jueves, 11 de septiembre de 2014

La belleza atrapada en un zoológico de versos

La tarde del elefante y otros
poemas. 
Autor: Luis Benítez.
Sello: Buenos
Aires Poetry.
Buenos Aires, 2014.

por Fernando G. Toledo

«Los hombres crearon a los dioses a imagen y semejanza de los animales» escribe el español Gustavo Bueno para resumir su filosofía de la religión en una paráfrasis de Feuerbach.

La relación con los animales, la fascinación que en los «animales escribientes» ejercen y la invitación que provocan a reflexionar y poetizar se convierten en los epicentros de La tarde del elefante y otros poemas, el libro de ese gran poeta argentino que es Luis Benítez y que aparece por primera vez en nuestro país, luego de publicarse en Venezuela, en México y en una traducción italiana. La edición incluye un prólogo del poeta y editor inglés Neil Leadbeater.

Un poco a la manera de otros grandes poetas que han puesto a los animales en el centro de sus versos (Ted Hughes, Ángel Padilla, Olga Orozco, Teresa Arijón), Benítez los toma también para casi todos los textos de este libro, pero no necesariamente para describirlos o dialogar con ellos.

En todo caso, el autor de Fractal encuentra en un sapo, en un salmón o en el elefante del título más bien el camino y no el objetivo de sus poemas. Así, la imagen de una garza que hipnotiza con su belleza en el Jardín Japonés le permite descubrir que hay una sorpresa sangrienta a punto de estallar. En otro poema, al tiempo, el cadáver de un gato en el asfalto le resulta un residuo más de la muerte cotidiana.

Lejos de la escualidez de algunas corrientes poéticas en boga, Benítez escribe versos anchos y evade los poemas breves (con la probable excepción de un soneto y un texto final que es como un latigazo). Y esto obedece –nos lo dicen sus textos–, a diversas razones, pero puntualmente a dos: el poema debe tener un núcleo reflexivo; el poema debe tener un fondo rítmico y armónico.

Por eso, Benítez ofrece en sus versos ideas profundas y reveladoras que se despliegan con la misma belleza de una seda gigantesca que se descorre para mostrar verdades de esas que no siempre nos animamos a ver, quizá porque «una definitiva maldad camina entre las cosas».

En la línea cerebral de otro gran poeta como Joaquín O. Giannuzzi, sus textos están destinados a contar y a cantar a la vez. Pero si en aquel los poemas tenían la belleza y concisión de un Lied, en Benítez tienen la amplitud y cadencia de un cuarteto de cuerdas.

Admirado, traducido y publicado en diversos países y lengua, Benítez es un poeta al que los lectores argentinos le deben mayor atención. Quizá La tarde del elefante... sea la excusa perfecta para descubrir a un autor fundamental.

Luis Benítez participó en 2013 del Festival
Internacional de Poesía de Mendoza
(foto: Camila Toledo).



Dos poemas de La tarde del elefante
de Luis Benítez

Una garza en Buenos Aires

Algún pincel trazó una rápida letra S
delgada y blanca
sobre el agua castaña y allí estaba
de improviso la garza,
los turistas no la vieron
y ella sí vio todo y a todos, rápida
e inmóvil sobre el milagro del agua.
Un espejo en medio de la ciudad
negligente, pintado de transparente,
un ojal abierto que abrochó en un solo momento
toda la ropa vestida por el invierno.
Ella seguía en la orilla fatal de su propio Amazonas,
la pata desdeñosa replegada contra el cuerpo,
en un decir mi equilibrio está hecho
de una perenne silueta
y de una manera perenne que no los reconoce.
Era un arpón paciente atento sólo al cálculo
entre el berrido juguetón de los patos domésticos,
solamente ella precisa como una diminuta guadaña
en el Jardín Japonés que afable exponía sus gracias,
con esa serenidad oriental que nada sabe
de los bruscos asesinatos de una garza con hambre.
Todos se fueron pero de modo igual yo no vi nada:
faltó un segundo entre las cosas, creí;
un instante en el instante siguiente
fue sanguinariamente salteado,
pero cuando la garza voló
otra vida que la suya en el estanque faltaba.


La tarde del elefante

A mi amigo, el poeta Nicholas Stix, 
en donde sea que esté.

¿recuerdas, nick, la tarde del elefante?
tú estabas abrumado por el enésimo rechazo
que esa mujer casada madre ya de cuatro hijos
te había propinado por teléfono
lo único que te daba desde hacía
entonces once años
al menos
cuando era soltera te lo decía en la cara
y estabas irritado de veras enojado
porque llegué una hora tarde
y te dejé solo en la enorme nueva york
por otra hora más entregado a ti mismo
ni mi taxi ni mis disculpas calmaron
tu rabia anglosajona
decias sólo se está solo en las grandes ciudades
¿te acuerdas, nickie, de la tarde del elefante?
muchas lluvias y nieves y pisadas
de zapatos italianos y de zapatos deportivos
pasaron por esa esquina del village
pero ella no ha olvidado todavía la tarde del elefante
tú me sermoneabas en tu álgido inglés
sin darte cuenta de que yo también estaba derrumbado

y entonces esa enorme sombra

hablabas del tedio de las ciudades
del aburrimiento amarillo que se pone
al oeste del puente de tu brooklin
y de las mujeres jóvenes que cruzan solas
y en ómnibus los laberintos sedosos de central park
rumbo a esos cuartos donde la calefacción les falla

y entonces esas pisadas majestuosas

hablabas de que no te habían incluido en esa antología
y decías que el marido de ella era calvo
seseoso y que dibujaba historietas
el tonto de los cómics repetías
el tonto de los tebeos repetías
mientras la gente
siempre está alerta la gente
dejaba corriendo la acera
tumbaba las sillas
y olvidaba a los niños en su loca carrera
decías que la rutina es una vieja ciega
que mendiga monedas por bond street y por harlem
y que cada persona la recibe en su casa

entonces ese gordo la mole
se quedó parado cerca de nuestra mesa
en la esquina desierta mientras el cajero
temblando llamaba a la policía

cinco mil kilogramos de pacífica selva
aplastando el asfalto una inmensa epifanía gris
de cuatro metros de alto y esa trompa curiosa
con un dedo en la punta
que probaba las frutas de las mesas caídas
y revoleaba jugando los manteles manchados

aplastó en su huida de algún circo o del zoo
a esa vieja mendiga que a la gente oprimida
acongoja en su casa
nos miraba sin miedo como todas las cosas
que sonriendo repiten soy amigo del hombre

1 comentarios:

Hernán Schillagi dijo...

¡Qué gran poeta Benítez! Muy buena reseña, Fernando. Ojalá el libro se consiga en Mendoza.