«Antología» significa, etimológicamente, «colección de flores».
Aquí, la pintura Las flores del mal, de Miguel Oscar Menassa.
El autor ofrece aquí una versión más amplia de una nota publicada el domingo 29 de noviembre en Diario UNO y que, por razones de espacio, no pudo incluir más desarrollo en algunos de los análisis.
por Fernando G. Toledo
«Detesto las antologías» suele decir, con cierto énfasis, un amigo poeta. Su aversión tiene muchos modos: detesta leerlas, detesta lo que representan y lo que aportan. Pero son, piensa, un «mal necesario», y eso quizá haga que deba convivir con ellas y su aborrecimiento recrudezca.
El sentimiento de este amigo ha aflorado últimamente, por razones curiosas. Y es que este año, después de una larga sequía, han aparecido cuatro antologías de poesía mendocina, una verdadera anomalía editorial que vale la pena analizar y que permite de a ratos contradecir y de a ratos acompañar a este poeta en el sentimiento.
Antes de avanzar en el breve análisis del valor de estos cuatro volúmenes, hay que hacer unas advertencias: este que firma está incluido, como escritor, en dos de ellas. Y en una,
Promiscuos & Promisorios, aparece como «consejero editorial», cargo que en realidad ha consistido en aportarle al verdadero antologador algunos panoramas, nombres y estéticas de la lírica viva de hoy en Mendoza, habida cuenta de su experiencia como editor. Hecho este «blanqueo», venga también una promesa de imparcialidad en los comentarios que siguen.
Sólo poesíaComenzamos con dos antologías de poesía a secas, es decir, las dos antologías que reúnen sólo textos poéticos sin combinarlos (de manera desafortunada, en nuestra opinión) con textos narrativos u otros lenguajes estéticos.
La ruptura del silencio, subtitulado «Poesía mendocina contemporánea», es un libro de 197 páginas coordinado por Jorgelina Basile y
Diana Starkman y prologado (presentado) por esta última, apasionada por la poesía local e impulsora de diversos ciclos que desde la DGE se realizaron en 2008 y 2009 en sendas ferias del Libro locales. Dicho libro, que se distribuirá gratuitamente en las escuelas, tiene un afán casi de inventario y pretende ser herramienta para los docentes. Según el prólogo de Starkman, está dirigido entonces a la «comunidad educativa» y a «los que disfrutan de la cercanía de un libro»: claro está, apuntamos, que estos segundos no tienen por qué no estar incluidos en los primeros.
La impresión y el diseño de
La ruptura… son modestos
[1]. Lo que importa es lo de adentro, se dirá. Y allí lo que parece faltar es un criterio, o mejor dicho, un criterio homogéneo: 27 poetas entre éditos, inéditos, jóvenes y viejos, incipientes y consagrados comparten páginas desigualmente (algunos ocupan muchas, otros pocas). Ese criterio impreciso juega en contra y acentúa ausencias, en especial las de Raúl Silanes, Julio González, Luis Villaba y Marta Miranda
[2].
En cuanto al ordenamiento, los poetas aparecen en orden alfabético, pero ese ordenamiento clásico, se diluye con el desorden no menos clásico en otros sentidos: hay poetas con biografías kilométricas pero construidas con nimiedades, hay otros con biografías brevísimas que dejan gusto a poco; las fotos no son nada buenas y en casi todas, los rostros de los autores aparecen deformados (como si hubiesen sufrido una especie de «modiglianismo»). ¿Lo mejor de
La ruptura…? El rescate de algún que otro poeta que mantenía un largo silencio (el caso puntual de Juan de la Maza) [3].
Promiscuos & Promisorios (ed. Luna Roja), al revés de
La ruptura…, gana según la medida del círculo preciso que traza. Dionisio Salas Astorga ha seleccionado a 14 poetas nacidos «entre el ’60 y el ’79», y si bien despista un poco la convivencia de éditos con inéditos, el antologador se hace cargo de la elección con un
prólogo excelente, que describe el paisaje de autores que recorre, relaciona el presente con el pasado y se parapeta mirando al futuro, haciendo honor a parte de la leyenda que acompaña el nombre de su libro: «para el siglo XXI».
El reparto de las 158 páginas es equilibrado [4], se incluyen fotos de autores acompañadas por biografías y artes poéticas y el diseño es a la vez sobrio y de buen gusto, amén de algunos recursos que sacrifican claridad por estética.
El prólogo, arriba mencionado, por ejemplo, es legible (desde el punto de vista del diseño gráfico) pero menos que los propios poemas: dado que se trata de un texto sesudo y argumentativo, habría sido de agradecer que se apostara también a la claridad en ese sentido; lo mismo puede decirse de las citas o referencias al pie [5].
En líneas generales,
Promiscuos & Promisorios sin embargo cumple mejor sus propios objetivos: es una antología precisa, representativa, ordenada, plural y bien editada [6]. Tiene epígrafes que ejercen de directrices literarias (una especie de
ars poetica del compilador) y, además, inaugura una editorial que ya promete dos nuevos libros:
Juego de damas (Antología de la poesía femenina en Mendoza para el siglo XXI) y
Quién dice que Comala (Antología de narradores en Mendoza para el siglo XXI).
Mejunjes
Las otras dos son verdaderas antologías de la «mezcolanza», como si ya por su naturaleza estas compilaciones no lo fueran.
Policronías II repite la experiencia de 2007, en que el departamento de Las Heras reunió sus poetas en un bonito libro que ahora tiene una segunda parte. Se combinan aquí poemas con relatos, y hasta con reproducciones de dibujos y pinturas de artistas lasherinos.
La impresión y la edición generales son excelentes, casi se diría un lujo, fuera del toque kitsch de la tapa [7]. Los escritores hacen su propia presentación, larga y tendida, y dejan sus direcciones de contacto: una buena idea, que aparecía germinalmente en la primera edición, y que ahora deja sentado un precedente de verdad para imitar.
Pero en cuanto a lo escrito, el nivel es muy desparejo: hay muchos autores muy incipientes, y se nota tanto que están haciendo, muchos, sus primeras armas que al terminar la lectura sobrevuela en algunos casos la sensación de que ha sido imprudente llevar a la imprenta varios de esos textos. Junto a esto, el renombre y la calidad de los artistas plásticos elegidos (entre ellos,
Alfredo Ceverino,
José Scacco y
Roberto Barroso) resulta un contraste brutal en comparación con los escritores. Eso sí, no se explica más que por el «figuritismo» que el antologador,
Fernando Adrián Flores, vuelva a aparecer entre los antologados. Un detalle: el prólogo es del intendente Rubén Miranda, y no merece mayor análisis.
Desertikón, finalmente, tiene una «pata bonaerense», ya que aparece por el sello Eloísa Cartonera, fundado por Santiago Vega (Washington Cucurto) y elaborado, a medias, con material juntado por cartoneros: en este caso, la edición de interiores es convencional y de gran calidad, y a ella se le adosa un cartón deliberadamente tosco pero que permite mantener el «look cartonero», al menos en lo externo.
En
Desertikón, antología de poesía y narrativa mendocina contemporánea, el verdadero mejunje que significa juntar 25 autores entre narradores y poetas se atenúa por un afán de combinar cierta común estética (difusa), de una vertiente supuestamente antilírica [8]. Pero eso mismo se arruina con la presencia de ¡seis! prólogos a cargo de los antologadores-antologados, la mayoría rimbombantes y vacuos (excepción hecha por el de Leonardo Pedra, claro y conciso, y algunas líneas del de Darío Zangrandi) [9].
Sorprende que justamente se predique en estos prólogos que el volumen representa a las «literaturas marginales», a «una literatura otra», a «ese margen» (que se asume propio de Eloísa), y en ellos abunden el vicio del artificio y las acusaciones enunciadas y no fundamentadas, sea contra «las políticas culturales», la SADE, la Facultad de Filosofía y los
mass media, que da lo mismo [10]. Además, que se construya una paradoja: el lamento por la «otredad» no se justifica desde el momento en que si esa antología recoge algunas voces y no otras, provoca el mismo efecto que dice combatir.
A propósito de otra frase de los prólogos, hay algo que no encaja si se pretende publicar este libro «desde ningún poder». Dado que el concepto de «poder» no es unívoco, ¿a qué poder se referirá? Porque «hablar desde ningún poder» es una apariencia: ¿o acaso no hay un poder ya instaurado de parte de quienes consiguen editar un libro? ¿No presupone un poder el tener la posibilidad de contactar a un escritor de renombre como Cucurto, organizar presentaciones, y a través de un sello que ha tenido difusión notable en los
mass media? ¿No lo es editar en una editorial que tiene una
página web propia, es capaz de alquilar un local (con el poder económico que da la organización de una cooperativa) y que además esté pronta a tener uno propio?
Valen la pena dos apuntes más: el prólogo de Eugenia Segura (el que mencionábamos) afirma, como dijimos, que
Desertikón supone un enfrentamiento y un intento de cumplir con lo que no se hace desde esferas oficiales, si es que interpretamos bien la frase «desde acá escribimos, contra la aridez de políticas culturales abocadas exclusivamente al guión de la Fiesta de la Vendimia». Pero resaltemos que la propia Segura está incluida en
La ruptura del silencio, libro editado precisamente por la Dirección General de Escuelas del Gobierno de Mendoza (poder político) y del que participa como colaborador incluso Gastón O. Bandes, compilador de
Desertikón [11]
.Nunca está de más está decir que este prólogo desafortunado de Segura [12] no empaña su poesía: una buena cosecha han resultado tres de estos cuatro libros para leer algunos de sus textos, y así, de la autora pedimos, con irreverencia de lectores, se apure la edición de
Herencia china, su segundo libro [13].
Por último, y volviendo al contenido de
Desertikón, observemos que también reparte de manera desigual las páginas para los poetas, en un libro sin índice y con no menos desiguales mini-biografías al final del volumen.
Antojos
Entre el debe y el haber, sin embargo, ¿qué queda de estas cuatro antologías? [14] Al parecer, un retrato impreciso y monstruoso, como un cuadro de Francis Bacon, que al menos deja constancia de que la escritura, sobre todo poética, en Mendoza está lejos de secarse en este desierto silencioso, y que ni los «antojos» de los antologadores («una antología es una antojolía», opinaba Juan Ramón Jiménez) harán algo, por ahora, en contra o a favor de ese lápiz que justo ahora, quizás, comienza a llenar el papel con el flaco alimento de un verso.
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Notas:
[1] En algún momento se dijo que la edición de La ruptura... iba a estar confeccionada con tapas duras, pero la dureza de las tapas finales dependerá acaso del concepto de tal cosa que tenga cada uno.
[2] Sí en cambio aparece Jorge Sosa, quien ha publicado varios libros de poemas aunque no suele ser mencionado como referente de la poética local. Si La ruptura... logra reivindicarlo como tal es algo que merecería ser objeto de otro artículo.
[3] Juan de la Maza sí ha sido un referente para algunos poetas, no sólo de sus generacionales, sino otros más jóvenes. Entre los primeros está otro de los incluidos en la antología, como Rubén Vigo (desconocido para quien esto firma hasta la aparición del libro). Entre los segundos está Rubén Valle, quien compartió algunas experiencias editoriales con De la Maza.
[4] «Equilibrio» se corresponde aquí con el término «equidad», en el sentido de que a los autores les corresponde un número parejo de páginas para cada uno.
[5] Aparecen, sí, en Promiscuos & Promisorios erratas muy comunes, como la repetición del título del poema en la misma página.
[6] La virtud de representatividad de esta antología tiene mucho que ver con su pluralidad. Asimismo, su «orden» tiene que ver con su «buena edición».
[7] Una de las Proserpina de Dante Gabriel Rosetti es el centro de la ilustración, cuestión que resulta un poco oscura a la hora de hallar una relación con esta antología lasherina. Además, el sello de la Municipalidad de Las Heras (declaración de interés educativo de la DGE, incluida) está puesto con un autoadhesivo, aunque con mucho cuidado, es cierto.
[8] Nos permitimos usar el concepto de «antilírica» en sentido amplio, aplicado incluso a la prosa. Muchos de los textos tienen temáticas y estilos cuya principal referencia podría ser el propio Santiago Vega. Pero ello no puede aplicarse a los textos de Débora Benacot, Eliana Drajer o, especialmente, Eugenia Segura, quienes no rehúyen en absoluto a la lírica, en especial esta última. En los poemas de Claudio Rosales, a pesar de alguna terminología y el uso de habla coloquial, también subyace cierto lirismo que, por esa combinación, le otorga mayor interés a su poesía.
[9] Algunos ejemplos: «Con pala y pica de alquimista y chupayas de lector herbolario, se empiezan a seleccionar no tanto raíces subjetivas, nervaduras estilísticas o frutos maduros, como semillas multisensoriales, texturas vivientes que conecten (al texto) con la lengua, el cuerpo, la política, el deseo y la cultura, de modo que con ellas nos sea posible hacer llover en medio de la sequía: chamanismo urbano, conjuro político contra la sed. Ah, el problema de las literaturas marginales: soledad, aislamiento, polvo costumbrista, estupidez flaubertiana, el artista como lugarteniente o pelotudo número uno» (Gastón Ortiz Bandes). Otro: «Antologogente que media comunera; y con la cartonera oportunidad ahí , claro. Qué mansas noches ! : atinando o no, pero pillos a la hora de elegir el contenido del envasado. Y a veces E. nos cocinó pastas. Una tarde de sábado L. hizo un asadito… , ese día :manso calor loco» (Claudio Rosales). Otro: «Con que: en el haciéndose hubo Ensayos, amplios, blandos, inesperados, Traiciones a la tradición y el escepticismo, la Hiperlegibilidad de la experiencia cutánea, y mucho Explota-explota-que-expló, explota nuestro corazón. Agüita y azúcar en la olla de campaña de ésta, la escuela del pedemonte (...) El profesar directo, sin rebotes /ensimismada/: la lengua al mismo tiempo, sin antenas /babélica/» (María García).
[10] Veamos esta línea: «Al mismo tiempo, una Facultad de Filosofía y Letras controlada por el catolicismo siniestro -cómplice de la dictadura y sicaria del neoliberalismo- conserva sus momias de lenguaje por deshidratación a secas». Nótese cómo la Facultad (¿el edificio, sus alumnos, sus profesores, sus rectores, sus decanos, sus secretarios, sus trabajos de investigación? ¿Los actuales, los de antes? ¿Todos, algunos?) representaría cosas terribles para Segura, justo el antro académico en el que, por ejemplo, se formaron al menos dos de sus antologados: Benacot y G. O. Bandes.
[11] Débora Benacot, Eugenia Segura, Eliana Drajer y Claudio Rosales participan en tres de las antologías aquí reseñadas.
[12] Hay también un error de concepto: Segura dice en su prólogo que a Desertikón sólo la precede una antología de editorial Colihue y «una antología temática de Alfaguara, organizada según criterios regionalistas: Mitos y leyendas cuyanas, de 1998». Sin embargo, Mitos y leyendas cuyanos (tal el nombre correcto) no es una antología, sino un libro escrito específicamente a partir de una premisa de esta editorial, que consistía en escribir relatos de ficción inspirados en las leyendas regionales (¿por qué «regionalistas»?). Si nos atenemos al significado etimológico de «antología» (colección de flores), digamos que en Mitos y leyendas… no se recogieron flores del campo crecidas por allí, sino que se plantaron específicamente ciertas variedades para conformar un cantero particular.
[13] Segura y Rosales son dos de los poetas de los que más textos pueden leerse en Desertikón. Quizá eso influya en una mejor valoración de sus poemas, que resultan, gracias a eso, y a juicio del que esto escribe, los mejores del volumen.
[14] Marcelo Neyra, autor de uno de los cuentos más sexualmente explícitos de Desertikón, tiene una opinión muy elogiosa de esa antología, que invitamos a leer haciendo clic aquí. No nos animamos a considerar lo mismo de la opinión de Luis Álvarez Quintana, dado que el filo de la ironía con que corta sus elogios parece que hace que éstos no sean tales. Otros autores locales se han manifestado de manera privada sobre las ideas que expresa esta columna al autor de la misma, en términos elogiosos algunos y algún otro con evidente enojo, suponemos, dada la cantidad de argumentos ad hominem vertidos en sus misivas.