lunes, 15 de febrero de 2021

Una nueva editorial mendocina que permite pedir lo imposible




Con base en Facebook, #PerasDelOlmo es una plataforma multicultural que nació en Mendoza en plena pandemia (durante el año 2020) con la consigna de compartir la producción de escritores, músicos, plásticos, ilustradores y demás hacedores culturales. 

El inicio fue con la edición del libro de microrrelatos Modo luciérnagadel periodista y escritor Rubén Valle (creador y director del proyecto); en tanto que la colección de poesía Uva de Niebla debutó con los Poemas para usar del escritor y ensayista José Luis Menéndez, del que extraemos dos poemas e invitamos a su lectura completa a través del enlace de descarga. 


Dos textos de
Poemas para usar
de José Luis Menéndez


No era fácil hablarle en Navidad

No era fácil hablarle en Navidad.
Ella miraba para atrás
y todo se volvía un largo encantamiento.

Entonces si hablaba del brillo de las frutas
era un monte poblado de fantasmas
y si decía nubes
era un aire de ausencias
el aroma del pan
con un suave dulzor de salsa de hongos.
y si decía la siesta
era la sombra de un verano ardiente
cuando su abuela le contaba
las andanzas del agua
y la buscaban juntas
haciendo barquitos de papel.
Y si entonces le brotaba una lágrima
te decía no es nada
es por el polvo de los paraísos.

En ese punto,
lo mejor que uno podía hacer
era callarse.
O salir al patio
—a un patio de treinta y tantos años—
a rogar por la lluvia.


La revolución es una llama verde

Edades del sopor: 
entonces una sombra de pasto asoma su delirio 
bajo la rigidez de cuestas y pisadas sin tiempo. 
¿Quién recuerda su nombre? 
¿Quién advierte, en esa yema vacilante,
todavía sin un destello de verdor, que vendrán otros días? 
¿Quién la observa, como si fuera ya un tallo caliente, 
en la vejez del agua, 
en la huella que dejan las vastas muchedumbres? 

Se la ve, sin embargo, luego de roces infinitos, 
luego de la desolación y la escarcha, 
se la ve cuando envuelve las paredes rugosas, 
cuando discute, aún con la tibieza
de un musgo mínimo, el destino de los epitafios.

Brotes inciertos callados quebradizos:
aparentan morir cuando intuyen la primera mirada.
Pero luego estallan, hacen suya la verdad
y el juicio de los incendios más devoradores, 
y crecen, como lenguas del fin del mundo,
sobre los campos y los corazones de piedra.

Ciertos días parece que no hay manos
que dejen su palabra en la quietud de los páramos. 
Parece que no ardieran los ojos, 
como si fueran las puertas de un amor 
en praderas que la noche calienta con espinas fugaces.
Sólo vemos el rostro de una vaga ceniza,
Poemas para soltar amarras
atravesando, con vuelo de ángeles o de leyenda,
los espacios del horror y la muerte.

Entonces el tiempo nos acoda en el fango, 
nos arrastra -como si fuéramos parte de un diluvio inmutable- 
a honduras de silencio. Y apenas si pervive un latido callado, 
un aroma de surco y lejanía, unos huesos que ocultan, 
entre los ayes de un dolor, jazmines invisibles. 

Pero no hay quienes digan la última palabra.
Siempre queda, al menos, el eco de un adiós, 
la figura de un héroe que sigue destellando 
su mirada verde, su cintura de lunas y fogatas.

Por eso alzamos, en cada incierta víspera,
nuestro cuerpo de viento. Y soplamos,
sin pausa, sobre la dulce chispa cegadora.

Nosotros mismos nos hacemos un rescoldo de luz.


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