vanella que han asumido «estado público» en blogs literarios. Y el resto, algunos estudiantes de Letras, que vienen enfrentándose en silencio con la palabra.
Por eso, la coordinadora aclara sus objetivos: «Los ubico en el momento en que cada uno se encuentra dentro de su producción. Algunos no diferencian aún los momentos de logro y cuándo se les va de las manos un texto y no son poemas».

La voz de los otros.
No es secreto para nadie que detrás de todo buen poeta se esconde un mejor lector. Por eso es que Genovese los ha enfrentado a autores representativos de algunas líneas estéticas. El gran poeta Joaquín O. Giannuzzi fue uno de ellos. Melisa Stocco reflexiona: «Analizar el objeto sin alejarse es muy interesante. Como también recibir el aporte de otras estéticas y lecturas, entre ellas, Marosa di Giorgio, Susana Thénon o el peruano José Watanabe». Otra experiencia determinante es la de leerse entre pares. Eliana Drajer rescata: «En este proceso conocés otras voces mendocinas. Me criticaron mis textos y fue una experiencia muy interesante y riesgosa».

Impacto profundo.
La coordinadora me aclara que en el primer encuentro ella quiere provocar un «shock» en el poeta, a partir de sus devoluciones. En ese momento, Mercedes Parral comienza a reírse y se confiesa: «Cuando llegué a mi casa, quería quemar todo lo escrito luego del ‘shock’ que propone Alicia» Aunque agrega inmediatamente: «Pero fue increíble poder reencontrarse con lo que uno escribe».

Cauterizar la herida.
Cuenta la leyenda que, en 1923, Borges le regaló Fervor de Buenos Aires a su padre; éste lo recibió en silencio y lo guardó en la biblioteca. Tiempo después, el joven Georgie lo sacó de entre los libros y lo encontró todo rayado con anotaciones del propio padre. Esto quiere decir que los grandes escritores también necesitaron una voz mayor que los iluminara para ver las cosas de otro modo. «Desde la década del ‘70», me dice Alicia, «que los talleres proliferan en Buenos Aires. Denostarlos es un anacronismo». Además, la autora coordina de forma individual a poetas que tienen una obra a punto de publicar. El auge de los talleres de poesía está tan instalado que la joven poeta Clara Muschietti transcribe en los datos de su primer libro, La campeona de nado: «Realizó seminarios en la Casa de la Poesía con Irene Gruss y Andy Nachón y participó en la Clínica del Rojas con Fabián Casas». Algo impensado hace 10 años.
Entonces, bienvenida la nueva experiencia, bienvenida la voz que hace de la duda una red de contención, bienvenida también porque, como dice Alicia Genovese en un poema de La hybris: «Escribir, la hechura/de palabras/cauteriza la herida,/sin la simpleza/del olvido»

domingo, 5 de julio de 2009

El Desaguadero / Número 3

Un blog de poesía escrito
por poetas


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ÍNDICE

ENTREVISTA
Javier Piccolo, autor del libro ganador del Certamen Vendimia de Poesía 2009
por Hernán Schillagi


NOTAS Y ENSAYOS
Leer poesía en la adversidad
por Sergio Pereyra


INFORMES Y CRÓNICAS



Ropa sucia, afuera
por Paula Seufferheld

LA HISTORIA DE UN POEMA
Boxeador de barrio, de Dionisio Salas Astorga
por Dionisio Salas Astorga

RESEÑAS CRÍTICAS

In movimento, de Gigliola Zecchin
por Cecilia Restiffo


NOTICIAS Y ADELANTOS
Javier Piccolo ganó el Vendimia de Poesía 2009
por Fernando G. Toledo

La poesía de duelo: murió Mario Benedetti
por El Desaguadero

Viajero inmóvil, nuevo libro de Fernando G. Toledo
por Claudia Masin

Señales rupestres, nuevo libro de Adelina Lo Bue
por Fernando G. Toledo

viernes, 3 de julio de 2009

Ropa sucia, afuera



Crónica de "Textos colgados" por Hernán Schillagi. Ciclo Elefante. Bar Iguanahani, 18 de junio de 2009.




por Paula Seufferheld

Un espacio generoso donde se presentan autores reconocidos y emergentes. Un lugar abierto a las más variadas performances literarias. Un sitio que busca alejarse de las «lecturas públicas» tradicionales porque entiende que la literatura no solo es emoción y reflexión sino también diversión. Todo eso y mucho más es –y, esperamos, seguirá siendo- el Ciclo Elefante. Creado en febrero de 2008, sus organizadores Leandro Hidalgo (foto de la derecha) y Daniel Potachner han programado de manera casi ininterrumpida recitales literarios todos los jueves en el bar Iguanahani de la Alameda.

El 18 de junio, –jueves, por supuesto-, un rato después de las 22, una de «las jóvenes promesas» de la redacción de esta revista, Hernán Schillagi, sorprendió a amigos y desconocidos con un original y muy cálido recital de «textos colgados». La mayoría del material que leyó está en Internet en su blog Quebrantapájaros. También había textos inéditos y otros que han sido publicados en sus poemarios.

Literatura de cordel

En el escenario no había mesa, ni papeles, ni micrófono ocioso de poeta oficinista. En primer lugar, el público se encontraba con una cuerda que sostenía con broches de ropa una serie de escritos que pronto develarían su belleza. Aquí los textos eran textura, trama, tela expuesta. Mucho tiempo colgados, buscaban la libertad de la palabra dicha. En un costado de esta lavandería literaria, Schillagi había dispuesto sus materiales de trabajo: jabón en polvo, suavizantes y quitamanchas. En el centro de la escena, un pie sostenía un micrófono: «¿también cantaría este talento argentino?», se interrogó, un poco asustada, la cronista de este evento.

Después de haber comido y bebido y casi imitando a nuestros ancestros que en torno a la hoguera escuchaban las historias mágicas de sus poetas, el grupo de asistentes fuimos silenciando roces y murmullos para que el artista de pie explicara el porqué de su selección: «Si uno pudiera escaparse de las redes, Internet se hubiera llamado Interjail. Un estar entre jaulas, constantemente saltando de una a otra sin poder salir. Por eso estos ‘textos colgados’ en la red de redes, con el abismo como único fondo. Por eso esta cuerda, también, donde están tendidos al sol de la pantalla azul poemas, relatos breves, textos mestizos y cimarrones».

¡A descolgar, que se viene la lluvia!

El recital se dividió en dos tandas. El tema de Radiohead, Airbag, sirvió de fondo musical para comenzar la primera. El poeta decidió apelar al erotismo para abrir su lectura. Sus palabras calientes, sus «textos húmedos», como los denominó, rozaron los oídos y el cuerpo todo de los presentes. Mientras el tono de voz y las pausas justas creaban imágenes sensoriales potentes, cada uno de los que estábamos allí extraía de su recuerdo algún momento íntimo y feliz. ¿Schillagi pretendió romper el hielo? Esta cronista afirma que incendió el lugar. Y los bomberos estaban lejos. Y nadie iba a ir a buscarlos. Y, en realidad, valía la pena quemarse y gritar hasta derrumbar las paredes de placer como el protagonista del relato Un nuevo hogar. Además de este escrito, en el bloque de «textos húmedos», Hernán leyó: El amor en los tiempos del dengue y El dragón pregunta. En el segundo bloque de esta tanda, aparecieron los textos más expuestos, aquellos «con mucho sol», a decir del poeta, ya que saltaron de la pantalla azul al papel en blanco y hoy son parte de su material publicado: Saliste de mí me encontraste, El sabor de lo perdido recuperado y Tu nombre todo. La que escribe siente particular debilidad por este último poema y su protagonista Marta. Quizás porque encuentra resonancias con su vida presente. Quizás porque todas las nubes son ahora gris marta. Quizás porque sus cielorrasos también se agrietan por las dudas.

El intervalo fue breve. Tiempo suficiente para que Radiohead siguiera sonando, los fumadores tomaran aire fresco, se sumarán nuevos asistentes y los amigos felicitáramos al poeta por el desarrollo de su recital. También hubo muchas fotos, había que registrar el suceso y la «puesta en escena» creada por el poeta porque, ya sabemos, «hay que verla para contarla».

La segunda tanda empezó con «textos mezclados» pero no revueltos. No había una media negra que iba a volver grises todas las camisetas. No. Eran más bien textos teñidos por los colores vivos del humor: zumbón, atrevido y hasta con ciertos toques de picardía de barrio. En El origen de las ficciones cotidianas el relato comienza como una historia de terror y no es para menos: ¡un joven encuentra en la noche negra de su pelo el rayo de su primera cana! Las risas aflojaron a los presentes; incluso, hubo alguna que otra carcajada cuando Schillagi leyó los peculiares Puntos de vista del narrador que persigue en su bicicleta las bondades de una cola femenina. Este bloque incluyó también Deshacer la escritura.

El recital finalizó con «textos ásperos», esa ropa que necesita suavizante para sacarle la mugre, que, por otra parte, nunca se va del todo. Camisetas viejas, jeans gastados como los que seguramente usan los pibes que se encuentran en Camino del espejo. El tono de la lectura se volvió grave, invitando al público a reflexionar sobre la muerte y la marginalidad. Además del relato citado, el poeta leyó La breve y Lo que dura un cigarrillo. En medio de un aplauso cerrado, Hernán se despidió excusándose: «tengo una pila infernal para planchar». Quien escribe pensó que el planchado no era una buena idea. Estos textos eran bellos por sus asperezas, por sus pliegues caprichosos, por sus entramados firmes pero también sutiles. Arrugados y rebeldes como nacieron en la pantalla azul, como viven ahora para envolvernos en los días fríos.

¡A revolver los cupones!

El humor volvió en el cierre de la noche cuando se sortearon dos libros de Schillagi (Primera persona). Otro de nuestros redactores, Sergio Pereyra, se ofreció como «susano» para agitar la canasta con los números de los presentes. Los ganadores no tenían Primera Persona y quedaron encantados con el premio. Es más, demostraron un cholulismo tan exultante que no se fueron del bar hasta que el poeta, de puño y letra, les dedicara sus ejemplares.

Después de brindar por el éxito de la presentación, esta cronista llevó a sus hogares al «susano» y al escritor. ¡Y sí!, uno de sus temores iniciales se volvió realidad sonora. Schillagi, finalmente, cantó. Primero como Sandro y después como Fito. El viaje de regreso, desafinado y todo, fue divertido. Volvíamos a nuestro este, a nuestro Desaguadero que insiste con sus crecidas para bañarnos de buenos momentos y de poesía.



Dos «Textos colgados» de Hernán Schillagi




el sabor de lo perdido recuperado

fría no la soporta la boca
así que se encuentra sobre la heladera

el rallador muestra sumiso
sus dientes desparejos al fruto
del pecado original
porque es la manzana la que le ofrece
su piel de sangre
y mi mano sube baja
rodea las paredes espinosas
para ver cómo los trozos caen al plato
a la infancia
de una tarde de verano en que tres primos
hacían realidad la metáfora

ellos conocían bien el juego
cuando la botella dejó sin apuntar a uno

entonces se quedó tras la puerta
para sólo mirar mientras una serpiente
le crecía torva por debajo del pantalón


De Pájaros de tierra (Libros de Piedra Infinita, 2008)



Lo que dura un cigarrillo

Está sentada en el umbral. Los pies separados y sus rodillas juntas hacen crecer un triángulo falaz. Espera. Tiene el codo clavado en el vértice superior y desde allí se extiende el brazo. Gesto de sostener por una eternidad un marlboro. Desespera. El humo le hace rulos a su melena oscura. La boca se le abre para volverse más amarga. Una boca que dijo, Sabías cuidar de mí. Como un perro, me lamías antes de enterrarme.

La esperanza también puede ser un hueso sucio. Bocanada final.


(Inédito)