miércoles, 24 de febrero de 2010

La historia de un poema de Bettina Ballarini











por Bettina Ballarini
(Colaboración especial para El Desaguadero)

… para Maracaná, que no conoce el desierto de Lavalle


Me gusta la propuesta de escribir la historia de uno de mis poemas. Al menos en mi caso, todo poema ha nacido de una experiencia vital y, más allá de cualquier retruque teórico sobre la distancia estética y el «yo» lírico, no sé escribir lo que no he vivido. Desconozco si eso me hacer mejor o peor escribiendo poesía o si, en fin, me hace poeta. Solo algunas experiencias de los sentidos –sobre todas las de los ojos y los oídos- me provocan el desafío que se concreta palabra.

Contaré la historia de un poema que no tiene título y que pertenece a Sin fundación mítica, un poemario sobre Mendoza -mi maceta más que mi tierra- publicado en 2003 por Libros de Piedra Infinita, emprendimiento editorial mendocino dirigido por Fernando G. Toledo y Hernán Schillagi.

Antes que nada, quiero aclarar que desde niña amé el desierto y que no puedo dar un por qué razonable si a alguien se le ocurriera pedírmelo. Pero sí puedo reconstruir el origen de este amor. Tenía cerca de ocho años y los Reyes Magos me habían traído una de esas cámaras fotográficas que obtenían fotos absolutamente cuadradas. Una amiga de la familia nos llevó entonces a mi camarita y a mí por primera vez a la Fiesta de las Lagunas del Rosario en Lavalle.

El camino me resultó tan largo y polvoriento como si hubiéramos viajado propiamente por el Sinaí para cruzar a Egipto. Hasta esperaba ver la Esfinge con la nariz partida. Por aquel tiempo mi imaginación estaba llena tanto de películas sobre el Antiguo Egipto como de novelas de Julio Verne que me leía mi hermano, y quería ser arqueóloga o algo parecido para encontrar tesoros ocultos bajo la tierra. Por supuesto, documenté minuciosamente con fotos todo el camino y cada imagen que me sorprendía los ojos. Recuerdo que lo que más me impactó del trayecto fue que el colectivo corcoveaba y oscilaba a uno y otro lado por una brecha –que llaman picada- abierta en la arena y que algunas personas aparecían de la nada de entre los médanos de los costados y se subían al vehículo cargados con bolsos y niños en brazos. Yo preguntaba dónde estaban las casas, porque no podía ver ninguna construcción donde vivieran. Solo arena, guadal, arbustos y algunos algarrobos que salpicaban el paisaje y de los que colgaban unos extraños y abigarrados nidos que luego supe que eran de catas. Hasta que me señalaron una casa típica del desierto y casi se me fue un rollo de fotos. Paredes y techo tramados con ramas de arbustos y «chicoteados» con barro hasta formar una estructura compacta y flexible. Y la ramada, un techo de cañas como una galería, que da la necesaria sombra a la entrada de la casa y que es el espacio de reunión. También recuerdo que, desde aquella primera vez, siempre vi muy azul el cielo del desierto.

En el entorno de la que llaman la Catedral del Desierto, la del Rosario, una capilla colonial encalada y con puertas de algarrobo talladas a cuchillo, se celebraba la popular fiesta a la Virgen del Rosario. Cerca, bajo toldos de carpa, los famosos bodegones, sostenidos por palos irregulares y nudosos, los lugareños y los turistas comían asado de chivo, empanadas y bebían o bailaban folklore, o escuchaban a los tonaderos que floreaban a lo mendocino las cuerdas de sus guitarras o apostaban a una riña de gallos o a un partido de truco. Más allá, el cementerio con cruces de hierro forjado en arabescos y también talladas en algarrobo y adornadas con claveles de papel crepé. Todo el bullicio secular vibraba a la par de los sacros rezos y letanías a la Virgen. Fue mi primer encuentro con el desierto y con sus pobladores, muchos descendientes de huarpes según indicaban sus apellidos. El socavón de lo que había sido la gran laguna del humedal de Guanacache brillaba cubierto no de agua sino de gramilla. Algunas gallinas «belichas» picoteaban por allí mientras perros flacos las espantaban y luego se metían entre la gente.

Una mujer muy anciana, inclinado sobre un telar su rostro cuarteado de arrugas y sus dedos sarmentosos, tejía colores «chillones»: fucsia, amarillo maíz y verde. En la trama, iban apareciendo flores. Pregunté que por qué tejía flores si allí no había flores. Me dijeron que las sacaba de su alma. Algo que no he comprendido sino mucha vida después. La ansiedad fotográfica ya había agotado hasta mi rollo de reserva; sin embargo, esa imagen me ha seguido todo el tiempo. Lo mismo que la seducción del desierto.

Hace unos pocos años, tuve la oportunidad de realizar un proyecto de alfabetización para puesteros jóvenes y adultos de la Reserva de Telteca. Durante los casi tres años que duró, conocí muchas expertas tejedoras. Una, la del poema, Josefa, bordaba flores sobre su tejido ayudándose como molde con una cáscara de naranja que dividía en cuatro pétalos.

Ni las coloridas flores ni las jugosas naranjas se dan en el secano de Lavalle. Pero los telares siguen tejiendo la esperanza.



ESTA MUJER

no comerá en la mesa de los dioses
ni lucirá el collar de algún rito.
Bajo su diaria ramada de chañar
decidirá
luces, sombras, tatuajes
para la lana áspera
que da el desierto.

Sus dedos van a repetir
la danza sigilosa
de siglos de colores
saltando al sol.

Urdimbre. Vertiente.

El telar crece por los ojos.

Hace lo necesario
su esperanza.


Bettina Ballarini, en Sin fundación mítica (Libros de Piedra infinita, 2003)

jueves, 18 de febrero de 2010

Perdido: Borges rima con copyright



El escritor y famoso blogger argentino Hernán Casciari analiza el impulso y relectura que una serie de T.V. norteamericana, Lost, le dio a obras como la de Adolfo Bioy Casares, y además cómo la necedad proteccionista de la albacea de Jorge Luis Borges le impide al autor de «El oro de los tigres» deslumbrar con su poesía a nuevas generaciones de lectores de todo el mundo.

Borges se queda fuera de Lost

por Hernán Casciari


El año pasado, una serie norteamericana muy famosa hizo aparecer a uno de sus personajes leyendo una novela de Bioy Casares. La serie se llama Lost, y la novela de Bioy es La invención de Morel.

Con avidez, los fanáticos de la serie en todo el mundo averiguaron que la trama de esa novela argentina (bastante desconocida para las juventudes alemanas, norteamericanas y japonesas) se asemeja bastante a la trama de la serie: entre otras cosas, ambas historias ocurren en una isla donde el espacio-tiempo no es el que parece.

¡Ah, el rumor corrió a la velocidad de la luz! En menos de cuarenta y ocho horas, la librería virtual Amazon comenzó a vender copias de «La invención de Morel» como si fuera pan dulce en Navidad. De un puesto recóndito en el ranking, la novela de Bioy escaló en ventas y estuvo una semana entera en el casi imposible top ten de la lengua inglesa. Y de este modo fortuito, o quizás no tan azaroso, miles de muchachos de diversas lenguas accedieron a nuestra literatura contemporánea gracias a la televisión.

Recordé esta anécdota hace unos días, porque la misma serie de televisión acaba de tener otra relación indirecta con la literatura argentina. En este caso una relación trunca que me llenó de rabia.

Lo resumiré: la serie «Lost» comenzó esta semana su última temporada, y es tan enorme su éxito en cada rincón del planeta que se habla, y mucho, de un acontecimiento histórico. El canal que emite la serie en España (la cadena Cuatro) preparó una publicidad muy espectacular anunciando el episodio inicial.

El spot, que hace un paralelo entre la serie y el juego de ajedrez con el fondo de un poema del persa Omar Khayyam, gustó muchísimo en Norteamérica y se grabó uno idéntico en inglés, con la locución del actor Terry O´Queen, protagonista de la trama. Esa versión, la sajona, alcanzó en Youtube picos inusitados de audiencia, y la obra de Khayyam resultó muy beneficiada por la publicidad.

Hace un par de días, el creador español del anuncio comentó que su intención inicial no había sido usar el poema de Khayyam («todo es un tablero de ajedrez de noches y días, donde el destino, con hombres como piezas, juega») sino que él quería usar el soneto llamado «Ajedrez», de Jorge Luis Borges, que dice más o menos lo mismo pero de un modo superior:

«En su grave rincón, los jugadores
rigen las lentas piezas. El tablero
los demora hasta el alba en su severo
ámbito en que se odian dos colores».

Esas líneas tendrían que haber sido las protagonistas de una locución de off que recorre estos días el mundo, de oreja a oreja entre adolescentes y jóvenes que suelen leer más bien poco, y que se maravillan escasamente con aquello que no sea audiovisual.

Pero no fue así.

El director del video tuvo que recurrir a Khayyam en última instancia, porque el soneto de Borges no pudo ser usado «debido a implicaciones legales en los derechos de autor», según dijo. Y mi rabia tiene su centro aquí, en este punto. Es una rabia que ya lleva años.

Me molesta en el hígado que Borges tenga un dueño, y que además sea un dueño tan mezquino y torpe.

La Nación, Domingo 07 de Febrero, 2010


AJEDREZ


I

En su grave rincón, los jugadores
Rigen las lentas piezas. El tablero
Los demora hasta el alba en su severo
Ámbito en que se odian dos colores.

Adentro irradian mágicos rigores
Las formas: torre homérica, ligero
Caballo, armada reina, rey postrero,
Oblicuo alfil y peones agresores.

Cuando los jugadores se hayan ido
Cuando el tiempo los haya consumido,
Ciertamente no habrá cesado el rito.

En el Oriente se encendió esta guerra
Cuyo anfiteatro es hoy toda la tierra,
Como el otro, este juego es infinito.



II

Tenue rey, sesgo alfil, encarnizada
Reina, torre directa y peón ladino
Sobre lo negro y blanco del camino
Buscan y libran su batalla armada.

No saben que la mano señalada
Del jugador gobierna su destino,
No saben que un rigor adamantino
Sujeta su albedrío y su jornada.

También el jugador es prisionero
(La sentencia es de Omar) de otro tablero
De negras noches y de blancos días.

Dios mueve al jugador y éste, la pieza.
¿Qué dios detrás de Dios la trama empieza
De polvo y tiempo y sueño y agonía?


Jorge Luis Borges, en El Hacedor (1960)

sábado, 6 de febrero de 2010

El reportaje haiku: Un viaje con Yvan Conna


por Hernán Schillagi

Fotos y dibujo: Yvan Conna


Intro


La sección consiste en que los poetas nos respondan tres preguntas (tres versos tiene el haiku) que están referidas a las tres características esenciales -según Matsuo Basho- del haiku japonés: en este momento, en este lugar, atravesados por una reflexión.

Yvan Conna, arquitecto y poeta nacido en New York en 1977 (aunque residente en Mendoza hace muchos años), publicó «Naufragios en la noche» (iRojo, 2008); en 2009 recibió del Fondo Nacional de las Artes una beca para talleres de capacitación en poesía. Pertenece al grupo literario LaMoledoraDeCarne. Yvan, en sólo tres preguntas, trazará algunas líneas de sus pasos en el plano poético de cada viaje.



1/En este momento

¿En qué consiste tu nuevo proyecto «Latinoamérica» y de qué modo se relaciona con tu primer libro «Naufragios en la noche»?


El nuevo proyecto trata de dar una mirada poética de Latinoamérica, un acercamiento con lo existencial de sus habitantes y el arraigamiento con el lugar. La posibilidad de profundizar en sus costumbres y modos de ver la vida, en sus esperanzas y sus demonios. Además exige cuestionar nuestra propia existencia, ya que es inevitable comprometerse cuando se está poniendo el cuerpo en una playa blanca o en la pobreza. Atravesar durante un par de días la selva colombiana o ser perseguido por las calles de Caracas, siempre son cicatrices que marcan. Llevo ya varios países recorridos, pero aún me faltan otros, lo que creo que me llevará algunos años completarlo.
Latinoamérica viene a ser la otra mirada de un trabajo ya realizado entre USA y Europa hace unos años atrás y que todavía se encuentra en las sombras bajo el nombre de «Exilios del corazón», con una dinámica bastante similar, donde fui con mi cuaderno dibujando y escribiendo por las ciudades durante un proceso de tres años. En aquel momento buscando las espaldas del glamour de las grandes ciudades, los clochards o homeless adueñándose como pueden de los puentes y subways, la existencia a cuenta gotas detrás de los edificios, un diseño urbano-arquitectónico que no los ampara. Pero en este caso la idea lleva más aun a lo humano, donde la realidad está expuesta a flor de piel, sin grandes estructuras o sistemas que los sostengan. Latinoamérica se presenta hermosa y lacerante, donde todo está por ser resuelto aún, incluso sus ciudades.

Probablemente no haya ningún tipo de relación con los «Naufragios en la noche», lo cual me haría muy feliz. Intento siempre hacer grandes despegues entre una etapa y otra. Lo hago con mi propia vida y por consecuencia intento que se refleje también en los textos. Siempre son distintos los temas que me movilizan. Los Naufragios son una biografía de la noche, un collage de pérdidas y rescates en años adolescentes. Una larga etapa que transcurrió en su totalidad viviendo de noche y en un mismo lugar.

2/En este lugar
¿Cuál es el efecto en la visión del que viaja (y escribe) cuando vuelve a su lugar de origen?

Fundamentalmente la capacidad de análisis. Poder alejarse de lo propio siempre lo hace más genuino en el reencuentro, menos cargado de lo cotidiano. Se va construyendo un filtro que comienza a dejar pasar las cosas diferenciadas. Se adquiere la capacidad de la comparación con un grado bastante avanzado de objetividad. La sensación de poder re-elegir la ciudad para quedarse es hermosa, ya no solo porque nos fue dada sino porque la seguimos prefiriendo con libertad. Me pasó en algún momento haber venido a Mendoza de vacaciones durante un mes, fue increíble la sensación de haber salido a caminar por las calles del centro con mi cuaderno y cámara con la intensión de hacer el mismo ejercicio que hacía en otras ciudades. Observé todo aquello que nunca antes había observado, me quedé durante varios minutos esperando el momento justo del ocaso para sacar una buena foto, mirando hacia arriba en una ciudad en la que normalmente no se mira hacia arriba. Quedarme en una esquina esperando a ver qué pasa con el remolino del agua en la acequia, son cosas que no hubiese imaginado hacer.

3/Una reflexión
En tus poemas hay una poderosa pulsión erótica ¿Cuáles serían los puntos de contacto entre el sexo y el lenguaje poético?

Sí, es cierto, ha habido una etapa muy marcada donde la pulsión erótica se abalanzó sobre los poemas. Tal como lo mencioné anteriormente, los temas que me movilizan van mutando según lo que esté sucediendo en ese momento en mi vida, por lo general son inevitablemente autorreferenciales y entonces puedo pasar entre uno y tres años enfocado en algo hasta que se vuela.
Creo que el sexo es algo que a todos nos moviliza desde lo profundo, nadie queda exento de las grandes emociones vinculadas a lo visceral y mucho menos de relaciones tan íntimas hasta generar abismos.
Con respecto al lenguaje, creo que es el que marca la gran diferencia, casi todos los escritores rozan en algún momento la temática; si no es que siempre, pero cada uno la atraviesa con un lenguaje poético distinto. Hay quienes prefieren la utilización de palabras o imágenes explícitas, otros que lo rodean con metáforas y entonces el modo de llegar es más sutil. En mi caso, tomo el sexo como un vínculo hermoso entre dos seres, un encuentro absolutamente existencial y psicológico, por lo tanto intento llevar el lenguaje a ese límite, donde la palabra encuentre el lugar que necesita para lograr transmitir tal intensidad.


4 poemas de Yvan Conna


Combate

Combatir el silencio

con un cuerpo desnudo.

Dormir sobre un pecho suave

y ser acariciado sin identidad.

Apenas el juego acaba

rendirse en la fatiga del sexo

cerrar los ojos

en la noche oscura.

Amanecer desconocidos

con otra soledad

despedirse

sin mas

que tengas buen día.

Catarsis

Catarsis del olvido

una marca efímera en la boca

en el tiempo que transcurre

tu sombra quieta

inequívoca

latente

va muriendo en el muro construido

van los pétalos cayendo como la noche

y la luz

va desapareciéndote.


Otros exilios

Un puente ínfimo

insostenible

los rostros afuera

una realidad de lucha y desconsuelo

putas

putitas

pobreza

adentro se está tan bien

tan Alemania abandonada años atrás

en busca de calor

lento y hermoso

paradisíaco.

Afuera hay muertes

colombianas.


Realidades

Había un pequeño patio

lleno de palmeras

lleno de un silencio oportuno.

En la calle las voces

se apoderaban de la tarde;

calurosa.

Entre ambas realidades

un tipo en un café

existiendo.