Fredy Yezzed en la nieve de Mendoza. |
por Fredy Yezzed
Especial para El Desaguadero
Salí de Colombia en abril de 2008, sin
imaginar que ese viaje por Suramérica ―que no había planeado a conciencia― me
cambiaría radicalmente la vida. Las verdaderas razones por las cuales partí del
país aún no las puedo digerir y serán contadas en otro momento. Bastará decir
como escribió Miguel de Unamuno que muchas veces: «Se viaja no para buscar el
destino sino para huir de donde se parte».
Durante los seis
meses que duró ese viaje por tierra conocí lugares maravillosos y ―aún más―
personas que con sus vidas sencillas y difíciles me dejaron una lección.
Recuerdo un amanecer descendiendo entre las montañas hacia la ciudad de Quito,
cuando asomó el volcán Cotopaxi con una nieve luminosa que lo bañaba casi por
completo. Mi asombró fue casi infantil, ya que no conocía la nieve y nunca
había tenido la oportunidad de ver en carne viva esa instantánea mientras el
sol encendía la nieve.
Imágenes parecidas
se repetirían cerca de Cuzco en Perú, a la entrada de La Paz, donde asoma el
imponente Illimani, en la parte de la cordillera de los Andes que se aprecia
desde Santiago de Chile. Pero será en Mendoza, Argentina, donde, por fin, tuve
la oportunidad de pisar y oler la nieve, de jugar y tartamudear con ella, de sentir
la paz y la compañía que da su paisaje al viajero. Esos momentos, donde la
naturaleza le enseña a los hombres las cosas esenciales, es lo que me ha
llevado a asegurar que más que un viaje físico, fue un viaje espiritual.
Ya radicado en
Buenos Aires, un vendedor de periódicos me dijo: «El año pasado nevó sobre la
ciudad. No te imaginas la fiesta que fue esa hermosura». Me alegré porque
deseaba de nuevo caminar sobre la nieve y aún más, ver nevar sobre esta ciudad.
Pero la nieve ese año no cayó, ni el año siguiente, y así hasta el día de hoy.
Fue, entonces, cuando empecé a planear una nevada sobre Buenos Aires y un día
en que el frío arreciaba, escribí un poema en prosa.
Comparto
uno de los fragmentos para mí, más conmovedores, de La sal de la locura, un
libro que se escribió íntegramente en Argentina con retazos de otros lugares
del corazón. La sal de la locura cuenta la historia de Ariel Müller, un interno
del Hospital Neurosiquiátrico de J. T. Borda, quien vio nevar sobre los patios
de esa fábrica de alienados y de esta ciudad. Más que contar la
historia de un poema, he deseado con el presente relato dar las gracias a la
Argentina y a las amistades que en los últimos siete años han florecido, en
este viaje que aún continúa.
Un poema de
La sal de la locura
de Fredy Yezzed
HA
NEVADO SOBRE LA CIUDAD REPENTINAMENTE. Los
coágulos de nieve se han colado por las tejas rotas y han calado en el corazón
de cada interno. Todos han salido con una calma ancestral a ver esa magia de la
luz petrificada. En sus rostros se trazó una sonrisa que recordó la comida
fresca, el agua limpia, el aire puro. Como tocados por una voz celestial iban
saliendo de sus habitaciones arrastrando la suela de los zapatos. Pronto
atestaron los pasillos como detrás de un perfume e invadieron el patio mirando
al cielo con la boca abierta. Extendían los brazos como dejando posar libélulas
blancas en sus huesos. Jugaban a atrapar el algodón con la boca. Todo lo malo,
si lo hubo, allí murió. Un copo se enredaba en el cabello de los ancianos, otro
se deslizaba por el pecho de las mujeres, uno más huía como un ratoncillo entre
los pies. Esa caricia suave. Esa herida tierna. Esa música que es más bella que
el silencio.
Un regalo
hermosísimo.
Dios al fin habla y
dice.
1 comentarios:
El poema es Tartamudear con la nieve. Bellísimo. Un abrazo.
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