por
Sandra Cornejo (*)
Especial
para El Desaguadero
En
un viaje con el papá de mi hijo (él es húngaro como también lo es ahora mi hijo,
además de argentino), hicimos una escala en el aeropuerto de Moscú, Sheremétievo.
Éramos bastante más salvajes entonces y ciertamente más inocentes. Íbamos a
Londres vía Moscú porque ese recorrido nos abarataba muchísimo el pasaje. El
destino final sería Budapest.
Recuerdo
que me desperté muy cerca del aterrizaje; para mí aquella tierra en aquella época
implicaba un universo que mis ojos no podían admirar más. Cuando apareció la
pista debajo, el bosque y la niebla en torno me impresionaron de un modo apabullante.
Yo había vivido en el sur y tenía una afinidad muy especial por esa clase de
paisajes. Entramos en el aeropuerto, una inmensa mole de hormigón armado con
varias bocas, brazos y ventanales enormes que daban a la pista. Desde allí yo
miraba a los aviones que aguardaban su destino. Lloviznaba. Hacía un frío
penetrante, aun dentro del edificio. Me inquietaba que quienes pedían los
documentos eran todos jovencitos uniformados con sus armas y sus gorros de piel
(ushankas, claro está). Recordé con cariño la canción Nikita de Elton John.
Con el papá de mi hijo tomamos un té y luego fui a caminar por el aeropuerto para recorrerlo un poco mientras aguardábamos el horario de nuestro vuelo. La libertad del viaje y el paisaje siempre han sido una combinación epifánica para mí.
No había demasiada luz ni grandes negocios, pero la gente se veía entusiasta y fuerte. En esas coordenadas, tomar alcohol, era una manera de combatir el frío. Fui caminando por los vericuetos del lugar y de pronto escuché, en un susurro, a alguien que cantaba en español. Guiándome por esa voz anduve hasta que di con una ronda de viajeros, en el medio de la ronda, sola, con su guitarra, una joven mujer (chilena, me enteré después) cantaba Gracias a la vida de Violeta Parra. Me estremeció esa reunión maravillosa en aquel escenario improvisado en esas latitudes.
Pasaron los años, la vida fue encargándose de poner sus pruebas y proponer sus cuitas, pero en mí guardaba el entretejido de aquellas sensaciones: el frío, los aviones, la canción, lo imprevisible que llega sin aviso, en un segundo, «sin alertarnos». Al escribir el poema, por un momento, dudé acerca de los tres últimos versos. Ante la lectura atenta y compartida de una gran amiga (escritora), acordamos su importancia. Esos versos fueron los que tomó Diamela Eltit como acápite de su libro Mano de obra. La poesía tiene también su labilidad, su misterio y su propia existencia. Un abedul nació en el Sheremétievo de 1992, pero me acompaña en cada instante de la vida, vida que agradezco tanto.
Un abedul
Un
abedul
cuando
llueve,
una
arboleda que aclara
al
arañar la pista
y desciende
el avión en un aeropuerto
donde
las mujeres beben vodka
a las
seis de la mañana hora local
Era
acogedor el frío
aunque
temible
Cantabas
en mi idioma
pero
con otro acento
Afuera
la hilera de abedules
los
aviones solos sobre el cemento mojado
Detrás
de las cabinas
los
soldados
te
miraban cantar
Algunas
veces, por un instante
la historia
debería sentir compasión
y alertarnos
(de Sin suelo, ediciones VOX, 2001).
(*) Sandra Cornejo se presenta así en su página
web Tuerto Rey: «Nací en La Plata en abril del 62. Tuve la suerte de crecer
entre Chubut, Catamarca, Mendoza, Córdoba y otra vez Chubut. Estudié Periodismo
y Comunicación Social en la UNLP. Desde entonces me desempeño en distintos
ámbitos en Comunicación Institucional y Gestión Cultural. Luego de obtener la
diplomatura en el Posgrado de Lectura, Escritura y Educación (FLACSO) realizo
talleres de literatura en Contextos de Encierro. La escritura, y especialmente
la poesía, conforman para mí un espacio familiar de expresión. Motivo esencial
por el cual edito Tuerto rey. Publiqué Borradores
(Sudestada, 1989), Ildikó (Último
Reino, 1998), Sin suelo (Ediciones
Vox, 2001), Partes del mundo (Alción
Editora, 2005), Todo lo perdido reaparece
(Cuadernos orquestados, colección de poesía dirigida por Abel Robino,
Cuadrícula Ediciones, 2012) y Bajo los
ríos del cielo (Ediciones Al Margen, 2014) . Algunos poemas integran
ciertas antologías, entre ellas, Poetas
Argentinas (1961-1980) (Ediciones del Dock, 2007), Antología de poetas argentinos II (Free Verse Website 2009,
Irlanda) y El verso toma la palabra,
selección de 33 poetas argentinos (Homoscriptum y La Universidad Autónoma
de Nuevo León, México, 2010). Otros poemas han sido traducidos al húngaro,
inglés y alemán.
2 comentarios:
Sandra es maravillosa, un alma y ojo sensible capaz de ver en la niebla, desde siempre.
Por eso puede escribir así, con la sabiduría de las experiencias ancestrales y con la sorpresa del principiante.
Marcia
Sandra, qué puedo decirte, Hermoso!! Lo comparto
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