viernes, 26 de junio de 2015

La historia de un poema de Alejandro Méndez Casariego




por Alejandro Méndez Casariego*
especial para El Desaguadero


EL PRECURSOR

A diferencia de mi primer libro, El elefante de cartón, que resultó de un rejunte de poemas sueltos, escritos en distintos momentos y bajo variadas influencias;  el segundo, Los réprobos (Buenos Aires, 2007) obedeció a una idea preconcebida, a un objetivo preciso. Esta forma de escribir poesía era toda una novedad para mí, ya que siempre fui devoto  de la «inspiración», del poema vinculado a lo imprevisto, al impulso del instante.   

Lo primero fue la idea, y derivado de esta idea, el título. A partir de allí, me llevó un año redondo desgranar los poemas que lo compondrían. Durante ese año hubo bastante investigación, mucho análisis y sobre todo lecturas muy particulares.  Y digo particulares porque, por ejemplo,  leer  el texto de unos treinta autos de fe de la inquisiciones española, italiana y peruana puede resultar una experiencia insólita y, contradictoriamente, enriquecedora.  

Después de los primeros tropezones con aquel  lenguaje arcaico, estos  testimonios pueden volverse de una increíble riqueza narrativa, en un territorio donde lo racional y la magia se mezclan de forma revulsiva. Como en otros casos, los  artífices  principales de esta especial alquimia, son aquellos indeseados pero no secundarios motores de la historia y sus excusas: la intolerancia y la mentira. He allí la idea central conque concebí cada uno de los poemas de Los réprobos, dar «la versión de las sombras», recuperar algo de lo que «no está escrito ni instalado en los códices», el pensamiento de los que estaban fuera del sistema, cualquiera que esté afuera.  

Casi terminado el libro, sentía que el objetivo de expresar mis ideas en forma poética, estaba, mal o bien, logrado. Pero al mismo tiempo tuve la nítida sensación de que faltaba algo: una especie de precursor, alguien de desde las más lejanas brumas de la historia hubiera arrimado la primera antorcha a tanta oscuridad. Había rozado el nombre de Akenatón y su singular reinado en mis investigaciones, dejándolo, inicialmente, de lado. Pero de algún modo, una lectura no desprovista de cierta parcialidad, me lo puso enfrente; tal vez no tal como era, sino como yo necesitaba que fuera. El faraón que destruyó los dioses unificándolos y representando al dador de toda vida, un elemento real, para nada mágico: el sol. Utilicé el poema Akenatón a Nefertitis como un resumen de mi concepción sobre temas como el origen de la existencia, la materialidad del mundo y sus fenómenos,  la ética de la verdad, la incondicionalidad del amor. La estructura se me figuró como un canto labrado sobre piedra con jeroglíficos. De hecho, tuve en cuenta el estilo y el fondo de algunas inscripciones halladas en Tebas, correspondientes al período de este reinado. 



«Eres tú quien hace que se desarrollen los gérmenes en las mujeres.
Tú quien crea la simiente en los hombres.
Tú quien da vida al hijo en las entrañas de su madre.
Tú quien le calma con lo que hace cesar el llanto.
Tú, la nodriza de aquel que está todavía en las entrañas…»



 
Y así fue cómo nació este poema, el último que escribí para Los réprobos.

 



(Akenatón a Nefertitis)

Mientras yo viva, luna mía,
el mundo no adorará otros dioses
que los que el mundo vivo nos ha dado

No se prosternará ante imágenes
mitad criaturas humanas, mitad bestias
que la naturaleza se ha negado a engendrar

Somos frutos de la cópula
de la tierra y el sol
específicos y reales
como un amanecer en la rivera
pantanosa del Nilo
escarabajos en una arena que no tiene fin

Y en el sueño del tiempo
volveremos a ella, porque solo su demanda
es materia de fe: la interminable
única que aullará sobre la tumba
del último animal de su especie.

Ya vendrán por nosostros
pero la piedra que hemos puesto
rodará más allá de la memoria
y habrá una huella tendida en los confines
con la hendidura de nuestras sandalias

A los otros, en cambio
la nada extenderá un poder
cortado en piedra muerta

No hay, mi amor, monumento más alto
que aquel que siempre estuvo allí
y que la mano del hombre más experto
no ha conseguido tallar ni repetir
este no pide humillación ni sacrificio
otorga, en acto elemental que no requiere ritos
un don que solo aprecian
quienes, como tú y yo, amantes en los límites
carne que no tendrá testigos
despediremos al final
de nuestro último día.





*Nací el 19 de diciembre de 1952. Estudié Profesorado de Historia en la UNC, carrera que fue interrumpida por la persecución de la dictadura militar. Si bien escribo desde muy chico, mi aproximación a la poesía como genero se produce hace unos quince años. Desde el 2001 al 2007 conduje, junto a José Emilio Tallarico, Gerardo Lewin y otros, el ciclo de poesía
«El Orate y la Musa» en la Ciudad de Buenos Aires. Publiqué, en 2003, el poemario «El Elefante de Cartón» y en 2007 «Los Réprobos». Dos libros inéditos «El único límite» y «Los Dioses del Hogar» esperan turno para su publicación.


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