domingo, 20 de octubre de 2013

El libro sin poema ni lector




Resonancias, de Facundo López. Editorial En Boca Cerrada, Mendoza, 2013, 40 págs.


            por Hernán Schillagi

            La poesía es desafío, pero ¿son desafiantes los poetas en la actualidad? Es decir, la lectura de poemas propone (e impone, por qué no) una visión oblicua, una musicalidad desacostumbrada y una disposición del discurso que rompe con la prosa de la realidad de todos los días. Si bien no existen muchos lectores dispuestos a «entrar» en la poesía, el género está asimilado. Sin embargo, esa «asimilación» de la sociedad es como la que hacían los Borg, esos personajes de la Nueva Generación de Star Trek que tomaban, automáticamente y por la fuerza, toda la información y vida de culturas diferentes, pero para hacerlas desaparecer adentro de un «colectivo» sin identidad propia. Así, Resonancias, del mendocino Facundo López (Las Heras, 1977), aparece como un libro bellamente editado, con formato de mínimo folleto apaisado (un «no libro», entonces), con poemas brevísimos que prescinden del verso tradicional (¿una prosa interrumpida?) y con una dedicatoria llena de pólvora que nos hace levantar la mirada mecánica: «a los que no leen poesía».

            Resonancias, por tanto, abre un desafío  luego de Mariposa sobre las cenizas (Libros de Piedra Infinita, 2006), donde López toma al género poético por primera vez para descubrirse las cicatrices en el aire de las palabras y bajar así «a pedradas la luna»; pero sobre todo en el notable El monstruo (Libros de Piedra Infinita, 2012) aparece la poesía como una zona dinamitada. Allí el desborde contenido en versos es el material desechable con el que trabaja para dar cuenta de una historia poco probable de ser narrada: un sujeto civil, padre de familia, trabajador ejemplar en quien se agita lo deforme y lo espantosamente cotidiano. Facundo planta bandera desde el comienzo: «Olviden lo bello, no sé qué cosa sea eso, quizás otro monstruo inexplicable, como la poesía y la música».  Entonces, en este tercer libro de 2013 editado por el flamante sello En Boca Cerrada, a sabiendas de una tarea imposible, la voz que canta (¿o nada más habla?) le hace frente al lector esquivo para «explicarle» un proceso creativo fatuo: «Esta es la prueba de una línea como si fuera un poema corto». Fin del primer «poema». Abismo blanco en la página ante los ojos incautos del que lee.

            De este modo, el libro continúa: son pruebas de contacto, textos de un ensayo mayor en el que el yo poético visualiza sin piedad que la humanidad se niega a la poesía, ya que, en su discurso, no justifica ni al que la escribe ni a su lector. El poema, en sus vanos intentos, forma un dibujo irracional o sin sentido, que no es lo mismo: «Escribo en la pared como de niño solía. Despierto y vuelvo a los zapatos y el café. Escribo oculto de mí mismo». Así lo cotidiano apresa a la escritura, aunque escribir no deja de ser una posibilidad de ir un poco más allá. Además, las pruebas son evidentes en cuanto a lo formal: hay una puntuación que reemplaza el corte de verso o el encabalgamiento que, también, refleja una respiración diferente; ya que cada «resonancia» es el resultado de una frecuencia reforzada. Frecuencia acústica y hasta quizá taquigráfica, porque cada segmento tantea una hazaña casi sorda, capturar el mar del lenguaje en un poema: «Todo lo que llevo puesto. Todo lo que traigo escrito. Es prestado».

            El libro, por lo tanto, más que presentar dos capítulos está virtuosamente partido en dos: la primera parte, un «work in progress» abierto, como un borrador que se rebela y se revela para lograr su constitución en poema, a pesar de su propio autor: «Este tampoco es un verdadero poema». La segunda parte, salta al vacío, pues el que escribe ha reconocido anteriormente su derrota, pero igual ofrece su humilde pero intensa faena. Por eso, la confianza con el lector es a «ojos cerrados» y va creando una zona de tolerancia. Aquí, Facundo López se suelta con imágenes y metáforas de mayor carga. Aunque, luego de usar el voseo al comienzo, elige contradictoriamente el remanido «tú poético», existe también una fuerte apelación al otro, reconoce que el poeta poco puede hacer por él, critica con sutileza al poema sensiblero y melancólico, a la belleza órfica e ineficaz y a los poetas que escriben «largas listas» en vano, solo para endulzar el ego: «hoy amor no es caricia», asesta sin medias tintas.

            Finalmente, el experimento poético llega a su clímax: el que habla se reconoce en lo material en vez de lo visionario. No hay una misión que lo trascienda. Así y todo le pide al lector que se acerque desde la sinceridad: «Sólo conozco mis manos», le confiesa. Para llegar a un resultado tan sonoro como gráfico de una búsqueda sin contemplaciones, los registros en papel (y voz) de un cimbronazo que nadie advirtió, pero que dejó huellas reconocibles. Porque el desafío es advertir que el poema verdadero está afuera y no en las palabras. Ahora, solo le queda al lector furtivo bucear por su cuenta y no quedarse cómodamente sentado.


Algunos poemas de Resonancias,
de Facundo López




Esta es la prueba de una línea como si fuera un poema corto.

*

Seguís en esto. Deberías perder las ganas. No vas a encontrar una sola palabra que te justifique ni que lo haga conmigo. Ni vos ni yo. Demasiado humanos.
Ni vos ni yo.

*

Los muertos hablan un idioma ajeno a la razón. Sus voces se acercan a lo lejano.

*

Cada poema es una prueba. Cierro los ojos y salto. El vacío no puede ser peor que esto de saber que busco la forma del mar en un pequeño papel.

*

Tomaste mi mano. Mis labios. Caminaste mi orilla. Todo lo escrito. Pequeña. No puede explicarte.

*

Rezo con las tripas. Roto el pecho y la cabeza. Mientras largas listas endulzan el ego de los enanos. Busco en el moho de las hojas. En la sangre. En la paciencia de la roca que espera. Sabe quién es y lo que escucha.

*

Dame tu mano. No sé decir cuándo te enciendes. Deja el resto. Tal vez esto sea todo lo que vine a hacer por ti.

martes, 15 de octubre de 2013

La historia de un poema de Álvaro Mata Guillé


Álvaro Mata Guillé



Sobre Debajo del viento


por Álvaro Mata Guillé*

(Especial para El Desaguadero)

De pequeño, cuando todos dormían, en la penumbra de mi cuarto escuchaba la radio, tratando de sintonizar emisoras de países lejanos, los que aparecían escondidos entre las voces distorsionadas de los locutores. Imaginaba –envuelto en el misterio que se diluía en lo lejano– otros lugares, otro tiempo sumergido en el tiempo, otras historias, preguntándome cómo llegar a ellos, cómo eran sus parajes, qué ocurría en sus veredas, en los callejones perdidos en las ciudades, tratando de escuchar las voces, también perdidas, que pernoctaban en las aceras. La sensación, que me provocaba el vislumbre de lo lejano, reaparecía al ver el brillor de las luces, de las casas parpadeando en la oscuridad, adentrándose en las montañas, intentando deletrear lo que ahí ocurría: el origen de su origen, la simultaneidad de espacios que se concatenaban, las historias de otras historias que daban forma al aquí y ahora. Las sensaciones se transformaron en preguntas, en lo incierto, que como un laberinto, iba al pasado en busca de respuestas procurando darle un rostro al presente, incertidumbres entrelazadas por un eje común que las nutría, que las hacía ser: la sensación de extrañeza, de ajenidad, el saberse solo en tránsito hacia el abismo –la noche que persigue la noche– confundiendo la nostalgia mezclada a la niebla –a las nubes, a la lluvia, al viento–; diálogo

constante con las sombras, con los muertos, indagando con los ecos quiénes éramos, de dónde veníamos, cuál era la historia que nos poseía habitándonos, desnudando nuestra identidad, el inicio que nos llevó a ser. 

No es fácil responder qué motiva lo que escribimos, se suman muchos intentos por saber qué somos, confrontando el límite, lo que percibimos o imaginamos, la necesidad de ser convertida en necesidad del existir. Debajo del viento, como la simultaneidad de murmullos que se esconden en las luces en las montañas, entre los cercos en los montes, es un escenario de múltiples escenarios, preguntas que llevan a otras preguntas: la transitoriedad, el reencontrarse buscándose siendo otros, nuestros mitos, nuestras derrotas. 






«qué soy

¿aire

que se diluye en viento?

¿viento

que deletrea el aire?

¿valle

por donde corren

los muertos?»


Fragmento del libro: Debajo del viento, de Álvaro Mata Guillé.





*Álvaro Mata Guillé (Costa Rica, 1965). Es director de teatro-danza, ensayista, investigador, dramaturgo y poeta. Desde 1998, se desempeña como Director General del Simposio Internacional Libertad y Poesía. Dirige asimismo la revista Hoja en blanco y el sello Aire en el Agua Editores. Es Subdirector del Laboratorio de Investigación del Cuerpo en Escena y Director del grupo Baco, de danza-teatro. Como tal, ha dirigido, entre otras, las obras La Señorita Julia, de A. Strindberg (1997/1998), El jardín de las delicias, de Fernando Arrabal (1998), una adaptación del poema “Pasado en claro” de Octavio Paz (1998/1999/2000), una adaptación del poema “Cuadernos del destierro” de Rafael Cadenas (2001/2002). De su propia autoría ha dirigido Escenas de una tarde, en repertorio desde 2002 y en gira por Latinoamérica. Entre sus libros de poemas merecen mencionarse: Intemperies, junto a Norberto Salinas y Marta Royo (Ed. Aldus, México D.F., 2005), Escenas de una tarde (Ed. Lunes/Literatura Digital, San José de Costa Rica, 2004/2005) y Debajo del viento. Ha publicado además el ensayo El laberinto disperso (Editorial Alambique, San José de Costa Rica, 2005).