lunes, 26 de mayo de 2025

Las palabras errantes



Errática, de Mabel Albesa. Editorial Glifo, 2025.


Por Hernán Schillagi


Si la poesía es un viaje alucinado, vibrante y febril, los poetas deberían operar como guías verbales para que cada poema sea una señal en el camino, una estación segura donde el lector encuentre una estabilidad de provisiones y palabras. Sin embargo, quien arrime sus ojos a Errática, de Mabel Albesa, y tome entre sus dedos la primera página va a percibir que, del caos, se trazará un mapa, un recorrido topográfico e interior que refleja al comienzo un caligrama que se esfuma, es decir, un poema que gráficamente nos avisa del desorden que nos espera con ansiedad, de las piezas sueltas de un lenguaje errante, porque el estallido de las metáforas nos instala en dos líneas o direcciones: la búsqueda de un «eje vital» y lo «próximo» como resultado. Estamos avisados de entrada: «Lo que me hace bien / está / siempre / en otro lugar…».

De este modo, Albesa se mueve sin rumbo fijo en el inmenso y feroz idioma. No es que asentarse en el espacio de la página en blanco sea su problema, sino que lo impredecible es su poética, la lucidez de un desorden contenido en lo cotidiano, la casa como un refugio cuando ordenar el afuera no alcanza: «necesito nombrar lo imposible…». O mejor dicho, el desafío de estar próxima a lo absoluto la hace avanzar para llegar a ese «poema desesperado». Quien se propone reconstruir el caos conoce su propia voz y la hace resonar en aquellos que la leemos: «estoy obligada a recordar / aquello / que no puedo escribir…». La escritura como un punto de partida y de llegada a la vez, donde la memoria se resguarda para aliviar las dudas, para encauzar ese extravío inquietante y feliz.

Errar, entonces, podría entenderse como un error voluntario. La literatura ha poblado sus páginas de mujeres que se pierden para tener una aventura maravillada como Alicia en un país de locos, como Gretel en un bosque donde los puntos de orientación vuelan en el pico de los pájaros, o como Olga Orozco en un poema que busca el orden detrás del humo de la sopa ante la amenaza de que: «se quedará sin fiesta, sin amor, sin abrigo, / y sola en lo más negro de algún bosque invernal donde aúllan los lobos / y donde no es posible encontrar la salida…». Por eso, Mabel se atreve a enfrentar la luz de la mañana que le muestra los trastos abandonados de la noche, la ropa tirada en una silla, los libros apilados de una rutina aplastante y, como si su brújula encontrara un norte, nos dice: «pero atraída por las palabras / vuelvo al poema de ayer…». Es cierto que a veces la faena escritural logra aproximarla y perderla, contenerla y desbordarla en un alfabeto que no es suficiente para disolverse en las palabras, pero hay cobijo en cada verso.

Por lo mismo, María Negroni nos advierte, en El arte del error, que la escritura: «En su construcción dubitativa, traza un atlas fugaz e invita al lector a perderse, como un amante sin certezas, en pos de su verdad más pulsional –que incluye los enigmas nerviosos de su cuerpo–, y así desarma por un tiempo al menos, los decorados de la certidumbre…». Por lo tanto, si el recorrido de Mabel Albesa en sus libros anteriores empezó con un primer paso en Como savia alucinada, donde cuidaba un corazón que ya se había ido, para luego cambiar de piel en Mutanzas y pasar al otro lado del espejo; en Errática la propuesta, entonces, será debatirse con sus versiones pasadas porque: «la duda / a veces/ rompe aquello en lo que creo…», para aclarar más adelante como un punto volátil de llegada: «es que la duda es más inteligente / que la espera…».

Si la poesía, finalmente, es un viaje sin orillas ni señales claras, la belleza intensa y reflexiva de los poemas de este libro nómade nos prometerá dejar huellas en la tierra para aferrarnos, aunque la poeta se defina como: «Yo / la quedada en el abismo del poema…». Sin embargo, quizá el gesto de inventar un mundo para acercarse a un imposible, haga de las astillas de la memoria un encuentro fortuito e inolvidable, como cuando se llega después de largo viaje al hogar, pero lo visto nos cambia todo lo conocido para siempre.






Tres poemas de Errática,
de Mabel Albesa



no hay ninguna paz en mi saludo
hablar del tiempo
del nogal
del perro

me disuelvo en cada palabra
sólo sobrevivo
con los pies hechos barro

si en silencio me quedo
si realmente respiro
me abruma este destierro

sólo quiero volver
a la patria prometida

esa que olía a lavanda

*


estaba mi cuerpo hecho un desierto
le inventé un oasis
montañas en el fondo oeste de la tierra
un río que lo surca camino al este
le inventé árboles
cargados de frutos
y pájaros sin dirección alguna

le inventé un oasis
como vórtice inaugural de algún otro paraíso
con el azul de la melancolía
le inventé recuerdos
que se asoman como nubes
y ningún precipicio con sus sombras

le inventé un oasis
al tacto errante de cerros firmes y pastos dulces
le dejé morder la manzana
como si fuera la última
o la primera

*


mi desorden está hecho de otro desorden
mi yo palidece ante mis otras
luchan entre ellos
entre ellas

algunos días se conectan

otros
quedamos en el pantano de la lengua


sus palabras parecen signos estenográficos







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