lunes, 29 de julio de 2024

Joaquín O. Giannuzzi: 100 años de un poeta esencial





El paisaje de la poesía argentina del siglo XX es ancho, variado, convulso a veces. Un paneo por ese paisaje nos muestra desde el preciosismo modernista del Lunario sentimental de Lugones hasta la poesía «chatarrera» de los 90 (Santiago Sylvester dixit), pasando por la «renovación clásica» de Borges, el tamizado surrealismo de un Enrique Molina y una Olga Orozco, el desborde verbal de Ramponi, el personal racionalismo de Roberto Juarroz, la búsqueda postvallejiana de Juan Gelman o el expresionismo onírico de Alejandra Pizarnik.

Pero en medio de todo ese paisaje aparece, con especial fulgor, la poesía de Joaquín O. Giannuzzi (1924-2004). Un fulgor particular, emitido por el velador de una habitación vacía en una noche de verano. Giannuzzi, de cuyo natalicio se celebró este 29 de julio el primer siglo, es acaso uno de los más influyentes y venerados poetas contemporáneos y, sin embargo, no siempre su poesía se muestra con el carácter de ineludible que ha de tener. A veces esto sucede por algún malentendido, otras por el propio tono mesurado de sus versos. Pero basta con asomarse de lleno a la profundidad de sus textos para descubrir que era él todo lo contrario a lo que decía de sí: Giannuzzi no era ni un «poeta estándar» ni un poeta «menor de toda antología». Era un poeta excepcional que dejó algunas de las obras más fascinantes de la poesía argentina de las últimas décadas.

La más reciente oportunidad para conocer la poesía de este autor la proporciona la Poesía completa (1958-2008), que publicó el Fondo de Cultura Económica, con prólogo de Fabián Casas, e incluye todos los libros publicados en vida más algunos póstumos y poemas sueltos.

Giannuzzi, hijo de un inmigrante italiano que se dedicó a la marmolería, pudo haber cumplido el deseo de su padre y ser ingeniero. Pero lo cautivó el trabajo con las palabras al descubrir, muy joven, la poesía. Dado que vivir de los versos que trazaba no era rentable, se dedicó al periodismo. Se jubiló de esa profesión, después de escribir para los diarios Crítica, Crónica y la revista Qué.



En las horas libres de ese trabajo, Giannuzzi fue publicando sus libros: desde el primero, Nuestros días mortales (1958) hasta el último, ¿Hay alguien ahí? (2003). En el medio, se cuentan algunas obras maestras, especialmente la tríada que conforman Señales de una causa personal (1977), Principios de incertidumbre (1980) y Violín obligado (1984).

La experiencia como periodista forjó de algún modo, según reconoció Giannuzzi, el tono de su poesía. «Mucha gente subestima la labor periodística considerándola dañina para la labor literaria. Yo creo que, en mi caso, el periodismo me ha dado mayor fluidez», le confesó alguna vez al también poeta y periodista Jorge Fondebrider.

El propio Fondebrider caracterizó algunos de los rasgos de la poesía giannuzziana: «Partiendo de una obsesiva antinomia que opone el mundo de los hombres a cierta idea de mundo natural –algo así como la naturaleza traicionada por lo humano–, Joaquín O. Giannuzzi ha intentado una poesía "objetivista" que trata de restituir un orden perdido».

Acertadamente, Fondebrider (en el prólogo de una antología del poeta publicada por el Centro Editor de América Latina) ha apuntado también cuatro «temas recurrentes» en la obra de Giannuzzi que, «puede afirmarse, bordean la obsesión». Estos temas son la oposición naturaleza/hombre, el arte, la historia dibujándose en el presente y los objetos inanimados.

Una manzana sobre la mesa, un disparo en medio de la noche, el sonido de un laúd o la dalia que agoniza en el jardín pueden conformar el instrumental poético de un autor que, con eso, llega a altísimas reflexiones en las que lo poético se enlaza con lo filosófico: «Este cerrado dolor de cabeza / causado por la presión del mundo visible / reclama un significado» nos dice en Teólogo en la ventana. Para preguntarse y responder, luego, como desde el punto de vista de ese teólogo: «¿Cuál es la relación de esta escena con el otro orden? / La divinidad está aquí por delegación sombría».

Mencionábamos cierto malentendido para con su poesía. En el ensayo Sobre Giannuzzi, Sergio Chejfec dio claves del mismo: «(...) Su constante empeño en descubrir el significado profundo de lo evidente tenía como necesaria contrapartida una cierta igualación del mundo, un regodeo en lo patente». El carácter de «objetivista» que se adosó a la poesía de Giannuzzi («poesía es lo que se está viendo», había escrito en su Poética) provocó en algunos epígonos una excursión a lo deslavado, tosco y prosaico. A una exacerbación de la enumeración y la mención, como si con ese pobre ejercicio pudiera, tan fácil, escribirse un poema.

Pero en Giannuzzi había otra cosa. No era objetivista, creemos, sino, a lo sumo, un objetivista lírico, sintagma que no quiere ser un oxímoron sino la expresión de la síntesis magistral que logró «J. O. G.» (tal como se mencionaba en sus propios poemas). En una entrevista había dicho, justamente: «Yo intento hacer descripciones objetivas, pero muy pocas veces lo consigo. Aun sin quererlo estoy siempre ahí».

La poesía de Giannuzzi («uno de los grandes de la poesía contemporánea», según Leónidas Lamborghini) buscó y consiguió, al fin, ser eso que dice uno de sus versos: «seguir perfeccionando / las terrestres formas venideras». 





Cinco poemas de Joaquín O. Giannuzzi


Fábula

Abrumado por el tabaco y la cultura
y convertido en un engaño por su propia clase
estaba esperando la revolución
por la desnuda, terrible acción de los otros en la calle.
Pero detrás de los cristales
a cubierto del viento social donde toda culpa
entra en crisis con sus razones podridas,
resolvió que el cambio acontecía en las pequeñas mutaciones
permanentes del cielo y el polvo,
en el giro de la cuchara en la taza de té,
en las decepciones periódicas del hígado,
en la muerte de papá y de las moscas.
Inventó un poema con todo eso
y el resultado es una estafa a la vieja forma,
una lejanía cada vez más vergonzante
de un nuevo lenguaje que puede estallar en cualquier momento.

(de Las condiciones de la época, 1967)


Poniéndome la corbata

Cuando J. O. G. se pone la corbata
su mueca ante el espejo no interpreta el mundo.
Más bien es una distorsión desesperada
de un rostro que está allí sin saber cómo.
Ojos espantados que preguntan cuándo acabará todo.

Piedad para todos aquellos que como J. O. G.
aprietan el nudo de la corbata cada mañana
y nunca terminan por ahorcarse.
Sentimentales y astutos como moribundos
que olfatean el límite y retroceden a tiempo.

(de Señales de una causa personal, 1977)


Cuando el mundo es puesto en duda

Entre verso y verso se instala una pausa
donde el mundo es puesto en duda: entonces
pongo mi amarga cabeza a circular por el jardín.
Busco un rumor terrenal
a un costado de la escritura consciente.
Palpo un higo maduro, una dalia inclinada
por el peso del agua
hacia este oscuro planeta. No residen aquí,
en estos suaves, acuerdos, las negaciones
de la existencia, su sonido negro. Al pie del muro
un susurro de violetas, la humedad feliz
de la vida individual. Del otro lado
los días de la muchedumbre que alza los puños
poseída por un conocimiento decisivo. Estas cosas
han optado por sí mismas. Toman la tierra
por asalto, la fecundan con un sentido
que me estoy debiendo. Ahora suena un disparo:
¿debo elegir? ¿Mentir en la oscuridad de mi
habitación?
¿Cómo ser exacto? La época apresura su pánico
dentro de mi cabeza, allí
donde un aullido oscila oscuramente
de un extremo a otro de lo desconocido.

(de Violín obligado, 1984)


Invitación a la dalia

Querida mía: te propongo
una visión oblicua con relación al universo.
Que tu egoísmo y el mío sean uno
y hagan el amor sin necesitar
que restauren el mundo para nosotros.
¿Es demasiado soberbio
dar la espalda a la calle
donde rugen los automóviles terroristas
y la policía rebosa de actualidad?
Tanto mejor volvernos
con huesos desconocidos. Clausurados,
macho y hembra en época de crisis,
hacia el fondo de la casa
donde hay un jardín creciendo
fuera de la historia,
capaz de barrer la sombra contaminada
entre el deseo y la carne.
He descubierto allí
una planta de dalias con el tallo surcado
por una vena roja
que asciende hasta engendrar
estallidos fríos y violáceos en lo alto.
Que tengamos comunión y bodas
con esa certidumbre vegetal. 

(de ¿Hay alguien ahí?, 2003)


La paz del torturador

El torturador está cenando
con su sagrada familia.
Todo parece andar bien en este pequeño mundo.
Él está satisfecho con su trabajo
tan gratificante
que con 220 voltios es capaz de hacer maravillas
como arrancar de raíz
el más recóndito secreto de Dios.
La esposa no tiene por qué saber nada
acerca de estos asuntos
que por otra parte no le servirían
para hacer una buena sopa.
Sus dos hijitos admiran a papá
por su generosa manera
de llenar el mundo a su alrededor.
Cuando llega de la calle
el perro mueve felizmente la cola
y a los dos les da lo mismo
cualquier sistema social.

(de Un arte callado, 2008)

sábado, 27 de julio de 2024

Mud, nuevo poemario de Rubén Valle




Mud es el nuevo libro de poemas del periodista y escritor Rubén Valle, editado por Libros de Piedra Infinita.

En el jazz, el concepto de mood alude a la atmósfera o el sentimiento emocional que una música transmite. A su manera, Mud es una traducción antojadiza de un mundo que excede lo sonoro y se manifiesta, por qué no, también en la poesía.

Dice Miguel García Urbani en el epílogo: «El jazz y la poesía tienen algunas condiciones similares, una de las más disfrutables es la demora en la entrega. El silencio hace parte, se diría incluso que tanto el jazz como la poesía son grandes silencios apenas intervenidos. Rubén Valle se levanta la solapa y sale elegantemente bien librado de ese desafío. Él, que ha manejado grandes caudales de tinta en las redacciones de los medios gráficos durante tantos años, se ha guardado en la manga la humedad justa para decir solo lo necesario. Eso también es jazz.
«Monk, Miles, Dizzy, Billie, Mingus, son algunos de los nombres familiares que aparecen capturados en los versos de Mud, pero les diría que la condición jazzística de este sincopado poemario está más allá de las alusiones; se crea y recrea en el clima, en los escenarios sugeridos, en la íntima universalidad de ese fenómeno que llamamos jazz, que incluso excede la música, pero que nunca está más allá de la condición humana».


 
VARIACIONES
 
En su nocturna caminata lunar
                       sobre las teclas
un gato negro y bizco
logra que ese desvencijado piano
suene como un sótano fantasmal
donde acaso el intruso intuya que la noche
echó a andar sus demonios
y ya no tenga las siete vidas de rigor
Todas y cada una quedarán
a su aire en el escenario
como variaciones de la muerte
que se ríe de sí misma
y vuelve a ser un standard
que nadie toca y a todos toca.


***




Rubén Valle (Mendoza, Argentina). Periodista y escritor.

Ha publicado los libros de poemas Museo Flúo (1996), Los peligros del agua bendita (1998), Jirafas sostienen el cielo (2003), Placebos (2004), Tupé (2010), Grietas para huir (2012), Lo negro de la nieve & otros poemas así (2018), La lengua del ahorcado (2019), Ojodrilos (2021) y Mud (2024).

Integra las antologías de poesía Promiscuos & Promisorios, La ruptura del silencio, Martes literarios y Poesía en Tierra.

Su narrativa breve incluye Desperté en el bosque después de haber soñado un bosque (2013) y La medida de lo posible (2015), ambos publicados por Ebook Argentino, y Modo luciérnaga y Cono del silencio, editados respectivamente en 2020 y 2023 por Ediciones Peras del Olmo.

En 2020 crea Quizás Quizás Quizás (QQQ) junto con el músico y productor Alejandro Moyano. Un proyecto musical donde desarrolla su faceta como autor de canciones, plasmado en el disco Bucle (2022).  

Ha trabajado en varios medios de su provincia (Diario UNO, Los Andes, MDZ online, entre otros). En la actualidad es director de Prensa de la Universidad Nacional de Cuyo y dicta talleres literarios.  

miércoles, 24 de julio de 2024

5 poemas de Alejandro Cesario



Alejandro Cesario nació en Colegiales en 1967. Publicó: Esas miradas tristes - un viaje por la Patagonia (novela, 2006), El humo de la chimenea (poemas, Ediciones del Dock, 2009), Fragor de borrascas (poemas, Ediciones del Dock, 2011), Ciervo negro (poemas, Ediciones del Dock, 2012), Estación de chapas (poemas, Ediciones del Dock, 2013), La última sombra (poemas, Ediciones La Yunta, 2015), El bruto muro de la casa propia (poemas, Ediciones La Yunta, 2018), Tonada que no canta (poemas, Ediciones La Yunta, 2020) y Una hilacha en lo real (poemas, Cartografías, 2022).
Integró la Antología Federal de Poesía de la Provincia de Buenos Aires y algunos de sus poemas fueron publicados en distintas revistas de poesía y diarios culturales.
Esta selección de cinco poemas (breves, como todos los de ese volumen) forman parte de Una hilacha en lo real.

 

Labrador

De regreso a la barraca

chupa las vainas 
de algarrobo maduras

y escupe el resto fibroso.

Queda un amparo,

el asilo del abrazo.



Titiritero


Con fulgor y con palabras,

una hilacha en lo real,

y otra

en la brizna magia.



Paralelo 46 Sur


Ahí.

Clavado, ignoto,

sobre una pizca
de la llanura arrecida,

ese crucifijo yerto,

que se urde al sol.



Inundación


Algunos trepados a los techos.

Otros,

en chalupas con sus bebés aupados
y con sus perros.

Y en el patio,

en la maroma,

se tamiza un sueño,

penden los botines al sol.



Reencuentro con el hijo


Hay,
sobre el culmen de la montaña,

el latir de una ausencia

que quiere estrujar.

lunes, 10 de junio de 2024

Veinte poemas de amor y una canción desesperada, de Neruda, cumple 100 años

Retrato de Pablo Neruda por Renato Guttuso.

 Pájaros que dormían en tu alma


por Fernando G. Toledo

Hay pocos libros de poesía contemporánea en español de los que pueda decirse que han influido a generaciones enteras, pocos que han vendido tantos ejemplares, pocos que pueden seguir encarnando ese ideal romántico como Veinte poemas de amor y una canción desesperada, el libro de Pablo Neruda que está cumpliendo un siglo desde su primera edición.

Si revisamos la inusual popularidad del libro, un verdadero éxito editorial que trasciende todo análisis meramente literario (por las implicaciones culturales de la obra), hay que decir que el último conteo oficial data de hace 20 años, cuando este poemario llegó a los tres millones de ejemplares vendidos. A pesar de que su poesía evolucionó notablemente en los años siguientes, hasta llegar a la concreción de obras cruciales para la poesía de América como Residencia en la tierra o Canto general, Neruda jamás cometió el pecado de despreciar a esta obra aun cuando se tratara de un libro de juventud.

De hecho, cuando en 1960 el libro alcanzó el millón de ejemplares vendidos, Neruda prologó la edición conmemorativa de ese año con un texto titulado Pequeña historia, en el que se lee: «Por obra del curioso destino, los Veinte poemas… continúan siendo un libro de aquellos que se aman. Por un milagro que no comprendo, este libro atormentado ha mostrado el camino de la felicidad a muchos seres. ¿Qué otro destino espera el poeta para su obra?».

Reducir, sin embargo, el valor del libro a su popularidad, aun cuando esta se imponga por contundencia, sería cometer un error. Y es que junto con esa popularidad hay un influjo que se vuelca de los lectores en los autores iniciados, en el sentido de que por mucho tiempo (quizás durante todo el siglo que ya festejan los Veinte poemas…), el de Neruda ha sido el volumen de poesía que ha acompañado el inicio de la trayectoria poética de muchos autores de lengua española. 

No muy distinto fue el recorrido del propio autor chileno al escribirlo. Un año antes de este libro, el precoz poeta de 19 años había publicado Crepusculario (1923), que pronto llamó la atención de sus contemporáneos chilenos, entre ellos el escritor conocido por el seudónimo Alone. Si en el ese libro inicial el modernismo de la época parece evidenciarse más claramente, en Veinte poemas de amor y una canción desesperada, la influencia más clara, y la reconocida por el propio autor sin ambages, es una muy distinta. Carlos Sabat Ercasty, quien había publicado en 1917 un libro inicial llamado Pantheos resultó una revelación para Neruda. Leer el libro del uruguayo es descubrir los cimientos de ese Neruda, desde la cuestión tipográfica (el uso de signos exclamativos de cierre, al modo inglés, el corte de besos) hasta el encendido romanticismo del planteo.


Pero no todo es imitación en Neruda, ya que la voz del futuro Premio Nobel (lo obtuvo en 1971) empieza a resonar claramente, en poemas de sorprendente perfección formal (dominan los versos endecasílabos y los alejandrinos, además de la rima asonante), en los que esta parece eclipsada por la potencia de sus imágenes y el hondo, pero sutil erotismo que rezuman los textos. En este sentido, la corporalidad que dibuja ya desde los primeros versos del poema inicial («Cuerpo de mujer, blancas colinas, muslos blancos (...) / Mi cuerpo de labriego te socava / y hace saltar el hijo del fondo de la tierra»).

La destinataria de los versos no es una, aunque siempre le hable con la misma intensidad. Parece una síntesis de algunos amores de juventud, que se dan cita de manera innombrada. A veces, ciertamente, la mujer está junto a él y actúa en presente, pero en otras ocasiones el poema es un arma contra el olvido, contra lo pasado, contra lo alejado: «Por qué se me vendrá todo el amor de golpe / cuando me siento triste y te siento lejana?». En este sentido, el poema más célebre es casi un paradigma. En «Puedo escribir los versos más tristes esta noche» (Poema 20), Neruda traza un paisaje desolado en uno de los más conmovedores poemas de amor de nuestro tiempo, que no puede más que desembocar en esa «canción desesperada» con la que cierra el breve e intenso volumen y en el que ya pueden apreciarse poderosas imágenes emparentadas con las que el poeta trazará en su obra maestra (Residencia en la tierra), como cuando canta, dolido: «Abandonado, como los muelles en el alba. / Sólo la sombra trémula se retuerce en mis manos. / / Ah, más allá de todo. Ah, más allá de todo»).

Libro que borra las fronteras del lector culto y el iniciado, versos para aprender a escribir, germen de uno de los poetas mayores de nuestra lengua, Veinte poemas de amor y una canción desesperada pareciera no envejecer, con un siglo encima. Quizás porque, parafraseando uno de sus versos, siempre consigue en quien lo lee, que despierten «pájaros que dormían en su alma».





Un poema de
Veinte poemas de amor y una canción desesperada
de Pablo Neruda

Poema N° 20

Puedo escribir los versos más tristes esta noche.

Escribir, por ejemplo: «La noche está estrellada,
y tiritan, azules, los astros, a lo lejos».

El viento de la noche gira en el cielo y canta.

Puedo escribir los versos más tristes esta noche.
Yo la quise, y a veces ella también me quiso.

En las noches como ésta la tuve entre mis brazos.
La besé tantas veces bajo el cielo infinito.

Ella me quiso, a veces yo también la quería.
Cómo no haber amado sus grandes ojos fijos.

Puedo escribir los versos más tristes esta noche.
Pensar que no la tengo. Sentir que la he perdido.

Oír la noche inmensa, más inmensa sin ella.
Y el verso cae al alma como al pasto el rocío.

Qué importa que mi amor no pudiera guardarla.
La noche está estrellada y ella no está conmigo.

Eso es todo. A lo lejos alguien canta. A lo lejos.
Mi alma no se contenta con haberla perdido.

Como para acercarla mi mirada la busca.
Mi corazón la busca, y ella no está conmigo.

La misma noche que hace blanquear los mismos árboles.
Nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos.

Ya no la quiero, es cierto, pero cuánto la quise.
Mi voz buscaba el viento para tocar su oído.

De otro. Será de otro. Como antes de mis besos.
Su voz, su cuerpo claro. Sus ojos infinitos.

Ya no la quiero, es cierto, pero tal vez la quiero.
Es tan corto el amor, y es tan largo el olvido.

Porque en noches como esta la tuve entre mis brazos,
mi alma no se contenta con haberla perdido.

Aunque este sea el último dolor que ella me causa,
y estos sean los últimos versos que yo le escribo.

martes, 16 de abril de 2024

8 poemas de Cristian Aliaga


 

Cristian Aliaga nació en Darragueira (Provincia de Buenos Aires), aunque se crio en la Patagonia. Tras recibirse de Licenciado en Comunicación Social por la Universidad del Comahue (General Roca, Río Negro) se instaló en Comodoro Rivadavia (Chubut), donde comenzó trabajando en el diario El Patagónico.
 
Luego de dirigir el gabinete de Prensa de la Universidad Nacional de la Patagonia San Juan Bosco (donde se desempeñó como docente desde 1987 hasta el final de sus días), volvió a El Patagónico, esta vez a cargo de la redacción. También tuvo una labor en radio, a cargo de programa como La vuelta al día y El Banquito.

Posteriormente se trasladó a otra localidad de la familia en que residía, Lago Puelo, para interesarse por temas de los «pueblos originarios», como mostró en artículos para el medio El Extremo Sur.
 
Publicó numerosos libros de poesía, pero también relatos de viajes y ensayos. Entre sus títulos destacan: La sombra de todo, Música desconocida para viajes, La caída hacia arriba, La pasión extranjera y el más reciente: La nostalgia del futuro (2023).

En su rol de editor, dirigía Ediciones Espacio Hudson, que publica libros de pensamiento crítico, ensayo, poesía y narrativa.

Falleció el 16 de abril de 2024 en Buenos Aires, adonde había sido trasladado por complicaciones de una neumonía.


El poema de la muerte

Y si viene la muerte 
la divertiré

y si escribe un poema 
para darme lo que buscaba 
antes del fin 
diré que he perdido

la memoria 
y el interés

y la divertiré.

Y luego 
copiaré el poema 
de la muerte.


Edificar sobre plumas

Edificamos sobre plumas el cisne 
blanco que se ahogará. No es culpa del objeto, 
somos animales de antes del diluvio. 
Crímenes de toda especie 
se consuman sin que lo admitamos. 
Una lengua no es suficiente, una ética tampoco.


El sentimiento turbio

Una letra azul hasta que la hoja acabe en negro,
siempre, el final.
Ese color de fin de era se impone al rojo, alternan sangre los dos.
Querer condensar en un verso largo esa pálida voz perfecta.
Es turbio el sentimiento, tiene el poder
para anular la angustia por segundos;
de la inteligencia sacamos eso, angustia,
por estar al acecho. Pero el sentimiento es adictivo
aunque se pierda
en la dulce turbiedad
de un tren que pasa a velocidad constante en otra vida.


Mi madre hierática no fue,

el padre mío sí, cantaba tangos 
en la oscura siembra. 
Imaginaba París para cantar 
como un uruguayo.

Ah, los señores 
que lo ungieron al arado.

Hemos sido insensatos, 
sedientos, santos de catedral destruida, 
infancias pobres, gauchitos giles, 
del amor aquél cruel que suscita 
desastre, 
pero no descarten el futuro en esos imbéciles de genealogía, 
yo mismo el instrumento, los bueyes,
mi padre y yo.


La entrega

he entregado de mí el alma 
a la negra de Baudelaire

en adelante me repliego en el hablar 
hablo la carencia del poema 
suscito emociones de abandono 
en el barro más dulce de mente

soy una mujer no el poeta 
ardida por el desprecio 
trabajada por el amor 
de Baudelaire 
ya inmóvil, religioso en la isla

soy una negra como poeta
querida

para siempre
al sol del tiempo abandonada


Maltratado y plácido

pesa la mano sobre lo escrito
cargada la mano 
resiste el peso 
que el brazo le impone 
el cuerpo entero 
maltratado y plácido 
viaja por la mano 
hasta lo escrito 
el aerolito inalcanzable 
golpeó al cerebro 
que hace los movimientos 
del acróbata 
sin dominar al cuerpo 
que lo escribe


Estirar la mano 

Estirar la mano como quien pide un don
y se arrepiente,
deja el gesto en el aire y pide menos que nada
para seguir.


Arte, poética

Un poeta –un lobo sin cartel–
no muestra sus cartas, no baraja
de nuevo, no escancia vinos
que no es capaz de beber.
Es un animal procaz
que no ve detrás de las ventanas
sino más allá de las rejas,
un espectro sordo
que no domina su carga
y se entrega a ella.
Un poeta –un punto azul sobre la mesa–
no mira para ver
sino para abrir los ojos.



viernes, 12 de abril de 2024

Los collados eternos: el libro de Alfredo Bufano que regresó en edición de lujo

Andrés Casciani y Marta Castellino.



Esta obra, publicada originalmente en 1934, se reedita en una versión que incluye un prólogo de Marta Castellino y numerosas ilustraciones de Andrés Casciani.




El nombre de Alfredo Bufano no es uno más para el paisaje de la literatura argentina en el siglo XX. Emblema del poeta órfico, dado «en cuerpo y alma» a su obra, el escritor nacido probablemente en Italia, pero criado en San Rafael y con una extensa carrera en Buenos Aires, fue uno de los más prolífico y admirados líricos de su tiempo, merced a obras de perfección técnica y viva emotividad que le granjearon cierta fama y reconocimiento que bien pueden reflejarse en escuelas y calles que llevan su nombre en distintos puntos de la Argentina.

Y si bien el nombre de este poeta que murió en 1950 parece resonar en nuestra memoria cultural, no siempre sus obras están tan presentes, reeditadas y a la mano de todo aquel que quiera sopesar su valía. Aunque ha sido objeto de recopilaciones de su obra y de algunas antologías, tanto en Mendoza como en Buenos Aires, los de Bufano suelen ser libros que se hallan como un tesoro en librerías de usado o propios de buscadores bibliográficos. 

Alfredo Bufano.


Es por esa razón que la nueva edición de Los collados eternos (1934), una de sus obras más declaradamente místicas y difíciles de conseguir, resuena como una novedad encomiable en estos días. El libro, además, aparece con dos soportes que lo enaltecen y le agregan valor: un prólogo de la especialista Marta Castellino (quien tuvo a cargo la edición) y las numerosas ilustraciones del pintor mendocino Andrés Casciani, un habitual ilustrador de obras literarias.

El libro fue presentado el viernes 12 de abril de 2024, en la librería García Santos de la Ciudad de Mendoza. Antes de eso, Marta Castellino y Andrés Casciani compartieron las particularidades y valor de esta publicación.

–¿Qué papel ocupa Los collados eternos en la frondosa obra de Alfredo Bufano, tanto en lo estilístico como en lo temático, si cabe hacer aquí esa distinción?
–Marta Castellino (MC): En cierto modo, se podría decir que Los collados eternos es un libro único dentro de la producción poética de Alfredo Bufano, al menos desde el contenido. Si bien la relación con lo religioso es una constante que impregna toda su obra, este libro pertenece a una tradición hagiográfica (relatos de vidas de santos) de raigambre medieval y que casi no registra ejemplos similares en la lírica contemporánea. En cuanto a la forma, en cambio las composiciones de este libro pueden incluirse dentro del vasto «romancero» de Alfredo Bufano: un conjunto de composiciones escritas en verso octosílabo, con rima asonante, que aparece en gran parte de sus obras. El cultivo de esta forma relaciona a Bufano con las búsquedas popularistas y neopopularistas de grandes poetas españoles modernos, como Federico García Lorca, además de relacionarlo con la tradición medieval.

Ilustración de Andrés Casciani para Romance a un viejo templo de la ciudad de San Luis


–No parece que sea, a diferencia de títulos como Valle de soledad o su Romancero, la obra más presente en la actualidad. ¿A qué puede deberse? ¿Quizás a su declarado contenido místico-religioso?
–MC: Efectivamente, la poesía más difundida de Bufano es la que se asocia con la «postal» del oasis mendocino, que es por otra parte la línea temática más cultivada por el poeta. Ciertamente el contenido religioso exige en principio otro tipo de lectores. Por eso surgió la idea de publicar este libro, en una especie de edición conmemorativa, porque se cumplen noventa años de su publicación original (1934). Y la idea fue fomentar la lectura componiendo un volumen ilustrado, en el que la belleza del texto y de la imagen se complementen. Cabe aclarar, de paso, que Los collados eternos contiene alguno de los poemas más bellos de Bufano, como es el Romance de la Anunciación.

–Se distingue mucho, tanto en referencias como en el uso clásico de versificación (casi sin variar entre el octosílabo y el heptasílabo) de su libro póstumo, Marruecos. ¿Eso habla también de una búsqueda constante de parte de Bufano por la obra poética?
–MC: La diversidad formal es una característica distintiva de la obra de Bufano, que cultivó con igual maestría, además del romance, los sonetos y el verso libre, en una búsqueda constante de adecuar la forma poética a los contenidos; de allí que el libro Marruecos, publicado póstumamente, contiene hallazgos expresivos que, con la alternancia de metros, trata de reproducir la musicalidad y el ritmo que él observó en la cultura africana, por ejemplo.

Ilustración de Andrés Casciani para Villancico de San Juan Bosco Niño



–¿Qué desafíos presenta ilustrar un libro de contenido tan particular como Los collados eternos?
–Andrés Casciani (AC): Es un inmenso honor acompañar la profunda poesía de Bufano. La temática que plantea en Los collados… me remitió inmediatamente a la estética de las láminas miniadas medievales: retratos de otro tiempo y otra humanidad, en los que el preciosismo de los detalles y las decoraciones sirven de marco a visiones plenas de esoterismo, utopías y misticismo.

–Hay un trabajo constante de tu parte con escritores mendocinos de la actualidad. ¿Qué representa hacerlo con un poeta que escribió este libro hace nueve décadas?
–AC: Es la confirmación de que el diálogo mágico y atemporal entre la ilustración y el texto es como viajar en el tiempo: habitás la poética y la visión del escritor como un intruso en su mundo, «filmando» con trazos lo que podés intuir en sus paisajes distantes.

Ilustración (capitular de la letra E) de Andrés Casciani para Romance del monje Martirio 



–El libro no sólo incluye ilustraciones de cada poema, sino también el uso de letras capitulares. No es usual ver hoy en día un libro de edición tan lujosa. ¿Lo ven así ustedes? ¿Creen que es una manera de revalorizar el libro impreso, a pesar del alto costo que puede tener?
–AC: La presencia de las capitulares, y de la gran cantidad de ilustraciones en general, remite a la época «sin tiempo» de los Libros de horas medievales: una concepción del libro como objeto mágico y sagrado. En ese sentido la intención de la edición apunta a rescatar arqueológicamente el libro, no sólo como vehículo del texto, sino de una experiencia sensorial integral, que invita a contemplar y percibir un hecho estético que trasciende la lectura. El libro como un objeto-ventana hacia una vida que no estaba tan asfixiada por la urgencia engañosa y alienante del mundo virtual digital.

–¿Cómo fue posible esta edición y qué repercusión esperan que tenga?
–AC: Esta edición comenzó a gestarse en 2019, cuando Marta me presentó su trabajo de investigación terminado, así que ha sido una verdadera travesía en la realización de las más de 20 ilustraciones. Atravesó la época de pandemia e incluso casi fue anulada su impresión. Gracias a la gestión de Marta ha llegado a ver la luz esta edición que es muy destacable en cuanto a la calidad de diagramación, la concepción del libro como objeto de arte y como patrimonio cultural literario.





Un poema de
Los collados eternos
de Alfredo Bufano

Romance de la Anunciación

Soledad de luna grande, 
profundo aroma de estrellas, 
quietud de viento dormido 
sobre montañas enhiestas, 
frescura de aguas inmóviles 
de alucinadas cisternas; 
verde penumbra tejida 
con flores recién abiertas; 
borroso huerto de estampa 
adivinado entre niebla; 
olor de cedros y pinos, 
y un gran silencio de cera.

Nazaret duerme en el alba, 
pero María está en vela; 
hila vellones de luna 
con blancas manos de seda; 
sus pies desnudos asoman 
de entre faldas de estameña. 
Hila que hila la Virgen 
vellones de luna nueva; 
deja de hilar, y sus ojos 
de claros mundos se llenan.

María espera en el alba, 
pero no sabe qué espera. 
Secreto gozo le dice: 
«¡María, no te me duermas!» 
Y el huso gira que gira, 
y la luna se desfleca 
para enredarse dichosa 
entre las manos de Ella.

De un hondo aroma de lirios 
se ha embalsamado la tierra: 
el Arcángel de oro y rosa 
entre dos ángeles llega. 
¿Cómo ha llegado, Dios mío, 
que no lo vio la Doncella? 
Florida vara de nardos 
relumbra en su fina diestra; 
son de celajes bordados 
sus alas auribermejas; 
rosa de luz es su boca 
y sus ojos dos turquesas.

La Virgen mira y no sabe 
si está dormida o despierta; 
inmóvil está en el alba 
y la voz divina espera. 
Gabriel está de rodillas como mi alma, ante Ella.

¡Y oyó el celeste mensaje 
que entre los siglos resuena!

¡No son más dulces los dátiles, 
ni son las grutas más frescas! 
¡No son los astros más limpios 
ni las nubes más ligeras! 
¡Ni en donosura lo iguala 
la muerte con ser tan bella!

¿Qué maravilla se ha obrado, 
Señor, en tu humilde Sierva, 
que así de júbilo llora 
su corazón, y la tierra 
temblorosa y palpitante 
se agranda en el alba inmensa?

¿Por qué los aires se ahondan 
y se aclaran las estrellas? 
¿Por qué de coros lejanos 
los altos cielos se pueblan?

Gabriel por rumbos ignotos 
su vuelo tiende y se aleja. 
Hila de nuevo la Virgen 
entre gozosa y severa. 
Sus manos mueven el huso 
y sus puros labios rezan. 
Celeste onda de amor 
la envuelve en llamas secretas.

¡El alba está entre los hombres! 
¡Nazaret se abre en la tierra!

martes, 9 de abril de 2024

5 poemas de Alejandro Nicotra




Alejandro Nicotra nació en Sampacho, Córdoba, en 1931. Publicó, en poesía: Cuaderno de Córdoba, Castellví, Santa Fe, 1957; Nuevas canciones, Colombo, Buenos Aires, 1965; El tiempo hacia la luz, Hachette, Buenos Aires, 1967; Detrás, las calles, Rialp, Col. Adonais, Madrid, 1971; Puertas apagadas, La Ventana, Rosario, 1976; Lugar de reunión, Taladriz, Buenos Aires, 1981; El pan de las abejas y otros poemas (antología), El Imaginero, Buenos Aires, 1983; Puertas apagadas/Lugar de reunión, Universidad Nacional de Córdoba, Córdoba, 1986; Desnuda musa, Alción, Córdoba, 1988; Hogueras de San Juan, El Imaginero, Miramar, 1993; Il pane delle api e altre poesie, Centro Internazionale della Grafica di Venezia, Venecia, 1993; Poesía (1976-1993), Alción, Córdoba, 1994; Cuaderno abierto, Ediciones del Copista, Col. Fénix, Córdoba, 2000; Antología poética, Fondo Nacional de las Artes, Buenos Aires, 2002; Lugar de reunión -Obra poética 1967-2000-, Ediciones del Copista, Córdoba, 2004; El anillo de plata, Ediciones del Copista, Col. Fénix, Córdoba, 2005; De una palabra a otra, Ediciones del Copista, Col. Fénix, Córdoba, 2008 y La tarea a cumplir, Editorial Brujas, Col. Fénix, Córdoba, 2014. Ha recibido, entre otras, las siguientes distinciones: Premio Arturo Capdevila del PEN Club Internacional, Centro Argentino, 1968; Faja de Honor de la Sociedad Argentina de Escritores, 1977; Premio Esteban Echeverría de Gente de Letras, 1991; Premio Konex de la Fundación Konex, 1994; Premio Consagración del Gobierno de la Provincia de Córdoba, 2003; Premio Rosa de Cobre de la Biblioteca Nacional, 2013. Fue Miembro Correspondiente de la Academia Argentina de Letras. Falleció el 1 de abril de 2024 en Córdoba.


Recuerdo de Alfredo R. Bufano

Santa Fe, 1957


Le veo en alta noche, a orillas del Suquía, 
en la ciudad que nombran colinas y campanas; 
el cielo era un enjambre extático que ardía 
sobre su voz transida de músicas lejanas.

Distante de los álamos y las cumbres cuyanas, 
dolido por su patria, de la pampa traía 
el corazón sediento de alturas sobrehumanas 
y los ojos velados por la melancolía.

Le veo como entonces, en mi ciudad callada. 
¡Qué luna de trasmundo, qué cruel aire de frío, 
rondábanle la frente, al cielo levantada!...

¿Quién velará su dulce, su claro señorío? 
¡Le veo como entonces, en esta madrugada, 
y oigo su voz, ya eterna, en el canto del río!

(Publicado en La Prensa, 1957)


Enumeración urbana

Las avenidas que corren en la noche 
con todas sus lámparas encendidas, hacia el amor 
y desembocan en los baldíos y las sombras.

Y las plazas, los sitios 
en los que el tiempo respira y dice, por árboles 
y gárgolas: — Yo soy la eternidad...

Y los edificios, altos, 
con ventanas abiertas a un millón de existencias 
posibles. (Y no hay más que el cuarto, blanco y negro,
en que alguien está solo. Cuartos 
y cuartos como planetas fríos.)

Y los puentes, anacrónicos 
en la elegía y el suicidio, sólo pasos 
de una calle a otra calle.

Y las calles, que entre relámpagos 
y gritos, te conducen 
a la casa, sin nadie, de tu muerte.


Opinión sobre poetas

—Creía en ellos,
con alguna vacilación, es cierto,
como se cree en quienes han hablado con Dios
              en sus montañas, 
y cuentan el secreto; 
pero un día 
renegué de sus bocas de pájaros mentirosos;
después, los vi morir 
en una choza sucia,
ciegos y balbuceando palabras sin sentido.

Entonces volví a creer en ellos, 
en su sabiduría rota,
ya sin ninguna sospecha de cordura.

(Puertas apagadas, 1967-1976)


Estos pájaros

Como en un alba de invierno,
se buscan por las quiebras de tu voz, niebla
          y árbol,
sus oscuras bandadas. Ya no sé 
de dónde vienen
—ni a dónde van.
Me basta su azorado aleteo,
su trino lúgubre,
su llegada semejante a un adiós.

(Hogueras de San Juan, 1989-1993)


Escena/Epílogo

Al parecer, todo ha concluido.

(Desierto el libro, clausurada la lámpara, 
en sombra el párpado del hogar 
           y su gato.)

Sólo que la mañana ha vuelto. 
(Extiende, de cima a cima, un cielo frío 
            con luz rosada.)

(De una palabra a otra, 2006-2008)

jueves, 4 de abril de 2024

Entrevista a Diego Roel: «No me siento tan solo al escribir poesía mística, hay otros en la misma senda»

Diego Roel (foto: premio Loewe) 



El argentino, que residió durante un tiempo en Mendoza, acaba de recibir el Premio de la Fundación Loewe por su libro de poemas Los cuadernos perdidos de Robert Walser



A algún distraído el nombre de Diego Roel le puede parecer el de un recién aparecido. Un poeta argentino que, de pronto, comenzó a ganar premios internacionales: el premio Alegría en 2020 y el Premio de la Fundación Loewe ahora, este último uno de los más importantes en lengua española. Sin embargo, el trabajo de Roel (nacido en Témperley, Provincia de Buenos Aires, en 1980) es una tarea íntima, dedicada y sostenida desde hace 20 años, cuando se editó por Libros de Tierra Firme Padre Tótem - Oscuros lugares de revelación.

Roel, quien además es lector voraz de poesía y difusor de la misma, tiene además una vida itinerante cuyo camino lo llevó incluso a vivir en Mendoza durante dos años (2009 a 2010 y 2012 a 2013) hoy lo tiene campando a sus anchas, dado que se encuentra por un tiempo en España, adonde viajó para recibir el premio por Los cuadernos perdidos de Robert Walser, que le deparó el prestigioso premio Loewe y la publicación en la no menos prestigiosa editorial Visor.

En una parada de Madrid, justo cuando recupera una computadora que perdió por unos días, Diego Roel se dispone a charlar con esta tierra del otro lado del hemisferio de la que guarda buenos recuerdos.

—Estás en la gira de presentación de Los cuadernos perdidos de Robert Walser (Visor), el libro que ganó el premio Internacional Loewe de poesía. Primero que nada, ¿cómo estás viviendo estos días? 
—Vivo estos días con intensidad y alegría. ¿Qué me provoca? No sé. Una sensación rara. 

—Hablemos ahora del libro, ¿cómo surge y qué características tiene? 
—Surgió de una charla con una amiga poeta, Alejandra Boero. Ella me mencionó algunos aspectos de la escritura de Robert Walser que tendrían que ver con mi escritura. Yo no estaba del todo de acuerdo, entonces releí parte de la obra del escritor suizo, para refutarla. También leí el libro de Carl Seelig, Paseos con Robert Walser. A los 50 años, durante su segunda internación, Walser deja de escribir definitivamente y se contenta (si le creemos a Seelig) con su vida de paciente de un sanatorio mental. Entonces yo me imaginé unos cuadernos perdidos, una especie de diario apócrifo. Empecé a tomar notas y escribí los primeros poemas. Así surgió.

—Has hablado del «anhelo de invisibilidad» en el trabajo de muchos poemarios, esto es, ponerte una máscara y hablar como otro, sea Jonás, sea Hildegarda de Bingen o Robert Walser. ¿Qué caminos te abre ese ejercicio y cómo hacés para colar tu propia voz en esos textos? 
—Siempre es mi voz. Mi voz transfigurada, disimulada o atravesada por el mundo y las cosas del mundo. Pero siempre es mi voz.

—Robert Walser era un poeta andariego. Vos no lo sos menos, ya que tu biografía muestra un nomadismo curioso. Has vivido en varias provincias, incluida Mendoza. ¿En qué se funda esa vida? ¿Es algo buscado o se va dando? 
—No sé en qué se funda esa vida. No es algo buscado, es algo que me acontece. No sé qué decir al respecto. Me desplazo, no puedo evitarlo. ¿Mi vida en Mendoza? Trabajaba de cocinero en el resto-bar de mi hermano, Los Tres Viejos. Y coordinaba el ciclo de lectura homónimo. Organicé algunos recitales también. Mi memoria es pésima. Tocó varias veces Jorge Martín. Y una banda excelente, Jinete Azul. Varios artistas plásticos expusieron en el bar. Ahora sólo recuerdo a Andrés Casciari.

Diego Roel. Foto: Fundación Loewe.

—Comenzaste a publicar muy joven, con aquel Padre tótem que apareció por Libros de Tierra Firme. ¿Cómo fue tu formación poética, es decir, qué lecturas considerás fundantes en tu propia identidad como poeta? 
—Mi abuela, cuando era muy chico, me leía el Martín Fierro, la Divina Comedia, el Cantar de los cantares, los salmos, Job. A los 15 años conocí en Neuquén a Gerardo Burton y a Jorge Smerling. Gerardo me pasó una traducción suya de Aullido, de Allen Ginsberg (nunca la publicó, es una lástima porque es la mejor versión que leí). Ginsberg me voló la cabeza. Después vinieron: Saint-John Perse, Celan, Jabés, Claudel. Cuando me mudé a La Plata en 2001 conocí a Horacio Castillo. Castillo fue fundamental en mi formación, y en mi vida. Era un ser humano maravilloso, un poeta increíble y el mejor traductor de poesía griega moderna. Me leía en voz alta, en griego, a Elytis, a Seferis, a Ritsos. 

—Tu poesía es lírica y a veces se acerca a lo místico y religioso, en tiempos en que eso no es común. ¿Te sentís un bicho raro en ese sentido? 
—No me siento tan solo. Conozco a poetas que transitan, creo, la misma senda. No pienso mucho en la propia obra. Y nunca me interesaron las corrientes en boga. Todos los poetas que leo son, me parece, «bichos raros».

—¿Qué otras voces de la poesía contemporánea argentina te parecen dignas de destacar?
—Odio las listas de nombres, pero bueno, voy a ceder. A ver, te digo un poco desordenadamente: Inés Aráoz, Valeria Pariso, Mercedes Roffé, María Belén Aguirre, Lucas Margarit, Claudio Archubi, Raquel Jaduszliwer, Emilia Carabajal, Rita González Hesaynes, Elena Annibali, Noelia Palma, Gustavo Caso Rosendi, María Malusardi, Gabriela Álvarez, Gerardo Burton, Raúl Mansilla, Verónica Padín, Marina Serrano, María Bakun, Diego Muzzio, Diego Ravenna, Emiliano Campos Medina, Natalia Litvinova, Mario Nosotti, Claudia Masin, Carlos Battilana, Alejandro Méndez Casariego, Jotaele Andrade, Sandra Cornejo…  Bueno, te dije unos cuantos, un poco al tun tun. Odio las listas. 

—Después de Walser, ¿qué viene? ¿Estás trabajando en algún libro nuevo? ¿Siempre dentro de la poesía?
—Siempre dentro de la poesía. Andréi Rubliov y Walser son parte de una trilogía. Hay un tercer libro que cierra el ciclo. Tiene que ver con un pintor. Más adelante, en otra ocasión, te cuento.






Tres poemas de Los cuadernos perdidos de Robert Walser
de Diego Roel


Waldau

Sobre papel de desecho, sobre
recortes de diarios y revistas,
escribo a lápiz -con una letra
minúscula- poemas y relatos. 

El mundo se olvidó de mí.
Yo me olvidé del mundo.

Ahora todo me parece 
infinitamente mágico.



Vida solitaria

Lejos del camino, encerrado
en esta habitación, leo y releo
el libro de Silesius.

¿Acaso mi alma es límpida 
como un cristal?
¿Mi cuerpo nació del barro?

Benévolo lector:
el animal mira un trozo de tierra
y no comprende que en toda forma
habita una plegaria silenciosa.

Yo sólo anhelo llegar a ser 
luz que se expande hasta morir.



El paseo

Apunto en mi cuaderno el detalle 
de todo lo que me rodea.

Hablo de lo que tengo ante los ojos,
describo lo que toco y siento.

Veo en lo pequeño y en lo débil
cosas que nadie se atreve a vislumbrar.

¿Cómo puede algo o alguien
perderse y perecer?



Soy como el objeto más insignificante

En aquello que cae me afirmo 
y crezco.

Quiero olvidar y ser olvidado.

Me disuelvo en la percepción
del paisaje, me hago invisible.