Flores para no regar, Valeria Pariso. Ediciones AqL, Buenos Aires, 2021, 62 págs. |
por Diego Roel
Dueña de un lenguaje diáfano, alusivo, reticente, Valeria Pariso se expresa con mesura y delicadeza. Sabe que un gesto levísimo puede demoler un jardín. Armada de una ardiente lucidez, emprende la alabanza de lo pequeño y de lo grande. Para ella el mundo y las cosas del mundo son un espejo. Todo puede ser amparado dentro del espacio del poema: la angustia, la tristeza, el amor, el miedo, la furia.
En Flores para no regar el enunciado poético va tejiendo, como si se tratara de la delicada trama del ñandutí, un andamiaje que sostiene los vestigios del cuerpo, la belleza de lo que resiste.
Si no fuera tanta la belleza,
teniendo que cruzar el río
yo me hubiese quitado
el tapado de lana
para ser la perra muerta de esa noche.
Pero la belleza es amable y tenebrosa.
Al leer el conjunto de la obra de Pariso advertimos la consolidación de un estilo límpido y preciso, de gran concisión. Sus poemas, como acertadamente señalara Dolores Etchecopar, ofrecen el destello de una presencia, el prodigio de un instante. Pero no nos engañemos, detrás de una aparente atmósfera de simplicidad, debajo de la rigurosa transparencia de los textos, se esconde una inagotable capacidad reflexiva. Así, en Flores para no regar, cierta austeridad en la expresión no impide el desborde de imágenes de inusitada belleza.
Igual que un ciervo que come geranios
bajo el cielo azul del mediodía.
……….
Podrías poner ahí tu corazón,
dormirlo como un pájaro en un nido blanco.
……….
Cada latido mueve el aire.
……….
Árbol del misterio, no voy a devolverte las camelias
blancas.
……….
Mi pureza salvaje se cubrirá de nieve.
……….
La memoria es una hélice adentro del viento.
La ceremonia del té es una de las manifestaciones más originales del arte japonés. Su mención en Flores para no regar no es azarosa. Corresponde al simbolismo ascensional del árbol. La alusión a este ritual le permite a la poeta introducirnos en un arduo y paciente aprendizaje: el de la intermitente emergencia de la luz en la memoria. No olvidemos que el té era considerado en Japón un antídoto contra los venenos, un remedio para permanecer en estado de alerta. Y hacia eso apuntan los poemas de este libro, hacia una cura profunda, hacia el rescate, mediante un proceso de anamnesis, de todo aquello que vive en el fondo.
¿El té?
Compré poco.
Cuando me di cuenta
volví por más.
Junté nieve,
la nieve derretida es agua perfecta para el té.
Respiré araucarias,
respiré sus hojas verdes de 150 millones de años,
las oí cantar adentro de las piedras.
La noción china y japonesa, que Jorge Luis Borges nos
recuerda refiriéndose a la obra de Henri Michaux, de que los ideogramas de un
poema no se componen sólo para el oído sino también para la vista, parece haber
imbuido la escritura de este libro. En Flores para no regar no hay un solo
verso que no haya sido vigilado y limado, trabajado con tenacidad, con el cuidado
amoroso de un calígrafo.
Cierta vez le preguntaron a la poeta griega Kikí Dimulá: «¿Cómo se escribe un poema? –De tantas formas como poetas existen en este mundo. ¿Cómo se escribe un buen poema? –Con trabajo duro y hemorragias internas. Con una desconfianza alerta del poeta frente a lo que está escribiendo. Con generosa autocrítica. Rompiendo».
Valeria Pariso escribió Flores para no regar aplicando al pie de la letra la preceptiva poética de Dimulá.
Si en cada cicatriz me apoyaran
un tallo
con su flor silvestre,
manzanillas, verbenas,
malvas,
dientes de león,
tréboles blancos,
nadie vería la belleza
de este cuerpo roto
que resiste.
Como dijimos anteriormente, estamos ante una poética sutil que sabiamente aúna sobriedad expresiva y capacidad de reflexión.
Yo tuve que cruzar
de lado a lado el río
como se cruza un límite, un diagnóstico.
Sí, es la percepción de la belleza la que rompe el muro de la opacidad de lo real.
Ah, si no fuera tanta la belleza
ya me habría cansado de juntar
las gasas estériles del miedo,
habría perdido el paso, el hambre.
La poeta conoce la naturaleza inasible y aviesa de la palabra, sabe que el lenguaje usual, como afirmaba Alberto Girri, adolece de precario en todas sus circunstancias. Por eso huye del fantasma de la repetición. Por eso le ruega al viento de los desesperados, al lobo de la madrugada. Pronuncia la sombra del canto.
Colofón
Podemos leer Flores para no regar como un único poema dividido en cuarenta partes. La elección de esta cifra no es casual, esconde una pequeña clave. En japonés la palabra que se usa para el cuatro (四) se pronuncia de la misma manera que la palabra muerte (死). En la tradición judía el número cuarenta indica cambio o transición, renovación, pasaje, nuevo comienzo. El baño ritual (mikvé) debe llenarse, según el Talmud, con cuarenta seas (medidas) de agua. De cuarenta proviene el vocablo cuarentena, práctica utilizada en la antigüedad para evitar que se extienda una enfermedad o una plaga. En el calendario cristiano la cuaresma designa los cuarenta días de purificación antes de la celebración de la Pascua.
Los cuarenta poemas de este libro invitan al lector a una experiencia contemplativa. Con una lengua tersa, dúctil, austera, celebran la aparición de la luz en la memoria.
Cuarenta poemas breves, incisivos, radiantes. Cuarenta poemas para escandir en voz alta.
Tres poemas de
Flores para no regar
de Valeria Pariso
4
Del amor recuerdo su belleza
y el peligro de extinción,
igual que un ciervo que come geranios
bajo el cielo azul del mediodía.
*
8
Fue inútil el tapado, el alumbrado público encendido,
el agua del río Brenta bajo el puente.
Cuando me tocó pasar
todo era
una sola oscuridad cerrada.
Yo tuve que cruzar
de lado a lado el río
como se cruza un límite, un diagnóstico.
Ah, si no fuera tanta la belleza
ya me habría cansado de juntar
las gasas estériles del miedo,
habría perdido el paso, el hambre.
Si no fuera tanta la belleza,
teniendo que cruzar el río
yo me hubiese quitado
el tapado de lana
para ser la perra muerta de esa noche.
Pero la belleza es amable y tenebrosa.
Nos ve el hambre.
Nos prepara el arroz blanco de la niebla.
*
10
Haz un pozo en la nieve.
Con la punta del zapato, haz un pozo en la nieve.
Hunde con fuerza el pie.
Siente la forma en que la nieve
cede
frente al peso firme de tu cuerpo.
Quita el zapato del pozo.
Sacúdete la nieve del pantalón frío.
Mira el pozo.
Mira la nieve que rodea el pozo.
Mira el pozo.
Algo de pasto vive en el fondo.
Mira el pozo.
Podrías poner ahí tu corazón,
dormirlo como un pájaro en un nido blanco.
Dormir tu corazón en un nido blanco,
sobre todo el invierno.
Mira el pozo.
Mira toda la nieve que lo rodea.
Mira la nieve que rodea el pasto
que vive en el fondo del pozo.
Tu coraje se parece al pasto
y eso es bueno.
Tu ilusión se parece al pasto
y eso es alentador.
Tu corazón se parece al pasto.
¿Qué hace tu corazón verde
en un nido blanco?
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