martes, 2 de agosto de 2011

La honda necesidad de seguir escuchando

Foto: Maximiliano Ríos.

Del amor. Lectura: Juan Gelman. Música: Mederos Trío. Dirección: Cristina Banegas. Lugar: teatro Plaza. Público: 900 personas.



Por Fernando G. Toledo


«¿Puedo por fin al fin llorar?» podría haber repetido, como en un inolvidable poema, la chica de la butaca de al lado. Ella no quería que todo acabara, pero ya era tiempo: dos horas después de que Juan Gelman y el Rodolfo Mederos Trío pisaran el escenario del teatro Plaza de Godoy Cruz, el espectáculo Del amor concluía consiguiendo el extraño prodigio de dejar a toda la audiencia en estado de éxtasis.

Gelman en su voz y sus textos, Mederos con su bandoneón infinito, más la guitarra de Armando de la Vega y el contrabajo de Sergio Rivas entretejieron una trama sutil que fue envolviendo al auditorio como con las artes de un hipnotizador. No es común ver un público tan amplio y heterogéneo (aunque en él abundaran escritores y diletantes), tan entregado a lo que, de seguro, muchos esperaban que fuera magnífico pero pocos que resultara así, avasallante.

Quizá porque Gelman eligió esos poemas de amor en los que las palabras más gastadas alcanzan un nuevo brillo, en los que las palabras novísimas copulan con las primeras para gestar al verso siguiente una nueva música, un nuevo sentido. Poco importaba que leyera esos sus poemas más célebres como alguno quizá más reciente y menos calado aún en nuestros huesos: su voz cansina, su constante embeberse en el silencio que acechaba, desgranó poemas como Mujeres, Gotán, Ofelia, Oración, Cada vez que paso por Rue des Arts, Cerezas, La estela. Y fue así como, desde el borde del escenario hasta la pared final del teatro Plaza, en el primer piso, una masa humana se rindió ante ese poeta sentado su mesa de madera amplia, quien parecía a veces estar, a veces esfumarse como el humo del cigarro.

Al otro lado de la escena, en cambio, Mederos comenzaba a viborear con su música por entre los versos que caían. De a ratos, vale decir, el sonido de uno acallaba al otro, y desde las butacas era imposible elegir qué escuchar. Pero en otros momentos, los mejores, en cambio, un tango del trío era la siembra para la cosecha del poema siguiente. Y a veces lo que Gelman arrojaba al surco fértil de la noche del lunes, Mederos lo recogía para regarlo con su sonoridad sin par. Tocaba Merceditas, Sur, La pulpera de Santa Lucía o los valsecitos compuestos especialmente para este espectáculo, y era como soldar a cada espectador contra las butacas, hacerle a cada uno de los presentes más lento el tiempo, más honda la necesidad de seguir escuchando.

A ratos, incluso, nada parecía suficiente. Un poema de Gelman despertaba un ansia por volver a oírlo pasar las hojas para seguir con el siguiente, y que nunca se detuviera. Pero luego, con Mederos, De la Vega y Rivas acaecía otro tanto. Quizá no sabían, ni el poeta ni los músicos, el modo soberano con que despertaban el aplauso fervoroso. Y por eso, tal vez, todo funcionaba mejor; porque estaban pasándola soberanamente bien, mientras desfilaban por encima de sus cabezas las proyecciones de las obras de Juan José Cambré, que era lo único que se parecía a los minutos que pasaban, como un desfile inmóvil.

«¿Puedo por fin al fin llorar?» podría haber dicho esa chica o cualquiera de los presentes. Gelman, Mederos, la poesía y la música merecían por igual lágrimas y aplausos, el llanto y la alegría, que es lo que el arte de los grandes conjuga, y enjuga.

Publicado también en Diario UNO.




Un poema de
Juan Gelman



Cerezas

a elizabeth

esa mujer que ahora mismito se parece a santa teresa
en el revés de un éxtasis/hace dos o tres besos fue
mar absorto en el colibrí que vuela por su ojo izquierdo
cuando le dan de amar/

y un beso antes todavía/
pisaba el mundo corrigiendo la noche
con un pretexto cualquiera/en realidad es una nube
a caballo de una mujer/un corazón

que avanza en elefante cuando tocan
el himno nacional y ella
rezonga como un bandoneón mojado hasta los huesos
por la llovizna nacional/

esa mujer pide limosna en un crepúsculo de ollas
que lava con furor/con sangre/con olvido/
encenderla es como poner en la vitrola un disco de gardel/
caen calles de fuego de su barrio irrompible

y una mujer y un hombre que caminan atados
al delantal de penas con que se pone a lavar/
igual que mi madre lavando pisos cada día/
para que el día tenga una perla en los pies/

es una perla de rocío/
mamá se levantaba con los ojos llenos de rocío/
le crecían cerezas en los ojos y cada noche los besaba el rocío/
en la mitad de la noche me despertaba el ruido de sus cerezas
creciendo/

el olor de sus ojos me abrigaba en la pieza/
siempre le vi ramitas verdes en las manos con que fregaba el día/
limpiaba suciedades del mundo/
lavaba el piso del sur/

volviendo a esa mujer/en sus hojas más altas se posan
los horizontes que miré mañana/
los pajaritos que volarán ayer/
yo mismo con su nombre en mis labios/

4 comentarios:

Hernán Schillagi dijo...

Fernando: muy buena la crónica-reseña. Pensaba, mientras escuchaba "decir" a Gelman y Mederos tecleaba el bandoneón como una máquina de escribir- que si alguien me decía que iba a poder presenciar un espectáculo así, no le hubiera creído. ¡Y por 5 mangos!

Así y todo, es cierto que el sonido dejó bastante que desear, como también la mentada "puesta en escena" de Cristina Banegas resultó bastante imperceptible. Pienso que si ella estuvo a cargo del ensamblaje de los textos con la música, me parece que estuvo atinada: silencio en poemas cortos, fraseo del bandoneón en versos más narrativos y mucha música al promediar la mitad del show. En cuanto al escenario, era más que discreto. Me hubiera gustado un hilo conductor -quizá en la voz de Gelman- que "surciera" los fragmentos musicales con los textuales.

También es cierto que el autor de "Gotán" más el trío Mederos completaron toda carencia. La gente estaba en un silencio espeso y casi nadie se animaba a sacar fotos con flash.

Celebro, por tanto, la accesibilidad del show (la entrada era testimonial), el encuentro entre dos grandes de la música y la poesía de Argentina, como también la posibilidad de reunión-como en una ceremonia secreta- entre los lectores de poesía.

Fernando G. Toledo dijo...

Hernán: Decidí referirme a los aspectos notables del espectáculo porque, además de la falta de espacio para un texto exhaustivo, este era un caso claro en el que las carencias se esconden detrás del logro total de la propuesta. Como esas películas que son grandiosas a pesar de que por ahí, en una escena, se ve el micrófono o porque hay sobreexposición lumínica, Del amor tenía, sí, algunos desajustes. Los más evidentes fueron los técnicos, debido al problema con el micrófono que usaba Juan Gelman (en un momento un técnico lo solucionó al alejarlo de su boca) y a la imposibilidad de ajustar el volumen del trío con el de la voz del poeta. Los menos evidentes fueron los concernientes a la puesta en escena. ¿Qué sucedía con ésta? Tendía a desaparecer, a desecharse. Las pinturas de Cambré, en su abstracción casi prosaica, y la repetición azarosa, dejaban en claro que no tenían demasiada importancia. La colocación polarizada de la música y la poesía, aunque obvia, fue en cambio un acierto. La elección del escritorio de Gelman, en cambio, muy discutible: parecía una coraza, era demasiado exagerado. Por lo demás, si se consiguió con que aseguro en la nota que se consiguió, todo esto parece accesorio y, por tanto, es vano detenerse en esos detalles cuando el resultado conseguido es tan virtuoso.

Proyecto Maria Castaña dijo...

Luego de reflexionarlo estos días, creo que la puesta de Banegas estuvo justamente en estos detalles imperceptibles: el maridaje de los textos y la música fueron exactos, sin disonancias, como parte de un todo armónico. Sobre lo visual, creo que fue a lo seguro y lo que vimos fue por demás convencional. Los videos proyectados, con todo lo que estamos acostumbrados a ver en internet, fue de una pobreza tremenda... parecían proyecciones sensoriales en una menesunda de los 60, totalmente demodé.
Sobre lo que afirma Fernando sobre el final, me parece que el arte CONJURA (si entedemos a esta acción como llamar, convocar)el llanto y la risa... y que nada las enjugue por un tiempo, ¡¡por favor!!

Dèbora Osorio dijo...

Que buen poema¡¡¡¡ la verdad que me lleva a hermosos momentos vividos en mi infancia...ojalà nunca dejen de darnos el grato momento de poder disfrutar una sentida poesìa cargada de sentimientos...