«En mi vida no hay otra pasión más perdurable
que la palabra escrita»
Entrevistar
a un amigo que se conoce bien tiene algo de puesta en escena. Hay que sacar la
regla larga y trazar distancia. Olvidar los guiños, las frases que empieza uno
y termina el otro, los secretos «de
estado» compartidos, el tramo de vida que llevamos conociéndonos. Borrar sus
posturas, su lenguaje gestual y el tiempo que tardamos en aprender a descifrarlo.
Si el amigo es escritor, como en este caso, es conveniente también ejercitar la
desmemoria. No lo hemos leído y releído durante diez años. No se nos ha ocurrido
criticarlo y también admirarlo. Jamás osamos hacerle correcciones. Estamos
frente a él, despojados, buscando la sorpresa de la respuesta, el knock out que
no duele.
Por suerte
–si no era un plomo–, esta pseudoteoría de cómo hacer entrevistas a seres queridos
se desmorona por completo cuando Sergio Pereyra, el entrevistado en
cuestión, sube por las escaleras de mi departamento. Viene a la cita en
bicicleta, como un viejo cartero y trae lo pedido: tequila. La secuencia parece
y será previsible con el paso de las horas: charla, risas, pucheros –el alcohol
es un enfermo ciclotímico– y dolor de cabeza. La distancia también se desvanece
ante la primera papa frita disputada en la generosa picada preparada para
nutrir la conversación. (Confieso: nunca tuve regla larga). La excusa es
hablar sobre su primer poemario, Un
objeto transparente (Libros de Piedra Infinita, 2015), pero la noche tiene una verborragia meandrosa, impone
temas, quiere saber más del que escribe, del que se cobija en sus textos. La
periodista, sometida a estos designios nocturnos, terminará por esbozar un
retrato completo, pero muy a su manera, del que está del otro lado de la mesa.
-Es inevitable preguntarte por el título del
libro, ¿por qué Un objeto transparente?,
¿para mostrar un vacío, un desamparo? ¿Para mostrar un lleno?
-El título
es una deformación del último verso del último poema, poema que armó el libro, porque
percibí que en él había un hilo del que, por supuesto, tiré. Entonces, me di
cuenta de que los textos, escritos a lo largo de bastante tiempo, hacían una
especie de inventario de mis múltiples intentos (una vez, y otra, y otra más
–títulos de las secciones que componen el poemario-) por apreciar mi vida como
un todo compacto, como un cristal reluciente. Ahora que lo pienso, la imagen
era la de una copa. Pero como los años no vienen solos, en algún momento me
topé con la certeza de que uno nunca sabe todo. Con mucho esmero apenas puede llegar
a saber algo de sí mismo. Y fue allí cuando el objeto transparente original se
enturbió en un objeto casi transparente.
-El libro se sostiene en columnas de
materiales muy opuestos: por un lado, la levedad de tus poemas de tópico
amoroso, casi siempre crónicas nocturnas entre juguetonas y melancólicas; por
otro, el peso y la profundidad de los versos donde evocás escenas familiares,
momentos de la infancia. Ese tránsito entre lo trivial y lo denso, ¿es un
efecto buscado?, ¿tiene que ver con la forma o con los contenidos?
-Creo que todo
este asunto de escribir no tiene que ver con otra cosa que con la forma. Los
contenidos, sospecho, están bien para los científicos. Si un médico, por
ejemplo, en un congreso dice una perogrullada es muy probable que lo expulsen de
la asociación que integra. Para los poetas todo pasa por la forma. Ojo, tampoco
es que podamos mandar fruta, onda: «aprovechá este día porque es el único que
tenés», o algo por el estilo, porque si bien nadie te va a echar de ningún
lado, lo más probable es que se te rían en la cara. Con respecto a eso que preguntás
sobre levedad y densidad, puede ser que la mirada sobre la noche sea más lúdica,
más alcohólica que la mirada sobre la infancia que tiene siempre algo de
elegíaco.
Ronda de tequila
-Hoy es noche de «rondas», tomá el vasito de
tequila fuerte, acá tenés el limón y la sal; ahora, contestame estas preguntas
antes de que esta alegría falsa encuentre su amanecer. Sospecho que detrás de
muchos versos estás vos, descarnado. Nada de «yo poético», «autor desprendido
de su obra», si te he visto, librito, no me acuerdo. El juego es el siguiente: vas
a intentar responderle a tus versos, ¿preparado?
-¿Te parece?
(Hay resignación pero también curiosidad en sus ojos).
-Me parece.
(Sergio se
inquieta, quizás deba elaborar respuestas impensadas y alivia su tequila con
gaseosa de lima limón).
-Tarde, muy tarde, ¿has llegado a casi todo?
-Sí, he
llegado tarde a todo. Creo que cuando uno es demasiado analítico corre el
riesgo de irse a la banquina. Yo lo hice. Me fui a la banquina y allí estuve
mucho tiempo, cavilando y cavilando. Y la gente cavilosa, como todo el mundo
sabe, no es muy dada a la acción.
-Los álamos de la infancia, ¿siguen siendo
centinelas erguidos?
-Lamentablemente,
no. Esos álamos fueron talados por orden de algún propietario que, no sé por
qué, se creyó con derechos sobre lo público. Bah, sí sé por qué. Todos
conocemos el modo de proceder de los patroncitos de finca.
-¿Con el día llega el miedo y con el miedo la
noche?
-A veces
sucede que a uno lo agarra una sensación o una idea durante mucho tiempo
y, sin que nos percatemos, aparece la
noche. Pero, por suerte, no poseo una personalidad trágica. Los años
adiestraron mi cerebro para hacer foco en lo absurdo, de los otros y de mí. De
manera que, cuando se me viene la noche, la carcajada suele iluminarla.
-¿Es falso que vivas solo para vos?
-Los
solitarios, desde afuera, damos la impresión de estar entregados a una
insufrible egomanía. Y aunque en parte es real, en mi caso también vivo para mi
familia, mis amigos, mis alumnos, algún amor. Sería muy aburrido estar todo el
tiempo con el ojo apuntado a mi ombligo. Esto por un lado. Por el otro, siento
una gran curiosidad por la gente. Por lo tanto, presto una atención intensa a
lo que se me cuenta, a lo que escucho por ahí; en principio, supongo que es una
consecuencia del entrenamiento adquirido en el chisme de pueblo, pero pasada
esta instancia medio morbosa, siento un interés genuino por la historia del
otro, concretamente por los detalles de su historia.
-El aroma animal de un cuello, ¿puede
arrastrarte al principio de la historia, Adán hechizado?
-En alguna
oportunidad he experimentado esa sensación. Sé que otros también lo han hecho.
Un aroma hace que uno olvide quién es, de dónde viene, adónde va. Uno se
convierte en pura nariz. Es muy primitivo y fascinante.
-¿Qué oscuros presagios carga un cuerpo
deseado?
-Cada
persona que nos cruzamos tiene un pasado. Si esa persona se convierte en una
persona querida o amada, esto tan obvio se vuelve lamentable. Uno quisiera que
al conocernos esa persona olvidara todo, que nunca hubiera tenido otros amigos,
otros amantes. Marguerite Duras, en alguna entrevista, dice algo muy genial.
Dice que si las personas que están comenzando a amarse hablan de la infancia es
porque quieren extender los dominios del amor hacia el pasado. Lo que, por
supuesto, es una empresa destinada al fracaso. En cualquier caso, el peor
presagio que podemos leer en un cuerpo deseado es su falta de deseo hacia
nosotros.
-¿Todavía desempolvás el gorro gris para
inaugurar tus inviernos?
-Un gorro
gris que no era mío, que era un recuerdo. Sospecho que, como canta Érica
García, «el tiempo hace poesía con los errores». O sea, uno siente que hizo
todo mal, que metió la pata, que podría haber funcionado. Pero no funcionó y no
ha quedado nada. Excepto un gorro gris que uno se calza hasta las orejas. Así,
como quien no quiere la cosa, alguien que ya no está cerca, por obra de la
materialidad de la lana, no solo está fuera sino también dentro de nuestra
cabeza. Y con esa presión sobre la sien uno sale a pagar las cuentas.
-¿Tu optimismo ya sabe ordenar las piezas del
rompecabezas de lo vivido?
-Mi
optimismo es a prueba de balas. Incluso en los momentos en los que siento que
nada tiene sentido, que el universo es una gran porquería, veo algo, mínimo, y
a eso me aferro como lo haría el héroe de una peli de la soga de un globo
aerostático para zafar de una muerte segura. A veces, esa soga es la poesía, la
que intento escribir, pero sobre todo la leída. No porque lea poetas
especialmente jocosos, sino porque me conmueve una existencia dedicada a la
creación de belleza. Sí, eso, que en el mundo haya poesía y poetas, artistas en
general, me lo vuelve más respirable.
-¿Ningún caramelo endulza cuando el insomnio
persiste?
-Es muy hijo
de puta el insomnio. Impide pensar con claridad. Uno quiere estar dormido, hace
fuerza para dormirse y mientras más fuerza hace, más se aleja del objetivo. Y,
en el estado de agotamiento que sucede a esta batalla, no es extraño que solo
aparezcan imágenes horribles. En mi caso particular, el insomnio es doblemente
perjudicial, pues no solo me estropea la cabeza, también me arruina los
pulmones: nunca fumo tanto como durante mis insomnios.
-¿Cuándo la confianza en las palabras comienza
a flaquear?
-Afortunadamente,
no muy a menudo. Tengo confianza en las palabras. Tengo amor, devoción. Me
gusta su sonido, me fascina su forma escrita.
-¿En qué momentos practicás la sonrisa de
Elvis en el espejo?
-Cuando
quiero darme aliento, cuando quiero ser seductor, cuando me siento lujurioso,
porque como dice Gonzalo Rojas en unos versos que cito en el libro: «no todo
será lujuria pero qué portento / es la lujuria». ¿No es hermoso?
-¿Soñás la escritura de poemas concebidos de
un tirón?
-Sí. Me
encantaría que un poema me saliera de un tirón. No pasa, sin embargo, de una
fantasía infantil. Como poeta soy el editor de un filme de Maurice Stiller. Es
decir, escribo poemas largos (llenos de anáforas y paralelismos bobos) que
luego de varias semanas, incluso meses, se reducen. De cualquier modo, no es una
operación que me resulte especialmente ingrata. Al contrario, me divierte.
-¿El pescador impenitente conoce el riesgo de
hundir las redes en el pasado?
-Como tengo
la cándida obsesión de ser completo (yo y los que fui), me irrita el olvido.
Pero soy obsesivo, no estúpido. Entonces, aunque sé que al hundir la red en el
mar del pasado puedo encontrarme con alguna que otra piraña, igual, con cautela
(como verás estoy muy spinoziano), la hundo. Prefiero arriesgarme a un
mordiscón que habitar el desierto de no saber quién soy o de dónde vengo.
Ronda de café
El juego
termina. La noche se pone sobria. Se abriga. Este noviembre, atípico, está
enfermo de invierno. La entrevista toma un cauce más convencional sin perder
interés. Hace falta un café, un trozo de chocolate y concentrar la atención en
la historia de un adolescente que se introdujo en la lectura gracias a una
vecina que le prestó algunos best sellers de los 70 y 80, Harold Robbins, Sidney
Sheldon, entre otros para luego deslumbrarse con libros más serios. «Simone de
Beauvoir fue la primera autora que conocí (y amé). Todavía hoy, cuando la
releo, me impresiona su inteligencia. Con ella descubrí que la literatura era
algo más que contar una historia».
-¿Cuándo comienza tu escritura poética?
-Comenzó hace muchos años. Casi intuitivamente. Si bien no había leído
mucha poesía, sí escuchaba y, esto es fundamental, copiaba canciones. Si a eso
le sumás que era un adolescente ansioso por hacer catarsis, la cuenta cierra.
Entonces, así comencé, hablando de mí por escrito. Luego, por supuesto, avergonzado
me percaté de que «eso» no tenía nada que ver con la poesía. Pero en el medio
estuvo la facultad de letras, años durante los cuales no escribí casi nada.
-Sabemos de tu paso por la carrera de
Abogacía, ¿qué hizo que decidieras abandonarla y comenzar Letras?
-No sé por
qué entré. Sé por qué salí: me aburría como un hongo. Y leía literatura. No
estudiaba Derecho por estar dale que dale con las novelas. Sin embargo, ahora
no rechazo ese período, todo lo contrario, porque a veces me descubro diciendo
algo que no sé cómo sé. Más tarde, cuando lo analizo, caigo en la cuenta de que
lo aprendí con los cuervos.
-Recuerdo los poemas en prosa que publicabas
en los comienzos de tu blog Planeta Sergio,
¿ya escribías en verso o a partir de esos textos comenzaste a buscar una forma
más rítmica a tu producción?
-La realidad
es que siempre escribí en verso, pero como le profesaba un respeto casi reverencial,
en cuanto terminaba un poema, lo prosificaba para publicarlo. De alguna manera
me sentía menos expuesto a las críticas respecto de lo formal, que en esa época
manejaba con menor fluidez.
-Transmitir una idea, expresar un sentimiento,
un estado de ánimo; la poesía es vehículo para lo uno y lo otro, ¿cómo lográs
armonizar el tono intelectual y el sentimental en tus poemas?
-Yo, como
Sandra Mihanovich, soy el que soy. O sea, soy una persona bastante sensitiva
pero también un ratón de biblioteca. Eso y, además, la infancia en el campo que
también ha dejado su huella. A mis amigos, suelo decirles que soy una especie
de «María de nadie» que pasó por la universidad. Es decir, cuando estoy en el
proceso de edición, vigilo que esta mezcla se produzca sin que ninguna faceta se
imponga sobre las demás.
-¿Cuáles son tus prácticas de escritura?, ¿han
ido mutando con los años?, ¿de qué manera?
-Como te
decía antes, escribo mucho. En un cuaderno. Con una lapicera que me regaló una
amiga poeta. Me gusta ese trazo grueso. Escribo como siguiendo un dictado.
Luego, tacho, corrijo y vuelvo a tachar. Más tarde tipeo. Allí comienza la
odisea por convertir esa masa informe en un poema aceptable. Trabajo sobre
varios aspectos. El central es el sonoro, pues para mí, como dice la gran Idea
Vilariño: «un poema es un hecho sonoro o no es nada». Un trabajo que, en
ocasiones, demora meses. A ver, te lo grafico. Me levanto, enciendo la
computadora (que está en la cocina) y, mientras, pongamos por caso, lavo el
piso, leo en voz alta y corrijo. Esta es una de las razones por las cuales mi
casa no está nunca del todo presentable.
-¿De qué modo marcó tu escritura haber sido
becario del Taller del Fondo Nacional de las Artes que dictó aquí en Mendoza
Tamara Kamenszain en 2013?
-Fue una
experiencia muy agradable. Por Tamara que, además de una poeta hermosa (El libro de los divanes es lo más
interesante que leí este año), es una persona encantadora. También por los
compañeros del taller. En cuanto a la escritura en sí, me volví más reflexivo
sobre algunas cuestiones técnicas. Por ejemplo, el tema (tan espinoso siempre)
del corte de verso, el uso o no de encabalgamientos, cuándo echar mano a la
tercera persona, entre otras.
-¿Qué preocupaciones formales tenés en la
actualidad?
Por estos
días mi preocupación más intensa es que mi lengua escrita simule mi lengua
oral, mezcla de lengua del campo mendocino con la lengua de un universitario. Por
ejemplo, dudo entre «perro» y «choco». Por ahora, elijo «perro» porque mi mamá
nunca dijo «choco». Quizá si ella lo hubiera usado… De repente pienso en la
influencia enorme de la lengua materna en cada uno de nosotros.
-Y ya que trajiste al choco… creo que se puede
hacer poesía sobre cualquier tema: lo cotidiano, lo fantástico, lo existencial,
lo trascendente. ¿Sobre qué tópicos te interesa escribir hoy?
-Me interesa
todo lo que sucede a mi alrededor, siempre y cuando pase por mis ojitos. En los
últimos meses me he encontrado escribiendo sobre asuntos ya antes abordados.
Cuando me percato de que está sucediendo, y a riesgo de repetirme, no me
detengo, sigo. Quiero contrastar mi mirada de hoy con la antigua. En general,
percibo que ya no miro igual. De algún modo, poesía y análisis, en tanto
revelan aspectos desconocidos de las cosas y de mí, me han obligado a dejar de
lado la ingenuidad y la queja.
-Te autodefinís como un ratón de biblioteca
pero quienes te conocemos, Pereyra, sabemos de tu pasión por la música pop, por
sus referentes. Ratón que sale de la biblioteca y se va a bailar…
El mundo pop
es un lugar festivo. La vida como una noche de boliche. Con algunos reveses,
por supuesto: la luz cortada, alguien que apaga su cigarrillo o vuelca el
fernet sobre tu remera nueva, la persona que te gusta no se va con vos. Esas
cosas.
-El director de cine Álex de la Iglesia define
estos reveses que describís como una falsa fiesta. La alegría es impostada pero
la mantenemos hasta que cortan la música y apagan la luz.
-Algo así. Pero
no estoy tan de acuerdo. Para mí, es el sitio donde se comparte la alegría de
estar vivos. Auténtica alegría. Entre las personas que más admiro están
Morrisey, Federico Moura, Neil Tennant, Gustavo Cerati, Debbie Harry, Andy
Bell, Chrissie Hynde. Pienso mucho en ellos. Algún día me gustaría escribir
sobre ellos.
-¿Otras pasiones?
-La palabra
escrita. Hoy, si miro para atrás, no encuentro en mi vida otra más perdurable e
intensa. Suena horrible esto que digo, pero así lo siento.
A la noche
todavía le quedan restos de chocolate, una playlist
de temas pop de los 80 en YouTube y la despedida al cartero de tequila. Él se
alejará mansamente en bicicleta, haciendo pequeños zigzags, como quien piensa
andando o escribe mientras suben y bajan los pedales.
***
Tres poemas de
Un
objeto transparente
de Sergio Pereyra
Contra el vacío
Como quien
agarra el picaporte
lo baja
empuja la puerta, escribo
escribo para
meterme
en la pieza
de los trastos
donde los
ojos de la muñeca decapitada
se burlan de
mis ganas de fugarme
en el filo
de la navaja roja
y tras la
polera de cuello diminuto
se esconde
la revista que enciende
los deseos
prohibidos
escribo para
andar a tientas en el desorden
y a tientas
tomar un recuerdo
traerlo al
presente no para adornar
sino para
ser menos
un agujero
que un algo colmado
a puras
penas pero colmado.
Pero este poema
Las paredes
ahora blancas
fueron antes
de un rosa tenue
aunque
desmejorado
el jardín es
el mismo
pero este
poema
no debería
versar sobre escenarios
debería
fijarse en los personajes
sobre todo
un chico que en la calle
de los
álamos erguidos como centinelas
se pregunta
por qué dejar el amor de su casa
en busca del
infierno escolar
pero este
poema
para no
devenir melodrama
debería
poner el ojo
en la fuerza
protectora del hermano mayor
en la
alegría de las mochilas
recogidas en
el ropero durante el verano
pero este
poema
no debería
olvidar que pese a todo
el chico
creció, se hizo inmune
a la lengua
venenosa del pueblo
como se ve
ni tan
dichoso ni desafortunado
este poema
que aspiraba al largo aliento
para no caer
en fábula didáctica
deja de
mover sus labios aquí.
Pescador impenitente
Como lago
dormido
en las
sombras
yace el
pasado
bien lo sé
insobornable
aun así
una vez y
otra
y otra más
-pagado el
tributo-
hundo las
redes en él
en busca del
secreto
que vuelva
mi vida un objeto
casi
transparente.