Paul Éluard. Foto: Robert Doisneau. |
por Fernando G. Toledo
Para conocer sobre Paul Éluard, nada mejor que la breve y acertada ―además de clásica para la lengua española― presentación que ofreció Aldo Pellegrini en su Antología de la poesía surrealista: «Nació en Saint-Denis el 14 de diciembre de 1895. Murió bruscamente de angina de pecho el 18 de noviembre de 1952. Su verdadero nombre es Eugène Grindel. Éluard era su apellido materno. A los 16 años contrajo una enfermedad pulmonar por la que tuvo que internarse durante 18 meses en un sanatorio en Davos (Suiza). Allí parece haber conocido a la famosa Gala con la que habría de casarse y que lo abandonaría después para convertirse en la mujer de Salvador Dalí. Fundó en 1920 la revista Proverbe (seis números), en la que colaboraron los dadaístas. Formó parte del equipo de la revista Littératures y adhirió con sus amigos al dadaísmo. Al separarse estos, los acompañó para fundar el movimiento surrealista, del cual sería uno de los más importantes animadores. En 1924 hizo un viaje de un año alrededor del mundo. Permaneció en París durante la ocupación alemana convirtiéndose en uno de los escritores de la resistencia. Puede considerarse que en 1938 comienza a alejarse del surrealismo, alejamiento que se convierte en definitiva separación al adherir en 1942 al Partido Comunista en la clandestinidad».
La obra de Éluard se divide tradicionalmente en dos claras etapas: por un lado, aquella en la que fue participante, forjador y protagonista de la literatura del surrealismo (con algo el dadaísmo previo), en el movimiento que él mismo ayudó a fundar. Por el otro, aquella que escribió luego «por fuera» de esa vanguardia cuya ortodoxia cuidaba, como un papa, su viejo amigo André Bréton. Éluard se entregó por igual a los versos y al compromiso social, y este último aspecto también se reflejó en su poesía posurrealista. Entre los títulos más importantes en la vasta obra del autor aparecen El deber y la inquietud (1917), Morir de no morir (1924), la magistral Capital del dolor (1926), El amor la poesía (1929), Curso natural (1938) y Libertad (1942).
Para un hispanohablante, lector de las vanguardias del siglo XX y, especialmente, argentino, acometer una traducción de Paul Éluard significa siempre ponerse bajo la sombra de Pellegrini, poeta argentino que se convirtió en un difusor, conocedor y magnífico traductor de los más importantes autores de este movimiento.
Sin embargo, para un admirador de su trabajo, como yo, que trata con gran dificultad con el francés, encontrarse con la poesía de Éluard en el idioma original terminó algo siendo así como una revelación. No, claro está, en un sentido religioso, sino como algo que se muestra detrás de un velo: en la mayoría de las lecturas resonaba el eco de la versión en español de Pellegrini, aunque otras también hubiera conocido (las de Eduardo Bustos, las de Luis A. Cano y, sobre todo, las de Rafael Alberti y María Teresa León). Y, sin embargo, había algo allí para explorar, y que invitaba a una nueva pronunciación. Apareció también otro aspecto que algunas traducciones ocultaban, y era el hecho de que ―si bien el verso libre circulaba como moneda común en el automatismo surrealista― el autor de Capital del dolor solía apelar a parámetros de métrica y rima fijos, y eso merecía ser reflejado en la traducción (esfuerzo que, por cierto, se refleja en Alberti).
Con las armas de años de lectura de los textos de Éluard, el magisterio de los predecesores y el propósito de encontrar algún resquicio poético sin iluminar, propongo estas versiones.
Paul Éluard
Cuatro poemas
© Versiones de Fernando G. Toledo
La curva de tus ojos
La curva de tus ojos me envuelve el corazón,
Una ronda de danza con algo de dulzor,
Aureola de los tiempos, lecho cobijador,
Y si no sé ya todo lo que he experimentado
Será porque tus ojos no siempre me han mirado.
El musgo del rocío, las hojas de los días,
Los juncos en el viento, las fragantes sonrisas,
Alas que con su luz cubren el mundo entero,
Embarcaciones llenas de océano y de cielo,
Fuentes de colores y cazadores de estruendos,
Perfumes que han nacido desde un nido de auroras
Que aún descansan sobre la paja de los astros,
Así como depende de la inocencia el día
Depende el mundo entero de tus ojos tan puros
Y hasta mi propia sangre fluye por sus miradas.
El espejo de un momento
Disipa el día,
Muestra a los hombres las imágenes desatadas de la apariencia,
Priva a los hombres de la posibilidad de distraerse.
Es tan duro como la piedra,
La piedra informe,
La piedra del movimiento y de la vista
Y su brillo es tal que todas las armaduras, todas las máscaras flaquean.
Lo que ha tomado la mano evita incluso tomar
La forma de la mano
Lo que ha sido comprendido ya no existe,
El pájaro se confundió con el viento,
El cielo con la verdad,
El hombre con su realidad.
De Capital del dolor (1926)
Al alba te amo
Al alba te amo tengo toda la noche dentro de las venas
La noche entera te he mirado
Lo tengo que adivinar todo ando seguro entre tinieblas
Ellas me dan el poder
De envolverte
De agitarte deseo de vivir
En lo hondo de mi inmovilidad
El poder de revelarte
De liberarte de perderte
Fuego invisible en el día
Si te vas la puerta se abre al día
Si te vas la puerta se abre a mí mismo.
De El amor la poesía (1929)
Sin ti
Se apaga el sol en el campo
Se duerme el sol en el bosque
Se esfuma el cielo más vivo
Y es más pesada la noche
Sólo los pájaros tienen
Un camino de quietud
Entre las ramas sin hojas
Donde hacia el fin de la noche
Vendrá la noche final
La noche más inhumana
Será frío el frío en tierra
Debajo de los viñedos
Una noche sin insomnio
Maravilloso enemigo
Contra todo y contra todos
La más pura y llana muerte
Cuando termine esta noche
No habrá ninguna esperanza
Ya no puedo arriesgar nada.
De La cama la mesa (1944)
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