viernes, 11 de diciembre de 2015

El acto secreto de la poesía

A esa voz, de Juan Martín Suriani.


Si vamos a creer en que los títulos no están colocados azarosamente o por un mero capricho sonoro, podemos pensar que el título del libro de Juan Martín Suriani propone la clave de gran parte de los poemas que contiene. Pero, como en un juego, cuando esa clave se descifra aparece al instante otra, que nos acompaña en la lectura de A esa voz (el libro en cuestión) para explicar también, o al menos sugerir, algunos motivos que la impulsan a desenvolverse página a página en el volumen, verso a verso, palabra a palabra en el acto íntimo de la escritura.

Es Virginia Woolf quien viene a darnos esa clave del título y de los poemas, en el acápite que abre el libro. Dice, se pregunta la autora inglesa: «¿Escribir versos no era acaso un acto secreto, una voz tratando de responder a otra voz?» [1].

Sí, es cierto: allí está la razón del título. Juan Martín Suriani quiere responder a una voz que acaso resuena en su cerebro cuando pasa por los dramas cotidianos que lo conmueven, cuando a esos temas no se les puede contestar más que con palabras. A esa voz, la voz que inquiere desde adentro y que es la misma que responde, están dedicados los poemas, seguramente.

Pero al pasar, el autor ha querido dejar asentado también algo más, y es que la cerrada voz que cuestiona al mirar a los ojos una tragedia gigantesca como el terremoto de Chile [2] o un drama cotidiano como el sismo imperceptible de los años que pasan y carcomen, la cerrada voz que pregunta a Suriani por los golpes arteros que un traidor propina, por la muerte como destino, por la vejez o por el pasado (estoy recorriendo como en un travelling los temas de su libro), cuando esa voz pregunta, decíamos, el ensayo de esa respuesta –si es con palabras, como aquí lo es– nunca puede ser proporcional a las preguntas. Nunca un poema, si ese es el modo posible, podrá compensar la magnitud del interrogante. Por eso, y aquí volvemos a la cita de Virginia Woolf, la respuesta a la otra voz ha de ser «un acto secreto» y, además, apenas un intento («tratar de responder»), no una certeza.
Juan Martín Suriani en el III Festival Internacional
de Poesía de Mendoza
(foto: Camila Toledo)

La sorprendente coherencia temática, musical y de intensidad de los poemas del primer libro de poemas de Juan Martín Suriani se explica, quizá, por esa fidelidad a la búsqueda explicada por la autora de La señora Dalloway. Nos lo confirma el repaso por su páginas. No importa que el poeta nos cuente, como decíamos, sobre un terremoto de las proporciones del de Chile, ni siquiera que hable de «esa cosa tan conocida» (diría Borges) que es la muerte, o que hable de la desesperanza o la ausencia o la utopía. Suriani parece saber –nos lo muestra en sus poemas– que lo que comienza como un acto secreto que se enfrenta a esas preguntas, lo que se pone ante el grito de «esa voz» que grita es, a cambio, «esta voz» que susurra, esta de «gestos leves», los del que aún tiene la paciencia de esperar.

En ese sentido no resulta extraño que, cuando vamos por la mitad del recorrido de A esa voz, aparezca un arte poética y esta esté dedicada a Jorge Leonidas Escudero [3], el poeta minero que se lanza a desenterrar, «a separar lo esencial de lo accesorio» para extraer una piedra o, lo que es lo mismo, para «decir, de una vez y para siempre / lo que no ha sido dicho todavía». 

Que esa Arte poética de Juan Martín Suriani esté escrita en delicados endecasílabos, que conforman una especie de soneto interrumpido (de 13 versos, acaso a la espera de esa palabra aún sin decir de la que habla el poema), no es un detalle que deba pasarnos de largo. El poeta, que trae su primer libro en estas calles aún en penumbras del siglo XXI, desdeña rispideces al uso, no le teme al encuentro con las formas clásicas y sabe que, así como un Sófocles o un Hobbes aún pueden ser contemporáneos capaces de decirnos cosas «de una vez y para siempre», así este poeta entiende que la métrica y su música aún son una buena compañía. 

Responder a las preguntas de siempre, entonces. En tono bajo, con la levedad propia de un hombre común (apenas un poeta). Responderlas con las herramientas que mejor sirvan a ese modesto propósito: todo eso, apenas, y nada menos, es el logro que encierra en sus páginas A esa voz. Un libro primero y a la vez maduro, pulido como un cristal que deja vernos lo mejor posible eso que pasa, eso que se nos pone por delante. Un libro que responde las preguntas con otras tantas, sabiendo que en el fondo de todo hay, como dice uno de los poemas del libro [4], una imposibilidad insalvable. La de todo hombre, indefenso, que a duras penas alcanza a reconocerse «condenado a cumplir lo que ha dispuesto / contra mi voluntad mi propia vida».

Notas
[1] Fragmento de la novela Orlando, de Virginia Woolf.
[2] El sismo ocurrido el 27 de febrero de 2010, en el mar chileno, produjo la muerte de unas 525 personas.
[3] Poeta nacido en San Juan en 1920.
[4] Imposibilidad (página 45).

Tres poemas de
A esa voz
de Juan Martín Suriani


Entre Sófocles y Hobbes

El hombre de hoy, el de ayer, el de mañana
están aquí, son éste
que abandona a su madre o alza el puño
contra su único hermano.

Porque no hay más ley
                que Homo Homini Lupus;
ni otra redención
                que el hecho de jamás haber nacido.


Arte poética

(a Jorge Leonidas Escudero)

Buscar, abrirse paso, ir horadando
la vasta geografía del lenguaje
a través de estallados corredores.
Desenterrar las voces primigenias,
separar lo esencial de lo accesorio,
calar hacia el filón del enunciado
y regresar hasta la superficie
con el poema a cuestas y sentir
que así y todo no alcanza y descender
una vez más al socavón abierto
hacia la incierta posibilidad
de decir, de una vez y para siempre,
lo que no ha sido dicho todavía.


Sobreviviente

Con las palabras puedo decir llanto
horror, tristeza, muerte.

Y si prescindo de ellas
acaso de otro modo
estoy diciendo llanto
horror, tristeza, muerte.

Porque en ocasiones
el solo hecho de existir
es dar un testimonio.

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