Entrevista a Facundo López
por Paula Seufferheld
A días de presentar su segundo poemario El monstruo –el 2 de noviembre en La Feria del Libro de Mendoza–, Facundo López, autor de Mariposa sobre las cenizas (Libros de Piedra infinita, 2007), ganador de la Beca del Fondo Nacional de las Artes para el taller de poesía dictado por Alicia Genovese; además de hablarnos de su libro más reciente, hace un recorrido de su obra: analiza los cambios que ha experimentado su escritura en estos últimos años, nos refiere su experiencia en el colectivo poético La Moledora de Carne y con palabras contundentes nos cuenta cómo su trabajo en el área de Educación de la Penitenciaría no sólo lo ha modificado como hombre sino también como poeta.
–En la contratapa de tu primer poemario, el texto que aparece funciona como un arte poética contundente. Allí afirmás que dejás correr los días buscando un poema que te justifique... ¿seguís en esa búsqueda?
–Creo que en definitiva me busco a mí mismo, pero esto termina siendo una trampa en la que aceptamos caer; es hundirse en la contradicción, es disgregarse en palabras y estar cada vez más lejos. El poema no necesita, ni debe justificarse, por lo tanto hoy no creo que pueda justificar a nadie. Simplemente está allí y eso es suficiente. Lo que se pude decir está sobre la mesa, mostrándonos los dientes desde el plato y cada uno se come ese bocado como puede y si puede.
–Hay un Facundo que, en Mariposa sobre las cenizas, usaba el cincel para marcar en la piedra poemas breves y certeros, y otro, en este nuevo libro, que se desliza con soltura en la creación de poemas de largo aliento. ¿Qué causas te llevaron a este cambio de registro y estilo?
–Escribir es salirse del camino; por qué debería mantenerlo si no sé hacia dónde voy. Busco escribir desde un lugar incómodo, forzarme al cambio, romper los diques de contención y dejar que el torrente me arrastre. El poema es quien termina por sorprenderme.
–Hablemos de El monstruo (Colección El Desaguadero, Libros de Piedra Infinita). En la prosa poética que abre el libro, describís a este ser como algo que emerge desde un fondo profundo, pulsa por salir, se zafa de las cuerdas. Tuve la sensación como lectora y también como poeta de que ese «monstruo» era, ni más ni menos, la palabra, sobre todo cuando escribís: «él nos necesita».¿Es descabellada mi asociación o hay algo de verdad en lo que infiero?
–No es descabellada, El monstruo, es mucho más que la palabra. Esta puede transformarse en un monstruo y fagocitarnos. Estamos indefensos ante lo que desconocemos y la única forma de enfrentarlo es abrir la puerta para que ingrese. No es «lo ajeno», no es «el otro». Es apretar los dientes y rascar la llaga con las uñas. Asomarse a ver quiénes somos, aunque nos dé asco. Aceptar que no necesitamos ayuda para ser «hijos de puta», que nos sale muy bien y que tal vez hasta nos aplaudan por serlo.
–El poema Un poco rota cuyo título alude justamente a la memoria sobre la última dictadura y su saldo negro de desaparecidos. Es, para mí, el escrito más comprometido con un hecho social concreto y también el más desgarrador, ¿cómo fue la génesis de este texto?
–Justamente, era entrar a un tema del que me cuesta hablar, porque me despierta emociones dolorosas. Es un intento de encarnar la llaga. Un poco rota es una mujer a la que se intenta destruir con minuciosa perversidad. Estos textos fueron escritos desde la oralidad, son imágenes que surgieron de los sonidos y a partir de allí comenzaron a coagular hasta quedar en poema. La voz sobreviviente. Avanzando débil a través del tiempo en un dolor profundo y común, transmitida sin necesidad de un texto que la sostenga y la renueve. Una voz innata. Fueron textos que costaron mucho digerir.
–¿Cuáles creés que fueron los cambios más notables que produjo en tu escritura el haber sido becario del Taller del Fondo Nacional de las Artes aquí en Mendoza dictado por Alicia Genovese?
–Un cambio notable para mí fue aprender a trabajar en grupo. A aceptar y aplicar las críticas de otros poetas. Me ayudó a terminar de perderle el respeto al poema y destruir sin remordimientos lo que no funciona, sabiendo que nada se pierde para siempre. Madurar y acechar el poema. Obviamente Alicia es una gran poeta que, además, supo transmitir lo que cada uno de nosotros necesitábamos.
–Sabemos que el colectivo La Moledora de Carne surgió entre los integrantes del taller, ¿qué los llevó a agruparse?, ¿qué rescatás de esa experiencia?
–Prolongamos el trabajo que veníamos realizando. Decidimos seguir con lo que habíamos comenzado. La experiencia de trabajar con La Moledora fue genial, porque se trataba de un grupo de poetas muy distintos entre sí, lo que nos permitía ampliar la mirada sobre el objeto poético. De hecho, sigo disfrutando mucho las presentaciones que siguen haciendo Eliana (Drajer), Mercedes (Parral) y Gabriel (Jiménez).
–En una entrevista anterior que diste a esta revista decías que escribías desde la incomodidad de la palabra, supongo por esta afirmación que reescribís tus poemas... ¿cuándo los visualizas «terminados»?, ¿cuándo esa «incomodidad» se vuelve muelle y empezás a trabajar en algo nuevo?
–El monstruo es un libro inconcluso. Es un libro en construcción. Esa es la idea; no es un libro cerrado. Esto no quiere decir que tenga una continuación o una segunda parte. El libro es inacabado, imperfecto es algo que quiere ser un libro, por eso importantísimo el papel del lector, que va a tener que vérselas con esta cosa amorfa.
–¿Cómo influye tu trabajo cotidiano en la producción de tu poesía?
–Hace dos años que estoy trabajando en el Penal de Boulogne Sur Mer, en el área de Educación. Mi trabajo ha ido modificando la visión que tenía acerca de la sociedad y esto seguramente ha influido en la escritura. A veces siento el penal como una gran alfombra con la que tapamos todo lo que no queremos ver. Allí abajo metemos todo lo que no queremos que ande dando vueltas o haciendo daño en la calle. Metemos todo lo que no nos sirve. El problema es que tarde o temprano rebalsa, se pudre y la suciedad sale por algún lado. Entonces sentimos que el olor ofende nuestro olfato y culpamos a la alfombra por no cumplir con su función. Trabajo junto a las personas que la gente no quiere tener cerca, aquellos que según ellos deben seguir ocultos bajo la alfombra. Escribir no deja de ser una forma de supervivencia, no puedo tapar el mal olor con perfume.
–¿Cuál es tu opinión de la poesía que se viene gestando en la última década en la provincia, ¿qué diferencias encontrás (tópicos, modos de circulación, influencias) con la que se hacía en la generación anterior a la tuya?
–La poesía es una sola, tome el rumbo que sea. No me interesa marcar una diferencia generacional. Me parece que a veces perdemos demasiado tiempo discutiendo hacia dónde vamos. Más que diferencias he encontrado algunas similitudes en las posturas de la mayoría de los poetas que se han tomado demasiado a pecho su lugar en el mundo. Alguien debería avisarles que no son tan importantes. A mi entender, en el modo actual de circulación de los poemas todo es válido y eso nos ha permitido acceder a poetas y textos que estaban fuera del alcance. También, se podría llegar a decir que esto ha favorecido a que se cascoteen desde el comedor de casa con discusiones pedorras acerca de quién es popular y quién es mediático; pero mientras se mantengan escribiendo, que sigan los cascotazos; aunque yo voto por una piñadera bien organizada, una vez al año, para limar asperezas y después abrimos el micrófono para que lean chorreando mocos y sangre. Una vez al año es suficiente. Creo que hay en Cuyo dos grandes poetas como Leónidas Escudero y Raúl Silanes; pero me faltaría lugar para nombrar otros muy buenos poetas como Levy, Rodón, Valle, López, Vallejo, Salas Astorga y más cercanos a mi generación, por supuesto mis ex compañeros de la moledora antes mencionados; Ortiz Bandes, Segura, Piccolo, Benacot, Toledo, Schillagi, Restiffo, Seufferheld, Diego Roel un poeta de la Plata con un trabajo muy interesante. Es interminable la cantidad de buenos poetas que actualmente están escribiendo en Mendoza, sólo falta que fijemos un día al año para que se hagan escuchar.
Poemas de
El monstruo
de Facundo López
1_El monstruo
Comienzo a escribir este poema junto a una
botella de Spiritus. Lucas me entregó esta botella. Bebo el destilado y
recuerdo a mis amigos. Ellos no son el tema del poema. Tampoco el frasco, que
voy soltando hilo a hilo. Me gusta la botella, sentirla en la palma de la mano.
Es agradable saberla algo más pequeña que la de vino. Cuatro lados planos de
quinientos mililitros y cuarenta y cinco de graduación alcohólica para que pase
la Aduana y salga del país. El mate también a mi lado, falta el perro. Me va
bien mate y el agua ardiente. No luchan por sobresalir, se acomodan, se
acompañan. Es agradable su sabor. Ambos se llevan bien conmigo que no sufro del
estómago, con el café tengo un problema que hoy no viene al caso. Lo que debía
venir era el poema. Lo tengo, no es que no exista. Sucede con él que se trata
de un monstruo. Sabemos todo lo que implica desenfundar a estos seres que
cruzan el cerco sin que uno los llame, a su antojo. No quiero confundirlos,
pero debo comenzar por el principio de todo monstruo. No puedo describir la
realidad de su forma, porque es monstruo por mí y en mí, y ahora en ustedes; es
una mancha que asoma, que se insinúa en todo lo terrible, donde también cabe la
posibilidad de lo bello. Olviden lo bello, no sé qué cosa sea eso, quizás otro
monstruo inexplicable, como la poesía o la música. Olvídenlo, es un buen
ejercicio. Volvamos. Soñé con un ser al que arrastraba desde un pozo, como
quien pesca junto al mar con una red. Allí estaba. Él. Estaba también yo que
luchaba. Ahora entran otros, que ya entonces eran ustedes, tiraban de la cuerda
conmigo. “Otros” desaparecen, quedo solo. Yo. Suele suceder en los sueños. Él
estaba atrapado. Lo hacíamos nacer de la tierra, de ese agujero fangoso.
Era nuestro monstruo. Aunque yo estaba solo. Era nuestro monstruo. Atrapado en
la red, liberado del pozo. Corta los nudos. Zafa de las cuerdas. Nunca vimos
sus ojos que miraban hacia abajo. Apestaba el aire con su hedor inmundo, algo
de esa peste quedó en mi piel, luego de que huyera. Así desde entonces. Nos
tememos el uno al otro. Él nos necesita. Nos acechamos. Cerca. Ustedes lo
saben, porque también rondan los límites y los cruzan. A veces. Solo para oírlo
respirar; para estar seguros de que sigue allí, a tiro de piedra.
Espera.
I
Emerge
de la habitación vacía
parido sobre la mesa
oscura
sin nombre
ni palabra
apenas una voz
anhelante
que deforma lo que toca.
(…)
2_Un poco rota
A unos
conviene olvidar
otros no pueden.
De padres
a hijos
una memoria.
De padres
a hijos
otra opuesta.
El mundo
es lucha.
A unos
conviene olvidar
otros no deben.
*
Cuarenta y nueve días de interrogatorio
la llave que abre el pozo de la pena
donde dejamos el cuerpo
y salimos
sin beber del olvido.
*
Pretenden convertirme
en un animal.
Intentan convencerme
de ser un animal.
Saben que soy
una persona
que piensa peligroso.
(…)
El monstruo fue editado por Libros de Piedra Infinita, como parte de la colección El Desaguadero que dirigen Fernando G. Toledo y Hernán Schillagi. El diseño del libro es de Romina Arrarás.
5 comentarios:
Después de casi un mes de la primera lectura de este poemario, todavía hay imágenes persistentes que me acompañan, versos que se resisten a dejarme, cuando un texto logra esta impresión tan fuerte, no sé si es "bueno" o "muy bueno"o "excelente", no utilizaré esas categorías axiológicas, pero sí puedo afirmar que ha hecho su trabajo de siembra en el lector.
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