lunes, 29 de junio de 2009

Poesía dicha en un susurro

por Cecilia Restiffo*


In movimento, Gigliola Zecchin. Paradiso, 2008, 120 páginas.




Los versos de In movimento, de la poeta Gigliola Zecchin (conocida con el seudónimo de Canela y por su rol como periodista televisiva), apelan al despojo de lo dicho como en un susurro. Este sigilo se propaga a lo largo de las páginas y propone una intimidad hecha de silencio y de imágenes que poco a poco van delineando un paisaje marcado por el ritmo que el lector puede percibir en cada palabra.

Es un estilo sobrio que simula el vaivén de los barcos en alta mar y deja el horizonte libre, amplio para que cada verso se duplique y se revele a sí mismo: «Hay tragedias que los dos acarician / sábanas bordadas en secreto / afuera sobre el dorso de una abeja / el deseo vegetal / colmenas infinitas cubren / la breve ceremonia de la vida…».

Hay en este libro, que fue finalista del prestigioso premio de poesía Olga Orozco 2008, un vuelo rasante sobre los días y las horas vitales. La voz desgrana rincones ocultos y momentos inaudibles que vuelven desde el recuerdo para dejar en las páginas su huella mínima pero constante: «No hay remedio / mientras las abejas sigan su rutina / habrá que elegir una ilusión / y no ser visto // mi padre también se había exiliado en la azotea / con la cabeza oculta entre las manos».

Temas cotidianos que reflejan un estado de asombro frente a la realidad que se palpa desde los versos; así, los poemas de Zecchin están atravesados por la fuerza contenida de la observación, de los ojos atentos que miran por segunda vez: «Una ciudad que vive / en su amor / joven era / con una blusa azul desmemoriada / esa mañana escrita en horizonte /descifrarla».

El tono que propone la autora impone una serenidad de lectura que es, a la vez, invitación cadenciosa y una mirada reflexiva sobre los breves gestos de humanidad que aún conservamos de nuestros antepasados. Su poesía rescata esa tensión que nos define y nos provoca al mismo tiempo: «Hubiera querido cantar / la causa secreta de los cuerpos / no pude /de todos los males / prefiero / la disposición al sacrificio».

El poeta Jorge Boccanera, uno de los jurados del concurso, avisa que vamos a encontrarnos con «postales de una mirada atenta a los mensajes cifrados que viajan de una boca a la otra…». Es por eso que los poemas de Giogliola Zecchin fusionan con firmeza la levedad de la antigua poesía japonesa como el haiku, la concentración de la mejor poesía italiana, junto con una percepción femenina precisa y cálida que hacen de este poemario un compás alternado de consonancias familiares y profundas.



*Reseña publicada originalmente en el suplemetnto Escenario del Diario Uno el 17-05-2009




Algunos poemas de In movimento






la barca quieta

algo pudo haber ocurrido
en la boca del tiempo

mientras la tierra gira
caen los latidos
a un mapa imperfecto

viramos hacia el sur
saltan delfines
otra vez junto al barco

si te quedás mirando
la línea del ecuador
agua y sal te mojan la cara

no hay bitácora
ni mares
ni estrellas

no hay cielo
a la vera de la infancia

*

del arte de naufragar

cinco mujeres sentadas
unas con otras

barajas y la borra del café
la brujería

pasan barcos en la madrugada

con la marea baja
a ras del hambre

ella pensó
partiré para siempre

cavar sabía
la arena es la misma en toda orilla

el parto fue breve

*

cacerolas

a mi madre


agridulce y ladrona
buscando palabras
como botones perdidos
dijo

hijos míos
lo bello cambia

la sangre se busca en los espejos
nacen mártires en cada batalla

tan peligroso es todo

y repartió el silencio
con su misma cuchara

*

restos nocturnos

parada entre excrementos
tengo un niño asombroso
en los brazos

y una corona de margaritas
que me quiere que no me quiere

la loba amamanta
un cadáver pequeñito

todo en cámara lenta
el amor y la tragedia

he despertado varias veces
del mismo sueño.


Gigliola Zecchin

martes, 23 de junio de 2009

Entrevista a Javier Piccolo: ganador del Premio Vendimia de Poesía 2009




«Nadie va a ser mejor ni peor escritor por el resultado de un concurso»



por Hernán Schillagi

Desde el año 2001, el Gran Premio Literario Vendimia recompensa al ganador con la publicación y una suma fuerte de dinero por una obra completa. No son muchos los concursos argentinos que tienen estas características y una continuidad sin fisuras. A pesar de las controversias y gestiones equívocas, Javier Piccolo, con sus 25 años, lo entendió bien, apostó todo este año en el rubro poesía con De Barro y Ceniza y ganó para grata sorpresa de todos. En esta entrevista para El Desaguadero conoceremos qué piensa sobre la escritura literaria, sus afinidades electivas, sus influencias, la pasión por el periodismo literario y todos los proyectos que lo desvelan. El resultado será, seguramente, una necesidad voraz de leer su primer libro.


-¿De qué trata tu libro de poemas De Barro y Ceniza? ¿Tiene una estructura o un punto de partida temático?

-El punto de partida del libro es simple: la carpeta donde tengo los poemas. Sé de algunos poetas que alrededor de una idea construyen todo un libro donde los poemas son partes específicas de un camino que te lleva desde el principio al final. No es mi caso, no me sale. Se me ocurre algo y, si suena bien en la cabeza, lo escribo. Por ahí después resulta una porquería, o me pierdo en el medio del escrito y de repente se va para otro lado. Ahí decido su destino: basura o firma, archívese y comuníquese.
Sin embargo, al momento de «componer» De Barro y Ceniza recurrí a juntar los poemas que más me gustaban de los que ya tenía escritos y a partir de ahí busqué algún hilo conductor, una manera de unirlos. Me guíe mucho por los consejos que me había dado Sergio Pantaley, mi profesor de fotografía, para montar una muestra fotográfica y los apliqué. De esa forma quedaron afuera varios poemas que me gustaban y otros tantos entraron por la ventana para darle forma al libro.
Al final quedó algo bastante estructurado, en tres partes. La idea que me surgió después de la selección que había hecho fue la de articular los poemas a través de destruir lo que creemos conocer, tratando de alcanzar nuestro propio reconocimientos, encontrarnos a fin de cuentas, sin las torpes mediaciones que nos pone el mundo. A partir de ahí, quedaron tres secciones en el libro: la primera, va por el lado de destruir un poco, de reducirlo todo al barro y a la ceniza. La segunda vendría a ser la estancia en esos escombros, algo un tanto desolador. Y la tercera parte busca mostrar algo un poco más esperanzador, la idea de poder construir(nos), siempre mugrientos, sucios pero puros dado tanto trajín.
Después de todo eso, habrá que ver qué quedó realmente en el libro, jeje.

-¿Te habías presentado antes a algún certamen literario?

-Sí, a varios, locales e internacionales, siempre con rutilante fracaso, salvo escasas excepciones (un par de publicaciones como «finalista»). El problema es que en esas excepciones, no había guita de por medio… Y esa es una de las cosas más importantes de este premio, no voy a negarlo. Eso es lo primero que motiva. La edición de un libro también, claro. Además, está la otra parte, que es la que se mueve por los medios, presentando a este premio como «el más relevante de la provincia». También es un gran incentivo.

-¿Qué importancia tiene este premio para tu poesía y para vos?

-En cuanto a mí poesía, habrá que preguntarle a ella que importancia le da. Seguro que estará contenta de andar en papel dando vueltas por ahí. Y por otra parte, espero que no tome actitud vedette a partir de ahora, porque así me resultaría más difícil acercarme a ella.

-¿Qué pensás de los libros de Ediciones Cultura de Mendoza? ¿Has leído a los ganadores de los certámenes anteriores?

-Confieso que he leído pocos libros de Ediciones Culturales. Sin embargo, publica a veces cosas disímiles, que algunas me interesan más que otras. Sobre los ganadores anteriores del certamen vendimia, he leído a algunos; pero de ellos rara vez he leído el libro ganador. Accedí a muchos escritores por blogs, por los diarios, por revistas, por encuentros, por otros libros, etc., que habían ganado el Vendimia en ocasiones anteriores, como Alejandro Frías, Hernán Schillagi, Fernando G. Toledo, Rubén Valle, Pablo Colombi.

-Si tuvieras que definir tu estilo o tu poética en general ¿Hay una línea estética a la que te adscribís o que te representa?

-Yo suelo decir que primero uno escribe, después viene otro a catalogarlo, a ejercer la función de librero o bibliotecario. «¿Y esto en qué sección lo pongo?». Yo no sé, creo que el lector o el catalogador se encargará de eso en su momento. A mí me cuesta hacerlo con mi propia obra. Una vez, me acuerdo, escribí un cuento que me parecía tristísimo y cuando lo leí, mis amigos se empezaron a cagar de risa. Son cosas que pasan.
Lo que sí puedo decir es que busco (o trato) la sencillez, la simpleza, la contundencia. No me gustan las vueltas, las palabras o metáforas complicadas, los códigos herméticos; siento que marcan una distancia y eso no me gusta en lo más mínimo. De ahí a que lo logre, es otra cosa…
Dentro de esa búsqueda, puedo nombrarte poetas que admiro, o tipos de los que me gustaría tener algunas facilidades de las que carezco. Las imágenes de Martín Albarracín, el juego de Mauco Sosa, la potencia de Darío Vélez, la simpleza de Prevert o Benedetti, el compromiso de Zitarrosa. No me sale mucho, que digamos.


-¿Qué poetas mendocinos y argentinos frecuentás en tus lecturas? ¿A cuáles sentís como referencia y por qué?

-Confieso que no soy un gran lector de poesía. Me he dado cuenta que hay relación inversamente proporcional entre lo que leo y lo que escribo. Lo que más leo son novelas, luego cuentos y en tercer lugar poesía. Y resulta que tengo escritos muchos poemas, algunos cuentos y ninguna novela (salvo aquellas aventuras de la infancia).
Los poetas que admiro y siento como referencia son aquellos que nombré anteriormente y ya que estamos agrego a Juan Gelman. Repito, siento que no he leído suficiente poesía como para hacer más extensa esta lista. Siempre hay poemas sueltos que he encontrado por ahí que también me han gustado mucho, pero no puedo citarlos porque no los recuerdo en este momento.

-Como «agitador cultural» a través de la revista Palabra (que dirige con Mauco Sosa) ¿Cómo observás la movida literaria en Mendoza en los últimos cinco años?

-Los últimos cinco años se corresponden, casualmente, a nuestra entrada al ámbito cultural como agitadores. Antes de eso, mucho no sabía. Aclarado esto, la movida literaria la veo en muchos aspectos desmembrada, como que cada grupo actúa por su cuenta y hasta ahí llegó. Tiene sus cosas buenas, porque de repente cada cual está agitando por su lado y siempre hay algo asomando en cuanto a literatura mendocina se refiere. Pero no dejamos de ser asonantes. Por ejemplo, con los dos números de la revista nos ha ido muy bien, vendimos bien, recibimos buenas críticas, etc.; pero fallamos en la gestión, no aprendimos a dar un salto (aunque fuera al vacío, por lo menos). Me da la sensación de que lo mismo sucede a nivel general con la movida literaria acá.
A raíz de eso empezamos un proyecto con Gonzalo Córdoba (de la Editorial Pan), con la idea de que la movida implique movimiento hacia más o menos el mismo lado. A fin de cuentas, todos los que escribimos queremos que nos lean (aún los que reniegan de ello), más allá de diferencias de estilo y de criterio. La idea es que vayamos hacia allá, a la caza de las ediciones, de los lectores, un gran safari, en fin.

-¿Cuáles son los pasos a seguir de este proyecto gráfico?¿Están trabajando en un nuevo número de la revista?

-Sí, estamos trabajando en el nuevo número. De hecho, pienso utilizar parte del dinero del premio para editar este nuevo número (del cual no voy a arriesgar todavía fecha de salida). Además de eso, estamos con ganas de mandarnos para Internet al mismo tiempo, un recurso que teníamos bastante dejado de lado. De todo esto habrá novedades en cuanto esté listo.

-Antes de ganar el Premio Vendimia ¿Qué opinabas del concurso?

En general, lo mismo que pienso de todos los concursos: el resultado es la opinión de un grupo de tipos sobre lo que leyeron. El Vendimia siempre me pareció un poco hermético. Como que había poca renovación. Y bastante descreimiento. Sin embargo, obstinado y terco, seguí enviando, hasta que a este grupo de tipos en particular les gustó lo que envié.

-Por primera vez desde 2001, el jurado está integrado por un representante que no es de la provincia, Carlos Carbone (de Buenos Aires) ¿En qué aspectos creés que el premio mejora con este cambio?

-Mejora en el aspecto de que acá, en el ambiente, casi nos conocemos todos. Entonces cualquier decisión puede estar sujeta a críticas. «Ah, Juancito y Pedrito que fueron jurados premiaron a Cholito porque estuvieron en un recital de poesía el otro día juntos y chanchos amigos». Y a partir de eso, una tonelada de sutilezas, casi siempre hirientes. Y por otro lado, una mentalidad medio pueblerina de que los escritores, jurados, etc., de afuera tienen más «autoridad». No necesariamente es así. Pero lo que sí asegura es algo de imparcialidad. Una queja constante acá es que los concursos los ganan siempre los mismos y hace dos años, con el concurso Municipal (con jurados de afuera y todo) ganaron Rubén Valle y Pablo Colombi: «los de siempre». Ahí no escuché muchas quejas, el jurado de pronto era más «creíble». Qué sé yo, en el fondo lo que está en juego es el ego del escritor, bastante grande por cierto y cuando no está satisfecho, puede rugir por cualquier lado. Repito, el resultado es la opinión de algunos tipos sobre lo que leyeron. Si esos tipos son de Mendoza, Buenos Aires o París, bien; pero eso no asegura que posean más o menos autoridad literaria para juzgar algo. Imaginen de repente que García Márquez, Saramago y Salman Rushdie fueran jurados. Perfectamente podría pensar “«ah, no estos tipos van a juzgar mal porque ya están hechos y no les calienta» o bien «son unos viejos chochos, no entienden la nueva movida». Y si el jurado fuera Mengano, Sutano y Fulano, podría pensar «¿y estos quiénes son?» o «su decisión me importa un pito». Todo resulta muy subjetivo y cuando uno se presenta a un concurso (sea cual fuere), tiene que estar dispuesto a jugar ese juego con las reglas que ya están puestas. Y después, a aguantarse. Nadie va a ser mejor ni peor escritor por el resultado de un concurso.

-El poeta Hugo Mujica dice sobre la poesía: «Escribo para saber». Entonces ¿para qué escribe poemas Javier Piccolo?

Para resistir, para buscar, para creer que encontré y volver a buscar, para no perderme en el intento, para zafar, para jugar, para pensar que estoy haciendo algo que resulta en una multiplicación infinita de la nada, para que yo quiera, para quien quiera, para excusarme de mis derrotas, para minimizar los pocos triunfos, para justificar el próximo trago y el próximo brindis. Para nada y para que eso sea, de alguna forma, algo.




Dos poemas inéditos de Javier Piccolo



Caracoleando

a veces tengo este sueño
me arrastro como una babosa lenta
en una lluvia de sal
hasta que aparecés vos
me ofrecés el caparazón de tu risa
el caracol de tus labios
y me levanto torpemente
y corro torpemente
por el fangal
y me caigo
pero cuando vuelvo la vista atrás
te veo sentada llorando
tu mismo sueño
y sé que a veces tenés este sueño
porque el caracol de tu boca
llega a mi noche
me despierta
pero no te veo acá al lado
sino sentada en tu cama insomne
con el cadáver de una babosa
en tus manos
y corro torpemente al teléfono
para avisarte que tu sueño
se ha despertado
y que lo estoy cuidando
hasta que te vea



Mastoiditis

El hombre murió
De mastoiditis
Imaginé que se había convertido
En mastodonte
Claro, esos bichos
Se extinguieron hace mucho
Era inevitable que muriera.

lunes, 22 de junio de 2009

Javier Piccolo ganó el Vendimia de Poesía 2009

El acto de anuncio de los ganadores del Vendimia 2009, el lunes 22, en Casa de Gobierno. De izquierda a derecha: Luis Ricardo Casnati, Hugo Torre (SADE), Gabriel Dalla Torre (ganador en cuento), Manuel García Migani (mención en dramaturgia), Javier Piccolo (ganador en poesía), María José Alcaya (ganadora en dramaturgia), Ricardo Scollo (secretario de Cultura) y Arturo Roig.



por Fernando G. Toledo

El libro De barro y ceniza, del escritor Javier Piccolo, resultó ganador en la sección Poesía del reciente Gran Premio Literario Vendimia 2009, que organizó la Secretaría de Cultura de Mendoza.
Piccolo nació el 29 de febrero de 1984. Es responsable junto a Mauco Sosa de la revista Palabra, que comenzó a editarse en 2007. Según cuenta, tiene «escritas cuatro novelas, numerosos cuentos y poemas sin editar». De barro y ceniza, por el que recibirá $5.000 y la edición de su poemario, será su primer libro, que según Cultura de Mendoza contará con una tirada de 500 ejemplares.
El jurado que eligió el libro de Piccolo por sobre el resto de los concursantes estuvo integrado por Carlos Carbone (Buenos Aires, poeta y editor de La Bodega del Diablo), Viviana Ramos (SADE Mendoza) y Daniel Israel (UNCuyo).
En el acta de adjudicación del premio, hizo constar estos argumentos para describir el valor de De barro y ceniza: «Este trabajo reúne un conjunto de características que lo hacen impactante: el poema breve y fuerte, con matices un tanto irónicos pero sutiles; la combinación de imágenes elocuentes con el ingrediente infaltable de la musicalidad; la belleza manifiesta- aun en el poema obscuro (sic)- que nace de una nítida sensibilidad; hacen de esta recopilación un caudal vertiginoso de palabras que invita a ser recorrido de principio a fin, sin interrupciones para el lector que gusta de la poesía simple y profunda, donde cada cual se refleja y la vivencia a su manera, pero siempre rozando el alma con la inquietud y la pasión...».


Un poema inédito

Javier Piccolo


Lo que escribo

De mi mente a mi mano se pierde medio texto
De mi lapicera al papel se pierde la otra mitad
Del papel a su mano se construye medio texto
De su ojo a su mente se construye la otra mitad
Mis textos entonces son cuatro
El que pienso y mi mano no escribe
El que mi mano no piensa y escribe
El que usted agarra y ve
El que usted ve y piensa
Pero el texto que pensé
Es el mejor de los cuatro
Por eso no se puede escribir

miércoles, 17 de junio de 2009

La poesía y el calefón



Le pedimos a Paula que hiciera una recorrida por el centro mendocino y buscara libros de poesía de autores locales y nacionales sin morir en el intento. Aquí va su crónica tanguera.









«La poesía trae en su ADN la marginalidad»
Hernán Schillagi



Ser marginal es estar fuera de las normas sociales, glosa el diccionario con su dedo índice rector. En las librerías del microcentro mendocino la poesía nacional y local se atiene a rajatabla a esta definición y la extiende holgadamente: si la consigna es «estar afuera», los poemarios de nuestra literatura están fuera de las primeras estanterías, fuera de los mesones de entrada, fuera de la iluminación, fuera de la limpieza a conciencia, fuera del alcance de la mano –si con eso se entiende no arrodillarse o estirarse como contorsionista de circo ruso- y, fundamentalmente, fuera de cualquier tipo de orden que facilite su búsqueda.

Ésta es una reflexión lúgubre. No acostumbro a hacerlas. Por lo general, salgo a la calle a indagar con un candoroso optimismo esperando encontrar experiencias que añadan diversidad a mis crónicas. En este caso, hallé poco, me indigné bastante y traté de sonreír con algunas «ironías» de nuestro mezquino mercado local. Mi metodología de investigación era sencilla, solo dos preguntas a los vendedores de turno: «¿qué me podés mostrar de poesía local?, ¿y de nacional?». Nunca pensé que esta simpleza interrogatoria suscitaría tanta incomodidad.

Empecemos nuestro recorrido por la librería García Santos (San Martín 912 – Ciudad). Aquí encontré mucho material aunque disperso y poco ordenado. Lo primero que me ofreció el vendedor fue Armando Tejada Gómez (Ahí va Lucas Romero y Antología de Juan de Torres Agüero Editor). Acto seguido y sin que yo hubiera emitido sonido, me dijo que no había nada de Alfredo Bufano, Américo Cali y Ángel Bustelo. Le respondí que por el momento no tenía interés en comprar obras de estos autores. Respiró aliviado: «todo el mundo me pide libros de estos poetas y no hay nada. Ni el gobierno, ni las editoriales se preocupan por reeditarlos y hay mucha demanda por parte de las escuelas secundarias, los terciarios y la universidad». Viendo que podía profundizar la charla, le pregunté sobre los poetas locales contemporáneos. «Se venden poco y nada; en general, los compradores son otros escritores interesados por conocer el trabajo de sus pares. También se acercan algunos jóvenes que buscan poesía nueva». Toma aire, duda un poco, pero arroja su conclusión lapidaria: «¿Sabés cuál es el problema? Acá hay más poetas que lectores. Todos publican, poca gente los conoce y las ventas son escasas».

Dejé a nuestro vendedor cavilando y di un vistazo a las estanterías de poesía para encontrar gratas sorpresas: La colección La mesita de luz de Editorial Diógenes, fundamental para comprender el trabajo poético de los 90, se hallaba casi en su totalidad (Postal en movimiento de Carlos Vallejo, Letanía Beat de Luis Ábrego, Los peligros del agua bendita de Rubén Valle, Hotel Alejamiento de Fernando G. Toledo, entre otros). De Ediciones Culturales de Mendoza había menos material y los poemarios Mapas de Adelina Lo Bue y Secuencia del caos del mismo Toledo debían convivir en extraña vecindad con Sabores de la antigua cocina cuyana. Frente a esta estantería sorprendía la calidad de los ejemplares de la editorial porteña El mono armado. Dirigida por el poeta Marcos Silber y su hijo Ramiro, se propone publicar no solo obras de autores de Buenos Aires sino también del resto del país. Quien se acerque a este rincón de la librería encontrará, más allá de un arco iris de lomos coloridos, los poemas del mendocino Carlos Levy (Viejo hotel), la puntana Susana Baigorria (Poemas para decir la luz), el salteño Leopoldo Castilla (Bambú), entre varios más. La Editorial de la Facultad de Filosofía y Letras estaba presente en unas viejas antologías –con estudios preliminares incluidos- de Vicente Nacarato y Alfonso Sola González. «No te vayas sin ver esto», me dijo el vendedor mostrándome una alta pila de libros de gran formato. Allí estaba mirándome desde las alturas Solo tu nombre de trigo verde de Luis Ricardo Casnati, obra subsidiada por el Gobierno de Mendoza en 2008 y publicada por Zeta editores. El ambicioso poemario iba a recibirme desde pilas semejantes en todas las librerías que visité ocupando, como única excepción a lo que afirmé al comienzo, un lugar central en los negocios recorridos.

Y llegué a la cadena, al limpio e impersonal eslabón céntrico de Yenny (San Martín 1087 - Ciudad). Allí el vendedor fue tajante con mi primera pregunta: «Si querés algo de poetas de acá, andá a García Santos. De poesía nacional vas a encontrar allá abajo» (entiéndase por «nacional» un 80% de porteños y un 20% combinado «resto del mundo» provinciano). Al ras de la tierra, del alfombrado, bah, encontré el vuelo poético necesario para permanecer quince minutos de rodillas sin padecerlo. En el aire me tuvieron Abrigo de Claudia Masin, Solos y solas de Tamara Kamenszain, La máquina de hacer paraguayitos de Cucurto, Oda de Fabián Casas y Tener lo que se tiene de Diana Bellesi. Ya en mi habitual posición bípeda, me despedí del perfume del local, de los acentos foráneos asombrados por los convenientes precios y del olor a tinta fresca.

Pasé por Rayuela recordando que en muchas ocasiones encontré entre sus anaqueles textos que no había hallado en ningún otro lado. Éste no fue el caso. De poesía local tenían los poemarios de Tejada Gómez y Casnati ya vistos y como novedad me enseñaron Los desangelados de Martín Echeverría (Por la huella – Proyectos culturales). Comentario aparte merece el extraño ejemplar Escribir su primer libro de Rodolfo R. Rocha que también me mostraron. Hojeándolo pude encontrar no solo indicaciones de redacción sino también métodos prácticos y caseros de encuadernación, direcciones para el registro de la propiedad intelectual… y cuando me lo iba a llevar, me acordé del vendedor de García Santos y de su “todos publican”. Sentí un poco de tristeza y dejé el texto. Quizás otro lo compraría y saldría entusiasmado a fabricarse un sueño de cuatro vértices.

Concluí mi viaje de tres cuadras en Mendoza Libros (San Juan y Garibaldi). Me volvieron a ofrecer el libro de Casnati y un material desconocido hasta el momento: Poemas para regalarle a su amor de Jorge Sosa (Ediciones Infinito) acompañado por un CD. «¿Se vende?», pregunté, «sí, muy bien», fue la respuesta feliz.

De lo visto y escuchado, pude extraer algunas conclusiones y unas cuantas preguntas:

-El canon escolar pide obras que no edita el mercado (¿los docentes deberían reformularse los textos que solicitan a sus alumnos?, ¿es correcto que pidan “los clásicos” ya que los nuevos autores no han sido lo suficientemente estudiados?).

-El público desconoce la obra de los nuevos poetas (¿deberían tener más difusión en los medios?, ¿el apoyo del estado debería ser mayor?, ¿qué estrategias sería conveniente que implementaran los autores para llegar a más gente fuera del círculo de poetas, periodistas y conocidos?).

-Una obra no vende más ejemplares aun ocupando los lugares centrales de la librería si su autor no es lo suficientemente conocido.

-Un personaje multifacético como Jorge Sosa (escritor, periodista y humorista), muy popular en la provincia, no solo puede vender «muy bien» poemarios, sino también cancioneros infantiles, recopilaciones de monólogos, libros de relatos y hasta recetas de cocina si se propusiera escribirlas.

Conclusiones generales, infinidad de preguntas, pero el gran interrogante que se desprende de estas visitas es el siguiente: ¿las librerías son los canales más propicios para que la poesía encuentre sus lectores? Sin duda, son los más «lógicos». Pero, ya lo sabemos, este género subvierte cualquier lógica, la desafía, «es marginal hasta el hueso» y, quizás, en la circulación de mano en mano, en la recomendación de un amigo entusiasta, en la emoción suscitada por la lectura de un recital, la poesía halla puentes más legítimos para dar con aquel público que no sabía cuánto la necesitaba.

domingo, 14 de junio de 2009

Presentación del nuevo libro de Adelina Lo Bue

Por Fernando G. Toledo

Debieron pasar 14 años para que Adelina Lo Bue diera a conocer su nuevo material poético, Señales rupestres.
El poemario de Lo Bue (que aparece por el sello porteño Nuevohacer), es en cierto modo, y para los lectores, una oportunidad de atender el recorrido lírico de esta escritora cuyo nombre ha sido llamativa referencia en los pocos estudios sobre la poesía lírica local que se han divulgado en la última década.
Adelina Lo Bue (Mendoza, 1969), había comenzado su andadura en 1985 con Línea de fuego (ed. Marymar), que ponía en negro sobre blanco los primeros poemas reunidos de una poeta que, evidentemente, llamó de inmediato la atención de los académicos en tiempos de sequía poética en nuestra provincia.
A pesar de la buena recepción, el segundo libro de Lo Bue, Mapas, también se hizo esperar y fue recién en 1995 cuando Ediciones Culturales de Mendoza lo sacó a la calle, en una excepcionalmente cuidada edición.
Señales rupestres, al fin, llega luego de un par de reediciones de algunos poemas sueltos de la también doctora en medicina (Poema del universo y Elegías aparecieron hace un lustro como plaquetas por la editorial Canto Rodado). Para su prologuista, Gustavo Zonana, este volumen confirma «el lugar de Adelina Lo Bue entre las voces más representativas de la lírica mendocina y argentina de las últimas décadas».
Quienes quieran cotejar cuánta razón lleva Zonana con sus palabras, podrá hacerlo el martes 16 de junio, a las 19, en el Museo Municipal de Arte Moderno (plaza Independencia, Ciudad). Allí, en una nueva entrega del clásico ciclo «Martes literarios», la autora presentará Señales rupestres junto a las voces del propio Zonana, de Diana Starkman y de Marta Castellino, precisamente los académicos que han ubicado a Lo Bue en ese lugar «de referencia» que acaso tengamos en breve oportunidad de poner en debate.





Algunos poemas de
Señales rupestres
Adelina Lo Bue


No apagues tus ojos
No los apagues
Este camino
No lo conozco

*

Edificios de acero y cristal
Reciclados
Terrenos baldíos
Paredes que trepidan junto a brotes de cañas
Un paraíso de laptop es la plaza y tu barrio

*

Tu joya secreta

Murallas sumergidas salen de su encanto

Playas
Acantilados
Escrituras en hojas de palmeras

Lluvias de sándalo perfuman tu mitad

Abre los ojos
Esa mitad aún perfuma

El arte de mis labios
está cerca de oriente sensaciones

Arena en los pies

Los recuerdos son brillantes de colores





de Adelina Lo Bue, Señales rupestres (Nuevohacer, 2009)

sábado, 6 de junio de 2009

Leer poesía en la adversidad



Vignoli contra la pared por las distracciones.



-Sí, creo
en las palabras.
¿Acaso tenemos otra cosa?

Beatriz Vignoli.


Laura va en colectivo a hacer la compra de la semana. Como el viaje discurre apaciblemente, puede dedicarse a contemplar ese tejido hecho de casas, árboles y rostros puesto frente a sus ojos. Un cierto bienestar, una vaga armonía la acercan a ese amor moribundo, que fue encuentros furtivos en la plaza y zaguán y vestido blanco y luna de miel y ahora... ahora estalla: «yo soy tu gatita, tu gatita/ esa que explota como dinamita», escupido por el adolescente estéreo del nada adolescente chofer. Esa misma noche, Gustavo llega cansado del trabajo y en vez de destinar las pocas energías que le restan a interpretar esas oscuras ganas de otra cosa, esa angustia que ha anidado en su pecho, se pierde en los muslos de las bailarinas de Tinelli. Y por la madrugada, presa del insomnio, yo, doy vueltas en la cama. Y a cada vuelta, me hundo más y más en las galerías de mi pasado. Viscosa red mi pasado, hilada de errores, palabras no dichas, inviernos grises, grises también los veranos. Y en el momento en que podría haber descubierto algo, haberme siquiera asomado a alguno de los abismos de mi vida; estiro la mano y me enredo en el snake de mi celular.

Y pareciera que todo en nuestra cotidianeidad atenta contra la reflexión. Que, expandida la banalidad, nos hemos convertido en seres concretos. ¡Si hasta los que se dicen buscadores, tragan la aventura bajo la forma insípida de una droga de diseño! O que, como Clark Kent ocultaba su condición de súper héroe, nosotros nos empeñamos en ahogar nuestra humanidad. (Kill Bill vol 2: Bill clasifica a los superhéroes: de un lado, los que se “visten” para serlo; del otro, Superman, que sobre su traje azul deposita las ropas de la normalidad). Entonces, en este paisaje ¿qué lugar le cabe a la poesía?

Porque, digámoslo de una vez: no es sencilla la poesía. Y no lo es, desde el punto de vista intelectual, aunque tampoco –y esto es lo más importante- desde el emocional. Es decir, y perdóneseme el símil, la poesía es como un puente tendido para cualquiera, pero no en cualquier situación; pues hay momentos de tristeza o depresión en que atravesarlo sólo supone ir al encuentro de una idea, lo que a mi juicio degrada la experiencia estética. Y en esto juega un papel fundamental la figura del yo lírico, que en su ambigüedad produce esa indiferenciación entre el emisor y el receptor, esa que en muchas ocasiones nos impide distinguir si eso siempre estuvo allí –en el exterior- o surgió de nosotros. Me contaba un amigo la impresión que sufrió al descubrir que Cavafis había sentido/pensado lo mismo que él. Y yo recordé los maravillosos versos de Tamara Kamenszain: «ni siquiera el que transpiró en mi hombro/ tiene el número de teléfono», que podría refrendar cualquiera luego de una mala noche de cacería.

Es claro que me refiero aquí a esa lírica que, de tan visceral (altamente subjetiva según un amarillento manual de teoría literaria), genera en el lector la sensación de lo inacabado, de lo que está sucediendo. Traducido a imágenes: un poeta derramando junto a nosotros tinta, lágrimas y bilis. Esa lírica que no nos aparta de nuestros padecimientos sino todo lo contrario, los pone en primer plano, incluso los magnifica.

Comenta María Moreno que «al leer a Sylvia Plath es probable que el simple hecho de ir a la cocina a prepararse una taza de café nos pueda alentar a que miremos la tapa del horno con la rara atracción que las personas que sufren de vértigo sienten en los pisos decimonovenos». Y si pese a todo, aun en la tormenta, elegimos leer poesía ¿podría esta actitud calificarse de masoquismo literario? No, no y no. Masoquismo (sadismo en el caso de las profesoras que obligan a sus estudiantes) es seguir leyendo La fuerza de los Monterrey o empeñarse en hallar connotaciones superpowers en las jitanjáforas de Perlongher.

Leer poesía en la adversidad, creo, entraña otras cosas. ¿Valentía? En parte. ¿Narcisismo? En parte también. Porque, por ejemplo, se requiere de cierto coraje, ante los primeros signos de agotamiento de la juventud y las ilusiones, para ponerle el pecho a una afirmación tan rotunda como la de Beatriz Vignoli: «y ya no queda nada/ de todo lo felices y geniales/ que íbamos a ser». Narcisismo, porque así como dijimos que no es simple la poesía, también podemos aseverar que sus lectores solemos padecer de una inflamación notable del ego, sólo comparable a la que padecen quienes la escriben. Pues «¿Qué es un poeta? Un ser totalmente impúdico, siempre está hablando de sí mismo» (Abelardo Castillo). Porque tristes o no, desesperados o no, a los amantes de la poesía nos urge que nos hablen de nosotros o –mejor- que nos hablen a nosotros, nos digan la pena, la alegría que tenemos de estar en nuestros zapatos. En síntesis: queremos vernos como en un espejo en lo que leemos.

Entonces, Laura, Gustavo, yo mismo acaso hubiéramos encontrado mejores preguntas –sí, la poesía mejora nuestras preguntas-, en un poema que en un reggaetón, en unas chicas que, aunque muy guapas, están presas en la caja boba; o en las viboritas que se arrastran y ponen huevos en el juego de un teléfono celular.


POEMAS DEL LIBRO VIERNES, DE BEATRIZ VIGNOLI



NO ESTÁ TU CUERPO

No está tu cuerpo
teníamos la misma estatura


ya no
que el suelo olvide tus pies.


Hinchada de tu ausencia como un globo
se halla la noche.


ESCRITO EN LA MESA DE LUZ DE UN HOTEL ****

Por vergüenza de ser
pobre, me pasé media vida
escondiéndome
de mis amigos, no fuese que
murmuraran;
ahora ellos están
muriéndose
de todas esas
enfermedades nuevas,
raras,
ahora sí
los abrazo, pero ya no irradian
calor, sus caras están grises
-quiero decir, de un gris
oscuro – y ya no queda nada
de todo lo felices y geniales
que íbamos a ser.


EL PINO

Apagué los motores
y anduve a la deriva
¿cuántos años anduve
a la deriva, el motor apagado, ni
impulso ni gobierno, sin dirección?


Me recuerdo leyendo neones
a la vera de avenidas
desiertas. ¿Cómo pudo
nevarme encima todo este cansancio?
¿Cómo pudo acumularse, quedar ahí toda la vida?


Sacudo la cabeza como un pino. La nieve
no se va.


FUNCIÓN DE LA LÍRICA

Mi padre agonizaba
en un sanatorio con TV por cable.
Puse el canal de ópera
para amortiguar sus alaridos constantes.
Justo cuando Rigoletto abraza el cadáver
de su hija, debí tenerlo al viejo
para que no se cayera de la cama:
la doble simetría de la escena
me la volvió soportable.


BENTEVEO

¿Cuándo empezó a ser un lugar la noche,
un lugar, no una hora,
cuándo con su jarabe negro negro
entró a manchar la luz?

Bebíamos birras, tragábamos la sangre dorada de las horas.
Éramos el sentido del luminoso verano.
Fe en lo oculto, en genios que surgirían
de grietas singulares.