La necesidad de leer poesía
«Ahora y aquí y mientras viva
tiendo palabras-puentes hacia otros.
Hacia otros ojos van y no son mías.
No solamente mías:
Las he tomado como he tomado el agua…»
Circe Maia
por Hernán Schillagi
Hay una imagen que me tortura desde hace unas semanas. Pienso que alguien va caminando apurado por las calles de una ciudad cualquiera y se detiene de golpe porque acaba de darse cuenta que necesita un poema. Por lo tanto, temo que este fotograma mental me anda persiguiendo punzante por un único motivo: no es posible que suceda.
Por el año 1999 leí, en una entrevista que le hacían a la poeta mendocina Bettina Ballarini, una frase que adopté inmediatamente porque encerraba una pequeña verdad. El motivo de la nota era que ella había recibido una mención en un concurso, y al describir sus preferencias como lectora decía: «Me son necesarios...» y luego nombraba un grupo de poetas insoslayables para su existencia. Unos años más tarde le escuché contar en una conferencia a la autora de esa maravilla llamada La saga de Los Confines, Liliana Bodoc, que ella había tomado decisiones capitales de su vida aferrada a un poema. No por casualidad, a su lado, Diana Bellessi presentaba Los días del fuego.

Con la aparición de los blogs como espacio para aportar contenidos propios a la red, se dio casi al mismo tiempo un hecho notable: bitácoras que empezaron a «colgar» a diario un poema. No importa si el texto es de factura personal o es el resultado de un trabajo curatorial de las bibliotecas analógicas que abarrotan nuestras casas. Espacios virtuales como el de Jorge Aulicino (Otra iglesia es imposible), o el de Esteban Moore (Alpial de la palabra), por nombrar solo a dos de los más activos, recogen años de exploración profunda en breves posteos, difunden a poetas jóvenes, traducen y rescatan del olvido a algunos autores mayores por la falta de reediciones actuales. Pero, ¿quién se los pidió? Pareciera que Moore y Aulicino –además de otro centenar de bloggers poéticos– le estuvieran respondiendo al ensayista Alfonso Berardinelli que dice de los poetas del siglo XXI «tienen una vaga idea de lo que puede ser poesía pero no tienen lecturas variadas[…]. En este sentido, los poetas tienden a leer poco, tanto a los clásicos como a sus contemporáneos» [1]. Sin embargo resulta bastante desalentador que se escriba/recite/traduzca/publique poemas nada más que para otros poetas. El mismo Berardinelli, por tanto, sentencia: «Hoy la poesía es muy apreciada, teóricamente, pero no tiene verdaderos lectores…». ¿Será por eso que Olga Orozco decía risueñamente que al encontrarse con un lector de poesía que no escribía le daban ganas de plantarlo para que creciera?[2]

Es más que seguro que este planteo no solo es una cuita del género lírico. No muchos deben transitar las calles solicitando como fieras ver un cuadro del fauvismo, o que sintonice el taxista la Sinfonía N°5 de Schubert. No obstante, la poesía porta en su ADN tanto la popularidad (no hay que olvidar nunca que en el medioevo se recitaba en las plazas y las tabernas) como también la marginalidad más pasmosa; ya que se encuentra expulsada de raíz del mercado editorial, afuera de toda consideración y reconocimiento de los medios masivos. Así y todo, la poesía se las rebusca para aparecer y levantar la mano en zonas no convencionales: bares, paredes, redes sociales o cualquier lugar imprevisto donde la palabra camaleónica se infiltre. La velocidad irrefrenable de las urbes, la incorporación de la electrónica móvil en la vida cotidiana, el consumismo atolondrado y la información tan candente como vacua; nos mantiene la cabeza distraída y el corazón alejado de lo que verdaderamente importa: una voz que se arrima para decirnos lo que ya sabíamos en nuestro interior, pero que no nos atrevíamos a poner en palabras. De hecho, un poema tiene el poder de modificar algunas estructuras mentales. Tal vez sea cierto y nadie necesite de un poema como tampoco la poesía necesita que nadie la defienda. Aunque algunos, como Antonio Requeni –entre otros miles y miles de invisibles– lo intenten una vez más:
Oscuro fuego
¿Quién necesita que yo escriba?
Sin embargo es hermoso
vivir por la belleza, aproximarse
al fuego oscuro en el que arde
la fiesta y el misterio de la vida.
Aunque a nadie le importe.
Brilla en la noche el verso
bello y desamparado
como un cuerpo desnudo.
***
[1] «Vivimos la era del pos poeta». Entrevista a Alfonso Berardinelli en el suplemento Ñ de Clarín, sección «La cátedra», 2010.
[2] Travesías. Conversaciones entre Olga Orozco y Gloria Alcorta. Coordinadas por Antonio Requeni)». Ed. Sudamericana, Buenos Aires, 1997.
[3] La pequeña voz del mundo, Diana Bellessi. Ed. Taurus, Buenos Aires, 2011.