martes, 29 de septiembre de 2009

Las lecciones del destino


Profesor Hado, por Débora Benacot. Jueves 17 de setiembre, Ciclo Elefante, Bar Iguanahaní. Alameda, Mendoza

Por Sergio Pereyra


Activando conocimientos previos

Abierto mi correo, leída la invitación (Profesor Hado por Débora Benacot. Poemas con estrella y algunos cuentos estrellados. Destino y desatino de palabras), mi cabeza comienza su tarea: ¿hado? Sí, el destino. Pero ¿sólo el destino? Como cada vez que intimo con la duda, acudo al diccionario: «Hado (Del lat. fatum). 1. m. En la tradición clásica, fuerza desconocida que obra irresistiblemente sobre los dioses, los hombres y los sucesos. 2. m. Encadenamiento fatal de los sucesos». Sí, «lo fatal» de Darío. Ahora ¿por qué Profesor Hado? ¿Es sólo un juego de palabras o detrás se ocultan segundas intenciones? Asociaciones mediante arribo al «Historia vitae magistra est» ¿Será porque, una vez cumplido, visitado en la memoria el destino nos enseña algo? ¡Ay, de mis asociaciones!

Acompañado por estas y otras ideas me embarco en Palmira rumbo a la ciudad de Mendoza, lugar en el que habrá de cumplirse el tal «evento». Como suele ocurrirme me quedo dormido. Más, merced al «hola, hola, hola» de mi compañera de asiento, es muy breve mi sueño. Entonces, pienso «debería desistir de mi siestecilla en los colectivos, pues parece que el ser despertado por los chillidos de personas que se empeñan en hablar por teléfono, y mi consiguiente malhumor, están en mi hado».


La motivación

A las 22:20 aproximadamente y con un telón de fondo musical kistch, portafolio en mano y look profesoral, entra la artista a escena. De inmediato, suspendida la incredulidad de los espectadores, lo que se supone un recital de poemas deviene parodia de una clase escolar: la profesora desde su sitial se presenta (Olga Orozco-po u Horóscopo, como gustéis), anuncia el tema (Hado: destino, predestinación, sino), enumera la bibliografía (I ching, Escuela del Futuro, La magia del tarot), formula una pregunta motivadora: «¿por qué están esta noche aquí y no en otro lugar?» y, a manera de ejemplo, narra una anécdota: «este espectáculo, con este título estaba destinado a realizarse hace un par de semanas y por motivos varios se postergó hasta hoy, 17 de setiembre, o sea, día del profesor». Creer o reventar, diría mi madre.


La clase

Metidos de lleno en «la clase», Benacot informa que ésta contará con dos partes, separadas, como no podía ser de otro modo, por un breve recreo. La primera, lírica, se subdivide en varias secciones cuyos títulos rezan: Presas del destino, Destinos adversos, MEZCL-HADOS, Señales del destino, Lo que nos depare el destino y Cuando el destino nos alcance. En cuanto a la segunda, titulada Destinos en prosa -que no es lo mismo que destinos prosaicos-, cuenta con dos secciones: EN-RED-HADOS y CONT-HADOS. Como se ve los textos merodean un tópico único. Sin embargo, tanto los motivos como el estilo espantan la monotonía. Es que Benacot se mueve con igual soltura en los terrenos de la gravedad como en los de la ironía, la parodia y el humor. ¿Es necesario aclarar que, aunque provoque la carcajada, nunca deja de ser «seria»? Menuda faena enfrentará el estudioso que pretenda catalogar el trabajo de esta poeta, renuente a los rótulos, al que perfectamente le cabe lo afirmado por Paula Jiménez del suyo propio: «en mi ultimo libro no soy la misma que en el anterior; construyo una poética en cada proceso…».


Transferencia del conocimiento

Mientras uno tras otro los textos se suceden, este cronista se pregunta dónde reside su encanto; y de pronto, cree descubrir que la magia está en la mirada de la poeta: una mirada «otra» de las cosas, que desarticula la realidad tal como habitualmente la percibimos, una mirada de niña traviesa y precozmente sabia, que, en algún sentido, recuerda la de Silvina Ocampo. Y acaso la lección, para el auditorio, resida justamente en aprender (¿reaprender?) este desautomatizar la mirada, volver nosotros también a mirar el mundo, las personas y los objetos como si fuera la primera vez.


Evaluación

Que esta «clase» cumpla con sus objetivos es mérito exclusivo de Benacot que, a sus condiciones de poeta (subjetividades al margen, estimo –y no soy el único- que es una de las voces más interesantes de la joven poesía mendocina, pues su palabra además de inteligente y honda es, como quiere Ivonne Bordelois, una palabra gozosa de su cuerpo, de las posibilidades de su cuerpo), a sus condiciones de poeta decía, suma sus dotes de lectora/intérprete de lírica: un dominio ejemplar del género, un manejo de la voz alejado tanto de las exageraciones de la declamación como del «te leo un poema como leo el diario», dan cuenta de ello. El público, agradecido.

Concluido el espectáculo, experimentamos la satisfacción de que una fuerza desconocida nos haya arrastrado irresistiblemente, allá lejos y hace tiempo, hacia la poesía y de allí a la amistad. Y más cerca, esta noche, a este bar, a esta artista.


Débora Benacot
Tres poemas inéditos

Rocío baldío

9 en una pieza para 3
por eso ella se siente libre
por las noches.

Cuando vuelve
de su prolija cacería de cartones
siempre para en una plaza desierta
taciturna
allí abre los brazos, cierra los ojos, respira la sombra,
contempla en calma las almas del verde
la ausencia de los pájaros que duermen.

Durante esos segundos
olvida un poco el hambre
el sinsabor
de manos extrañas en su ropa.

Entonces juega -sin saber-
la ritual comunión del desamparo:
y es la novia que lleva algo viejo (casi todo)
algo azul (el frío de sus pies descalzos)
algo robado (manojo de flores rancias que oficiarán de ramo)

Suspira cuando piensa, resignada,
qué perra suerte tuvo
qué lejos ve pasar por su costado
la fastuosa nave de los pocos.

En cambio,
mientras siente en los párpados cerrados
el aire libre de la noche fresca,
en su comarca de ratas y luciérnagas
ella sueña que es la reina buena
del final feliz de un cuento
que nunca le contaron.

*

Lo que nos depare el destino

El hado te ha signado
con jaquecas, dudas y torpezas.

el hado te ha negado
la belleza
el glamour
las matemáticas

Ahora que has finado
el hado, au contraire,
te ha compensado, juguetón,
con montañas de helado de pitufo
para que puedas codearte y regodearte
a perpetuidad
con toda la crema del cielo.

*

Ne me quitte pas/il faut oublier/Tout peut s'oublier
No me dejes/es necesario olvidar/todo puede olvidarse
Jacques Brel
(epígrafe cantado)


Olfateas la fragancia de su amante
en el cuello de la prenda
que estás a punto de lavarle
y en ese acto doméstico y mecánico
confirmas la peor de tus sospechas.

Qué harás ahora
-ya no eres inocente-
si él está a diez minutos
de cruzar por esa puerta.

Frenética, pones manos a la obra:
desmantelas el amor de un par de décadas,
llenas valijas y bolsos
(uno de mano alcanza para la poca dignidad
que te ha quedado).

Ahora vienen sus cosas:
prendes fuego a su colección de pipas
vacías sobre el álbum familiar
su botella del alcohol más exclusivo -acto seguido, flambeas-

estás en eso cuando
la parte racional
le toca el hombro a tu cerebro
y vuelves de un tirón a tus zapatos
a su figura hipócrita
enmarcada en el umbral
su voz
-¿Qué hay de cenar, amor?

y vos
-Nada especial, improvisé con las sobras.

sábado, 26 de septiembre de 2009

El Desaguadero / Número 4




Donde confluyen
la nueva poesía y la reflexión


ENTREVISTAS

Entrevista a Matías Vernengo: «Este libro significa detenerse a ver la noche»,
por Fernando G. Toledo

NOTAS Y ENSAYOS

Pizarnik revisitada, por Sergio Pereyra

El cruce entre el voseo y el tuteo, por Hernán Schillagi


INFORMES Y CRÓNICAS

Chapa y pintura: Informe sobre la Beca del taller de poesía del

Fondo Nacionalde las Artes en Mendoza, por Hernán Schillagi


LA HISTORIA DE UN POEMA

Salmo de las orquídeas, por Rubén Valle

RESEÑAS CRÍTICAS

Un paseo sin paraguas: «Lluvias» de Laura Wittner, por Paula Seufferheld

Glasé» de Rocío Pochettino, por Hernán Schillagi


EL REPORTAJE HAIKU

Eliana Drajer chocadora, por Hernán Schillagi


NOTICIAS Y ADELANTOS



Los desaguaderos

De pie, de izquierda a derecha: Toledo y Seufferheld. Sentados: Schillagi, Pereyra y Restiffo.

sábado, 19 de septiembre de 2009

Entrevista a Matías Vernengo

«Este libro significa detenerse a ver la noche»




por Fernando G. Toledo

Poeta de la duda instalada en la frente del lector, de la descripción inocente sólo en apariencia, poeta del silencio detrás del cual acecha el pensamiento, Matías Vernengo (Buenos Aires, 1963) editó este año su tercer libro de poemas, a una década de su libro anterior, El ojo y la cerradura. En Cuaderno blanco (Alción Editora), Vernengo ahonda en las señas particulares de su escritura: esas dudas, esas descripciones inocentes y esos silencios que iluminan se alzan, entonces, como potentes rasgos de estilo de un poeta, y también editor, que apuesta a una lírica sin altisonancias.
Desde el murmullo del viento en Cortaderas, San Luis, donde vive desde hace un año y medio, Vernengo responde a estas preguntas por las que también pasan sus búsquedas, la realidad poética actual, un antepasado de su misma «raza» y nombres como Giannuzzi, Eliot y Spinetta.

Detrás de la puerta

–La aparición de
Cuaderno blanco se da luego de un largo compás de espera tras su libro El ojo y la cerradura. Sin embargo, hay una continuidad, al menos aparente, en lo estilístico y lo temático. ¿Es más que aparente esa coherencia, esa persistencia en ciertos temas y tonos?
–Creo que hay un tono que se mantiene entre los dos libros y que también persisten ciertos temas, pero por otro lado creo también que en Cuaderno blanco hay un intento de mayor despojo y una profundización de esos temas y formas y obsesiones, como el tiempo, la memoria, la desolación, los pájaros negros, la noche. El tiempo que pasó entre El ojo y la cerradura y Cuaderno blanco me permitió trabajar mucho cada texto, seleccionar poemas, reescribirlos, dejarlos decantar, ajustar el sonido y el sentido, y descartar otros. Además, se fueron publicando poemas sueltos, pertenecientes a Cuaderno..., desde el 2003, en revistas como Hablar de poesía y otras. No tuve ningún apuro en publicar mi tercer libro. Creo que uno sabe cuándo es el momento y cuándo un libro está realmente terminado como tal, para ser publicado.
Como dice Hugo Mujica (poeta leído y admirado por mí): «la noche no es no ver, es ver la noche». Creo que Cuaderno blanco es haberse detenido a ver la noche, la noche de la infancia, la noche en la memoria, la noche de otros momentos de la vida, y ese trabajo fue arduo y hondo, y a la vez doloroso.

–Hay una tendencia a la concentración y la brevedad en sus poemas. ¿Es un poeta de poemas breves?

–La concentración y la brevedad, el intento de ellas, producen un poema cuya forma es la que más me apasiona. Y tal vez, la que siento como una manera natural de expresión en mí a la hora de escribir. Cuando comencé con la escritura de mis primeras cosas también había poemas más extensos. Pero el desarrollo de mi escritura en el tiempo me fue llevando a la concentración, a la búsqueda de una imagen más nítida, a intentar una mayor precisión, y por otro lado a permitir el silencio, el silencio en el blanco de la página, el silencio que sigue y estalla luego de la lectura de un texto breve. Cuando años después publiqué mi primer libro, El gesto del que danza (1994), ya los poemas eran en su mayoría breves.

–Junto a ese rasgo hay en muchos de sus poemas otro, más bien conceptual, y que tiene que ver con cierta corriente, si es que existió como tal, el objetivismo. Pongo como ejemplos más claros poemas como Pausa breve, El viaje, y otros en que ese objetivismo tiende atenuarse con algunos elementos psicológicos y filosóficos, como en La mitad de una palabra, El escritorio o La desembocadura. ¿Es este objetivismo deliberado?

–Posiblemente mis poemas estén más cerca de la corriente llamada objetivismo que de otras corrientes poéticas como el neobarroco y el neorromanticismo. Pero de todas maneras, es una relación solamente de cercanía. Me interesan las obras de muchos poetas, y cada obra de cada poeta puede inscribirse dentro de diferentes corrientes poéticas y estéticas.


–Hay en poemas, de Cuaderno blanco como de El ojo y la cerradura, algunos temas muy notables. Uno es la violencia contenida en el seno de un ambiente familiar, expresado en algo a punto de explotar o que ya ha estallado, por ejemplo, por la vía del suicidio. ¿Hay un interés especial suyo en esos temas? ¿Qué lo atrae de ellos?

–Tiene que ver con mi biografía. Desde la infancia estuvo permanentemente girando, en torno al seno familiar, la amenaza del suicidio. Esa amenaza, llevada a cabo casi sistemáticamente por mi padre, generó siempre un estado de tensión. Siempre algo estaba a punto de caer. Finalmente, ya pasada la infancia y la adolescencia y parte de la juventud, y a mis casi treinta años, mi padre se suicidó. Pero aquella tensión y crispación sostenida en el tiempo influyó en mi escritura, en mi visión del mundo. Creo que hay en mi poesía, esa tensión en el verso entrecortado, y ese dolor seco. Recuerdo un poema de Giannuzzi, El suicida, que siempre me impresionó. Una frase de ese poema dice: «El mundo insistió en sus mecanismos de hierro / hasta cortar la lengua del que llamaba a nadie».

Bajo sus influencias

–Uno de los jurados que distinguió El ojo y la cerradura fue Joaquín O. Giannuzzi. ¿Podemos pensar en él como una influencia en su propia escritura? ¿Cuáles otras reconoce?
–Joaquín Giannuzzi es uno de los poetas argentinos que más admiro. Y seguramente hay una influencia de su escritura en mis poemas. Pero no es la única. Las lecturas han sido múltiples y variadas, y finalmente todas ellas influyen de alguna manera. De todos modos, puedo mencionar también como poetas que admiro, y que son influencias iniciales, a Ungaretti y a Quasimodo: la posibilidad de síntesis que hay en esas obras y a la vez su capacidad de sugerir, de no explicar, de intentar llegar al hueso, ahí en esos breves poemas como ráfagas, me conmueve en todos los sentidos. También admiro y soy lector de las obras de poetas argentinos como Raúl González Tuñón, Alberto Girri, Enrique Molina, Olga Orozco o Héctor Viel Temperley. Y debo mencionar también, sin dudas, las obras de Pessoa, Eliot, Celan, Holan y Bonnefoy. Si tuviera que agregar una obra, un autor, una mirada del mundo, como influencia, como lectura personal e intensa a lo largo del tiempo, tendría que nombrar a Kafka, su obra de ficción, y por supuesto sus Diarios. Y además, hay dos artistas argentinos que de algún modo me han marcado desde la adolescencia, y que vienen de la música. Son Charly García y Luis Alberto Spinetta. Su música y sus palabras, sus canciones, han sido muy importantes para mí, y mostraban en una época oscura de la Argentina, que coincidió con mi adolescencia, que alguien podía crear y buscar el sentido y la belleza y transmitir el dolor y los interrogantes de la existencia a través de un arte posible y presente. Por eso están ahí, de algún modo, Charly y Luis Alberto, con sus discos de aquella época y los que han seguido produciendo hasta hoy.

Vuelco editorial

-Además de poeta es también editor. Cuéntenos de esa tarea, además de su propia trayectoria o profesión, y del hecho de ejercer como escritor y editor en San Luis, provincia vecina a Mendoza, dato que hace constar en la solapa de Cuaderno blanco.

–El trabajo del editor es otra pasión. Una pasión por los libros y por las palabras. Una pasión de lector. Tener la posibilidad de editar, colocar a la luz una obra, transformar un texto en un libro, es una tarea maravillosa. Desde que decidí mudarme de Buenos Aires y comenzar a vivir aquí, en San Luis, más precisamente en este pueblo, Cortaderas, ubicado a los pies de las Sierras de Comechingones, tuve la intención de generar desde aquí una editorial, y poder trabajar en conexión con Buenos Aires y también con otras localidades y provincias como Córdoba o Santiago del Estero o también Mendoza. Mi pequeña editorial se llama La Volcada Libros y lleva el nombre de la casa en la que vivo, La Volcada, una casa que perteneció a mi familia, que a su vez tiene una tradición literaria y que en el año 2011 cumple 100 años. Esta casa, que antes de pertenecer a mi madre perteneció a mi tía bisabuela Celia de Diego, escritora y periodista, inspiró el nombre para la editorial. Intento hacer, desde esta casona de adobe a los pies de las sierras, un lugar que sirva como centro, y continuar con la tarea de dedicarse a los libros, la lectura y la literatura.

–Para terminar, nos gustaría que nos brindara su visión de la poesía argentina de hoy, así en general, y de algunos poetas que le interesen particularmente.

–En la Argentina siempre ha existido un fuerte movimiento vinculado a la poesía. Han existido siempre revistas, publicaciones, pequeñas editoriales y poetas y gente alrededor de la poesía. Me interesa la obra y la escritura de muchos poetas argentinos, como J. Aulicino, H. Mujica, R. Herrera, A. Nicotra, A. Carrera, J. Adúriz, D. Bellessi, E. Moore, J. Castellanos, María del Carmen Colombo. Y puedo nombrar también a muy buenos poetas como Gustavo Romero Borri, Espel, Kofman, Rivelli, Solinas, Mattoni y Beatriz Vignoli, entre otros y otras. En fin, los poetas escriben, trabajan, editan, dirigen publicaciones. Ha habido muchas revistas muy buenas en los últimos 30 años en la argentina, como las ya famosas Diario de poesía, Xul, Último Reino, o La danza del ratón y Satura, en los ’80, y otras publicaciones que han ido apareciendo en el tiempo, como Omero, Hablar de poesía, La guacha, Barataria, Fénix, para mencionar algunas nada más. He conocido poetas, y su forma de entregarse a la poesía es muy fuerte, diría, en algunos casos, incondicional. Como dice Francisco Madariaga en un poema: «Sólo no hay trampa para la orden de hacer fuego hasta que todo arda». Una vocación como la del poeta requiere esa entrega y esa pasión.

Poemas de
Cuaderno blanco
(2009)



Pausa breve

El pájaro
-pausa breve y amarilla
del paisaje-
coquetea con el infierno de zumbidos
alrededor del panal.

Y a dos pasos
un mortero antiguo de madera
aplasta las semillas de los árboles del porvenir.


El viaje

Inmóvil la noche en la ventana del tren
que avanza como una escritura
en línea recta hacia el sur.

Inmóvil la luna sobre el mapa.


La mitad de una palabra

Ella, con su vestido
aún intacto,

deambula
por la casa con la mitad de una palabra
apretada entre los dientes,

y busca
en los rincones

fragmentos.


El escritorio

Sobre la madera negra del escritorio
quedan restos, tazas y cucharitas,
hojas sueltas, lapiceras,

los giros
de un monólogo entrecortado, errante, las frases
en punta, la redondez de los párrafos extensos,
el espiral
que se expande alrededor del sustantivo,
los recomienzos, las pausas

y los granos de azúcar disperos sobre la madera negra,

como una vía láctea en miniatura.


La desembocadura

Corta con un pequeño filo de metal el contorno
de las cosas
y las pega, una por una,
en la superficie azulejada y blanca de la pared.

Un mapa que ocupe
las paredes del pabellón entero, eso busca,

para navegar por sus ríos.


Velorio del suicida

A veces conviene esquivar,

no detenerse.

Entonces se prepara un maquillaje adecuado,
una venda rodeando la frente,
un color
ceniza
en el polvo facial.

A veces conviene esquivar, no
detenerse,

pero insiste ese pequeño círculo detrás,
esa sombra,
ese punto oscuro en la sien del mundo.


domingo, 6 de septiembre de 2009

Alejandro Zambra se atiende a los poetas


Una polémica y más que ácida visión del derrotero de un poeta, sus anhelos y sus miserias nos propone el narrador chileno Alejandro Zambra en esta diatriba tan descomunal como simpática. Era imposible que en una revista de poesía como El Desaguadero pasaran desapercibidos estos dichos. Aquí va el texto completo publicado hace unas semanas, y se abre el fuego, poetas.

Contra los poetas

A los veinte años ya acumulan experiencias importantes: han publicado poemas en revistas y antologías, han participado en talleres, han escrito artículos para anuarios escolares y quizá han concedido una o dos precoces entrevistas. Ya tienen listos sus primeros libros, que están a punto de aparecer en editoriales emergentes. Son libros muy malos, pero por ahora eso no importa. Sus poemas son largos y sentenciosos, abusan de los gerundios, de los signos de exclamación y de los puntos suspensivos. Leen a Vicente Huidobro, a Delmira Agustini y a Oliverio Girondo, pero sobre todo se leen los unos a los otros, en interminables sesiones sólo a veces amistosas.

A los veinticinco años ya han renegado de esos primeros poemas, que consideran lejanos pecados de juventud. Esperan encontrar pronto la madurez como poetas, que a ellos les importa mucho más que la madurez como personas. El segundo libro cumple con creces el objetivo: no es bueno, pero indudablemente es mejor que el primero. Dicen estar todavía buscando una voz propia y mientras tanto planean antologías que incluyen a todo el grupo, pero nadie quiere escribir el prólogo, pues nadie desea correr el riesgo de convertirse en crítico literario.

A los treinta años ya han sufrido varios desengaños. Han sido incluidos en antologías nacionales y latinoamericanas, pero han sido excluidos de otras tantas publicaciones y les cuesta muchísimo aceptarlo. Por momentos escriben solamente para demostrar cuán arbitrarias han sido esas exclusiones. Han publicado, a esta altura, tres libros de poesía. Han fundado dos editoriales y cuatro revistas literarias. En sus reseñas biográficas se afirma que han participado en más de trece –en catorce– encuentros de poetas y que sus libros han sido parcialmente traducidos al italiano. En realidad les han traducido solamente un poema, pero da lo mismo: los han traducido, eso ya es mérito suficiente.

Recién a los treinta y cinco años comienzan a incomodarse cuando los presentan como poetas jóvenes. Ahora dictan talleres en los que aconsejan a sus alumnos que eviten los gerundios, que cuiden los adjetivos, que declaren la guerra a los puntos suspensivos y a los signos de exclamación. Les inculcan la suprema libertad creadora, pero les prohíben una lista bastante larga de palabras: vacío, angustia, desolación, desesperación, crepúsculo, ocaso, alma, espíritu, corazón, vagina. Les hablan de melopoeia, de fanopoeia y de logopoeia, pero se enredan un poco en la explicación. Se enamoran de poetas de dieciséis años y las comparan con Alejandra Pizarnik, pero nunca han visto una foto de Alejandra Pizarnik.

A los cuarenta años a nadie se le ocurre presentarlos como poetas jóvenes, pues sus caras y sus barrigas han cambiado de forma tal vez irreversible. Los poetas experimentan con mayor sufrimiento que el común de la gente la llamada crisis de los cuarenta. No decidieron ser poetas para tener cuarenta años. De ahora en adelante todo será decadencia. Se han vuelto inofensivos. Es más fácil incluirlos, pedirles prólogos, invitarlos a los recitales y aplaudirlos sin énfasis, respetuosamente. Son, en otras palabras, verdaderos fracasados.

Para que el fracaso se cumpla es necesario que reciban, de vez en cuando, señales equívocas. A los cincuenta, a los sesenta, a los setenta años los poetas ganarán dos o tres premios menores; tímidos estudiantes de pregrado y quizás alguna bella doctora norteamericana analizarán sus libros, que tal vez serán traducidos al francés, al alemán, al griego o al menos al argentino. Por lo demás, siempre habrá alguna editorial emergente interesada en rescatarlos del olvido.

Da lástima verlos junto al teléfono, esperando la noticia de un premio, de una pensión del gobierno, de un homenaje, de un viajecito al sur, lo que sea. Parecen niños asustados, y en el fondo eso son: niños asustados, adolescentes ya muy viejos para suicidarse. A veces algún reportero compasivo les pregunta para qué sirve la poesía en este mundo deshumanizado y consumista. Ellos suspiran y responden lo que han respondido siempre: que sólo la poesía salvará al mundo, que hay que buscar, en medio de la confusión, palabras verdaderas y aferrarse a ellas. Lo dicen sin fe, rutinariamente, pero tienen toda la razón.



Fuentes: http://sinliteratura.wordpress.com/2009/08/20/contra-los-poetas/
Publicado en Etiqueta Negra Nº 65 http://etiquetanegra.com.pe/