Denise León. |
Poemas de
Estambul
por Denise León (*)
Cercados por las
palabras como vivimos, cada uno de nosotros habla su propia lengua. Una lengua
que sólo puede traducirse parcialmente y que sentimos profundamente nuestra en
sus inflexiones, en la música de determinadas palabras, en sus recuerdos
privados y en sus ritmos propios. Así, todo territorio lingüístico contiene y
delimita sus espacios sagrados, sus centros flotantes. En mi caso, uno de esos
centros tiene que ver con el mundo familiar, con la infancia. Un orden poderoso
y esquivo que tiene que ver sobre todo con las mujeres –con mi madre, con mis
abuelas– y que voy buscando y voy perdiendo y voy recuperando y voy
transformando en mis poemas. A partir de la existencia secreta y elusiva de
esta casa en la que siempre estoy merodeando, voy tejiendo una maraña de citas, una
maraña de notas al pie: el texto de mi vida.
En la cuadra en la que yo crecí no vivía ninguna niña, sólo había
varones para jugar. Así que tuve que
lidiar con mis terrores y aprender a disparar rifles de aire comprimido,
manejar la honda y jugar a la guerra de cascotes. Siempre admiré la aventura y
sin embargo, como diría Barthes, la pasión de mi vida ha sido el miedo. Hay
personas y poetas a los que les suceden cosas, a mí sólo me sucedieron las
lecturas y la televisión.
Los poemas suelen aparecer ante el lector como algo acabado. Para el
poeta, sin embargo, cada texto no es más que la estabilización transitoria de
un proceso lleno de opacidades, lleno de temblores. Tal vez por esto, mi primer
libro de poemas, Poemas de Estambul, despertó
cierta curiosidad, cierta intriga. Siempre recuerdo que la persona que reseñó
el libro para la Revista Aky Yerushalayim
advertía con lucidez que «klaramente el ladino de estos poemas no es el ke
se avla aktualmente en las komunidades sefaradis del Mediterraneo; se nota en
el la influensa del espanyol avlado en Arjentina, lo ke es natural, siendo ke
la autora nasio i se eduko en este paiz».
El ladino de mis poemas –en efecto– tiene un acento muy peculiar que
difícilmente pueda encontrar un correlato geográfico específico, sencillamente
porque es una lengua inventada, una lengua que no es de ninguna parte y que por
eso tiene también algo de deliberado, de artificial, y de imposible. Una lengua
que no tiene sombra, como el agua.
El poeta, el traductor y el exiliado saben que todo idioma es
impuro, que no hay idioma que sea una isla, y que toda lengua contiene a otras
lenguas. Los idiomas se invaden entre sí
y en mis oríges están mezcladas estas dos lenguas próximas y distantes al mismo
tiempo. Una, se escribe de derecha a izquierda; la otra, de izquierda a
derecha. El método poético consistirá
entonces, sobre todo, en enumerar minuciosamente las pequeñas cosas, pegando la
nariz a ellas hasta que estas nos entreguen sus historias, sus secretos, su
saber sobre lo que las rodea. Trabajar con los restos del banquete, con las
sobras, con las hebras de la nostalgia que siguen de alguna manera actuando,
prolongándose en la lengua cotidiana, en la música precisa de algunas palabras.
Mis Poemas de Estambul son un pobre resto de algo grandioso, y
también un homenaje que sólo es posible desde la modificación y la pérdida.
Sólo podemos conservar aquello que modificamos hasta sentirlo como propio.
Uno de los Poemas de Estambul (Alción, 2008)
Denise León
La
piedra minudika
del
silensio.
La
kamaretta de mi madre.
La
llavedura blanka
ke
mira a la kamaretta.
Los
talones de mis pieses
ke
desean
i no
alliegan la ventana.
El
empiezo de todas las kosas.
La
palavra ke quita el miedo
i una
boz
ke es
la manyana.
*
La piedra pequeñita
del silencio.
La habitación de mi madre.
La cerradura blanca
que mira a la habitación.
Los talones de mis pies
que desean
pero no alcanzan la ventana.
El comienzo de todas las cosas.
La palabra que quita el miedo
y una voz
que es la mañana.
(*)
Especial para El Desaguadero
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