viernes, 29 de octubre de 2010

Reportaje haiku a Fabricio Capelli



por Hernán Schillagi


Intro

La sección consiste en que los poetas nos respondan tres preguntas (tres versos tiene el haiku) que están referidas a las tres características esenciales -según Matsuo Basho- del haiku japonés: en este momento, en este lugar, atravesados por una reflexión.

Fabricio Capelli, poeta y narrador nacido en San Rafael en 1972. Una vez terminados sus estudios universitarios se mudó a Campana, Buenos Aires, donde hoy reside. Junto con el grupo «La Secta Literaria» agitó las tierras sureñas a través de diversas publicaciones y fue partícipe de un Manifiesto estético y social de la Neovendimia. En 2005 publicó su primer libro, La Belleza del Mal. Actualmente está lleno de proyectos que traspasan las fronteras literarias y llega hasta las orillas de El Desaguadero para reflexionar en tres disparos certeros.


1-En este momento

Entre tus proyectos más inmediatos se encuentran un corto y un libro de poemas ¿Podés contarnos en qué consisten y cómo suenan en vos las cuerdas del lenguaje poético con las del cine?

El más inmediato es el corto cinematográfico La era de los milagros, que se estrenó en Campana (Bs. As.) en el mes de julio. El corto narra la historia de Ricardo, operario de una empresa siderúrgica, y de Damián, gerente comercial de la misma empresa. A raíz de unas marcas de óxido sobre una barra de acero que son interpretadas como el rostro de la Virgen, se desencadenan una serie de sucesos que pondrán en conflicto dos mundos disímiles: el de la fe religiosa, por un lado, y el de la cadena productiva y comercial de una empresa, por el otro.

Es mi primera experiencia como guionista y co-director, y puedo decir que fue un trabajo muy intenso (¡la cantidad de horas que se necesitan de filmación para un corto de 12 minutos!) pero muy, muy grato. Lo que había escrito en el living de mi casa, los diálogos pensados con mis voces mentales, los personajes imaginados en mi cabeza; de repente se transformaron en actores con voces, modismos y rostros reales, locaciones de filmación, tomas, ángulos, fotografía. Y finalmente en el proceso de montaje, en música, tiempos de relato, lenguaje narrativo. Todo muy intenso, como suelen ser las primeras experiencias, donde todo es nuevo y estimulante.

Y para 2011 tengo planeada la publicación de Los perros mecánicos, un libro de poemas donde dejo un poco de lado los universos oníricos de mi primer libro y exploro más la cuestión social, siempre bajo un código experimental. En este caso estoy tratando de experimentar la irrupción del relato dentro de los poemas, como así también la polifonía, dejando de lado el yo narrativo y encarando cada poema como si fuera un microrelato, con personajes que entran y salen del poema. ¡Veremos qué sale de todo esto!... El libro ya está casi terminado y ahora empiezo la tarea de corrección y de diseño gráfico de la página web. La idea es publicar tanto el libro como la plataforma web al mismo tiempo.


2-En este lugar

Como un autor mendocino que reside lejos ¿Qué aspectos te has replanteado para actualizar tu «manifiesto de la Neovendimia?

El Manifiesto de la Neovendimia lo publicamos junto a Paco Sabio y Marcelo Melchor Montoya en el 2005, una época que abarcó unos dos o tres años en los que estábamos como afiebrados, con una productividad literaria muy alta, dentro del grupo La Secta Literaria. Como suele suceder con casi todo lo experimental que se publica en San Rafael (¿en otros lugares también?), el Manifiesto pasó desapercibido sin pena ni gloria. Pero nosotros nos quedamos enamorados de esa publicación, en la que pudimos combinar lo experimental con lo social como nunca antes lo habíamos hecho.
Y ahora después de 5 años decidimos resucitarlo y colgarlo en la web (pensamos hacerlo a fines de este año, principios del que viene) para darle una mayor trascendencia y dotarlo de la vitalidad que siempre nos imaginamos para el Manifiesto: que sirva de plataforma para que otros artistas tomen en espíritu de la Neovendimia y puedan tal como dice el Manifiesto en su punto 19:
Neovendimia no busca instalarse y perdurar.
Neovendimia debe estar obligada a no durar. Debe pasar rápido, debe quedar obsoleta en poco tiempo, porque quedará sepultada por la reescritura que ella misma engendre. Neovendimia nacerá y ya mismo será fecunda, ya mismo hará nacer. Para que otras la reemplacen y la mejoren y la perfeccionen. Debe asimilarse y escurrirse rápido. Debe molestar y debe provocar y debe conmover y debe REVELAR.

3-Una reflexión

En tu ars poética de Promiscuos&Promisorios decís: «Escribo por el horror de tu belleza» ¿A qué otros abismos/verdades debe enfrentar el poeta a sus lectores?

Esa frase está alineada con la hipótesis de escritura planteada en La Belleza del Mal, que era la de tomar esos símbolos emparentados con el mal (dentro de la lógica evaluativa del cristianismo) o esos elementos que causan horror, y transformarlos en objetos poetizables. O sea, tomar por ejemplo la figura del Maligno, hacer un poema sobre él y lograr que sea bello. En esa transición me ubiqué como poeta, y desde ese lugar me animé a ver ciertos abismos y verdades que ojalá haya podido mostrar a los lectores.
Me gustan esos riesgos y naturalmente me siento atraído hacia la experimentación, el vértigo de lo nuevo, lo inexplorado. Entonces, cuando emprendo la aventura, deseo que los lectores me acompañen, aunque me dé cuenta que la mayoría de las veces me quedo un poco solo. Pero es la triste ventaja del escritor que no puede ganarse la vida con sus poemas: puede animarse a riesgos, suicidios estéticos, rutas imposibles, sin miedo a espantar a sus editores.


Algunos poemas de Fabricio Capelli

El perro viejo


Mi triste tristona es un hueso
con patas de gallo muy finas
muy de tiempo acumulado
en días
que siguen a los días
proletarios
en los bordes cenagosos patronales
en días
que cabalgan en los días
del pasado adolescente
en los bordes líquidos del verano.

Mi triste tristona es un hueco
muy profundo universal
en cada parte de mi parte
los huesos reumáticos
secados al tiempo
con paciencia siderúrgica
rumiando el tedio mecánico
y el lomo resignado
al ritual del explotado
despojado de sustancia
con recuerdo lagañoso
del hermoso aire suasorio
de las fábricas de Behrens
de los ruidos sincopados
que perfuman el verano.

*

El superdescriptor


Esta noche
en que tomas a tu palma de la mano
en que llorando arena
le has tirado al hombro un manto
y has salido presuroso
poniéndole pasos al patio
has salido de memoria
sin verdadera prisa
más por salir
más por manto y hombro.

Hacia el cometa has ido
a la altura de los astros
lejos del patio y del rastrillo
y de los trastos cotidianos.

Esta noche
en que el sol se eclipsa
por una mota de polvo
has salido venturoso
buscando las ganas de ser
un pobre alegre entre los pobres
más que
un pobre triste entre los ricos.

*

Succión y expulsión del bicho

Y aunque lo lleve a la muerte el intento
honrará a las moscas que custodien su carne
al carburo del burro que lo cargue en su lomo
mientras le siguen creciendo la barba y las uñas.
Y aunque le lleve este intento la vida
te seguirá peinando
con la palabra cardamomo
muy aromatizada
te nombrará en un susurro
no hablará de tu cuerpo
con la palabra alambre
muy torcido y oxidado
olvidado en un baldío
lamido por un perro.
Te recordará bien
brillando en un espejo
cuando hable de tus talones
y de cómo los días siguen a los días
y de cómo se duplican las cosas
cuando nombrándote en un silencio
te viste y te desviste
usando más de dos palabras.
Y seguirá así
hasta encontrar el punto
que termine de desvestirte
dejándote desnuda
lamiendo los bordes
a los que se atreve la tinta
y la boca se le pondrá negra.
Querrá seguir en vano
con la sílaba evaporada
se irá desvaneciendo
dejando un charco barroso
como esos días de lluvia
y el hastío de las cosas.
Y aunque lo lleve a la muerte este intento
honrará a los nadie en su entierro
a los que se esfuerzan con el llanto
y con el filo oxidado de la pala.


de Los perros mecánicos (inédito)

jueves, 14 de octubre de 2010

Mi pequeño burgués ilustrado




por Sergio Pereyra

 
1. Antes
En una carta de los ’60 dirigida a Guillermo Cabrera Infante donde compara a los escritores latinoamericanos más notables del momento con estrellas de Hollywood, Puig, refiriéndose a Leopoldo Marechal anota: «Jeanette Mac Donald, tan lírica y aburrida». ¿Qué tiene esto que ver con la reseña de un libro de poemas? Algo. Me explico. Mi último encuentro con la obra de Kovadloff fue más bien desdichado, pues Una biografía de la lluvia, pese a sus temas y su agudeza, me produjo la modorra de un Tranquinal. ¿La causa? Justamente su prosa alambicada (que, sospecho -¿proyecto?- era lo que irritaba a Manuel Puig de Marechal). Es que hay que decirlo, así como criticamos un poema por excesivamente prosaico, la prosa con muchos -pero muchos- firuletes suele, en algunos casos, perder efectividad, tornarse in-sopor-table. Con estas prevenciones, entonces, me interno en Ruinas de lo diáfano, precioso libro editado por Nuevohacer.

2. Durante
Con una estructura que suele consistir en la narración de un episodio –por lo común, mínimo- que impresiona los sentidos del sujeto poético y que da pie a la posterior reflexión, en los poemas de Santiago Kovadloff (Buenos Aires, 1942), aun con su elegancia un tanto demodé, hay lírica; concretamente aquella en la que una subjetividad se expone pero que, gracias al trabajo sobre el lenguaje, trasciende. Así, en Precisiones, texto en el que aparece el verso que da título al libro, el yo lírico se gratifica en la visión de los estragos que causa el trabajo del tiempo en las cosas y en los seres. Porque:

Nada está a salvo de la vida.
Porque es vida lo que cava, quiebra y oscurece
vida la humedad, los hongos que florecen
en los altos ángulos pasivos
vida lo que roe
vida lo que hiere
vida ese aliento ciego y sucio
que se filtra en la madera y la deshace
en tu piel y la seca
en el pétalo y lo agota.

Sé que podrán objetarme que algunas de las experiencias del yo no están al alcance de cualquiera («Los entusiastas, no obstante, aportan lo suyo:/ un viaje al Canadá, pesca de río/ o una semana de ópera en Milán»), ergo, no son universales, que se trata de un sujeto eminentemente burgués, y estaría de acuerdo. Ahora, ¿hace falta que aclare que un poeta puede ser un burgués, pero no cualquier burgués es un poeta? Y más importante ¿hay regodeo en estas páginas? Aunque en algunos pasajes –pocos- pareciera haberlo, más numerosos y dramáticos son aquellos en los cuales el sujeto se siente asfixiado por el sistema:

Me secaré, me peinaré,
dictaré las siete clases
impuestas por el día
y en un momento dado
mi fatiga me dirá
(y el vino lento)
que el día se habrá ido
sin brindarme su secreto, si lo tuvo;
sin que yo lo haya vivido
como único que fue;
ese uno, ese único, el tan solo,
un veinticinco que ya no,
algo inhallable. (En el baño)

Incomodidad, fastidio, que en otros poemas deviene angustia lisa y llana: «Mientras subo en ascensor cierro los ojos./ ¿Yo soy este hombre?/ ¿Esto hice de mí?» (Claridad)

Pero esta mirada angustiada no es sólo primera persona, también es tercera:

Ellos sí. Van, vienen precisos por la acera.
Cargan rostros tensos, agobiados.
A través del ventanal se puede verlos.
O mejor: quisiera verlos, ver
en cada uno
qué hay detrás de esa expresión
que a todos los iguala. (Un espectro en el bar)

O sea, que el sujeto poético ve idéntica aflicción en otros. Por lo tanto, es aquí donde hallamos lo general, condición sine qua non para la existencia de nuestro género, puesto que se cuentan por millones las personas capaces de atestiguar la dificultad de abrir las puertas de sus casas para, como toreros, internarse en la arena cotidiana.

Consecuencia no menor de este cautiverio en los engranajes de las obligaciones mundanas, es esa que podríamos denominar «contemplación frustrada», ya que uno de los lamentos recurrentes del yo surge de las trabas a su deseo de observar la vida -la propia, la ajena-, sentir que desperdicia su «don».

3. Después
Si como dice de Beauvoir «la lucidez no es la felicidad, pero ayuda y da valentía», Ruinas de lo diáfano cumple con este precepto. Porque afortunadamente Kovadloff se eleva sobre la futilidad de algunos de sus motivos: «¿Dónde puse mis camisas de verano?/ ¿Dónde, cuando empezaron los fríos?/ Perdido en mi propia casa,/ no encuentro mis camisas de verano» (Esbozo de una pesadilla), y crea una poesía dura, amarga incluso, que sin embargo a la postre ayuda -a ver- y da valentía -para enfrentar-. Y esto en textos de notable hechura que, no obstante el abuso de signos de puntuación que entrecortan excesivamente la respiración y tienden a una lectura unívoca, esquivan, por ejemplo, el uso de imágenes «locas» -que a esta altura convencen a pocos-; textos que hacen de la poesía una realidad compleja en cuya recepción se integran lo sensorial con lo intelectual.



Ruinas de lo diáfano, Santiago Kovadloff, Nuevohacer, Buenos Aires, 2009, 57págs.
Algunos poemas de
Ruinas de lo diáfano



DE VUELTA EN EL CAMPO

Me atraen grandes piñas
caídas junto a un árbol.
¿Qué mejor, me digo,
que iluminar con su hermosura
algún rincón del cuarto?
Las tomo, las pondero,
doy con ellas, complacido,
un paseo por el campo.
Pero luego me detengo,
regreso junto al árbol
y las dejo.

Me pregunté mientras iba
con las piñas en la mano,
cuánto tiempo alentarían
el encanto de esta hora;
hasta cuándo me darían
este fulgor de vida cautivante.

Lo cierto es que mis ojos
no conocen
más que efímeros fervores
y el cuarto donde vivo
guarda muchas
huellas secas
de mis amores de un día:
un cenicero azul, dos plumas blancas,
monedas de Tiberio, cerámicas jordanas
y un lapicero hindú.

Es así: mi corazón
súbitamente se alza,
acoge, abraza
y luego cede y pierde,
como se pierden,
en el lecho muerto de un río ,
las piedras secas, las hojas olvidadas.



PALOMAS

Tan altas, lentas y lejanas vuelan las palomas
que a la distancia parecen aves extrañas,
seres venidos de otro mundo.

Me agrada verlas así, raras, no sabidas,
allí donde nadie espera sino palomas.
Renacidas ante mí,
también el cielo donde vuelan
se transforma y yo,
que tan a mano me veía,
igualmente me transformo
y el día, que tan a mano se mostraba,
se abre de repente, se encrespa, se dilata
y alberga señales de prodigio
como si una ley redentora impusiera
a lo gris, un rumbo luminoso
y prestancia a lo marchito
y voz a lo callado,
y de par en par se abrieran
las puertas que no abrí
y aun mi vida,
a la luz de estas aves fabulosas,
fuera otra, cercana y nuevamente mía.




CLARIDAD

Mientras subo en ascensor cierro los ojos.
¿Yo soy este hombre?
¿Esto hice de mí?

Encerrado en esta caja
de metal y de madera,
ya no me amparan
ni los pasos presurosos
ni el laborioso vértigo del día.
Un hombre sin rumbo
marcha hacia lo alto;
carga portafolio,
mi nombre lo atormenta.
El espejo no refleja: lo denuncia;
atrás quedan los pisos,
abrazos que no di,
puertas perdidas
y cada vez más cerca
las palabras que golpean,
la miseria que sembré,
lo que sé y ya nada aparta
mientras sube el ascensor,
disipa la penumbra
y los ojos con que no miro
todo lo pueden ver




EN EL BAÑO

Cierro el agua de la ducha y pliego la cortina.
Envuelto en el toallón,
dejo correr las gotas por mi cara
mientras miro sin ver la pared resplandeciente
y el vapor que deambula en la luz vaga.

Por la ventana entreabierta,
el estruendo de la calle
sentencia que hoy es lunes.
Me secaré, me peinaré,
dictaré las siete clases
impuestas por el día
y en un momento dado
mi fatiga me dirá
(y el vino lento)
que el día se habrá ido sin brindarme su secreto
(si lo tuvo)
sin que yo lo haya vivido como único que fue
ese uno
ese único
el tan solo
un veinticinco que ya no
algo inhallable.

lunes, 4 de octubre de 2010

Entrevista a Diana Bellessi

«La poesía es un intento de avizorar el futuro»



por Fernando G. Toledo

Lo que uno tiene es esto: la música de dos versos grabada en lo profundo, como una melodía que perteneciera a otro tiempo, propio pero acaso desconocido. Dos versos: «He construido un jardín como quien hace / los gestos correctos en el lugar errado».
Era un poema de Diana Bellessi (Zavalla, Santa Fe, 1946), leído por primera vez en una revista [1] junto a su nombre, en 1993, a poco de la publicación del libro que lo incluía: El jardín. Lo que uno tiene es una relación extraña, gestos correctos en un lugar errado. Un intento por entrar en su jardín poético, no siempre feliz. El regalo de un libro de manos de su editor (José Luis Mangieri, quien le obsequió a quien esto escribe Colibrí, ¡lanza relámpagos! [2]). El encuentro frecuente con el nombre de la escritora, que se agigantaba, y, por fin, la reunión de su poesía en un solo volumen. Tener lo que se tiene, el libro de 1.200 páginas que recopila todos los libros de Bellessi, puede representar para muchos la oportunidad por ingresar, ahora sí, en su poesía. Una poesía «tensa», «rabiosa», pero a la vez «pacientemente dulce», al decir de Jorge Monteleone [3]; una poesía sin media concesión, ardua y límpida a la vez, que su autora presentó en Mendoza, en la reciente Feria del Libro.
Rodolfo Braceli supo preguntarle a la autora de Crucero ecuatorial, Tributo del mudo, Eroica o Sur sobre el hermetismo que acorazaba a buena parte de sus poemas: «me gustaría que fueran completamente claros», reconoció, para luego citar a Girri: «un poema puede ser hermético pero siempre tiene llave y cerradura» [4].
Acaso Tener lo que se tiene sea esa llave maestra, pues su prólogo, el recorrido amplio y paciente por cada verso, permiten una mirada completa a una obra que, con sus pliegues y bordes, parece mostrar, empero, una notable unidad.
Y si esa llave no fuera suficiente, si aún resulta lejana y cerrada la poesía de Bellessi, no dejaría de ser una buena oportunidad para acceder a su poética esta charla, esta cerradura por la que Diana deja que miremos su obra.

–La edición, el año pasado, de Tener lo que se tiene, que reúne toda su poesía publicada hasta la fecha, ofrece la posibilidad de repasar su nutrida obra poética. ¿Qué siente al contemplar ese ancho volumen, todas esas palabras?
–Siento lo que el nombre del libro dice: que es lo que se tiene.

–¿Qué rasgos principales, si es que pueden enumerarse en una mera respuesta, son los que usted sabía que trazaba con su escritura y la visión de toda ella, a través de Tener lo que se tiene, lo confirma?
–Puedo decirte que al construir el archivo del libro completo, al leer todos los libros con cierta atención, lo que sentí es que había coherencia. Coherencia en el pensar y en el sentir, en la exploración de las formas, en los logros y sobre todo en los fracasos, esos fracasos que te llevan a intentarlo otra vez, en un nuevo libro…

–El «decir» de su poesía es múltiple: de a ratos, el tema parece descentrarse, quizá para reproducir cierta inestabilidad, o más bien, inasibilidad del instante. Pero ese descentramiento a la vez, se sazona con palabras tenues, inocentes casi, que remiten a la infancia, a los juegos, al campo. El fondo (el tema) y la figura (la forma) establecen una fascinante dialéctica. ¿Es su poesía un intento por retener a veces, remediar otras, el pasado y el presente?
–Es hermoso lo que decís, ojalá sea cierto… Pero no construyo ni mantengo un programa en mi escritura, lo que descubro como coherencia es algo a posteriori, nunca previo al poema, o al conjunto de poemas que construyen un libro. Lo que sucede es siempre un misterio para mí. Escribo poesía porque haciéndolo no sé qué es lo que hago, ¿me entendés? Y confío luego en lo que el lector dice de ella, allí se termina el poema, o mejor aún, no termina nunca mientras haya un nuevo lector que abre ese poema. A la luz de lo que vos me das en este momento, podríamos decir que es un intento de avizorar siempre el futuro.

–«Yo desaparezco salvo / en la función de tensar el sentido / hacia lo visible» se lee en un poema de Tener lo que se tiene, que es también una celebración del silencio. ¿Esa «función» es la única que justificaría a la poesía frente al silencio?
–Quizás sí, sobre todo porque no es una función, sino la disfuncionalidad del poema la que a veces lo logra, su descentralización, su inestabilidad, como vos lo dijiste hace un momento; el instante es inasible pero creamos –el poeta y su lector– un campo de ilusiones en su lugar, eso es el poema.

–El problema de los llamados «pueblos originarios», la problemática de la vida en las cárceles, la pobreza, son temas con los que también ha tratado en buena parte de su poesía. ¿Es también una poeta «comprometida», para usar una terminología un tanto en desuso?
–Un poeta sólo puede ser comprometido, como un trapecista; te lanzás al aire y sabés que un centímetro de diferencia a tu trapecio o a las manos de tu compañero, pueden significar la vida o la muerte. No hay problema, no hay problemática, hay parientes que te llaman o a los que llamás, y vas con el corazón hacia allí. A veces es un compañero humano y otras es un yuyo, una piedra o un pajarito. Parientes en el campo de ilusiones de la emoción, como decía Muriel Rukeyser: «el universo está hecho de historias y de átomos» [5].

–Sorprende saber que no perteneció a una «familia lectora» y que buscó de manera autodidacta sus lecturas. ¿Cómo fue su acceso a las obras literarias? ¿Qué autores o qué obras la marcaron, la «invitaron» a ser poeta?
–Hay familias que leen, y familias que cantan y cuentan haciendo grandes silencios. La mía pertenece al segundo rubro. Así que en primer lugar, la copla mestiza. El Dante, Juancito de la Cruz, Salgari, los grandes de la ciencia ficción, y andá a saber…

–¿Se puede decir que supo del mundo que la rodeaba, del vasto mundo, a través de la literatura, y luego salió a comprobarlo? Porque uno de sus datos biográficos nos cuenta que recorrió el continente americano durante años [6].
–Colgué una mochila en mi espalda a los dieciocho, era demasiado joven para saber del vasto mundo a través de la literatura, pero los libros colaboraron a la intensa formación del deseo, el deseo de andar por el mundo. Pertenezco a la generación de los setenta, la que elaboró el mito de la patria grande, así que todo el continente era, y aún es, mi casa; y por extensión el mundo entero.

–Hay una tendencia, en la crítica, a hablar de «literaturas de género». Usted encabezaría una larga, y no menos brillante, lista de las llamadas «poetas lesbianas» [7]. ¿Define algo ese género o es absurdo si de hablar de las obras mismas se trata?
–Tuvo sentido hasta los ochenta, cuando ese yo, con esa peculiaridad, la de ser lesbiana, aún no había sido enunciado en la escritura. Creo que nunca, al menos en América Latina, llegó a ser un género, y ahora, rotos los paradigmas del pasado, lo encuentro un tanto anacrónico.

–¿La poesía de qué otros poetas argentinos contemporáneos le parece digna de destacar?
–La poesía argentina es extraordinaria, y desde el Martín Fierro en el siglo XIX ha gozado de gran variedad y de una salud que no han quebrado ni siquiera las dictaduras o la desaparición casi completa de la industria del libro. Hacer nombres sería muy largo, pero te digo dos de mi corazón: Francisco Madariaga y Miguel Ángel Bustos.

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Notas:
[1] En realidad, dos revistas y un diario, que aparecieron casi simultáneamente. El número 24 del
Diario de poesía incluyó algunos poemas de El jardín, y el número 26, una entrevista a Diana Bellessi a cargo de Ricardo Ibarlucía, junto a un adelanto de Sur. Entre ambos, apareció en Página/12 una noticia sobre el libro en que se incluía el poema citado.
[2] En 1996, luego de la publicación de una entrevista con el autor de esta nota, el poeta y editor José Luis Mangieri (1924-2008) le envió a éste como obsequio una caja con libros editados bajo su sello Libros de Tierra Firme.
Colibrí, ¡lanza relámpagos! acababa de aparecer, como número 2 de la colección Poetas de Hoy. «Es una poeta impresionante», había adelantado Mangieri al avisar de la inclusión de ese flamante volumen en el envío.
[3] Son palabras de Jorge Monteleone en
La poesía como tierra sin mal: habla, mirada, gracia y donación, prólogo de la edición de Tener lo que se tiene (Adriana Hidalgo Editora, 2009).
[4] La versión digital de esa entrevista, publicada en el suplemento ADN de La Nación el 24 de julio de 2010, puede consultarse aquí.
[5] Diana Bellessi se permite aquí no una cita, sino una paráfrasis de Muriel Rukeyser (1913-1980), ya que la línea original de la poeta estadounidense, incluida en
The Speed of Darkness (1968), dice: «The Universe is made of stories, not of atoms» («El universo está hecho de historias, no de átomos»).
[6] Lo confirma la propia Bellessi en la entrevista con Alicia Genovese y María del Carmen Colombo, incluida en
Colibrí, ¡lanza relámpagos! (Libros de Tierra Firme, 1996).
[7] En la entrevista con Leonor Silvestri, publicada por Página/12 el 6 de junio de 2008 (ver edición digital aquí), Bellessi se refiere ampliamente a esta cuestión.


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Seis poemas de Diana Bellessi

Persecución del sueño

Cada noche persigo un sueño como a un ciervo
en la pradera. Como a él, apenas lo imagino;
o veo un ojo, el delicado filo de la cornamenta,
el flanco rojo que refulge y se pierde entre
los pastos del sudán.
Pero entonces apareció, entero, sobre el muro de
arena que bordea la laguna. La luna en el agua
lo volvía nítido contra el cielo.
Ella detrás, me miraba.
Empezó a cantar una canción. Rendida de
amor, y de terror, supe que su voz creaba
la mitad secreta del mundo.

(de Tributo del mudo, 1982)


Waganagaedzi, el gran andante


El musgo al tacto como rodar sobre muslos mojados. Silencio. Las nutrias nadando bajo el agua fundidas con el sueño de un doble líquido y perpetuo. Martín pescador, movimiento puro, a lo largo del río que corta como un cuchillo, sin otra dirección que aquella impresa por el ojo, cerrado.

A esta perfecta entropía llegó Waganagaedzi. Y todo se trastocó.

[...]

(de Danzante de doble máscara, 1985)


El Magnificat...

El Magnificat
cae
sobre tus nalgas

Cabalgo

cubriendo de jugo
la grupa entera

Los pechos duros
y aceitados avasallan

El Magnificat
sale de tu boca

Corre por canales
de aire líquido
y leche/entre los labios
de la concha
el matorral de pelo azafranado

Magnífica yegua
que me lleva en su salto

Cae

disuelta en mí

me deshace

Magnificat
entre tus brazos

Abolir
Hilos que sostienen
la contienda

Abolir
Carnadura
de una ilusión idiota

Suelta
Desatada en el tiempo
sale

la pequeña figura
de su traje
Madrenoche que estás
en los infiernos

te busco te abandono

No soy de tú
más que la rata
en el terror desnudo

La envergadura de tus hombros
balaustrada de los brazos
de un castillo en el aire
hacia el que ceso
no
de nadar

Vos sos
magnífica
hermosura
tiene tu cabeza

Y la columna del cuello
que la une
a pechos imposibles
de saquear
De un puño de ceniza
te construyo
radiante tú:
me mirabas
y no era
yo
era eso

sonda de arena
el tiempo

Abolir
De un manotazo
Los hilos que sostienen
la escena
El anfiteatro se llena
de sangre
sangre sobre las gradas
Huye el Coro
Queda la tragedia
sin público ni prueba
Borrada por el rojo
veo
escorzo de cadera
mata de pelo
de fuego
mayor entre tus muslos
que mi mano aferra
Abolir el texto
del drama

La palabra liberada
de deseo deja
de ser palabra

No es a mí
a quien escucha:
Ella sólo rastrea
un fantasma

(de Eroica, 1988)


He construido un jardín...


He construido un jardín como quien hace
los gestos correctos en el lugar errado.
Errado, no de error, sino de lugar otro,
como hablar con el reflejo del espejo
y no con quien se mira en él.
He construido un jardín para dialogar
allí, codo a codo en la belleza, con la siempre
muda pero activa muerte trabajando el corazón.
Deja el equipaje repetía, ahora que tu cuerpo
atisba las dos orillas, no hay nada, más
que los gestos precisos
dejarse ir para cuidarlo
y ser, el jardín.
Atesora lo que pierdes, decía, esta muerte
hablando en perfecto y distanciado castellano.
Lo que pierdes, mientras tienes, es la sola compañía
que te allega, a la orilla lejana de la muerte.

Ahora la lengua puede desatarse para hablar.
Ella que nunca pudo el escalpelo del horror
provista de herramientas para hacer, maravilloso
de ominoso. Sólo digerible al ojo el terror
si la belleza lo sostiene. Mira el agujero
ciego: los gestos precisos y amorosos sin reflejo
en el espejo frente al cual, la operatoria carece
de sentido.

Tener un jardín, es dejarse tener por él y su
eterno movimiento de partida. Flores, semillas y
plantas mueren para siempre o se renuevan. Hay
poda y hay momentos, en el ocaso dulce de una
tarde de verano, para verlo excediéndose de sí,
mientras la sombra de su caída anuncia
en el macizo fulgor de marzo, o en el dormir
sin sueño del sujeto cuando muere, mientras
la especie que lo contiene no cesa de forjarse.
El jardín exige, a su jardinera verlo morir.
Demanda su mano que recorte y modifique
la tierra desnuda, dada vuelta en los canteros
bajo la noche helada. El jardín mata
y pide ser muerto para ser jardín. Pero hacer
gestos correctos en el lugar errado,
disuelve la ecuación, descubre páramo.
Amor reclamado en diferencia como
cielo azul oscuro contra la pena. Gota
regia de la tormenta en cuyo abrazo llegas
a la orilla más lejana. I wish you
were here amor, pero sos, jardinera y no
jardín. Desenterraste mi corazón de tu cantero.

(de El jardín, 1992)


El regreso


Gajo de mandarina dulce
la luna mengua y se alza al este
hacia las dos de la mañana

Yo vuelvo a casa al trotecito
en la noche inmensa estrellada
con la perra y su rastro fijo

clavado al suelo, equilibrio
entre las dos, así me pierdo
tranquila mirando el cielo

y ella me trae de vuelta al rancho
nuestro como un ángel guardián
Qué buena la noche y el día

si por acá vivir es seda
y me da vergüenza agregar
un susurro de voz, rozar

con mi uña la tela tan tersa
donde la luna mengua y se alza
azucarada mandarina

melancolía del misterio

(de La rebelión del instante, 2005)


Épica

Por qué será que se vuelve a intentar
aquello donde siempre se fracasa,
como la ropa vieja las sentencias
que ayer corrían altivas por las roncas
gargantas quisiéramos reanimar,
o no es a las frases sino a la gente
que se desbarranca de la historia
hacia el cuarto trasero de la casa,
y fracaso mediante se pudiera
fijar ahí el desorden o la creación
organizados por un momento
con su sello de plata, solidarios
como la mano de Dios

(de Tener lo que se tiene, 2009)