lunes, 27 de febrero de 2023

4 poemas de Armando Tejada Gómez

Armando Tejada Gómez (dibujo de Enrique Sobisch).



Armando Tejada Gómez nació en Guaymallén, Mendozam en 1929. A los 23 años publicó Pachamama (1952). Solía entonar sus versos con su guitarra como los payadores y los copleros. Algunos otros libros suyos de poesía fueron Tonadas de la piel (1956), Historia de tu ausencia (1957), Antología de Juan (1958), Ahí va Lucas Romero (1963), Los compadres del horizonte (1966), Profeta de su tierra (1968), Tonada para usar (1968) y Los telares del sol (1994, póstumo). También destaca su novela Amanecer bajo los puentes, además de sus notables canciones y letras, que influyeron enormemente el folclore argentino desde el surgimiento del llamado Nuevo Cancionero Cuyano, del que fue uno de los impulsores.
Tejada fue hombre de Guaymallén, donde pasó su infancia y su adolescencia. Fue canillita y lustrabotas. Aprendió a leer a los 12 años. En 1958 fue elegido legislador. Desde siempre tuvo una intensa actividad política. Algunos clásicos de la canción nacional tienen sus letras: Volveré siempre a San Juan y Canción con todos, con música de César Isella, posiblemente el tema musical de mayor difusión en todo el continente.
En sus últimos años, Tejada Gómez no residiía en Mendoza, pero regresaba a ella periódicamente para reeditar la amistad, una de sus costumbres. Falleció en Buenos Aires en 1992.


2

Si ahora digo amor tal vez no diga
que la ausencia me mira del fondo de tus ojos,
que aquí estuvimos juntos,
                                       que fue hermoso
y que el sol conocía tu perfil de memoria.
Tal vez sea imposible que alguien sepa lo claro,
lo luz que fue llevarte de la mano pequeña
como a un tallo mecido por un viento de música
hacia los territorios donde aguarda el silencio.

Y ya que estás distante,
                                    que pensarán los árboles,
qué dirán las canciones,
cómo verá la noche mi soledad de ríos;
dónde pondrán su ronda los niños de la tarde,
adónde irán los pájaros sin tu risa y mi silbo
y la calle tan sola con sus puertas inútiles
y las sombras sin besos
                                    y los perros perdidos;
ahora que la ausencia me interrumpe la boca,
ahora que me esperas tan allá de los niños.

Se nos ha muerto el año.
                                    Yo le veo el invierno
hecho de un solo frío,
                                de un solo tajo solo
a la mitad de agosto,
                                de una dura distancia
larga, definitiva.
Porque de pronto sobran los barcos,
                                                     los andenes
y de pronto este rumbo ya no tiene sentido
como si nadie fuera hacia ninguna parte
o alguien hubiera muerto a mitad de camino.

Alguien.
           Mi voz. Tu pelo. Las cosas que no dije.
La flor de tu vestido.
Se nos ha muerto el año donde dejé tu nombre
para que recobrara su condición de estío.

Ya no sé,
              nunca entiendo estas precarias sílabas,
cosas que no recuerdo de pronto me dominan:
te dije que tenías la piel como de humo?
que de estarme en tus ojos me conozco el origen?
te he enseñado el misterio de los árboles solos?
sabes ya que tus manos son dos siestas dormidas?

No sé,
          nunca recuerdo tanta distancia,
                                                        tanta
canción que no he cantado cuando anduvimos juntos
Me dolería mucho no haberte dicho todo
lo que llevo en la boca casi como otra risa.

(de Historia de tu ausencia, 1957) 


Sol a destajo

Cuando aún está pez el viejo río 
en la resaca de la madrugada, 
                  pasa Lucas Romero 
pala al hombro,
                  va silbando bajito por el campo, 
camino del trabajo y pala al hombro, 
llevando al viejo río de la mano.

Ayer lo conchabaron en lo ajeno 
para que hiciera una trinchera de álamos 
y él que se tiene fe, 
que se conoce, 
sin dar más vueltas la tomó a destajo.

Y ya lo ve;
                    silbando y sin apuro 
cruza la ceja azul de la mañana, 
                   el sombrero hacia atrás,
la frente en vilo,
                  ¡caudillo de la luz y de los gallos!

¡Si tendrá oficios, Lucas! 
                  ¡qué no ha hecho
en el taller ruidoso de sus años, 
colmenares de oficios y tareas zumban 
                  en la colmena de sus manos! 
¡Qué va a hacer cara fiera! 
¡Hay que meterle! 
no perder día ni perder salarios. 
                 ¿Si no 
de dónde va a salir, de dónde? 
uno que no ha nacido propietario. 
¡No va a andar eligiendo en estos tiempos 
si todos los trabajos son trabajo 
y a uno le gusta y le hace a todo 
no va a hallarlo la muerte descansando!

Por eso es que se olvida hasta del nombre 
mientras va haciendo el hoyo y va plantando 
con los cinco sentidos sometidos 
a la verde labor de plantar álamos.

En tanto la mañana, allá en lo claro, 
remonta un sol feroz sobre los árboles, 
Lucas le gana un trecho a la pobreza, 
construye el esqueleto del paisaje, 
casi sin darse cuenta que lo trepa 
un sol degollador por las espaldas.

(de Ahí va Lucas Romero, 1963)


Coplera del alfarero

Bajo mil lunas de barro 
duerme mi abuelo alfarero, 
polvo inmolado en el polvo, 
sueño de piedra, su sueño. 
Su sangre dura en mi sangre, 
su sombra en mi sombra llevo, 
arcilla soy de su arcilla 
donde padece el silencio. 
Mi canto canta en tu nombre 
siglos de barro cocido, 
cántaro oscuro, la copla 
te busca a orillas del río. 
¡Paz a la paz de tus manos 
bajo la tierra alfarera! 
¡Tu oficio de barro y sueño 
fundo la paz en la tierra!

(de Antología de Juan, 1958)



Canción para un niño en la calle (fragmento)

A esta hora, exactamente,
hay un niño en la calle,
hay un niño en la calle. 
Es honra de los hombres
proteger lo que crece,
cuidar que no haya infancia
dispersa por las calles,
evitar que naufrague
su corazón de barco,
su increíble aventura
de pan y chocolate,
poniéndole una estrella
en el sitio del hambre,
de otro modo es inútil
de otro modo es absurdo
ensayar en la tierra
la alegría y el canto,
porque de nada vale
si hay un niño en la calle.

A esta hora, exactamente,
hay un niño en la calle,
hay un niño en la calle. 
no debe andar el mundo
con el amor descalzo
enarbolando un diario
como un ala en la mano,
trepándose a los trenes, 
canjeándonos la risa,
golpeándonos el pecho 
con un ala cansada,
no debe andar la vida, 
recién nacida, a precio,
la niñez, arriesgada
a una estrecha ganancia,
porque entonces las manos
son dos inútiles fardos 
y el corazón, 
apenas una mala palabra.
A esta hora, exactamente,
hay un niño en la calle,
hay un niño en la calle. 
Ellos han olvidado
que hay un niño en la calle,
que hay millones de niños
que viven en la calle
y multitud de niños
que crecen en la calle. 
Yo lo veo apretando
su corazón pequeño,
mirándonos a todos 
con fábula en sus ojos,
un relámpago trunco
le cruza la mirada,
porque nadie protege
esa vida que crece
y el amor se ha perdido
como un niño en la calle...
A esta hora, exactamente,
hay un niño en la calle,
hay un niño en la calle. 

(de Toda la piel de América, 1984)



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