lunes, 25 de julio de 2011

Historia del poema Oda de Irene Gruss


Por Irene Gruss
(Especial para El Desaguadero)

Voy a intentar contar la escritura de un poema publicado solamente en revistas e internet porque no pude incluirlo en ninguno de mis libros; sentía, siento todavía, que no pega con nada en la unidad o el discurso de cada uno, si bien tiene sus buenos añitos. Se trata de «Oda», poema al que nunca le di mucha expectativa, y sin embargo repercutió de variada manera, casi diría a mi pesar, porque nunca como en este, como en muy pocos en realidad, pude separar tanto lo que suele llamarse el proceso de creación (es decir, como dijo Valéry, lo que una hace en el poema) con lo que el poema dice o intenta decir; en cambio choqué con lecturas literales, lineales, lo que me decepcionó bastante. ¿Estará la falla precisamente en el poema? No lo sé; no lo considero barato pero me pregunto si algo de pobreza no debe tener, dados esos «resultados».

Estaba yo con mi libretita y sentí que la cosa iba a ser para largo, por lo que me levanté y agarré una hoja de resma tamaño oficio (sabrán algunos que a veces la A4 es corta, no alcanza). Esto me sucede sin saber todavía qué, cómo ni cuánto voy a escribir pero en la nebulosa del inicio se «activa» lo que va a precisar ese texto; es casi inherente. (Me pasó también con «El rito», que escribí en un barcito de una playa, con Charly García al mango; no tenía papel y robé un volante de propaganda y le pedí al mozo uno más, si no era molestia. El silencio que exigía el poema y su longitud me los hice a pura concentración, encapsulada casi únicamente en ese leitmotiv «dejen conversar al mar conmigo».)

Decía, estaba yo con las manos en la masa; quería hacer el recorrido del cuerpo pero no un manual de anatomía, como suele ser muchas veces este tipo de textos. Sabía que la enumeración iba a ser complicada con esto en cuenta, pero también sabía -o fui sabiendo- cómo era esa mujer que se masturbaba y por qué se masturbaba. No era solo gozar con su cuerpo; había una historia medio patética además: el otro está ajeno, lejano. Ese convivir de la autocompasión y el disfrute, y al mismo tiempo tratar de que este último prevaleciera sobre el estereotipo de la mujer sola que espera, «la lástima», fueron una de las cosas que más me divirtieron mientras lo escribía. Y también el hacerla moverse, sentirse quizá por primera vez. El uso del tú y del imperativo me ayudó a conseguir un tono entre irónico y grave, que me separaba aún más de la anécdota. No tenía la menor idea de cómo llegar a un final pero también sabía que este debía ser brutal, casi diría cruel. Y justo sonó el teléfono; era uno de esos aparatos sólidos, pesados, de antes, esos que proveía Entel. El acto de levantar el tubo y sopesarlo me dio, cual iluminación no me atrevo a decir divina, el final. Agradecí a quien llamó, corté, y terminé el poema.

La primera versión decía en su momento «Lubrica tu vagina», cosa que sonaba y suena a lubricación de automóviles. Lamentablemente, se publicó así en una revista. Por irresponsable o ansiosa, vaya a saberse. Lo leí por primera vez en Cemento, en un ciclo que organizó Fernando Noy; éramos diez mujeres poetas leyendo antes de la hora en que la gente iba a bailar, entre otras cosas. Mi hijo mayor, de unos quince años en ese entonces, estaba (no así mi hija menor, de unos diez, once) entre el público. Empecé a recibir llamados y mensajes pornográficos ¡de escritores! Y ahí empezó mi malestar. Corregí este poema por última vez el año pasado y ahora navega por internet en sitios de escritura erótica, y otros. Una anécdota de humor: allá por los ’80, un trío de actrices, Marta Paccamici, Lydia Raggi y Damiana (no recuerdo ahora su apellido), alumnas de Helena Tritek, hacía un espectáculo en el que decían y desacralizaban poemas, a la manera de Batato Barea; una vez, en el Centro Cultural Rojas de Recoleta, se aparecieron las tres vestidas de monjas. Primero paseaban entre el público (había una muestra de arte erótico) como si nada; en eso salen con incienso, rosarios, etc., y empiezan a decir como una oración la «Oda». Todavía no eran buenos momentos; vinieron los de seguridad y la policía y tuvimos que correr y subirnos al auto de una de ellas para salvarnos de los golpes y obviamente del ir presas. Las carcajadas todavía suenan.






Oda


Úntate cada pezón con miel
y baja el mentón, la lengua,
saben dulces, toca
circularmente cada punta morada, agrietada o lisa
y luego acaricia el vientre, el ombligo,
haz cine o literatura
con la mente pero no olvides los pezones,
la miel, el dedo circular
hazlo frente al televisor mientras te ríes
y te humillas: mastúrbate, abandona,
cuida el clítoris como a la piel de un niño,
escucha el viento que suena detrás
de la ventana cerrada, guarda tu jugo
a escondidas del mundo
y mastúrbate, que tus piernas
comiencen a abrirse y cerrarse
que tu murmullo sea un gemido ronco,
grito agudo en el aire, en el hueco que pide
penetración, contacto,
habla despacio
hazlo en silencio pero gime
aúlla
murmura aunque sea el goce
el rozarse de tu pelo en la almohada
en la alfombra en la nuca,
mastúrbate,
hasta que las rodillas tiemblen,
hasta que caigan
lágrimas y suene esta vez
no un viento sino un timbre
y otro, regular campanilla,
recién entonces
dilátate como en el parto,
húmeda, tu vagina, el tubo que sigue llamando,
levántalo, bájalo,
introdúcelo, y escucha ahora su voz
lejana, ajena,
y cierra tus ojos, su boca
tan adentro.


Irene Gruss

2 comentarios:

Hernán Schillagi dijo...

¡Qué buena historia! Tiene humor, reflexión concreta sobre la hechura poétoca y releja ese ambiente tan díscolo y productivo del under porteño de los '80.

¿El poema? Qué potencia y cuán interesante es saber que el azar (la llamada teléfónica) interviene en el acto creativo para, en este caso, provocar un remate que resignifica todo lo anterior.

Gracias, Irene. Gracias otra vez.

Anónimo dijo...

Qué interesante interiorizarse en asuntos relacionados con la escritura.
En este caso me impresionó el hecho de que la poeta tenga “la sensación” de que el poema será más o menos largo. O sea una idea (intuición) del cuerpo material de un poema que todavía no existe.

En cuanto al poema, de veras merece su paso al libro. Me parece que son necesarios estos poemas que expresan un mundo tanto tiempo silenciado: el del placer de las mujeres. Un placer que, el poema lo pone de manifiesto, es más oscuro, complejo que el de los placeres solitarios masculinos. Será por eso que estos son causa de jolgorio y aquellos de la más terrible censura.

Cada vez me gusta más esta sección de la revista.

Ah, soy Sergio