martes, 16 de abril de 2024

8 poemas de Cristian Aliaga


 

Cristian Aliaga nació en Darragueira (Provincia de Buenos Aires), aunque se crio en la Patagonia. Tras recibirse de Licenciado en Comunicación Social por la Universidad del Comahue (General Roca, Río Negro) se instaló en Comodoro Rivadavia (Chubut), donde comenzó trabajando en el diario El Patagónico.
 
Luego de dirigir el gabinete de Prensa de la Universidad Nacional de la Patagonia San Juan Bosco (donde se desempeñó como docente desde 1987 hasta el final de sus días), volvió a El Patagónico, esta vez a cargo de la redacción. También tuvo una labor en radio, a cargo de programa como La vuelta al día y El Banquito.

Posteriormente se trasladó a otra localidad de la familia en que residía, Lago Puelo, para interesarse por temas de los «pueblos originarios», como mostró en artículos para el medio El Extremo Sur.
 
Publicó numerosos libros de poesía, pero también relatos de viajes y ensayos. Entre sus títulos destacan: La sombra de todo, Música desconocida para viajes, La caída hacia arriba, La pasión extranjera y el más reciente: La nostalgia del futuro (2023).

En su rol de editor, dirigía Ediciones Espacio Hudson, que publica libros de pensamiento crítico, ensayo, poesía y narrativa.

Falleció el 16 de abril de 2024 en Buenos Aires, adonde había sido trasladado por complicaciones de una neumonía.


El poema de la muerte

Y si viene la muerte 
la divertiré

y si escribe un poema 
para darme lo que buscaba 
antes del fin 
diré que he perdido

la memoria 
y el interés

y la divertiré.

Y luego 
copiaré el poema 
de la muerte.


Edificar sobre plumas

Edificamos sobre plumas el cisne 
blanco que se ahogará. No es culpa del objeto, 
somos animales de antes del diluvio. 
Crímenes de toda especie 
se consuman sin que lo admitamos. 
Una lengua no es suficiente, una ética tampoco.


El sentimiento turbio

Una letra azul hasta que la hoja acabe en negro,
siempre, el final.
Ese color de fin de era se impone al rojo, alternan sangre los dos.
Querer condensar en un verso largo esa pálida voz perfecta.
Es turbio el sentimiento, tiene el poder
para anular la angustia por segundos;
de la inteligencia sacamos eso, angustia,
por estar al acecho. Pero el sentimiento es adictivo
aunque se pierda
en la dulce turbiedad
de un tren que pasa a velocidad constante en otra vida.


Mi madre hierática no fue,

el padre mío sí, cantaba tangos 
en la oscura siembra. 
Imaginaba París para cantar 
como un uruguayo.

Ah, los señores 
que lo ungieron al arado.

Hemos sido insensatos, 
sedientos, santos de catedral destruida, 
infancias pobres, gauchitos giles, 
del amor aquél cruel que suscita 
desastre, 
pero no descarten el futuro en esos imbéciles de genealogía, 
yo mismo el instrumento, los bueyes,
mi padre y yo.


La entrega

he entregado de mí el alma 
a la negra de Baudelaire

en adelante me repliego en el hablar 
hablo la carencia del poema 
suscito emociones de abandono 
en el barro más dulce de mente

soy una mujer no el poeta 
ardida por el desprecio 
trabajada por el amor 
de Baudelaire 
ya inmóvil, religioso en la isla

soy una negra como poeta
querida

para siempre
al sol del tiempo abandonada


Maltratado y plácido

pesa la mano sobre lo escrito
cargada la mano 
resiste el peso 
que el brazo le impone 
el cuerpo entero 
maltratado y plácido 
viaja por la mano 
hasta lo escrito 
el aerolito inalcanzable 
golpeó al cerebro 
que hace los movimientos 
del acróbata 
sin dominar al cuerpo 
que lo escribe


Estirar la mano 

Estirar la mano como quien pide un don
y se arrepiente,
deja el gesto en el aire y pide menos que nada
para seguir.


Arte, poética

Un poeta –un lobo sin cartel–
no muestra sus cartas, no baraja
de nuevo, no escancia vinos
que no es capaz de beber.
Es un animal procaz
que no ve detrás de las ventanas
sino más allá de las rejas,
un espectro sordo
que no domina su carga
y se entrega a ella.
Un poeta –un punto azul sobre la mesa–
no mira para ver
sino para abrir los ojos.



viernes, 12 de abril de 2024

Los collados eternos: el libro de Alfredo Bufano que regresó en edición de lujo

Andrés Casciani y Marta Castellino.



Esta obra, publicada originalmente en 1934, se reedita en una versión que incluye un prólogo de Marta Castellino y numerosas ilustraciones de Andrés Casciani.




El nombre de Alfredo Bufano no es uno más para el paisaje de la literatura argentina en el siglo XX. Emblema del poeta órfico, dado «en cuerpo y alma» a su obra, el escritor nacido probablemente en Italia, pero criado en San Rafael y con una extensa carrera en Buenos Aires, fue uno de los más prolífico y admirados líricos de su tiempo, merced a obras de perfección técnica y viva emotividad que le granjearon cierta fama y reconocimiento que bien pueden reflejarse en escuelas y calles que llevan su nombre en distintos puntos de la Argentina.

Y si bien el nombre de este poeta que murió en 1950 parece resonar en nuestra memoria cultural, no siempre sus obras están tan presentes, reeditadas y a la mano de todo aquel que quiera sopesar su valía. Aunque ha sido objeto de recopilaciones de su obra y de algunas antologías, tanto en Mendoza como en Buenos Aires, los de Bufano suelen ser libros que se hallan como un tesoro en librerías de usado o propios de buscadores bibliográficos. 

Alfredo Bufano.


Es por esa razón que la nueva edición de Los collados eternos (1934), una de sus obras más declaradamente místicas y difíciles de conseguir, resuena como una novedad encomiable en estos días. El libro, además, aparece con dos soportes que lo enaltecen y le agregan valor: un prólogo de la especialista Marta Castellino (quien tuvo a cargo la edición) y las numerosas ilustraciones del pintor mendocino Andrés Casciani, un habitual ilustrador de obras literarias.

El libro fue presentado el viernes 12 de abril de 2024, en la librería García Santos de la Ciudad de Mendoza. Antes de eso, Marta Castellino y Andrés Casciani compartieron las particularidades y valor de esta publicación.

–¿Qué papel ocupa Los collados eternos en la frondosa obra de Alfredo Bufano, tanto en lo estilístico como en lo temático, si cabe hacer aquí esa distinción?
–Marta Castellino (MC): En cierto modo, se podría decir que Los collados eternos es un libro único dentro de la producción poética de Alfredo Bufano, al menos desde el contenido. Si bien la relación con lo religioso es una constante que impregna toda su obra, este libro pertenece a una tradición hagiográfica (relatos de vidas de santos) de raigambre medieval y que casi no registra ejemplos similares en la lírica contemporánea. En cuanto a la forma, en cambio las composiciones de este libro pueden incluirse dentro del vasto «romancero» de Alfredo Bufano: un conjunto de composiciones escritas en verso octosílabo, con rima asonante, que aparece en gran parte de sus obras. El cultivo de esta forma relaciona a Bufano con las búsquedas popularistas y neopopularistas de grandes poetas españoles modernos, como Federico García Lorca, además de relacionarlo con la tradición medieval.

Ilustración de Andrés Casciani para Romance a un viejo templo de la ciudad de San Luis


–No parece que sea, a diferencia de títulos como Valle de soledad o su Romancero, la obra más presente en la actualidad. ¿A qué puede deberse? ¿Quizás a su declarado contenido místico-religioso?
–MC: Efectivamente, la poesía más difundida de Bufano es la que se asocia con la «postal» del oasis mendocino, que es por otra parte la línea temática más cultivada por el poeta. Ciertamente el contenido religioso exige en principio otro tipo de lectores. Por eso surgió la idea de publicar este libro, en una especie de edición conmemorativa, porque se cumplen noventa años de su publicación original (1934). Y la idea fue fomentar la lectura componiendo un volumen ilustrado, en el que la belleza del texto y de la imagen se complementen. Cabe aclarar, de paso, que Los collados eternos contiene alguno de los poemas más bellos de Bufano, como es el Romance de la Anunciación.

–Se distingue mucho, tanto en referencias como en el uso clásico de versificación (casi sin variar entre el octosílabo y el heptasílabo) de su libro póstumo, Marruecos. ¿Eso habla también de una búsqueda constante de parte de Bufano por la obra poética?
–MC: La diversidad formal es una característica distintiva de la obra de Bufano, que cultivó con igual maestría, además del romance, los sonetos y el verso libre, en una búsqueda constante de adecuar la forma poética a los contenidos; de allí que el libro Marruecos, publicado póstumamente, contiene hallazgos expresivos que, con la alternancia de metros, trata de reproducir la musicalidad y el ritmo que él observó en la cultura africana, por ejemplo.

Ilustración de Andrés Casciani para Villancico de San Juan Bosco Niño



–¿Qué desafíos presenta ilustrar un libro de contenido tan particular como Los collados eternos?
–Andrés Casciani (AC): Es un inmenso honor acompañar la profunda poesía de Bufano. La temática que plantea en Los collados… me remitió inmediatamente a la estética de las láminas miniadas medievales: retratos de otro tiempo y otra humanidad, en los que el preciosismo de los detalles y las decoraciones sirven de marco a visiones plenas de esoterismo, utopías y misticismo.

–Hay un trabajo constante de tu parte con escritores mendocinos de la actualidad. ¿Qué representa hacerlo con un poeta que escribió este libro hace nueve décadas?
–AC: Es la confirmación de que el diálogo mágico y atemporal entre la ilustración y el texto es como viajar en el tiempo: habitás la poética y la visión del escritor como un intruso en su mundo, «filmando» con trazos lo que podés intuir en sus paisajes distantes.

Ilustración (capitular de la letra E) de Andrés Casciani para Romance del monje Martirio 



–El libro no sólo incluye ilustraciones de cada poema, sino también el uso de letras capitulares. No es usual ver hoy en día un libro de edición tan lujosa. ¿Lo ven así ustedes? ¿Creen que es una manera de revalorizar el libro impreso, a pesar del alto costo que puede tener?
–AC: La presencia de las capitulares, y de la gran cantidad de ilustraciones en general, remite a la época «sin tiempo» de los Libros de horas medievales: una concepción del libro como objeto mágico y sagrado. En ese sentido la intención de la edición apunta a rescatar arqueológicamente el libro, no sólo como vehículo del texto, sino de una experiencia sensorial integral, que invita a contemplar y percibir un hecho estético que trasciende la lectura. El libro como un objeto-ventana hacia una vida que no estaba tan asfixiada por la urgencia engañosa y alienante del mundo virtual digital.

–¿Cómo fue posible esta edición y qué repercusión esperan que tenga?
–AC: Esta edición comenzó a gestarse en 2019, cuando Marta me presentó su trabajo de investigación terminado, así que ha sido una verdadera travesía en la realización de las más de 20 ilustraciones. Atravesó la época de pandemia e incluso casi fue anulada su impresión. Gracias a la gestión de Marta ha llegado a ver la luz esta edición que es muy destacable en cuanto a la calidad de diagramación, la concepción del libro como objeto de arte y como patrimonio cultural literario.





Un poema de
Los collados eternos
de Alfredo Bufano

Romance de la Anunciación

Soledad de luna grande, 
profundo aroma de estrellas, 
quietud de viento dormido 
sobre montañas enhiestas, 
frescura de aguas inmóviles 
de alucinadas cisternas; 
verde penumbra tejida 
con flores recién abiertas; 
borroso huerto de estampa 
adivinado entre niebla; 
olor de cedros y pinos, 
y un gran silencio de cera.

Nazaret duerme en el alba, 
pero María está en vela; 
hila vellones de luna 
con blancas manos de seda; 
sus pies desnudos asoman 
de entre faldas de estameña. 
Hila que hila la Virgen 
vellones de luna nueva; 
deja de hilar, y sus ojos 
de claros mundos se llenan.

María espera en el alba, 
pero no sabe qué espera. 
Secreto gozo le dice: 
«¡María, no te me duermas!» 
Y el huso gira que gira, 
y la luna se desfleca 
para enredarse dichosa 
entre las manos de Ella.

De un hondo aroma de lirios 
se ha embalsamado la tierra: 
el Arcángel de oro y rosa 
entre dos ángeles llega. 
¿Cómo ha llegado, Dios mío, 
que no lo vio la Doncella? 
Florida vara de nardos 
relumbra en su fina diestra; 
son de celajes bordados 
sus alas auribermejas; 
rosa de luz es su boca 
y sus ojos dos turquesas.

La Virgen mira y no sabe 
si está dormida o despierta; 
inmóvil está en el alba 
y la voz divina espera. 
Gabriel está de rodillas como mi alma, ante Ella.

¡Y oyó el celeste mensaje 
que entre los siglos resuena!

¡No son más dulces los dátiles, 
ni son las grutas más frescas! 
¡No son los astros más limpios 
ni las nubes más ligeras! 
¡Ni en donosura lo iguala 
la muerte con ser tan bella!

¿Qué maravilla se ha obrado, 
Señor, en tu humilde Sierva, 
que así de júbilo llora 
su corazón, y la tierra 
temblorosa y palpitante 
se agranda en el alba inmensa?

¿Por qué los aires se ahondan 
y se aclaran las estrellas? 
¿Por qué de coros lejanos 
los altos cielos se pueblan?

Gabriel por rumbos ignotos 
su vuelo tiende y se aleja. 
Hila de nuevo la Virgen 
entre gozosa y severa. 
Sus manos mueven el huso 
y sus puros labios rezan. 
Celeste onda de amor 
la envuelve en llamas secretas.

¡El alba está entre los hombres! 
¡Nazaret se abre en la tierra!

martes, 9 de abril de 2024

5 poemas de Alejandro Nicotra




Alejandro Nicotra nació en Sampacho, Córdoba, en 1931. Publicó, en poesía: Cuaderno de Córdoba, Castellví, Santa Fe, 1957; Nuevas canciones, Colombo, Buenos Aires, 1965; El tiempo hacia la luz, Hachette, Buenos Aires, 1967; Detrás, las calles, Rialp, Col. Adonais, Madrid, 1971; Puertas apagadas, La Ventana, Rosario, 1976; Lugar de reunión, Taladriz, Buenos Aires, 1981; El pan de las abejas y otros poemas (antología), El Imaginero, Buenos Aires, 1983; Puertas apagadas/Lugar de reunión, Universidad Nacional de Córdoba, Córdoba, 1986; Desnuda musa, Alción, Córdoba, 1988; Hogueras de San Juan, El Imaginero, Miramar, 1993; Il pane delle api e altre poesie, Centro Internazionale della Grafica di Venezia, Venecia, 1993; Poesía (1976-1993), Alción, Córdoba, 1994; Cuaderno abierto, Ediciones del Copista, Col. Fénix, Córdoba, 2000; Antología poética, Fondo Nacional de las Artes, Buenos Aires, 2002; Lugar de reunión -Obra poética 1967-2000-, Ediciones del Copista, Córdoba, 2004; El anillo de plata, Ediciones del Copista, Col. Fénix, Córdoba, 2005; De una palabra a otra, Ediciones del Copista, Col. Fénix, Córdoba, 2008 y La tarea a cumplir, Editorial Brujas, Col. Fénix, Córdoba, 2014. Ha recibido, entre otras, las siguientes distinciones: Premio Arturo Capdevila del PEN Club Internacional, Centro Argentino, 1968; Faja de Honor de la Sociedad Argentina de Escritores, 1977; Premio Esteban Echeverría de Gente de Letras, 1991; Premio Konex de la Fundación Konex, 1994; Premio Consagración del Gobierno de la Provincia de Córdoba, 2003; Premio Rosa de Cobre de la Biblioteca Nacional, 2013. Fue Miembro Correspondiente de la Academia Argentina de Letras. Falleció el 1 de abril de 2024 en Córdoba.


Recuerdo de Alfredo R. Bufano

Santa Fe, 1957


Le veo en alta noche, a orillas del Suquía, 
en la ciudad que nombran colinas y campanas; 
el cielo era un enjambre extático que ardía 
sobre su voz transida de músicas lejanas.

Distante de los álamos y las cumbres cuyanas, 
dolido por su patria, de la pampa traía 
el corazón sediento de alturas sobrehumanas 
y los ojos velados por la melancolía.

Le veo como entonces, en mi ciudad callada. 
¡Qué luna de trasmundo, qué cruel aire de frío, 
rondábanle la frente, al cielo levantada!...

¿Quién velará su dulce, su claro señorío? 
¡Le veo como entonces, en esta madrugada, 
y oigo su voz, ya eterna, en el canto del río!

(Publicado en La Prensa, 1957)


Enumeración urbana

Las avenidas que corren en la noche 
con todas sus lámparas encendidas, hacia el amor 
y desembocan en los baldíos y las sombras.

Y las plazas, los sitios 
en los que el tiempo respira y dice, por árboles 
y gárgolas: — Yo soy la eternidad...

Y los edificios, altos, 
con ventanas abiertas a un millón de existencias 
posibles. (Y no hay más que el cuarto, blanco y negro,
en que alguien está solo. Cuartos 
y cuartos como planetas fríos.)

Y los puentes, anacrónicos 
en la elegía y el suicidio, sólo pasos 
de una calle a otra calle.

Y las calles, que entre relámpagos 
y gritos, te conducen 
a la casa, sin nadie, de tu muerte.


Opinión sobre poetas

—Creía en ellos,
con alguna vacilación, es cierto,
como se cree en quienes han hablado con Dios
              en sus montañas, 
y cuentan el secreto; 
pero un día 
renegué de sus bocas de pájaros mentirosos;
después, los vi morir 
en una choza sucia,
ciegos y balbuceando palabras sin sentido.

Entonces volví a creer en ellos, 
en su sabiduría rota,
ya sin ninguna sospecha de cordura.

(Puertas apagadas, 1967-1976)


Estos pájaros

Como en un alba de invierno,
se buscan por las quiebras de tu voz, niebla
          y árbol,
sus oscuras bandadas. Ya no sé 
de dónde vienen
—ni a dónde van.
Me basta su azorado aleteo,
su trino lúgubre,
su llegada semejante a un adiós.

(Hogueras de San Juan, 1989-1993)


Escena/Epílogo

Al parecer, todo ha concluido.

(Desierto el libro, clausurada la lámpara, 
en sombra el párpado del hogar 
           y su gato.)

Sólo que la mañana ha vuelto. 
(Extiende, de cima a cima, un cielo frío 
            con luz rosada.)

(De una palabra a otra, 2006-2008)

jueves, 4 de abril de 2024

Entrevista a Diego Roel: «No me siento tan solo al escribir poesía mística, hay otros en la misma senda»

Diego Roel (foto: premio Loewe) 



El argentino, que residió durante un tiempo en Mendoza, acaba de recibir el Premio de la Fundación Loewe por su libro de poemas Los cuadernos perdidos de Robert Walser



A algún distraído el nombre de Diego Roel le puede parecer el de un recién aparecido. Un poeta argentino que, de pronto, comenzó a ganar premios internacionales: el premio Alegría en 2020 y el Premio de la Fundación Loewe ahora, este último uno de los más importantes en lengua española. Sin embargo, el trabajo de Roel (nacido en Témperley, Provincia de Buenos Aires, en 1980) es una tarea íntima, dedicada y sostenida desde hace 20 años, cuando se editó por Libros de Tierra Firme Padre Tótem - Oscuros lugares de revelación.

Roel, quien además es lector voraz de poesía y difusor de la misma, tiene además una vida itinerante cuyo camino lo llevó incluso a vivir en Mendoza durante dos años (2009 a 2010 y 2012 a 2013) hoy lo tiene campando a sus anchas, dado que se encuentra por un tiempo en España, adonde viajó para recibir el premio por Los cuadernos perdidos de Robert Walser, que le deparó el prestigioso premio Loewe y la publicación en la no menos prestigiosa editorial Visor.

En una parada de Madrid, justo cuando recupera una computadora que perdió por unos días, Diego Roel se dispone a charlar con esta tierra del otro lado del hemisferio de la que guarda buenos recuerdos.

—Estás en la gira de presentación de Los cuadernos perdidos de Robert Walser (Visor), el libro que ganó el premio Internacional Loewe de poesía. Primero que nada, ¿cómo estás viviendo estos días? 
—Vivo estos días con intensidad y alegría. ¿Qué me provoca? No sé. Una sensación rara. 

—Hablemos ahora del libro, ¿cómo surge y qué características tiene? 
—Surgió de una charla con una amiga poeta, Alejandra Boero. Ella me mencionó algunos aspectos de la escritura de Robert Walser que tendrían que ver con mi escritura. Yo no estaba del todo de acuerdo, entonces releí parte de la obra del escritor suizo, para refutarla. También leí el libro de Carl Seelig, Paseos con Robert Walser. A los 50 años, durante su segunda internación, Walser deja de escribir definitivamente y se contenta (si le creemos a Seelig) con su vida de paciente de un sanatorio mental. Entonces yo me imaginé unos cuadernos perdidos, una especie de diario apócrifo. Empecé a tomar notas y escribí los primeros poemas. Así surgió.

—Has hablado del «anhelo de invisibilidad» en el trabajo de muchos poemarios, esto es, ponerte una máscara y hablar como otro, sea Jonás, sea Hildegarda de Bingen o Robert Walser. ¿Qué caminos te abre ese ejercicio y cómo hacés para colar tu propia voz en esos textos? 
—Siempre es mi voz. Mi voz transfigurada, disimulada o atravesada por el mundo y las cosas del mundo. Pero siempre es mi voz.

—Robert Walser era un poeta andariego. Vos no lo sos menos, ya que tu biografía muestra un nomadismo curioso. Has vivido en varias provincias, incluida Mendoza. ¿En qué se funda esa vida? ¿Es algo buscado o se va dando? 
—No sé en qué se funda esa vida. No es algo buscado, es algo que me acontece. No sé qué decir al respecto. Me desplazo, no puedo evitarlo. ¿Mi vida en Mendoza? Trabajaba de cocinero en el resto-bar de mi hermano, Los Tres Viejos. Y coordinaba el ciclo de lectura homónimo. Organicé algunos recitales también. Mi memoria es pésima. Tocó varias veces Jorge Martín. Y una banda excelente, Jinete Azul. Varios artistas plásticos expusieron en el bar. Ahora sólo recuerdo a Andrés Casciari.

Diego Roel. Foto: Fundación Loewe.

—Comenzaste a publicar muy joven, con aquel Padre tótem que apareció por Libros de Tierra Firme. ¿Cómo fue tu formación poética, es decir, qué lecturas considerás fundantes en tu propia identidad como poeta? 
—Mi abuela, cuando era muy chico, me leía el Martín Fierro, la Divina Comedia, el Cantar de los cantares, los salmos, Job. A los 15 años conocí en Neuquén a Gerardo Burton y a Jorge Smerling. Gerardo me pasó una traducción suya de Aullido, de Allen Ginsberg (nunca la publicó, es una lástima porque es la mejor versión que leí). Ginsberg me voló la cabeza. Después vinieron: Saint-John Perse, Celan, Jabés, Claudel. Cuando me mudé a La Plata en 2001 conocí a Horacio Castillo. Castillo fue fundamental en mi formación, y en mi vida. Era un ser humano maravilloso, un poeta increíble y el mejor traductor de poesía griega moderna. Me leía en voz alta, en griego, a Elytis, a Seferis, a Ritsos. 

—Tu poesía es lírica y a veces se acerca a lo místico y religioso, en tiempos en que eso no es común. ¿Te sentís un bicho raro en ese sentido? 
—No me siento tan solo. Conozco a poetas que transitan, creo, la misma senda. No pienso mucho en la propia obra. Y nunca me interesaron las corrientes en boga. Todos los poetas que leo son, me parece, «bichos raros».

—¿Qué otras voces de la poesía contemporánea argentina te parecen dignas de destacar?
—Odio las listas de nombres, pero bueno, voy a ceder. A ver, te digo un poco desordenadamente: Inés Aráoz, Valeria Pariso, Mercedes Roffé, María Belén Aguirre, Lucas Margarit, Claudio Archubi, Raquel Jaduszliwer, Emilia Carabajal, Rita González Hesaynes, Elena Annibali, Noelia Palma, Gustavo Caso Rosendi, María Malusardi, Gabriela Álvarez, Gerardo Burton, Raúl Mansilla, Verónica Padín, Marina Serrano, María Bakun, Diego Muzzio, Diego Ravenna, Emiliano Campos Medina, Natalia Litvinova, Mario Nosotti, Claudia Masin, Carlos Battilana, Alejandro Méndez Casariego, Jotaele Andrade, Sandra Cornejo…  Bueno, te dije unos cuantos, un poco al tun tun. Odio las listas. 

—Después de Walser, ¿qué viene? ¿Estás trabajando en algún libro nuevo? ¿Siempre dentro de la poesía?
—Siempre dentro de la poesía. Andréi Rubliov y Walser son parte de una trilogía. Hay un tercer libro que cierra el ciclo. Tiene que ver con un pintor. Más adelante, en otra ocasión, te cuento.






Tres poemas de Los cuadernos perdidos de Robert Walser
de Diego Roel


Waldau

Sobre papel de desecho, sobre
recortes de diarios y revistas,
escribo a lápiz -con una letra
minúscula- poemas y relatos. 

El mundo se olvidó de mí.
Yo me olvidé del mundo.

Ahora todo me parece 
infinitamente mágico.



Vida solitaria

Lejos del camino, encerrado
en esta habitación, leo y releo
el libro de Silesius.

¿Acaso mi alma es límpida 
como un cristal?
¿Mi cuerpo nació del barro?

Benévolo lector:
el animal mira un trozo de tierra
y no comprende que en toda forma
habita una plegaria silenciosa.

Yo sólo anhelo llegar a ser 
luz que se expande hasta morir.



El paseo

Apunto en mi cuaderno el detalle 
de todo lo que me rodea.

Hablo de lo que tengo ante los ojos,
describo lo que toco y siento.

Veo en lo pequeño y en lo débil
cosas que nadie se atreve a vislumbrar.

¿Cómo puede algo o alguien
perderse y perecer?



Soy como el objeto más insignificante

En aquello que cae me afirmo 
y crezco.

Quiero olvidar y ser olvidado.

Me disuelvo en la percepción
del paisaje, me hago invisible.