
por Dionisio Salas Astorga
El título del poema lo puso Toledo a una cuadra del diario, cuando decidíamos los que entraban a Sábanas sin flores, el libro que editó Libros de Piedra Infinita en el 2003. A mí nunca me gustó Toledo poniendo títulos a lo ajeno. Pero en fin.
Lo escribí en la época más triste de mi vida, pienso ahora, cinco o tres años antes de que se publicara. Una época triste, porque la mujer del poema no me daba ninguna oportunidad de salir feliz o por lo menos silbando de su lado. Me habían sacudido de la pecera que es el periodismo mendocino y no daba pie con bola en una agencia de publicidad ni menos como redactor de la Mendoza Decora. Con la Rodón Patricia inventábamos des
cripciones de casas de ricos y canallas que después barría con su escoba la jefa, hasta que nos echaron o renunciamos juntos. (Éramos pobres, pero regios). En esos años, los del poema, yo dormía en el auto, esperaba a esa mujer estacionado en la calle o a la salida de alguna escuela de Godoy Cruz donde trabajaba. No tenía nada importante que hacer, salvo esperarla. De esas semanas, meses ahí, aprendí que se puede calcular la vida o tu futuro con la distancia que hay del asiento al parabrisas de un auto estacionado. Y que el tipo más desesperado del mundo puede ser el que está agarrado a un volante como quien manotea un flotador en un naufragio.

Ahí, en ese auto, escribí boxeador de barrio que es, como casi cualquier poema de este mundo, una confesión o la penitencia. Ojalá no pase a la historia de la poesía mendocina por él o con él.
Muchas veces, mujeres maltratadas y hasta feministas distraídas me han dicho que ven en el texto una defensa a priori de sus vidas íntimas, aunque cuando yo lo escribí, aclaro, no era capaz de defender la mía. Y de vez en cuando, también, la ex de algún poeta conocido me dice que en la última mudanza se encontró justamente con Sábanas... y releyó ese que escribí para una mujer como ella. (Que lloró recordando todo el mal que le hicieron los hombres gracias a mí). Nada mal para un poema, pienso en ese caso, a salvo del Zonda de sus desgracias.
El protagonista de boxeador de barrio es alguien que reclama amor sin merecerlo, como hacemos siempre los tipos, a una mujer que no está dispuesta a hacer otra cosa, porque creció cantando las canciones de Serú Girán y Spinetta. Ahora bien, dar amor es fácil, el problema es recibirlo. Levantarse, acostarse con eso que un ser humano entrega para que le cuiden un tiempo. Si Schillagi no hubiera insistido con que le enviara una historia «de ese libro que parece tener muchas historias», no hubiera intentado recordar una época en la que jugaba a la ruleta rusa con casi todas las cosas. El amor era entonces la pistola, claro.
En fin. El Gacel verde – mod.86, con A/A– en el que se escribió una parte de esta historia, debe andar ahora haciendo changas, caminos en alguno de los rodeos, o será la casa de las arañas del pedemonte. ¿Y la musa del poema? Nunca se quedó quieta en la foto, ni en otro lugar. Le ganó al boxeador. «¿A qué hora vas a bañar la nena?» está preguntando justamente ahora desde la planta baja, con ese tonito de mierda que tienen las mujeres cuando ya descubrieron tu talón: que uno es un simple mortal.
boxeador de barrio
El tipo no te entiende y golpea duro
como un boxeador asustado.
El tipo por eso te exige
lealtad, inocencia, coraje
Porque piensa tal vez que debes ser su madre
Santa Evita a lo mejor (si la respeta)
cualquiera digamos menos vos.
El tipo te registra la vida. “Te da vuelta”
como se dice, la cabeza y el cuerpo,
quiere que le expliques Cómo pudiste
amar a otros
antes que a él y a sus puños.
Piensa que está con vos sobre un ring.
Que eso es la vida.
El tipo no entiende
que en tu memoria duerman los olores de otro
Que dijeras que sí a otros,
Que dieras sin preguntar mucho
lo que le has dado a él sin preguntar
(por amor, porque así eres)
El tipo te atormenta.
No se cansa jamás.
Quiere saber por qué lo engañaste antes de conocerlo,
por qué no te pareces a esa mujer
que a él le parecía que eras vos
(desde antes de haberte visto siquiera)
El tipo dice cosas terribles. Te golpea
con las palabras.
Te digo: es un boxeador de barrio,
vos estás entre la gente que mira esta pelea,
oyendo en realidad la campana que le anuncia
que la vida siempre, desde antes,
era una pelea donde lo iban a vencer.
Esa campana no suena para vos.
Vos sos la muchacha de la foto
que cuelga de una pared.
El sueño de otro.
Dionisio Salas Astorga, en Sábanas sin flores (2003)