Prólogo al libro La muerte no tendrá la última palabra (Ediciones en Danza, 2021),
de Jorge Ricardo Smerling,
por Gerardo Burton
Uno
Hace unos meses, en el invierno de 2019, en un bodegón del barrio porteño de La Paternal, Graciela Smerling me dijo que había logrado recuperar los poemas inéditos de su hermano. Fue una tarea de varios años —cuatro, creo—, que incluyó la recopilación de textos dispersos en archivos personales de poetas y amigos de Jorge Smerling. Abordamos los temas usuales de conversación en estos casos: recuerdos, anécdotas, opiniones y comentarios sobre la vida y obra del poeta; su derrotero terrible hacia el abismo de la Belleza y la poesía; su proximidad con Dios, esa familiaridad con que los santos y los místicos lo tratan; el desarreglo de los sentidos —una expresión que se repite en estos poemas, y que constituye un manifiesto de cuatro palabras— y la dispersión fantástica e inabarcable de su obra. De la editada no existen ejemplares disponibles: hay en las colecciones privadas en número reducido, quizás en alguna biblioteca pública o en el mercado de internet.
Smerling hacía imprimir sus libros en plomo y cada edición era una obsesiva tarea que caía sobre la cabeza —y a veces la nuca— del impresor. Que lo diga Carrá. Nunca un libro fue igual al anterior, siempre había algo, un dibujo, una tipografía, un formato que lo diferenciaba. Sólo con la editorial de Eugenia Mugnani Ranea —La Guillotina— accedió a trabajar con offset, ya avanzada la década de 1980 y cuando casi nadie imprimía en plomo en Buenos Aires.
No resulta fácil hablar de Jorge Smerling, menos aún cuando en este enero se cuentan seis años de su partida. ¿Por qué hablar de alguien cuya presencia es constante, que mantiene sus terribles juicios sobre la belleza y la verdad poéticas y permanece en esa memoria resistente al polvo de los tiempos? Hay un empecinado corazón que guarda todas estas cosas: dolores, placeres, angustias, efímeras felicidades, confianzas sacudidas por los vientos de dudas y pesares.
Dos
La recopilación de estos poemas inéditos de Jorge Smerling tiene todo eso: propone un itinerario, sugiere un recorrido. Algunos textos están fechados, de otros es incierta su datación. No obstante, puede establecerse un largo período que abarca desde sus primeras escrituras hasta las últimas, las más cercanas a su muerte. Es decir, hay una construcción efectiva de su poesía que marcha paralela con su obra publicada. Una se apoya en la otra.
Entonces, estos poemas están lejos de ser un descarte, y menos todavía, de constituir una antología encubierta. Smerling escribía continuamente y en muchos casos —aquí se percibe claramente en los poemas que llevan epígrafes de Eliot— trabajaba sus poemas con los de otros poetas. Encontraba acaso el hilo conductor de su propia poesía en la de Olga Orozco, en la de Catulo o Píndaro, o con Victorio Veronese, o Héctor Miguel Ángeli, quizás con Celia Gourinsky y Juana Ciesler; en Enrique Molina, en Miguel Ángel Viola. En tantos, en tantas.
Esos textos, dibujados en papeles de origen y calidad diversos, garabateados a veces y otras, escritos con un trazo fino, siempre febril, se conservaban en enormes bolsas negras de residuos que Smerling acumulaba en sus habitaciones de la casa de la calle Campana. O en el departamento de Sánchez de Bustamante. A veces, durante una conversación, ofrecía: «¿querés un poema?», y extraía uno al azar para leerlo de inmediato. Otras, enviaba cuadernillos mecanografiados por correo postal a sus interlocutores eventuales. O en largas llamadas telefónicas, intervenía los diálogos con lecturas de sus más recientes poemas. Así, esa obra concienzuda, expandida, querible, se distribuyó como los panaderos —la flor del diente de león— en el viento de otoño. Seguramente habrá más poemas escondidos en algún archivo, en cajones o cajas guardadas en altillos, en carpetas viejas.
No hay —y si existe, es escaso— registro digitalizado de su obra. Sólo aquello que los amigos han conservado o transcripto.
Tres
Los dos poemas de esta antología encabezados con citas de Miércoles de ceniza, de T. S. Eliot, muestran la trastienda del poeta. Tras una lectura del norteamericano —no un préstamo—, Smerling aporta una dimensión nueva. El lector de este libro sabrá cómo compone el poeta: los ingredientes que utiliza y dónde los obtiene, los versos que encuentra y cómo los retuerce para lograr su mejor y más exasperada expresión, las atmósferas a las que acude o en las que subsiste, el ritmo que elige o que se le impone como feroz latido. Pero, como todo buen cocinero, se guardará el secreto. Todo está ahí, a la luz, su receta parece fácil. Falta el secreto.
Estas citas son apenas un ejemplo, un emergente pequeño en la gran poesía que hoy nos ocupa; dos versos condensados del diálogo que tanto Eliot como Smerling mantienen con Dios: un mosaico de desventuras donde la Belleza se pasea, no indiferente sino en acto, y tironea hacia la esperanza. «Porque no tengo esperanza de volver», asegura Eliot mientras Smerling, que sabe por experiencia propia que la Belleza está después de la belleza, también aprenderá que su corazón «arde en múltiples universos».
La misma operación poética hará a lo largo de esta antología con los malditos, esos que siempre estuvieron a su lado —Baudelaire, Rimbaud, Artaud—, que incoaron en él el desorden de los sentidos entre absurdos existenciales y cumbres místicas, entre el erotismo más absoluto y la contrición del pecador, del réprobo.
En esta antología varios poemas constituyen un virtual «ciclo de malditos» que demuestra la familiaridad de Smerling con esos poetas. La búsqueda de la Belleza, así con mayúscula, y la de Dios es casi la misma empresa para Smerling. Son cuatro poemas: uno dedicado a Baudelaire y tres a Rimbaud —los ojos, la cara y una carta—.
Reconoce la paternidad de Baudelaire —viejo, le dice— y atribuye a Rimbaud la visión, la videncia: habla de los «ojos alucinantes» del iluminado de Charleville al comienzo de un poema cuyo desarrollo no es más que la descripción de paisajes, exteriores e interiores, la recorrida por el implacable e irreductible trayecto hacia la Belleza.
En Jorge Smerling, como en Lope o Juan de la Cruz y Simone Weil o, más todavía, en Agustín de Hipona, no hay dobleces, y el universo es precisamente eso: uno y diverso. El dolor acompaña el alivio de toda fatiga, obtiene su descanso en la fe y en el convencimiento de ser merecedor del Amor, de ese amor que da la vida por sus amigos, de ese amor que es la luz, la verdad y la vida. Un camino que habrá emprendido en Villa Devoto y que no le habrá sido fácil.
Cuatro
En fin, es posible sugerir que las lecturas se le imponen como parte de la realidad y merecen su interpretación. O ya hay una interpretación al elegir esas lecturas. Es sabido que varios de sus poemas —aun de sus libros, por ejemplo Quásar— tienen origen en informaciones periodísticas, en investigaciones científicas, en noticieros televisivos. Era un seguidor de las tapas, primero, y de las placas televisivas de Crónica, después. Si a los textos poéticos los sometía a un duro tratamiento de torsión la síntesis casi poética de los títulos periodísticos no hacía más que estimular su poesía —y su humor, su sarcasmo—. Esta colección, por caso, tiene un solo texto de una serie, mucho más extensa, titulada Peluquín de pubis, que compuso durante varios meses —quizás años— durante la década de 1980. Esos poemas, de un humor entre surrealista y patafísico, estaban escritos en hojas celestes o rosas de papel liviano para correo por vía aérea, y en varias ocasiones la tinta elegida —generalmente, bolígrafo— se transparentaba en el dorso. O sea que él leía el poema, digamos en un bar, y su interlocutor, sentado enfrente, podía seguir esa lectura desde el texto espejado.
Jorge Smerling. |
Cinco
La mayoría de sus poemas debe estar en archivos de amigos, de amigas, de poetas y escritores, de artistas vivos o muertos. Muchos circularon acompañando cartas extensas, tipeados con máquina de escribir y abrochados con ganchos. Algunos de esos textos salieron de los archivos, cajones, carpetas y ficheros de poetas —Rosana Giribaldi, Victorio Veronese, Diego Roel, Gerardo Burton— y llegaron a esta antología, sin saber ninguno si la que se publica ahora es la composición definitiva. Entonces, esa calidad de efímera que tiene esa obra, porque no está terminada, porque hay versiones diferentes de los mismos poemas, porque su autor todavía no finalizó su composición es, justamente, lo que la mantiene viva. Dijimos que esta antología era inédita, y lo es. Pero de la extensa obra creativa de Smerling, esta colección sólo ofrece una parte.
Sin embargo, como también se dijo, estos poemas no son últimos, no son los finales. Es la producción de Jorge Smerling que se construyó en paralelo con su obra publicada. Tampoco es un descarte: es una poesía a la que un poeta dedicó su vida. Y es apenas lo escrito. La vida de Smerling fue (es) poesía.
Neuquén, enero de 2020
Poemas de
de Jorge Ricardo Smerling
El otro pie que llega a la luz
el otro pie se asoma
porque suele ser la brillante libélula que reparte magnesio
por el sol y pierde altura
ese otro pie que llega a la luz en dimensión de cuerpo
cuando se dobla
corre pájaros con suaves ojos escritos bajo el agua
el pie
ese otro pie que desconoce la luz
aumenta su cacería en vuelo bajo
abre la curva prometida de la noche
y canta
pero no conozco su canción
el pie gira el pie como universo otoñal gira
y pierde su camino
pie sin luz tampoco sombra gira
y es otro pie
se detiene cuando la luna estalla en calavera de reina negra
oh saturación en la semitierra de los pobres
*
Árbol que nace por aventura de mirar
siembra la luz la siembra inquieta
el ojo del ángulo que sostiene la cara
y ese pómulo himalayo que soporta la sombra
sin luz ni hueso de música
bajo el párpado el metal de sombra
sin luz y el ángulo donde estalla el universo
ese ojo que lanza sus puntas y sus fuegos
sobre la cara que es lenta travesía para el mundo
esa línea donde puedo dejar la luz de mi mirada
y es una bailarina la que sopla en siembra de noche
luz estremecida por debajo de los muslos del toro
bicéfalo
bicorne
elemental
doblado
y negro sobre el ojo la pupila también porque es la vida
ojo sin ángulo
imposible
para mirar es necesario destruir
*
De un pato a otro pato
Vuela. No importa el camino.
Sube en ese ejército que alaba las facciones del universo:
tensas quizá como una flor con el beso de la aurora.
Vuela.
La vida es bella a pesar de los fusiles.
Vuela.
Aunque debas llorar por tu muerte
y la de un pato solo
a orillas del río.
*
Voy por vuelo que me ha llamado
Voy por un vuelo que me ha llamado
igual que las tormentas de los extensos campos
atado a ese grito como la Tierra
a los golpes del agua y la indiferencia
a todo lo humano que resiste y resiste
he perdido toda noción de altura
y toda noción de hundimiento
pero me alzan las cuchillas de las nubes
sin otra pretensión que una indigna libertad
porque ya
más arriba
donde el cielo es azul y mi cuerpo
puede rodar
como un hilo de sangre
mordido pero sin muerte y
apenas cayendo de un movimiento a otro movimiento
de movimiento en movimiento
silenciosamente
desde
lo
alto
como la másmuerte codiciosa y hambrienta
*
¿Otro olvido más?
aquel lejano buscador del trino de la opaca luz que sueño
¿será otro olvido más?
quise el parpadeo de las alegrías y no pude
quise la suave mano apenas y no pude
quise el rosario del viento para mi cuello
y sólo fue la inmigración de tristes palabras esta suerte
convéncete, Señor
he vivido en tantos mundos
que ya nadie me recuerda
mientras despojas al sin nombre
y no dudan de Ti
Señor
de tu espada de tu flecha como esa espada
que arrojas
y
arrojas
y clavas
igual que un estilete apagado dentro de mí
que apagas con un goteo lento
como la forma del apenas
ese último sin dolor final
del último dolor
apenas
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