Porque hubo habrá hay generaciones
(demás está decir que «hay cadáveres»)
no crean en Rimbaud joven para siempre
hay rockstars pelados hay malditos en muletas…
Tamara Kamenszain, en La novela de la poesía
por Hernán Schillagi
1.De
tal palo, tal poesía
Cuántas veces hemos escuchado decir frases como: «Tiene los mismos ojos del padre»,
«Camina como el abuelo», o «Sonríe como la tía». Sin embargo qué sucede cuando
a un vástago la voz le sale extraña, única y oscura. Encima nunca dice lo que
dice. Siempre esquiva la mentira y habla con la verdad, que es el modo más
claro para confundirnos. Por lo tanto, la preocupada madre se queja con el alma
en un hilo: «El nene me salió poeta». Entonces, la vecina le responde con total
sinceridad: «Querida, lo que se hereda no se roba».
2.Mapa
poético
La poesía se encuentra en el ADN de la humanidad. De otro
modo, cómo podemos explicar que, en un mundo vertiginoso y tecnificado como el
de hoy, siga existiendo. Así, han pasado las guerras, las torturas y los campos
de concentración. Por eso leo, con más pena que curiosidad, los poemas de Ana María Ponce, una militante
secuestrada y desaparecida durante la última dictadura militar. En medio del
cautiverio en la ESMA se animó a redactar para su hijo: «Para que la voz no se
calle nunca / para que las manos no se entumezcan, / para que los ojos vean
siempre la luz / necesito sentarme a escribir…»[1]. Apropiadamente, Adorno dijo
que después de Auschwitz escribir un poema era un acto de barbarie. Aunque, la
misma poesía viene a ser un testimonio fugaz de nuestro paso por la Tierra, la
suma fragmentaria de una historia personal, la herencia unívoca de las palabras
que se comparten en la mesa familiar. La poesía, según dicen, no sirve para nada;
pero el inventario mensual de lecturas, publicaciones, presentaciones, blogs, performances
en bares y teatros demuestran que, al menos, es inevitable.
3.Nene, qué vas a
ser cuando seas vate
Jorge Luis Borges
sospechaba que sus padres lo habían engendrado en Buenos Aires para la
felicidad y que les había fallado. En un solo gesto heredó la ceguera, como así
también la luminosa biblioteca paterna donde eligió perderse para siempre.
Padres e hijos, hijos y padres: «No nos une el amor, sino el espanto…», supo escribir.
Como también es cierto que los mismos poetas nos dejan su propio legado: un
modo voluptuoso de torcer el idioma dominante (Rubén Darío), la voz que se
levanta ante la desigualdad (Alfonsina Storni), la vitalidad a prueba de solemnes
(Oliverio Girondo), el habla inquieta de la calle (Juan Gelman), el hacer del
cuerpo un poema (Alejandra Pizarnik). Ningún poeta que se precie, por tanto,
apuesta todo a la tradición lírica; al contrario, ya que desdeña convertirse en
una repetición deformada y anacrónica de sus antepasados y, como supo ver el
japonés Bashô: «No sigo el camino de
los antiguos: / busco lo que ellos buscaron». La herencia es una oferta que,
tal vez, la eternidad pone en saldos y retazos. Ya la obtuvimos sin esfuerzo,
está al alcance de la mano. Ahora nos queda ir en su contra.
4.Cosecharás tu verba
Lo dicho: como el color de
los ojos, la poesía se nos hace inevitable en la caligrafía del genoma humano,
imposible de soslayar con el pulso sobrenatural del silencio o las distracciones
cotidianas. si la herencia es
involuntaria, las palabras no. Sin determinismo, uno elige letra por letra qué
va a decir (y qué va a leer) para guardar en el baúl de los recuerdos
literarios. Todos hablamos para hacernos notar. Muy pocos callan para poder
existir. Generaciones y generaciones de palabras corren ciegas por nuestras
venas hasta que estallan esplendorosamente. Ya no podemos pronunciar «luna» sin
verla un poco como la describieron Federico
García Lorca («La luna vino a la
fragua / con su polisón de nardos…»), Leopoldo
Lugones («Y la luna en enaguas, /
como propicia náyade…»), o el mismo Borges («Mírala. Es tu espejo»). Sin
embargo, también el ADN de la poesía va mutando, es un animal vivo que corre
hacia delante; porque sabe que nunca leemos lo mismo en un poema, cambia todo
el tiempo, convierte en frases inolvidables aquello que creíamos dormido en
nuestro interior. Como anota Edgardo Dobry: «la inestabilidad es fantasma
perpetuo, y el poeta trabaja en ese límite devenido centralidad: el de la
agresión sublimada y directamente ejercida sobre el idioma como un filo que
atraviesa los niveles del lenguaje y los cortocircuita y los fisiona.
Abdicando, de paso, toda venerable genealogía literaria…»[2]. Entonces, como sucede
en el paso irrecuperable por la infancia, la poesía también nos modifica para
siempre; y ese es nuestro legado al mundo, nuestra herencia poética.
*A partir del guion escrito para el espectáculo Herencia
poética, poemas de padres e hijos
presentado por el grupo El Desaguadero durante
2012.
[1]«Poemas», Ana María Ponce. Colección Memoria en movimiento, Buenos Aires, 2011.
[2]«Orfeo en el quiosco de diarios: ensayos sobre poesía», Edgardo Dobry. Ed. Adriana Hidalgo,
Buenos Aires, 2007.
2 comentarios:
la poesía es perfectamente inútil, como todas las cosas realmente imprescindibles.
saludos!!!
Damián: Muy bueno, ese sería el remate alternativo de este "evitable" ensayo. Muchas gracias por luchar a favor de lo más inútil del mundo.
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