viernes, 30 de noviembre de 2012

Entrevista a Bettina Ballarini


«La imagen y la metáfora son mi intemperie»






En la obra poética de Bettina Ballarini (Mendoza, 1960) podemos encontrar, al mismo tiempo, más de una apuesta interesante. En su primer libro, Espacios que los pájaros pierden (Zeta Editores, 2000) se observa -en una especie de mapa/mandala desplegable- un acercamiento a la temática amorosa desde un lugar diferente: lo sutil en vez de lo desesperado. Pero no quiere decir que los poemas sean mera levedad. Esta estrofa de uno de los poemas lo demuestra: «A veces uno guarda sed / que va y viene en la garganta / y es más fuerte que gritar...»

Más adelante, en Sin fundación mítica (Libros de Piedra infinita, 2003), se redobla la apuesta: hablar de Mendoza sin caer en los remilgos empalagosos de la acequia, los pámpanos y los cosechadores. Desmitificar una tierra que se empeña -vendimia a vendimia- en autocelebrarse. En el poema «Esta mujer...» es más que evidente: una tejedora anónima perdida en el desierto que, en su urdimbre, le gana terreno a la esperanza. El ejemplar número cero de la obra fue confeccionado en hojas de cuero de chivo, manuscritas por la propia autora con plumín y tinta. Todo un gesto de dejar una huella irrepetible en la era digital.

Ya en 2007 crea Jagüel, Editores de Mendoza, en la que aparece La cantina del alba. Aquí Ballarini retoma el amor, pero en su momento de quiebre y ruptura definitiva. Dos amantes que saben que cada palabra será la última. ¿El nuevo desafío? Tratar de narrar una historia a partir de los fragmentos que toman cuerpo de poemas. Esta vez el formato del libro -angosto y alargado- simula ser una carta de bar donde textos y fotografías son el menú ideal para la despedida.

Finalmente, aparece Bananaspleen (Jagüel, 2012), donde una veintena de poemas están atravesados por el virus del ciberlenguaje. Un paradójico e-book de papel -intervenido por acuarelas- que nos interpela esta vida actual de lectores digitales.

A punto de presentar su nuevo libro el 7 de diciembre en el Centro Cultural Bernardino Rivadavia, Bettina Ballarini nos invita a navegar por las aguas virtuales de una poesía, de la que no podremos salir indemnes.


-en cada uno de tus libros existe un proyecto que excede lo literario (libros objeto, documentales, entre otros) ¿Cómo fue naciendo la propuesta hipertextual en Bananaspleen?

-El principio fue porque por varios años me negué a usar cualquier tipo de tecnología informática y/o digital. El trabajo y en fin la vida en el mundo me fueron obligando. Hasta que terminé atrapada en la red (no necesariamente por las redes sociales, valga la aclaración).
Un día me acordé de que había leído en un antiguo diario vespertino de Mendoza, que ya no se publica, El Andino, que de alguna manera habían tratado de que una computadora -seguramente de aquellas que abarcaban una habitación y tenían tarjetas perforadas- escribiera un poema. Había resultado algo así como «es triste ser solo una máquina». Ignoro si ese dato era cierto y ya no conservo aquella publicación de El Andino. Pero empecé a jugar con la idea de ventana y de las ventanas virtuales. Así nació «Windows life». Luego me traicionó mi formación en la literatura y como dirá algún psicoanalista «racionalicé», me acordé de «El barco ebrio» de Rimbaud y de la polémica que produjo en el lenguaje poético de su época. Y desde ahí decidí jugar, con la navegación, los botes, los botes como bananas, los botes de banana Split que me compraba mi abuela si me portaba «modosamente» cuando de niña me llevaba al cine, el spleen como ese estado de angustia y de vértigo de unas cosas que se acaban y de las otras que empiezan. Jugué con palabras, imágenes, relaciones entre el lenguaje binario y la metáfora. Le mandé por mail a Mecha Anzorena –que desde hace unos años vive en Valencia— los poemas organizados en una secuencia de libro y fue muy impresionante recibir por el mismo medio y casi de inmediato la explosión de color de sus acuarelas. Clara Luz Muñiz, con su natural creatividad y su manejo de la tecnología del diseño, le dio el diseño final de objeto.

-En Espacios que los pájaros pierden escribiste: «la vida ocurre en los extremos / ardientes al tacto…» ¿Qué te produce, entonces, tocar con cada mano tanto tu primer libro como el último?

-Uy, es una pregunta difícil de responder a quemarropa. Primero debería tocar  las tapas del primero y de Bananaspleen y verificar que sean extremos. No sabría si la mano izquierda, la del corazón, la pondría sobre Espacios… o sobre Banana... Algún periodista alguna vez acusó en Espacios que los pájaros pierden que eran poemas en una especie de afiche y que podían encontrarse muchos parecidos en internet. Creo que debo agradecerle haber escrito Bananaspleen, porque seguí buscando sobre el lenguaje y su virtud de caleidoscopio. En aquella oportunidad él me sugería abrevar en la intemperie de Juanele Ortiz. Sin embargo, confieso mis límites. Solo pude seguir abrevando en el lenguaje y su intemperie, buscando la metáfora. Una búsqueda que seguramente nunca se me va a acabar. Y que es como la utopía, aunque suene antiguo hablar de utopía.

-En este nuevo libro hay un juego paródico con las nuevas tecnologías, como así también con ciertos paradigmas poéticos. Así, vas haciendo «links analógicos» con Prévert, el romancero, Rimbaud o Neruda. ¿Pensás que internet y las redes sociales han modificado la manera de leer y de interpretar la realidad?

-No sé si a esta altura las han modificado literalmente. Para los lectores formados, hay modos y conductas que no se modifican. También para los escritores. Pero, sin duda, hay un nuevo panorama en abanico para explorar, experimentar, estar atentos. ¡Qué cambios tendrá el lenguaje mañana para quienes son niños hoy? Creo que, conforme a la velocidad de las tecnologías, todo puede suceder. Hasta que volvamos a las tablillas de cera y el punzón. Me viene al recuerdo esa bellísima película Koyaanisqatsi.

-Espacios como un mandala, la ciudad y el desierto, un hongo junto a un álamo, o una cantina han permitido que tus poemas busquen su refugio. ¿El mundo virtual de la web como un «no-lugar» propone una intemperie que -paradójicamente- permite ocultarse mejor en Bananaspleen?

-Tal vez. Lo que es seguro en mi caso es que la imagen y la metáfora son mi intemperie.

-Sacarle el antifaz a lo mítico, expresar con un romance el caos de la crisis de 2001, narrar una separación mediante una elegía, por caso. ¿Han sido deliberados tus golpes de timón y tu abordaje anfibio hacia lo clásico en cada propuesta?

-Me parece que en todo y en cada acto de escritura hay una deliberación.  Y por qué no decirlo, un sueño de subversión de lo clásico que en el fondo no subvierte mucho.

-Allá por 1999, en una entrevista expresaste algo así como que los poetas y su poesía «te son necesarios». ¿Cómo ha ido mutando con el tiempo tu relación «compulsiva» con los poemas?

-Bueno, los poemas no se «me despegan». Juro que intento divorciarme, incluso mediante juicio contencioso. Estoy un tiempo largo haciendo acto de negación. Pero al fin y al cabo vuelvo a escribirlos o a leerlos. Y no diré vuelvo al redil, porque no sé si en ellos hay redil.

-¿Cuáles serían los poetas de nuestra lengua que han dejado una huella en tu escritura? ¿Por qué?

Pedro Salinas,  Rafael Alberti,  Oliverio Girondo,  Nicanor Parra, Jorge Luis Borges, Cintio Vitier, en ese orden.  Porque en algún momento inicial, y en varios momentos de frecuentación o relectura, algo «me sonó» y  «me siguió cantando».

-¿Qué lectura hacés de la poesía producida en Mendoza en los últimos 15 años?

Durante la franja de años que acotás, hay algunos poetas que resultan muy definidos como «clásicos»: Patricia Rodón, Juan López, Carlos Vallejo, Adelina Lo Bue, por ejemplo. Plumas distintas que podrían marcar derroteros distintos para la poesía de Mendoza en estos últimos años. Sin embargo, sondear lo más joven, que no necesariamente significa lo más nuevo o innovador, nos enfrenta con mucha fijación en «la angustia de fin de siglo», algunos juegos con la sonoridad y el ritmo, y bastante prosaísmo deliberado o no. Seguramente hoy se lee de otra forma la poesía, por múltiples razones, incluso de mercado o ¿fundamentalmente de mercado? Sin embargo,  percibo que la poesía mendocina sigue sosteniendo algo así como una «impronta barroca», más allá de que se pueda hablar de generaciones o hacer todas las periodizaciones posibles. De todas maneras, es claro que me hace falta un estudio en profundidad para poder darte una respuesta más rigurosa.

-Sabemos por tus menciones en los premios Vendimia 2004 y 2008 que tenés, al menos, dos poemarios inéditos. ¿De qué tratan esos libros? ¿Hay algún plan para editarlos en un futuro?

-¡Jajajá! Siempre te intrigaron esos libros. Son dos variaciones del mismo tema una más irónica que la otra: la presunta liberación femenina, que, en realidad,  me parece un juego intelectual como un cuento inglés. Es decir, bajo la aparente libertad del confinamiento doméstico, ahora tenemos más trabajo: el doméstico y el externo. ¿Pero de verdad, después de todos estos años de liberación femenina, pensamos distinto?
Claro que voy a editarlos. Decía Machado que los libros que no se publican, son pecados que no se confiesan. Agrego que son peores los pecados que se premeditan.

-Bettina Ballarini: poeta, narradora de cuentos para niños, docente e investigadora, artista audiovisual, editora, fotógrafa, alfabetizadora de jóvenes y adultos ¿Es el desafío, acaso, el hilo que atraviesa y une tus múltiples facetas?

-No, desafío no. Es que desde niña tengo atención múltiple, jajajá.


 Tres poemas de 
Bananaspleen 




window’s life


Te escribo sobre miles
de cristales líquidos y sólidos
hago señales
con la huella digital
de mi dedo que se borra
y no deja
el delicado olor a rosas
de la caligrafía.

Escribo sobre cristales
cambiantes como el agua.

Solo un trazo eléctrico nos reúne un momento
y no soy nadie, ni yo,
más que este espacio sin espacio.

Y no eres quien responde
en hojas de lavanda.
Ni el otro.

Más espacio sin espacio.
Efímeros diagnósticos del alma.

Quizás
el problema del amor ya no sea problema.

*

desayuno


Encendió temprano
la notebook
sobre su cama
edulcoró
el café con leche
lo revolvió
con la cucharita
abrió los mails
eliminó varios
bebió algo
de café con leche
y apoyó la taza
sobre el plato
mordió la medialuna
cliqueó
responder
y bebió otro sorbo
sonó su teléfono
inteligente
identificó el llamado
no respondió
solo el contestador
automático
adjuntó un archivo
y cliqueó
enviar
entró
a la red social
desconectado
revisó
su perfil
en la red profesional
actualizó
unos datos
cerró
el café con leche
y la medialuna
extrañó un cigarrillo
afuera hacía calor
no llovería
sonó un tuít
y fue
a cepillarse los dientes
con pasta blanqueadora
y me quedé esperando

*

avatar


Buscaría el silencio     aún
pero ahora soy toda
la selva
donde redobla el eco
de diásporas electrónicas del sol.

Si la sangre no fuera el secreto
más celoso de la historia.

Si ante las tropas del hambre
las almenas no se desplomaran de niños

Si no tuviera miedo y rabia
del miedo.

Si el amor no fuera el salto ileso
de la rebeldía.

Si el agua no escaseara.
Y el mundo dejara un espacio sin gritar. 

lunes, 19 de noviembre de 2012

Herencia poética

La poesía como un hecho inevitable*

           




Porque hubo habrá hay generaciones
(demás está decir que «hay cadáveres»)
no crean en Rimbaud joven para siempre
hay rockstars pelados hay malditos en muletas…

Tamara Kamenszain, en La novela de la poesía


           
 1.De tal palo, tal poesía

Cuántas veces hemos escuchado decir frases como: «Tiene los mismos ojos del padre», «Camina como el abuelo», o «Sonríe como la tía». Sin embargo qué sucede cuando a un vástago la voz le sale extraña, única y oscura. Encima nunca dice lo que dice. Siempre esquiva la mentira y habla con la verdad, que es el modo más claro para confundirnos. Por lo tanto, la preocupada madre se queja con el alma en un hilo: «El nene me salió poeta». Entonces, la vecina le responde con total sinceridad: «Querida, lo que se hereda no se roba».

           
2.Mapa poético
           
La poesía se encuentra en el ADN de la humanidad. De otro modo, cómo podemos explicar que, en un mundo vertiginoso y tecnificado como el de hoy, siga existiendo. Así, han pasado las guerras, las torturas y los campos de concentración. Por eso leo, con más pena que curiosidad, los poemas de Ana María Ponce, una militante secuestrada y desaparecida durante la última dictadura militar. En medio del cautiverio en la ESMA se animó a redactar para su hijo: «Para que la voz no se calle nunca / para que las manos no se entumezcan, / para que los ojos vean siempre la luz / necesito sentarme a escribir…»[1]. Apropiadamente, Adorno dijo que después de Auschwitz escribir un poema era un acto de barbarie. Aunque, la misma poesía viene a ser un testimonio fugaz de nuestro paso por la Tierra, la suma fragmentaria de una historia personal, la herencia unívoca de las palabras que se comparten en la mesa familiar. La poesía, según dicen, no sirve para nada; pero el inventario mensual de lecturas, publicaciones, presentaciones, blogs, performances en bares y teatros demuestran que, al menos, es inevitable.
           
           
3.Nene, qué vas a ser cuando seas vate

Jorge Luis Borges sospechaba que sus padres lo habían engendrado en Buenos Aires para la felicidad y que les había fallado. En un solo gesto heredó la ceguera, como así también la luminosa biblioteca paterna donde eligió perderse para siempre. Padres e hijos, hijos y padres: «No nos une el amor, sino el espanto…», supo escribir. Como también es cierto que los mismos poetas nos dejan su propio legado: un modo voluptuoso de torcer el idioma dominante (Rubén Darío), la voz que se levanta ante la desigualdad (Alfonsina Storni), la vitalidad a prueba de solemnes (Oliverio Girondo), el habla inquieta de la calle (Juan Gelman), el hacer del cuerpo un poema (Alejandra Pizarnik). Ningún poeta que se precie, por tanto, apuesta todo a la tradición lírica; al contrario, ya que desdeña convertirse en una repetición deformada y anacrónica de sus antepasados y, como supo ver el japonés Bashô: «No sigo el camino de los antiguos: / busco lo que ellos buscaron». La herencia es una oferta que, tal vez, la eternidad pone en saldos y retazos. Ya la obtuvimos sin esfuerzo, está al alcance de la mano. Ahora nos queda ir en su contra.

           
4.Cosecharás tu verba

Lo dicho: como el color de los ojos, la poesía se nos hace inevitable en la caligrafía del genoma humano, imposible de soslayar con el pulso sobrenatural del silencio o las distracciones cotidianas. si la herencia es involuntaria, las palabras no. Sin determinismo, uno elige letra por letra qué va a decir (y qué va a leer) para guardar en el baúl de los recuerdos literarios. Todos hablamos para hacernos notar. Muy pocos callan para poder existir. Generaciones y generaciones de palabras corren ciegas por nuestras venas hasta que estallan esplendorosamente. Ya no podemos pronunciar «luna» sin verla un poco como la describieron Federico García Lorca («La luna vino a la fragua / con su polisón de nardos…»), Leopoldo Lugones («Y la luna en enaguas, / como propicia náyade…»), o el mismo Borges («Mírala. Es tu espejo»). Sin embargo, también el ADN de la poesía va mutando, es un animal vivo que corre hacia delante; porque sabe que nunca leemos lo mismo en un poema, cambia todo el tiempo, convierte en frases inolvidables aquello que creíamos dormido en nuestro interior. Como anota Edgardo Dobry: «la inestabilidad es fantasma perpetuo, y el poeta trabaja en ese límite devenido centralidad: el de la agresión sublimada y directamente ejercida sobre el idioma como un filo que atraviesa los niveles del lenguaje y los cortocircuita y los fisiona. Abdicando, de paso, toda venerable genealogía literaria…»[2]. Entonces, como sucede en el paso irrecuperable por la infancia, la poesía también nos modifica para siempre; y ese es nuestro legado al mundo, nuestra herencia poética.

 
 
 
 
*A partir del guion escrito para el espectáculo Herencia poética, poemas de padres e hijos presentado por el grupo El Desaguadero durante 2012.
[1]«Poemas», Ana María Ponce. Colección Memoria en movimiento, Buenos Aires, 2011.
[2]«Orfeo en el quiosco de diarios: ensayos sobre poesía», Edgardo Dobry. Ed. Adriana Hidalgo, 
Buenos Aires, 2007.