«La poesía
nos ayuda a sostener los interrogantes»
por Hernán Schillagi
Luego de un cruce de correos electrónicos y libros enviados
por correo tradicional para luego ser leídos con avidez; El Desaguadero le propuso a Leandro
Calle una entrevista donde el poeta reflexiona sobre los rituales de la
escritura poética, los talleres literarios y la poesía actual en su provincia y
en el país.
Tender un
puente para acortar las distancias entre la cordillera y las sierras. O,
quizás, cómo construir un camino sólido
y transitado entre la poesía de Mendoza y Córdoba sea el verdadero desafío.
Como también dirigir los ojos hacia otras escrituras y tramas que no llegan,
precisamente, uniformadas «vía Buenos Aires»; sino que tienen una voz
diferente, lejos de los lugares centrales y las disputas por ser «el poeta
estrella» del suplemento literario de turno. Desde hace tiempo, Córdoba viene
generando poéticas poderosas, notables, pero que han dejado su huella desde el
susurro firme del conocimiento de causa. Escritores como Alejandro Nicotra,
Rodolfo Godino, Julio Castellanos y Pablo Anadón, entre otros, cuentan con una
obra de sustancia lírica y un compromiso con la difusión y la reflexión del
género más allá de las fronteras de la provincia. También, desde la Docta han
surgido editoriales-faro como Alción, Del
Copista y Argos con catálogos donde recogen a la más interesante poesía que
se escribe en la actualidad, traducciones, ensayos y la publicación de revistas
como la Hablar de poesía, además de
contar con ediciones tan cuidadas que son un orgullo.
Leandro Calle nació en Zárate (provincia de Buenos Aires) en
1969. Tuvo una infancia viajera y eligió la ciudad de Córdoba para vivir y
escribir. Fue jesuita y director de la Editorial de la Universidad Católica de
Córdoba, como así también dicta desde hace años dos talleres de poesía:
uno en el colegio de escribanos, que lo inició María Teresa Andruetto. El otro se
encuentra dentro del marco de la actividades de Arte de la Universidad
Católica. El año pasado fue director de la Editorial
Las Nuestras que depende de la secretaría de Inclusión Social y de Equidad
de Género del Ministerio de Desarrollo. Allí impulsó la edición de la gran
poeta cordobesa Glauce Baldovín, una
activa militante marxista con un hijo desparecido; una voz poética importante
en la Córdoba de los 70/80. Además de 4 títulos vinculados, en parte, al
género. En 1999, publicó Tatuaje de Fauno
y así inició sus volúmenes de poesía. Luego le siguieron Una luz desde el río (2001), Los Elementos (2003), pasar (2004), Almas del Boquerón (2005), Kindheit
(2006), Noche extranjera (2007) y, el
más reciente, entonces, del año 2010.
Algunos de sus libros fueron traducidos al francés y al inglés. En su faceta de
traductor acaba de editar Los frutos del
cuerpo, del reconocido poeta marroquí Abdellatif
Laâbi (Alción, 2012).
La obra de Calle refleja una constante mutación que va desde
un libro que propone una serie siguiendo las estaciones del Vía Crucis (Una luz desde el río), pero para hablar
de los desaparecidos durante la dictadura, como también una entrañable elegía (pasar), o los poemas miscelánicos y de
amplio período (Noche extranjera),
hasta el último donde se abisma a la brevedad casi esencial de la palabra (entonces). Aquí, Leandro Calle ofrece al
poema como un artefacto vivo, donde cada latido es un vocablo necesario para
hacer circular la tinta por las venas.
Rituales, constantes y libros
-Cuentan que Lugones escribía de pie en un atril ¿Tenés algún ritual «físico» o
un «instante privilegiado» para escribir un poema?
-Mi primera
respuesta iba a ser no, pero revisando un poco mi manera de escribir, la verdad
es que encuentro muchas constantes. Todas ellas, sin embargo no son «a rajatabla»,
son eso que te digo, constantes, costumbres que por lo general se dan. No suelo
escribir en bares, ni cafés ni espacios públicos. Suelo escribir en mi casa,
por la noche de ser posible o a la mañana bien temprano. Siempre escribo con
lápiz y en cuadernos Rivadavia. Obvio que si necesito escribir algo y no
dispongo de estas cosas no me sucede nada pero por lo general están estas
constantes. Corrijo sobre el papel y finalmente sobre la computadora.
Dejo dormir
los poemas, sobre todo cuando son un conjunto homogéneo. Los dejo «en barbecho»
y luego vuelvo a ellos. El libro Una luz
desde el río, por ejemplo, lo comencé en 1998 y lo edité en 2001. Descansó
mucho tiempo y lo reescribí varias veces.
En muchas
ocasiones utilizo música. Jazz o clásica. Evito la música cantada porque me
distrae. El libro Los elementos fue
escrito todo con música detrás que me fue inspirando para cada elemento. Para
el agua, escuchaba los nocturnos de Chopin; para tierra, Piazzolla; aire, Miles
Davis y fuego, Sibelius.
En otras
ocasiones he necesitado un silencio absoluto. Desde que nació mi hijo, escribo
como puedo y ya no me obsesionan algunas cosas. A veces es necesario
interrumpir un poema o la lectura de un poema y lejos de ser un problema, lo he
ido incorporando como un material más que me ancla a la realidad.
-Tu libro pasar (2004)
es una elegía ¿En qué modo te acompañaron en su escritura
obras elegíacas como las de Manrique, Lorca u
otros clásicos?
-Si miro mi
pequeña producción en general, me doy cuenta de que en realidad mi tono, es
elegíaco. Hablo de tono en el sentido de algo que está por debajo. Manrique, lo
leí en la secundaria creo. Luego, nunca quise volver a él, tenía una certeza «estúpida»
de que si lo leía se moriría mi padre. Cuando murió, volví a Manrique. No sentí
nada o mejor, entendí cosas. Me sentí hermano.
Neruda, el
primer Neruda es un obsesionado con la muerte como muy bien lo demuestra Hernán
Loyola en Ser y Morir, ese libro
fundamental para la poesía nerudiana. El poema «Sólo la muerte» es uno de los
poemas que tal vez más me impactaron en mi adolescencia. Olga Orozco está
también atravesada (su vida y su obra) por el tema de la muerte.
-Además de pasar, en tus libros posteriores la presencia de la muerte se manifiesta como
una constante ¿Cómo son los diferentes enfoques que le has dado en cada obra?
-Como te
decía, creo que mi tono es elegíaco. Ese tono es una constante de la que yo
conozco en parte su origen. De chico, recuerdo haber sufrido una especie de
angustia muy fuerte. Recuerdo que mi padre me abrazaba y le preguntaba qué
pasaba y yo no podía responderle porque no tenía las palabras adecuadas. Con el
tiempo fui encontrando la respuesta a qué me había sucedido, o al menos me
acerqué a una respuesta. Primero fue leyendo Adán Buenosayres de Leopoldo Marechal. Cuando él describe esa
escena del baile donde ve a todos muertos y sale corriendo y abraza al caballo,
entendí que era una sensación semejante y luego cuando estudié filosofía y se
hablaba de la finitud y de la contingencia del ser, ahí entendí esa angustia,
ese mal metafísico que como muy bien vos leíste atraviesa en parte todo lo que
escribo.
La muerte
no está (o al menos es mi intención) tratada solamente como muerte física sino
como hondura del alma, como contingencia como imposibilidad de quedarse. Todo
lo que hacemos en torno al arte me da la sensación que es para conjurar la
muerte, para quedarnos. Y esto se da en un nivel inconsciente, no
necesariamente somos conscientes de esa fecha de vencimiento que llevamos en
nuestros envases de carne. A diferencia del yogurt o la leche, no sabemos el
cuándo.
En pasar (que va así en minúscula porque es
una muerte y no LA muerte) la referencia es directa porque es la muerte de mi
padre. Se murió en mis brazos y eso es algo hondo, tocás algo raigal, vas hasta
la médula, en realidad no vas, te llevan. La idea del «hilito» que atraviesa todo
el libro, es una idea o metáfora generadora que proviene de mirar el monitor
del electro durante 11 días. Era el hilito así en diminutivo, porque uno
accedía a la fragilidad, al dolor, al conteo regresivo.
En Una luz desde el río, el poemario (14
poemas) está dedicado a los desaparecidos. Aquí la muerte aparece de manera
teológica (es un Vía Crucis), histórica y política.
Noche extranjera, tiene algunos homenajes como el “Requiem”
para la querida Elizabeth Azcona Cranwell y otros particulares. Pero es un
libro variado. Entonces (que también
está con minúscula) incorpora el tema de la muerte pero muy lejanamente. El
poema final es el que ilumina todo el texto. Los poemas fueron escritos en
Venezuela durante junio y julio de 2006 y 2007. Después los fui retocando un
poco, había muchos más y finalmente dejé los que publiqué en 2010.
Se me cuela
el tema de la muerte. Por eso te decía que es un «tono» una especie de «bajo continuo»
que está ahí. Y la verdad es que no me preocupa tanto que esté, porque es lo
más real que tenemos. ES un bajo continuo, es un puerto de llegada
insoslayable, entonces, es normal que esté. El tema de la muerte no se me da
tanto en un nivel «mortuorio», «masoquista» o «terrorífico», sino una sensación
más bien de angustia metafísica de problema de la existencia y de las pérdidas
que no siempre son muertes físicas y humanas. En definitiva, saber la muerte nos
hace vivir, nos define el cómo vivir.
La escritura compartida
-¿Qué le responderías a un descreído de los
talleres literarios que argumenta que grandes escritores como Borges y Cortázar
no necesitaron de uno?
-En
principio no tendría que decirle nada, no soy nadie para pronunciarme sobre ese
tema en un marco así disyuntivo. Es como si comparáramos los músicos que vienen
de un conservatorio y los que tocan de oído. Hay personas que les gusta y les viene
bien y otras que no. Y podemos convivir todos felices y contentos sin ser «pro»
o «anti» talleres.
-¿Qué viene a buscar a un taller el poeta en
ciernes?
-Creo que
hay una mezcla de cosas. Enumero algunas. Busca aprender, busca aprobación de
lo escrito, busca pulir, busca un grupo literario con el que compartir sus
poemas. Busca saber si lo que hace «es» poesía. Esto en los casos donde hay una
«rectitud» interna de lo literario. A veces hay otros aspectos que son
jorobados para los desarrollos del taller y en general son aspectos negativos o
que no hacen al taller en sí: por ejemplo, se busca una especie de terapia
grupal, o se busca una literatura de autoayuda donde el acento no está puesto
en la creación poética sino en el «sacar afuera» lo que me pasa. Distinguir
estas cosas es de capital importancia para el desarrollo de un taller de
poesía.
-¿Qué tres «consejos» o «anticonsejos» no
pueden faltar para coordinar un taller de poesía? ¿Cómo es tu metodología de
trabajo habitual?
-Los
consejos se los dejo al viejo Vizcacha. No doy consejos. Pero si comparto mi
experiencia. Algunas cosas las he tomado del taller que hice con Elizabeth
Azcona Cranwell. La genialidad de Elizabeth es que antes de todo lo nuestro,
nos hacía leer buena poesía. Y yo hago lo mismo. La primera media hora
selecciono autores de todo tipo y color. Hay que aprender de los grandes y de
los chicos. Hay que leer en grupo. Leer en voz alta, comentar, emocionarse.
Luego suelo hacer un corte, una especie de momento cultural donde doy los
«avisos culturales» de la semana y creo alguna atmósfera con otras artes acerca
del poeta que vimos. Por ejemplo, si vimos algún poeta del siglo XIX francés,
vemos algunas imágenes del simbolismo o del impresionismo o escuchamos a
Debussy para comprender un poco el contexto histórico social en donde surgió
ese poeta o esa obra.
Luego los
otros 45 minutos son de revisión del trabajo que están escribiendo. Participamos
todos. A veces es difícil. Tres cosas que siempre tengo en cuenta:
a) Hay que
cuidar la voz de cada uno. Los grandes riesgos de un taller son dos: que se
escriba «para el taller» y que todos escriban como se escribe en el taller o
como escribe el que lo coordina. Creo que un desafío para la coordinación de un
taller es dejar nacer y cuidar y nutrir esa voz que está ahí que es personal de
cada uno.
b) Distinguir
entre el gusto y el juicio. Es un tema fundamental. Hay cosas que a uno pueden
no gustarle pero eso no quiere decir que no esté bien realizado o hecho. Elevar
un juicio, significa argumentar, fundamentar el porqué, conocer al autor y a su
contexto y no opinar ligeramente. Eso se aprende, no es fácil y menos en una
sociedad donde la opinión de «mesa de café» está a la orden del día.
c) No
explicar los poemas. Si no se defienden solos… y bueno, entonces no serán tan
buenos. Pero también saber que lo que hoy no comprendo o no me gusta, mañana
puede gustarme puedo comprenderlo (estéticamente hablando). Estamos en movimiento.
Lo pero que le puede pasar al arte es quedarse quieto.
La voz del otro
-¿Cuáles son los poetas argentinos que
integrarían tus «afinidades electivas»? ¿Por qué?
Borges,
Lugones, Orozco, Roberto Juarroz, Gonzalez Tuñón, Gelman, y algunos otros.
Me
preguntás solo los argentinos.
Borges
porque cada vez que lo leo me doy cuenta que tiene un manejo del lenguaje
exacto, contundente, exquisito. Es un poeta genial. Siempre vuelvo a él.
Lugones, es
otro grande. Me cansa, me aburre a veces pero uno aprende y hay pasajes
memorables. Es casi como escuchar Wagner (para mi que soy un neófito en
Wagner), hay pasajes sublimes y otros en los que no entiendo nada.
Orozco:
cuando leí Los juegos peligrosos, me
dio vuelta la cabeza. Seguro incentivó mi tono elegíaco. La conocí y compartí
con ella y Elizabeth algunos momentos inolvidables. Su voz era como la de una
pitonisa. Sus ojos eran una porción de la tormenta. Poemas como «para hacer un
talismán» o «Desdoblamiento en máscara de todos» me dejan mudo.
Juarroz: la
economía de lenguaje, el reverso de Olga. Y esa filosofía bella y honda.
Tuñón: lo
heredo de mi viejo. Hay poemas como el de «La cerveza del pescador Schiltigeim»
que me han hecho llorar. El «tata» Cedrón ha musicalizado mucho de sus poemas y
hay versiones que me han legado al corazón. Su militancia en el PC también me
recuerda las ilusiones e ideales de mi viejo que también militó en el partido.
Gelman:
maneja el lenguaje de una manera novedosa. Eso me atrae, Gelman siempre dice
algo.
Bueno y hay
más pero estos son como los que están así por su poética. Después hay poemas, o
conjunto de poemas. No me olvido de Oliverio, de Pedroni, Azcona Cranwell,
Storni, etc.
-¿Notás en la actualidad poética cierta tensión
entre el eje dominante «Buenos Aires-Rosario» y el resto del país?
Si bien yo
nací en Zárate y viví en varias partes (Jujuy, Salta, Chaco, Ecuador,
Venezuela, París) siempre estuve mucho en Buenos Aires Capital. Casi toda mi
secundaria la hice allí en la década del ’80 en un colegio que quedaba a dos
cuadras de Corrientes y Callao. Me encanta Buenos Aires, es mi ciudad y estoy
la verdad podrido de la cuestión periferia y centro. En Córdoba, la ciudad que
elegí para vivir, es como el pan cotidiano. Creo que si no salimos de esta
dicotomía, de este sentimiento de orfandad y de inferioridad no vamos a crecer
literariamente hablando. Es obvio que Buenos Aires centraliza, como también
centralizan las provincias desde sus capitales. ¿O me vas a decir que tienen
las mismas oportunidades los habitantes de Córdoba Capital que los de Villa
Reducción o La Carlota?
Obvio que no. Hay además una cuestión demográfica. Con esto no defiendo la
centralización literaria, editorial y de mercado; lo que digo es que hay que
salir de una posición de queja o desdén hacia algunos temas. Hoy la tecnología
descentraliza muchas cosas. Hay que crear espacios. Ustedes con la revista
descentralizan desde la propuesta, desde la creatividad, desde la inteligencia
y no desde la queja. Aplaudo eso.
-¿Reconocés en Córdoba algunas líneas o
corrientes de estilo en la poesía de hoy? ¿Cuáles?
Debería
saber esto ¿No? A ver, creo que hay varias aristas. Primero el primer poeta
argentino, barroco, poco leído y que tiene más mérito por ser el primero que
por su poética en sí que era un poco el influjo del culteranismo de la época
con Góngora detrás. Hablo de Luis de Tejeda. Luego insoslayable es la presencia
de Leopoldo Lugones. Modernismo y posmodernismo. Políticamente condenado pero
al nivel del lenguaje y la poesía, nada hay que decir y, si alguno lo duda, es
bueno refrescarnos la memoria en el prólogo de El Hacedor (1960) de Borges.
Luego, hay
varios poetas pero hay dos voces que se levantan y son de una originalidad
supina. Una es la voz de Romilio Ribero que fue rescatada por la editorial
Alción y la otra voz es la de Glauce Baldovin, poeta rescatada por la editorial
Argos del poeta Julio Castellanos. Creo que estas dos poéticas dan cuenta de la
originalidad en Córdoba del siglo XX. Tuve la suerte de publicar junto con
Julio, este año pasado la obra inédita de Glauce (nueve libros) y sentí la
verdad que ponía un granito de arena.
Después hay
nombres que uno no puede dejar de conocer: Alejandro Nicotra, Godino, Castellanos,
Susana Cabuchi, Romano, Vargas, entre otros.
Y hay ya
una oleada joven, algunos cercanos a mi edad (no tan jóvenes) y otros entre los
20 y 30 años que vienen pisando fuerte y bien. Entre otros, Alejo Carbonell, inauguró este año el Festival de poesía de
Córdoba con una interesante gama de poetas, entre ellos Rodolfo Raschella, Esteban
Moore y Hugo Gola.
Es la poesía, entonces
-En uno de los poemas de Noche extranjera te interrogás «Quién enciende la
llama en el poema» ¿La poesía hace las preguntas y esconde la mano o da
respuestas que nadie espera?
La poesía
nos ayuda a sostener los interrogantes. Hay preguntas que no tienen respuestas
y para sostener esas preguntas, yo encuentro en la poesía un camino. La poesía
es pregunta. Lo importante son las preguntas.
-El que lee entonces, tu último libro, se encuentra con poemas muy breves, con un
vocabulario parco, pero de honda belleza. Al mismo tiempo es llamativo el
cambio con respecto a tu producción anterior ¿Debe el el escritor romper con su
propia tradición poética?
No sé si
debe. En todo caso se da en mi poesía y se da en la de muchos. Hay otros que
tiene esa actitud pareja y seguidora. Lo mío es un poco cambiante, pero siempre
con un agua de fondo que no se altera.
Ahora estoy
con dos libros desde hace algún tiempo. Y es una voz que yo mismo no me
reconozco. Es como más descriptiva pero dura, no sé, ahí ando puliendo y
quitando cosas. Uno es un libro sobre la ciudad pero en un tiempo pasado y el
otro es un conjunto de poemas sobre América.
-Si como dice Antonio Machado, «pero lo nuestro es pasar» ¿Para qué la poesía,
«entonces»?
Machado es
uno de mis autores favoritos. Su hondura me conmueve. «Lo nuestro es pasar»,
para mí allí está la gran clase de antropología más perfecta y sintética a la
que ningún filósofo me parece que puede llegar. El tema no es solo «pasar» sino
el cómo, el estilo, la forma es la que nos define cómo pasamos. Retomando el
tema de la pregunta y de la muerte, es decir los interrogantes de la
contingencia y de la finitud, la poesía es una manera de pasar y de pasar
bellamente, de que nuestro pasar tenga sentido o al menos podamos pasar
cantando, celebrando, incluso la muerte porque sabernos contingentes nos hace
vivir de manera más decisiva o más vital.
El gran
Baudelaire, en un poema «A una que pasa» dice: «Un éclair, puis la Nuit», «Un
relámpago y luego la noche», se refiere a aquella que pasó e iluminó el deseo
con la belleza. Tal vez la vida sea como ese relámpago, ese fulgor que pasa y
deja belleza en la pupila de los otros. O tal vez la muerte, como creo que dice
la «rana sabia» de Leopoldo Marechal, sea un momento de tránsito y no un final.
La rana (creo que era una rana) en el Heptamerón, cambia el refrán popular,
aquel que decía «Partir es morir un poco» y dice al revés: morir, es partir un
poco.
Algunos poemas de Leandro Calle
2.Lleva la cruz sobre sus hombros
Debo arrastrar el pasado
para aligerar una carga que no entiendo.
Ya no se puede mirar atrás.
Estas manos soportan un arado
que se empeña en arrastrar la historia.
Hay algo liviano en el dolor
tal vez un pétalo que cae
para no marchitar la pureza del despojo.
de Una luz desde el río (2001)
*
V
Miro tu cuerpo respirado
lastimado de aire
gorrión dormido
en la blancura de las sábanas
y no puedo entender
que el hilito que sostiene
tu naufragio y el mío
sea tan sólo de aire.
de pasar (2004)
*
Nif
Mi padre arrancó la cortina
la arrancó como quien caza una mosca en el aire.
Decidido cruzó el patio.
Cruzó toda la noche con la linterna a cuestas.
Buscó la pala y comenzó a cavar un pozo
un pozo en medio de la noche.
Yo lloraba de pie
y en la celeste cortina que nos salvaba del verano
estaba Nif sin vida
con su collar de choclo ahuyentando el moquillo.
Mi padre me abrazó. Ya no recuerdo.
Pero prefiero pensar que ante la muerte
que vestida de perro me mostró sus frías credenciales
mi padre me abrazó toda esa noche
y su calor me abraza todavía
como el collar de choclo en el cuello de Nif
que no lo abandonó ni hasta en la muerte.
de Noche extranjera (2007)
*
Falsa mordaza la del corazón
que al fin y al cabo siempre habla.
Tu voz arde cuando llega el silencio.
*
Mi espalda contra la espalda del muro
la espalda de la pregunta contra la espalda de
dios.
Entonces
mirar hacia adentro
nacer.
*
Ladran los perros en la noche oscura
olfatean tu presencia silenciosa
corren enloquecidos de un lado para otro
y de repente callan y todo se enmudece
y los perros del alma mastican el silencio
muerden con rabia la mudez nocturna
porque mi olfato siente tu presencia
tu presencia que pasa y no se queda.
*
Pasan las nubes como navíos
pasan las nubes libres y revueltas.
La dicha de ser empujados por la dicha.
El viento oscuro
la luz lentísima
la solidez del agua.
*
Colgaba de la puerta el cordel amarillo de la llave
cuando cerré los ojos, los pájaros cantaban en un bosque
donde la única gravedad era hacia arriba.
*
Mediodía de la saciedad la noche
porque la sed es como el sol
que se apaga y se enciende
y nunca se está quieta.
¿Por qué no arder sin más y para siempre?
Mojada brasa del alma a medias encendida.
de entonces (2010)

10 comentarios:
Muy linda nota Lean. La persona que te entrevistó sabe preguntar. Fundamental. Un abrazo.
Hermosa nota , excelentes respuestas , buen interrogador , bella poesía .
Gracias por compartirla -
Me encanta la profundidad que alcanzan cada una de las respuestas. Un abrazo grande!
A todos: gracias por comentar y mucho más por leer la entrevista y los poemas de Leandro. Para mí ha sido un placer encontarme con su poesía, por azar, como lo es todo; ya que en una librería de Mar del Plata, yo -que soy mendocino- me encontré con los libros de este cordobés nacido en Buenos Aires.
Un abrazo y espero que sigan visitando y leyendo la revista.
Sí: tienen razón los anteriores comentaristas, muy interesantes las preguntas para tus profundas reflexiones querido Leandro. Abrazo afectuoso y gracias por este reportaje, nos permite conocerte más en tu trabajo y pensamiento. Alfredo Lemon
Interesante entrevista de un no menos interesante y activo poeta como Leandro, de quien estoy leyendo (releyendo sería la palabra correcta), en estos momentos, Una luz desde el río. Me quedé con ganas de saber algo y quizá sea este un buen lugar para saberlo:
–¿Qué ha significado para vos ser sacerdote jesuita y qué representa formar o (haber formado) parte de esa orden religiosa para su trabajo poético?
En verdad, no tenía noticias de este poeta. Y leer sus reflexiones me ha provocado ganas de leer sus libros.Creo que un poco de eso se trata el periodismo cultural ¿no?
Ah coincido con otro de los comentarista. Se nota que el entrevistador se informó mucho para preguntar. Felicitaciones.
Estimado Fernando,
te comento con más detalle en mensaje por el fbook, me volví tímido jajaja
abrazo
leandro
Quiero agradecer la lectura atenta de los que han comentado en esta entrevista. Como también agradezco que les hayan parecido interesantes las preguntas. Sin embargo, las preguntas son solo llaves hacia una respuesta profunda, generosa e inteligente, y Leandro dio muchas así.
Es también interesante lo que pregunta Fernando sobre el pasado jesuita del entrevistado. Lo charlamos en privado con Leandro, pero a los efectos de su trabajo poético, poco agregaba si había sido cura o almacenero. Como sí su trabajo editor.
Compartimos la nota desde nuestro blog!
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