por
Alejandro Méndez Casariego*
especial
para El Desaguadero
EL PRECURSOR
A
diferencia de mi primer libro, El elefante de cartón, que resultó de un
rejunte de poemas sueltos, escritos en distintos momentos y bajo variadas
influencias; el segundo, Los réprobos (Buenos Aires, 2007) obedeció a
una idea preconcebida, a un objetivo preciso. Esta forma de escribir poesía era
toda una novedad para mí, ya que siempre fui devoto de la «inspiración»,
del poema vinculado a lo imprevisto, al impulso del instante.
Lo
primero fue la idea, y
derivado de esta idea, el título. A partir
de allí, me llevó un año redondo desgranar los poemas que lo compondrían.
Durante ese año hubo bastante investigación, mucho análisis y sobre todo
lecturas muy
particulares. Y digo particulares porque, por ejemplo, leer
el texto de unos treinta autos de fe
de la inquisiciones española, italiana y peruana puede resultar una experiencia
insólita y, contradictoriamente, enriquecedora.
Después
de los primeros tropezones con aquel lenguaje arcaico, estos
testimonios pueden volverse de una increíble riqueza narrativa, en un
territorio donde lo racional y la magia se mezclan de forma revulsiva. Como en
otros casos, los artífices principales de esta especial alquimia,
son aquellos indeseados pero
no secundarios motores de la historia y sus excusas: la intolerancia y la
mentira. He allí la idea central conque concebí cada uno de los poemas de Los
réprobos, dar «la
versión de las sombras», recuperar
algo de lo que «no está escrito ni instalado en los códices», el pensamiento de
los que estaban fuera del sistema, cualquiera que esté afuera.
Casi
terminado el libro, sentía que el objetivo de expresar mis ideas en forma
poética, estaba, mal o bien, logrado. Pero al mismo tiempo tuve la nítida
sensación de que faltaba algo: una especie de precursor, alguien de desde las
más lejanas brumas de la historia hubiera arrimado la
primera antorcha
a tanta oscuridad. Había rozado el nombre de Akenatón y
su singular reinado en mis investigaciones, dejándolo, inicialmente, de lado.
Pero de algún modo, una lectura no desprovista de cierta parcialidad, me lo
puso enfrente; tal vez no tal como era, sino como yo necesitaba que
fuera. El faraón que destruyó los dioses unificándolos y
representando al dador de toda vida, un elemento real, para nada mágico: el
sol. Utilicé el poema Akenatón a Nefertitis como un resumen de
mi concepción sobre temas como el origen de la existencia, la materialidad del
mundo y sus fenómenos, la ética de la verdad, la incondicionalidad del
amor. La estructura se me figuró como un canto labrado sobre piedra con
jeroglíficos. De hecho, tuve en cuenta el estilo y el fondo de algunas
inscripciones halladas en Tebas, correspondientes al período de este
reinado.
«Eres tú quien hace que se desarrollen los gérmenes en las mujeres.
Tú quien crea la simiente en los hombres.
Tú quien da vida al hijo en las entrañas de su madre.
Tú quien le calma con lo que hace cesar el llanto.
Tú, la nodriza de aquel que está todavía en las entrañas…»
(Akenatón a Nefertitis)
Mientras yo viva, luna mía,
el mundo no adorará otros dioses
que los que el mundo vivo nos ha dado
No se prosternará ante imágenes
mitad criaturas humanas, mitad bestias
que la naturaleza se ha negado a engendrar
Somos frutos de la cópula
de la tierra y el sol
específicos y reales
como un amanecer en la rivera
pantanosa del Nilo
escarabajos en una arena que no tiene fin
Y en el sueño del tiempo
volveremos a ella, porque solo su demanda
es materia de fe: la interminable
única que aullará sobre la tumba
del último animal de su especie.
Ya vendrán por nosostros
pero la piedra que hemos puesto
rodará más allá de la memoria
y habrá una huella tendida en los confines
con la hendidura de nuestras sandalias
A los otros, en cambio
la nada extenderá un poder
cortado en piedra muerta
No hay, mi amor, monumento más alto
que aquel que siempre estuvo allí
y que la mano del hombre más experto
no ha conseguido tallar ni repetir
este no pide humillación ni sacrificio
otorga, en acto elemental que no requiere ritos
un don que solo aprecian
quienes, como tú y yo, amantes en los límites
carne que no tendrá testigos
despediremos al final
de nuestro último día.
*Nací el 19 de diciembre de 1952. Estudié Profesorado de Historia en la UNC, carrera que fue interrumpida por la persecución de la dictadura militar. Si bien escribo desde muy chico, mi aproximación a la poesía como genero se produce hace unos quince años. Desde el 2001 al 2007 conduje, junto a José Emilio Tallarico, Gerardo Lewin y otros, el ciclo de poesía «El Orate y la Musa» en la Ciudad de Buenos Aires. Publiqué, en 2003, el poemario «El Elefante de Cartón» y en 2007 «Los Réprobos». Dos libros inéditos «El único límite» y «Los Dioses del Hogar» esperan turno para su publicación.
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