lunes, 22 de mayo de 2023

4 poemas de Julio Castellanos

Julio Castellanos (fotografía de Hugo Suárez).



Julio Castellanos nació en 1947 en la ciudad de Córdoba, donde reside. Ha sido docente en la Escuela de Letras de la Facultad de Filosofía y Humanidades de la Universidad Nacional de Córdoba. Publicó poemas, ensayos y comentarios en distintos medios periodísticos del país. Desde 1983, aparecieron numerosos libros de poesía con su firma, entre ellos: Umbrales, Líneas, Elementos, Nubes, Lugares, Poemas del amor, Cercanías, El motivo es la mujer, Residuario, Jardín a tientas, Lettera 22, Toda aparición se desvanece y Eso que no es sueño, concentrados en el volumen Poesía reunida (1983-2013).


Hijo por nacer

Hijo mío, ya han pasado casi nueve meses 
–las nueve lunas santas del lunario–

Pronto te veré, habrás nacido. 
La simultaneidad redonda en que te mueves 
ese cosmos de madre que te alberga 
habrá de ceder, y habrá adelante 
y detrás, arriba, abajo; tiempo 
por vivir, tiempo que crece.

No sólo será vida.
Nacer también es comenzar la muerte. 
Pero no lo sabrás, serás eterno, 
y sabiéndote frágil cuidaremos 
tu edad, tus juegos y tu sueño. 
Cuando seas consciente de tu muerte 
yo seré una sombra que no pesa, 
una palabra simple, un simple eco.

Hijo mío, pequeño, no nacido, 
es poco lo que tengo 
para ofrecer, el mundo ya está hecho.

Hijo mío, que llegas del silencio 
en el umbral de tu madre hoy te espero.

(de Elementos, 1987)


La ausente

Reciente, entra la luz
por la ventana abierta antes del alba.

Se deshace la máscara, el adiós
y lo cierto invaden cada cosa.

Afuera, álamos ligeros
y voraces nubes de temblor.
Navega el cielo.

Con extrañeza se incorpora.
Siente a su lado el hueco
evaporado y cóncavo de un cuerpo.

(de Lugares, 1991)


Acerca del Tractatus de Wittgenstein

Pensar no ya al mundo, sí al poema. 
Comprobar
que es el todo que acaece.

Así, es mundo o es poema 
la totalidad de los hechos, no las cosas 
que insuflan esos hechos.

En el allá conviven
acaecer y no ocurrencia, la historia y el reposo.

Espacio lógico o poema: 
actos, atributos, 
dados al acaecer y al no, de un ser sí mismo 
que en nada cambia; nada que en el todo permanece:
entonces 
el poema que existe por sí, 
desdeña de nosotros.

No debemos hablar: dejarlo ser 
solo. Callando, volviéndonos
fantasmas, cuerpos
que se ausentan, transparencias.
De lo inefable, lo no dicho, reino.

(de Jardín a tientas, 2005)


Razones de un amor

porque aprendí que la claridad de tus ojos puede esconder
oscuridades hondas en donde vive la noche;
porque supe que es posible el amor y que en él
nada que no sea el sí mismo existe;
porque aprendí a separar nimiedades eternas como la clara de la yema,
el tacto de la mano, la sonrisa de la boca; porque pude
ver que en estas separaciones
hay encuentros con el uno que vive en cada otro;
porque el hallazgo de ese otro
no es sino el entenderse con la propia luz y con la propia sombra;
porque la vida es la ilusión de lo imposible y es lo posible de lo incierto;
porque los cuerpos pueden sernos campos florecidos; porque he bebido
la exudación, los flujos, las aguas corporales
que pasan por tu carne
para navegar ríos inagotables, transcursos sorprendentes;
porque fue tu desnudez un campo de caricias;
porque he aspirado en tus susurros el lenguaje del estar fuera de todo;
porque entre tus pechos no hubo intemperie ni granizo, allí
todo fue amparo, blandura bienvenida;
por éstas y por otras demasías: por todo lo dicho y lo imposible
de decir, te digo lo que digo, te balbuceo y toco;
me venzo y te pierdo y te respiro.

(de Eso que no es sueño, 2011)



lunes, 15 de mayo de 2023

4 poemas de Yamil Dora

Yamil Dora.


Yamil Dora nació en Casilda, Santa Fe, en 1971. Actualmente reside en Buenos Aires. Ha publicado los libros de poemas: el ángel solo (edición de autor, 2005), los barcos olvidados (Ciudad Gótica, 2007), Una plaza, un niño y un poeta (Plan Nacional de Lectura, 2009), Como playa que se puebla (Ciudad Gótica, 2009), Un mar que existe (Ciudad Gótica, 2013), Un hombre encima del mar (Del Dock, 2015), El olor de las hormigas (Palabrava, 2017) y Once (La Gran Nilson, 2022). Además publicó las novelas Los Lindos (Lamás Médula 2017), Diez mil kilómetros de distancia (Moglia Ediciones, 2019), Por la vereda con sombra (Palabrava, 2020, Pro Latina Press, 2021) y La Africanita (CR ediciones 2022). Sus poemas fueron traducidos al francés y al árabe.

 
1

se puede abrir un gran vino

se puede tomar al sol 
en casas como la nuestra

amigos

dejemos la paz en calma

dejemos las sucias botas 
la muerte y la furia 
atrás


18

queda el silencio 
a los hombres solos

la lluvia
a la mujer que he querido

mi muerte 
que llevará mi sombra

tus labios
que tomarán mi vino


De Un hombre encima del mar (Del Dock, 2015)



después de algunos años...

después de algunos años
de estar en esta ciudad
puedo guiar a los recién llegados
y si alguien me pregunta en el subte
si ir para allá
o para acá
le contesto como si fuese un experto
y cuando regreso a mi ciudad
es decir
a mi casa de antes
camino como un turista
que recorre un país
muy curioso
muy triste
y muy querido
casi como si estuviese
en la tierra de mis abuelos

De Once (2022)


mañana iré a una ciudad...

mañana iré a una ciudad 
que no conozco 
no encontraré a nadie 
de los que se olvidaron de mí 
cuando llegue 
me sentaré 
en la misma mesa de siempre 
como si nunca me hubiese ido 
como si no estuviese volviendo 
caminaré de nuevo por calles   
donde viví  
y no saben quién soy 
o saben  
y no me miran 
y muchos menos hablan conmigo 
una ciudad que no es grande 
ni chica 
ni se parece a ninguna 
una ciudad sin recuerdos 
una ciudad que se olvida 
ahora 
más lejos que antes 
aunque esté en el mismo lugar 
pero más cerca que nunca 
por eso casi no vuelvo

Inédito

lunes, 8 de mayo de 2023

11 poemas de María Ángeles Pérez López

María Ángeles Pérez López.



María Ángeles Pérez López nació en Valladolid, España, en 1967. Es poeta y profesora titular de Literatura Hispanoamericana de la Universidad de Salamanca, donde trabaja sobre poesía contemporánea en español. Antologías de su obra han sido publicadas en Caracas, Ciudad de México, Quito, Nueva York, Monterrey, Bogotá y Lima. También han sido publicados libros suyos de modo bilingüe en Italia, Portugal y Brasil. Es miembro correspondiente de la Academia Norteamericana de la Lengua Española, hija adoptiva de Fontiveros y miembro de la Academia de Juglares de Fontiveros, el pueblo natal de San Juan de la Cruz. Como académica, ha desarrollado numerosos estudios sobre la poesía de autores de Hispanoamérica. Ha publicado, entre otros, los poemarios: Tratado sobre la geografía del desastre (México: Universidad Autónoma Metropolitana, 1997), La sola materia (Alicante: Aguaclara, 1998), El ángel de la ira (plaquette, Zamora: Lucerna, 1999), Carnalidad del frío (Sevilla: Algaida, 2000), La ausente (Cáceres, Diputación/El Brocense, 2004), Pasión vertical (plaquette, Barcelona: Cafè Central, 2007), Atavío y puñal (Zaragoza: Olifante, 2012), Fiebre y compasión de los metales (Madrid y México: Vaso Roto, 2016), Diecisiete alfiles (Madrid: Abada, 2019), Interferencias (Madrid: La Bella Varsovia, 2019), Mapas de la imaginación del pájaro (Colección Ejemplar Único, 2019), Incendio mineral (Madrid y México: Vaso Roto, 2021), Comarca mínima (Madrid: Cartonera del Escorpión Azul, 2022).


I

tanta flor de espuma
y trinos amarillos para el tiempo 
o frutas sugerentes

me izaré sobre tu miedo desplegado 
con alas pequeñas de mosca imprescindible 
porque llevo comiendo
miles de panes y peces 
desde antes
y me lloran los cestos si tú dejas 
las redes destrenzadas en mi ombligo

(de Tratado sobre la geografía del desastre ,1997)



VIII

Para las hojas de papel sobre la mesa
no queda más camino que el final 
del polvo, de la ruina. 
Ellas lo saben, también yo soy consciente 
del paso de la tinta 
por los complicados vericuetos de la historia
—así, minúscula, humillada—, 
por los márgenes de piel con que se encuentra, 
por el espacio angosto del camión, de la fábrica 
hasta desembocar en el vacío sonoro, 
en el blanco impertérrito
del comienzo del mundo, y su poder. 
Pero mientras que andan por la casa, 
las hojas de papel recorren los lugares 
determinados de antemano para su uso: 
el cubil oscuro y redomado de la memoria, 
el revistero abotargado de sí mismo 
o la costumbre de nombrar lo que está lejos. 
Antes de recoger con método, con orden
las cartas, los diarios, las revistas, 
los folletos de la salud o la abundancia,
los recibos preñados de otros tantos, 
los trozos de papel, garabatos queridos, 
siempre temo que queden sus palabras flotando 
en el aire impreciso de finales de octubre, 
por si fuesen como árboles caducos, 
desprendidos 
y atroces
en la generosa entrega de su carnalidad.

(de La sola materia, 1998)


III

Hay días en que la luz querría borrar 
el signo de la sangre cotidiana 
un viernes cualquiera de ceniza
en que un barrendero recoge una paloma 
que está muerta en la calle, 
caída sobre sí.
No le tiembla la mano
al empujar el cuerpo y su perfume
con preciso 
inquebrantable movimiento de muñeca,
y yo miro temblando el gesto elemental 
de arrastrar, de alejar lo carnal si no lo es,
si perdió la preciosa trabazón con el pálpito, 
su atadura solemne con la vida. 
Mientras cae a su muerte yo miro esa paloma
alejada de sí, oscurecida 
por el tiempo en que deja el hueco de la especie, 
aterida en el suelo de cemento, 
su corazón profundo, tan tempestuosa- 
mente animal como el mío, tan innoble.

El día trae la marca de su herida.

(de El ángel de la ira, 1999)


I

Cuando estoy ante la hoja de papel 
y pienso que la tinta la fecunda, 
la ensucia felizmente con su esperma 
oscuro y rumoroso como el agua, 
me siento tan inútil e incapaz 
mirando la fiereza del amor 
de otros versos escritos desde antes 
que apenas malamente si me sirven; 
tan solo es que conozco la teoría 
de una parte del libro que alimento 
pero a partir de ahí el camino está 
sin marcas ni cercado ni balido, 
la soledad es mía y solo mía, 
las letras más oscuras las escribo 
con el aire que expulsan mis pulmones 
y es mía la silbante desazón 
con que pronuncio sitios y personas 
si ya crecí y no puedo sostenerme 
y estoy mirando sola el alfabeto 
para ver cómo horada sobre el aire, 
sobre el cuerpo del tiempo en el que soy, 
estelas o señales demoradas. 
Por eso mi mirada no es ingenua 
o solo en ese resto de primaria 
y soleada picazón de la alegría, 
porque gané y me hice poseedora 
de la zona de sombra incuestionable 
con que las cosas miran a la muerte. 
También de la torpeza con que miran 
el sol y su calor en primavera 
si llegan los manzanos a traerme 
el corcho del sabor ya restallado 
como un licor ardiendo en el empeño
inútil e insensato de construir,
de armar un edificio de cristal
para atrapar la sombra de ceniza,
rescoldo que dejamos en el aire.

A Juan Luis Calharro

(de Carnalidad del frío, 2000)



VII

El tiempo es una forma de la boca
si descubro aterida que apaciento 
un oscuro baúl impredecible 
que arrastro de este lado para el otro. 
Porque apenas recuerdo su llegada, 
la fecha insoportable en la que es mío, 
su llave y su candado como espuelas 
del corazón y de su espuma roja. 
Del baúl salen cosas imposibles 
y se golpea la rosa de los vientos. 
También salen las cosas personales, 
la miga levantándose en el horno 
del parentesco vivo y necesario, 
alimenticias formas de ternura 
o de espanto feroz en el desastre 
porque el odio alimenta cada día 
igual que la ternura, y envenena 
el pan con que la boca se sostiene. 
No hay forma de olvidar ese baúl, 
de dejarlo tirado en una esquina 
ni de perder tampoco ese candado 
ni la llave maldita que lo abre, 
lo hace un inmenso fardo que nos urge 
doblemente como un cadáver sucio 
y que es nuestro pasado, nuestro tiempo 
en su belleza extraña y condenada.

(de La ausente, 2004)


La mujer es un pájaro que arrasa 
las tardes encendidas por el sol 
mientras pinta en su cuerpo la memoria 
como una flor de piedra para el aire. 
En cada poro exacto, imperceptible 
quedan fijados libros y retratos, 
el altísimo arco de su entrada 
sostiene contra el tiempo y su malogro 
las piernas de la atlante que sujeta 
las horas y los días, los trabajos 
como almirez que canta su trajín. 
No hay mayor fijación, mayor anclaje 
en la lenta caída hacia la muerte 
de los muros, los auges, los vencejos 
y a la vez, con su piercing en la lengua, 
con su lengua dorada de metal, 
la mujer mueve el mundo y lo trastorna, 
lo arrastra y conmociona contra sí, 
arrasa como un pájaro las tardes 
e inventa superficies cariñosas
 con plumas y atavíos muy diversos, 
con brújula y castigo del lugar 
en que duermen los hombres y las dioses 
cuya falda es de jade y de distancia.

(de Pasión vertical, 2007)


Pies

La mujer pinta sus pies de verde y se sube a ellos.
De los talones nace el odio del asfalto,
su ennegrecida capa de petróleo
embetunando pájaros y niños,
forma de aminoácido esencial
que desgasta las alas, la llovizna,
las caracolas blancas peleando
contra el rencor viscoso de la brea.

Con una brocha grande, la mujer
pinta el verdor oscuro de las aguas
en las que se deslizan los arenques
y sus anillos de aire livianísimo,
también los hipocampos, las ballenas,
los moluscos marinos que retozan
en praderas de posidonias vivas
y se aparean en nombre del amor.
Igualmente la hierba de los montes
el musgo cariñoso y los helechos
comienzan en los dedos desiguales
de los pies y remontan las rodillas
como salmones tibios desovando
a la altura feliz de las caderas.

Para el negro sudario del benceno
que atrapa las gaviotas y las lanza
contra la arena triste, enrarecida
del tiempo y el esfuerzo alquitranados,
la mujer se encarama en sus dos pies
y suelta el corazón como una tórtola.

(de Atavío y puñal, 2012)


El bisturí

El bisturí inocula su dolor.
En el corte limpísimo florece
el polen que envenenan las avispas,
su aguijón turbulento y ofensivo.
La mesa del quirófano está lejos
de la luz y la tierra del jardín,
su amor desesperado por la vida
y el material mohoso del origen,
lejos de la pasión de los hierbajos
y la piedra porosa en la que sangra
la desgastada edad de las vocales
que escribieron verdad y compañía.

En la asepsia que exige el hospital,
el bisturí recorta el corazón
de la página blanca del poema,
la sábana que tapa el cuerpo enfermo.
No queda ni memoria ni alarido,
tan sólo un hueco rojo en el lenguaje.
En la mano que empuña la salud
hay sin embargo un corte diminuto,
una línea de sangre y su alfabeto.

con Álvaro Mutis
también con Gambarotta


(de Fiebre y compasión de los metales, 2016)



El musgo
abre
su mano
en la retícula
afilada
de lo real.
Nudo verde,
diéresis
que el agua
disemina:
espora de lenguaje
hacia lo vivo.
No urge
ningún modo
de sintaxis
o
tallo
para crecer
sobre esta línea
vertical.
Turba tan obstinada:
ligadura.

(de Mapas de la imaginación del pájaro, 2019)


Haikus del amanecer

Umbral primero
donde el día es la noche
y la noche, el cuerpo.

(de Diecisiete alfiles, 2019)


2
 

Desciendo hasta tu cuerpo y me oscurezco. Me pierdo en tu penumbra, en la apretada
maraña de tu boca.
Han desaparecido las huellas de enfermeras y de antílopes, de pasajeros sombríos en
el atardecer del metro. Los flamboyanes son promesas rojizas que nada quieren saber de la
ciudad. Gotea, sobre los túneles también sombríos, la perlada e infame desmesura del sudor.
La grasa de los motores recalienta la tarde hasta asfixiarla.
Entonces, agotado ya el día, entro en ti como en una cueva fresca y sibilante. Atrás
quedan las horas insulsas, los platos de comida precocinada que se adhieren al plástico, los
teléfonos que suenan sin que nadie conteste. Atrás queda, al fin, la expoliación carnal de las
mañanas, fibra en la que los músculos se tensan hasta abrirse en puntitos de sangre que no
se ha dejado domesticar por completo.
Cuando entro en ti, todo se borra: palabras que aprieto contra el paladar hasta
volverlas de agua; archivos de memoria que no encuentro; proteína que pierde su estructura
en la embriaguez extrema del calor.
Cuando entro en ti, la noche me posee.
El cuerpo pertenece a su placer.

(de Incendio mineral, 2021)

lunes, 1 de mayo de 2023

4 poemas de Antonio San Miguel

Antonio San Miguel.



Antonio San Miguel Roldán nace en Madrid en 1976, ciudad en la que reside hasta 1990, fecha en la que se traslada a vivir a Talavera de la Reina, donde se diploma como Trabajador Social por la Universidad de Castilla La Mancha. Desde 2016 es también Graduado en Trabajo Social. Es en los años 90 cuando inicia su actividad literaria, escribe sus primeros poemas, publica artículos de opinión en periódicos locales, ensayos filosóficos, cuentos… Volverá a Madrid para diplomarse en interpretación actoral en la Escuela “Metrópolis”. En la actualidad desempeña funciones de trabajador social en un Centro Ocupacional para personas con discapacidad intelectual y es docente de interpretación actoral, dramaturgia y director de teatro en la Escuela de Teatro y Cine Joaquín Benito de Lucas, y profesor de Dramaturgia en la Escuela de Escritores «Persiles». Entre sus méritos poéticos cabe destacar: finalista del premio Adonais (2008) con la obra La canción del agua; ganador del premio nacional de poesía Joaquín Benito de Lucas (2012) con la obra La muerte de Rómulo; Premio internacional de poesía Joaquín Lobato (2016) con Raíles o el premio de poesía José Hierro (2018) con la obra Llegar a Portugal en un ferrocarril que ya no existe. Recientemente obtuvo el V Premio Internacional de Poesía Ateneo Navarro por Oda a un sofá desvencijado.



Calla

Abríamos un cráter,
y nadie discutía.
Encogimos los brazos. La tierra fue apartada
con desprecio.
Preparábase el barco a los océanos.
Vibraban las raíces, desmanteladas, vivas,
colapsada cicuta
que se aproxima al fuego ¡Última vez
de todo!
Venecia sin dormir ¡Qué difícil
reírse
cuando tu voluntad
la dictan otros,
el vuelo circular (¡Qué extravagancia!)
de una pala en la mano!

Somos sombras de acero
sobre un tapete…

Somos.

Aún te dejas ver por estos ojos…


(De La muerte de Rómulo, 2013, Premio Joaquín Benito de Lucas)


Mi abuelo Antonio
 

Indiferente lluvia aniquilada
por el mortal desprecio
con que se inunda todo a media tarde.
Es ahí, justo ahí, en ese breve espacio,
debajo de una foto de mi abuelo,
donde encuentro un rincón
vacío, y una risa leve, casi apagada,
constantemente viva en mi recuerdo.
Como una telaraña
prendida de mis ojos,
debajo de la mesa donde escarba
la infancia sus milagros,
le veo pasear y no moverse,
le veo suspirar y me emociono,
ahora, al revivirlo
con un cigarro inmóvil en la mano.

¿Cómo podré decirle,
con qué templanza hallar algún secreto
que dé felicidad a mi vacío,
que no empañe de lágrimas
su clara ortografía entre mis hojas
pintadas torpemente?
Si ya se ha perfilado como un niño
que olvida lo que el hombre un día fue
y mudo permanece
metido en un armario bajo tierra.


Y no he podido, a solas, encontrar
el momento oportuno,
quizás, para decirle  
que yo también soñaba con un río.


(De Raíles, 2016, Premio Joaquín Lobato).



Madrid
(Estación de Chamartín)


Mi tren, esa terrible
epidemia de adioses,
¡mirad cómo se inscribe cada lágrima
en su nube de tránsito
cuando en la descarada
decadencia
va gimiendo hacia un polvo
de muerte
cotidiana!,
y asida a la ventura
por lo frágil,
abiertas mis raíces,
me encuentra cada noche,
yo lo encuentro también,
en un recodo,
por los grandes
hangares del deseo,
volviendo a transitar
desnudo, como sombra
al ancho pedestal de mi destino.

(De Llegar a Portugal en un ferrocarril que ya no existe, 2018, Premio José Hierro)


Nos subimos en la misma parada
 

Nos subimos en la misma parada.
Nos buscamos sin nada,
cualquier excusa es buena para cruzar los ojos.
Nos sentamos muy juntos,
buscamos en el roce nuestras piernas.
Dos soledades frotan la misma plenitud al mismo tiempo…

Llegados a Verdum ella se baja.
Apenas me sonríe. Yo me hago el despistado.
Se ocupa de otras cosas mientras piensa en mí,
lo noto en sus zapatos.
Moviendo las caderas se despide.

Sin ella estoy jodido.
Habría sido el hombre más feliz…

Tendrán que disculparme, acaba de subir otra princesa…

(De Crematorio del mar, 2019, Premio Balanceo.