Cómo escribí Puentes
por Alicia Genovese
(Especial para El Desaguadero)
Puentes es un poema largo que se convirtió en libro. Reconocer que era un libro me llevó todo el camino de tránsito por su escritura, un tiempo que me hizo volver a cruzar introspectivamente ciertas vivencias y a reconocerme en ellas, un tiempo de búsqueda formal para darle espacio a su poderosa insistencia. Este poema, y creo que por eso lo elijo, ha sido el que más dificultades me impuso, el que más preguntas me trajo, en buena medida por su caudal de escritura, que me iba llevando por desvíos y accesos impensados, y me iba abriendo zonas que yo reconocía conectadas, pero que lo volvían poco manejable. Era un poema descontrolado aunque lograba sostenerse en un único tono, ese tono de monólogo que me resulta todavía hoy tan cercano. Cada escena que recorría por la vía de un puente, y que intuía iba a sumarse y a ser absorbida en el agua del poema, me devolvía a su inicio, a la imagen icónica y reflexiva del puente. «Puentes» parecía una masa inagotable, como si se reservase siempre algo más, que la escritura, o cada intento fragmentario de escritura, no terminaba de desmadejar.
Puentes empezó con una anotación en un momento clave de mi vida. Volvía de Estados Unidos donde había vivido cinco años y desde donde había decidido retornar, sin tener demasiado claras las razones. Sin embargo, aquí estaba de regreso, con una panza enorme, a poco de parir. Mi infancia y mi adolescencia las viví en la zona sur de Buenos Aires, en Lomas de Zamora, en Llavallol, hice la secundaria en Bánfield. El cruce de los puentes para llegar desde el conurbano a la Capital Federal fue algo habitual desde mi infancia, pero no tan cotidiano como para que perdiese su aura de acontecimiento cada vez que ocurría. Puente Alsina, fue el primero, para ir a la casa de mi abuela materna en Pompeya, Puente Vélez Sarsfield después, por donde mi papá me llevaba a veces, al taller en el que trabajaba. Puente Pueyrredón, ya más grande, cuando conocí el Centro de Buenos Aires. El cruce de los puentes durante años había sido una divisoria, entre el lugar propio y el menos conocido, como si después del puente estuviera el mundo, un mundo que todavía no había recorrido y que me parecía fascinante. Su paisaje era lo que siempre había visto, pero al cruzarlo después de tanto tiempo de haber vivido en otros paisajes y en otra cultura, más ordenada, más prolija, significó una experiencia nueva. Fue una especie de fogonazo, de atardecer repentino que me hizo reconocerme atada a un lugar como no sabía que lo estaba. Cruzar otra vez uno de esos puentes, ver el Riachuelo con su agua pesada y brillosa al ras del sol, tomar por la avenida Pavón hacia el sur para ir a la casa de mis padres, era como entender sin poder explicarlo por qué estaba allí. Por qué desaparecía y se aclaraba esa molestia que me había acompañado (aunque intentara ignorarla) durante los años afuera. Una molestia que tenía relación con sentirme extranjera, con la inquietud que me generaba viviendo fuera de Argentina, pensar que, por más atención que pusiera en lo que me rodeaba, no comprendía del todo los códigos de ese otro lugar y de esa otra cultura, que algo siempre se me estaba escapando.
Puentes fue primero una imagen que anoté en una libreta y no pude seguir. La retomé mucho después cuando escribí toda la primera parte del poema que se produjo de un tirón y fue decisiva para el tono del poema. Pensé entonces que iba a ser eso solo, un poema medio largón que no podía relacionar con otros poemas que venía escribiendo, más líricos digamos, menos narrativos, y que luego formaron parte de El borde es un río. Pero Puentes siguió haciendo sus propias conexiones que me llevaban a seguir escribiendo y seguía así, planteándome obstáculos: ¿Lo cortaba en poemas breves cada uno con un título? ¿Los numeraba como partes de un todo? Hacer eso era bastante fác
En algún momento del proceso, con mucho escrito me trabé. No podía darle un cierre y tal como estaba, no me convencía. Entonces comencé a sacar fotos. Iba a los lugares que ya había nombrado y a otros que recordaba menos, con una cámara manual, con películas en blanco y negro, con rudimentarios conocimientos de fotografía y tomaba fotos. Cuando revelaba aparecían cosas maravillosas: fantasmas, texturas, sombras. Incorporé las fotos a la escritura, hablé de ellas y el poema se destrabó. Le puse punto final un verano entre los puentecitos del Delta cruzando nuevos ríos y arroyos.
Puentes
(fragmentos)*
(fragmentos)*

Puente Avellaneda, Pueyrredón
Puente Alsina cambiado el nombre
en los mapas,
por el mismo zanjón del Riachuelo
Puente La Noria. Pasajes
al otro lado de la ciudad;
no son postales congeladas
mis idas y vueltas
sino pigmentos tornadizos
como la capa de asfalto
El paso capturado y la mirada
en la misma
agua grasosa que no absorbe
el desecho químico. Amargor
que queda flotando en la superficie
como en el cuerpo
lo inasimilable
Hay un pozo imantador
en este cruce
de puentes suburbanos
que en cada pasada
me desvía
hacia tiempos suspendidos
como hacia un carril
de detención
Petróleo muerto, desgastes
erosión obsesiva
que no ha logrado disolver
cierta hora de niebla temprana
y cielo opaco para llegar
al sitio de los comienzos
Más allá, del otro lado
el viento para en los oídos
y empieza la gravedad, la filigrana
de pequeños actos perecederos
y su trazo enmarañado
Pero aún sobre el puente, suspensa
puedo asir del trayecto
el goce a futuro
de la expectativa,
ese rocío ensoñado que fue
siempre a escondidas, una forma
instantánea de felicidad
***
El puente es el lugar del nómade
la única construcción que se permite
su fuga, su visa
su salvoconducto
De Colorado recuerdo
un pueblito fantasma
abandonado al correrse
la frontera del oro:
mecedoras quietas en los porches
sin peso, sin cuerpos;
carril de detención,
en tu zona de baja velocidad
tu pueblito fantasma,
espacio sobrecargado
y nadie, lugares
de mala combustión
Retardo, retorno
al paisaje ausente,
sustancia que no termina
de entenderse con el agua
ni se deja dócil traspasar
Pasos del Riachuelo,
garganta de agua pesada
que me vuelve
costosamente a mí
***
A la pensión de San Cristóbal fueron
de civil, de casualidad
no estaba y ese mismo día
me mudé, dormí
en casas de amigos
que después fui perdiendo
Alrededor se deshacía
el espacio urbano
en centros y campos inhallables
de detención
Lo poco que nacía
parecía deshecho
en cada esquina, un patrullero
***
Avellaneda, antesala o salida
mugrosa de Constitución por el ramal
ferroviario general Roca
Galpones de chapa de aluminio
y manchas onduladas de óxido
siguiendo en el acanalado
la inclinación de las lluvias
Cementerio de trenes, hierros
amontonados en los carriles secundarios
y el mismo letargo
el mismo súbito entristecimiento
cada vez que se cruza;
preguntas, proyectos
sin conseguir pasaje
Le digo a mi hija
que me gustaba viajar
en los escalones altos del tren
al lado de las puertas,
un día
que la línea electrificada no funciona
y subimos a un adicional
de vagones en ruinas
¿Es a vapor? pregunta
y la locomotora se convierte
en una ilustración de enciclopedia
Herrumbre de vigas inclinadas
cuarenta y cinco grados, remaches
en los puentecitos,
tallas ásperas del ferrocarril
sur. La voz de Manal
en los setenta interrumpiendo
el triste descampado;
algo me anuda
a mí
como una caricia
Alicia Genovese, en Puentes (Libros de Tierra Firme, 2000)
*La obra es un poema de unas 45 páginas y se nos hizo imposible reproducirla por completo, como estaba en el ánimo de la autora y los redactores.