lunes, 16 de junio de 2025

Entrevista a Rafael Felipe Oteriño: un poeta al frente de la Academia Argentina de Letras

Rafael Felipe Oteriño en el Festival Internacional de Poesía de Mendoza 2018 / Foto: Camila Toledo


Rafael Felipe Oteriño: «El daño del debilitamiento de la palabra escrita está a la vista»


El prestigioso autor acaba de ser elegido presidente de la Academia Argentina de Letras y se convierte en el primer poeta que estará al frente de la institución. Sobre eso y sobre los pulsos que mueven su obra habla en esta charla.

por Fernando G. Toledo

El 24 de abril de 2025, cuando en el mundo se celebraba el Día del Idioma Español, la Academia Argentina de Letras (AAL) eligió nuevas autoridades y, simbólicamente, puso a la poesía por delante. Y es que, por primera vez en su historia, un poeta presidirá esta institución que, como tal (aunque tenía importantes precedentes) fue creada en 1931 por decreto presidencial para «dar unidad y expresión al estudio de la lengua y de las producciones nacionales, para conservar y acrecentar el tesoro del idioma y las formas vivientes de nuestra cultura».

El poeta elegido como máxima autoridad, entonces de la AAL es nada menos que Rafael Felipe Oteriño, uno de los poetas más admirados de nuestro presente, y quien tendrá a su lado, en el rol de vicepresidente, a otro poeta: Santiago Kovadloff.

Oteriño (La Plata, 1945) es dueño de una preciosa obra poética que comenzó en 1966 con Altas lluvias y que se extiende, por ahora, hasta Lo que puedes hacer con el fuego (2023, editado por Pre-Textos en España). Además, el que fuera abogado y juez de profesión, tiene una más breve, pero no menos brillante bibliografía como ensayista, con volúmenes dedicados a la reflexión sobre el hecho poético cuyo último título es elocuente: Pensar la poesía (2024).
 
El poeta, quien ha leído sus poemas en Mendoza en numerosas ocasiones (especialmente como participante del Festival Internacional de Poesía que se realiza en el marco de la Feria del Libro), se prestó a un diálogo con Estilo, en el que, como siempre, regaló en cada respuesta sus consabidas dosis de amabilidad y lucidez.

—Acaba de ser elegido presidente de la Academia Argentina de Letras y Santiago Kovadloff será el vicepresidente. ¿Se puede tomar como un símbolo el hecho de que dos poetas conduzcan esta institución?
—En todo caso, como expresión de que la poesía, tan postergada en las vidrieras del éxito y tan poco reseñada en los periódicos, mantiene su autoridad intacta como voz de lo que no tiene voz. Esto es, de lo callado y lo indecible. Que en épocas vertiginosas y de pensamiento globalizado la poesía todavía puede mostrar un horizonte alternativo donde exponer el difícil estar en el mundo. En lo formal, no es otra cosa que una circunstancial variación de atribuciones, aunque, de hecho, sea la primera vez que es presidida por un poeta. La Academia está integrada por un cuerpo plural y democrático de narradores, poetas, ensayistas, dramaturgos, lingüistas, gramáticos, lexicógrafos, que cubren sus dos ámbitos de pertenencia: las letras y la lengua.


Rafael Felipe Oteriño en la AAL.



—¿Cuáles son los desafíos actuales de la AAL y qué objetivos o tarea  en particular se propone bajo su gestión?
—Como el de las humanidades en general, los desafíos de la academia son enfrentar de manera reflexiva las improntas de la época que tienden a simplificar los matices, a opacar la variedad de los léxicos, a producir grietas en la gramática, y que, antes que muestras de creatividad, son demostraciones de pobreza lingüística. La difusión de la cultura digital ha cambiado los paradigmas y hoy el contacto con la palabra escrita se realiza menos a través de los libros que mediante la pantalla de los dispositivos electrónicos. El daño lo tenemos a la vista: el debilitamiento de la palabra escrita, reemplazada en los hechos por imágenes repetitivas que, en su ligereza, muestran pero no explican. Volver la mirada sobre el manantial de la literatura y prestar atención a la imaginación, la variedad y la pluralidad es uno de los objetivos.

—El deterioro de la capacidad lectora en los más jóvenes se intersecta curiosamente (o no) en la actualidad con una tendencia a subvertir con cierta impostación el lenguaje (uso del llamado «lenguaje inclusivo», abandono de las normas en el lenguaje de comunicación tecnológica, etc.). ¿Es motivo de alarma o es algo que tenderá a mejorarse?
—El «lenguaje inclusivo» es, ciertamente, uno de los temas que se debaten en la sociedad y en las academias de la lengua, pero no es el único ni el principal. Hay otros que, por su incidencia social, se han convertido en más urgentes: la prédica de un Lenguaje Claro y Accesible, por un lado, y la incidencia de la Inteligencia Artificial, por otro, que, fuera de sus indiscutibles beneficios prácticos, no solo afecta el lenguaje sino también a nuestras vidas. Las «jergas» e «idiolectos» conminan contra el lenguaje entendido como medio de comunicación, además de desbordar, en muchos casos, el sistema gramatical de la lengua española. Esto no quita que, como fenómeno retórico, el debate sobre el «lenguaje inclusivo» haya servido para hacer visible la discriminación y la falta de igualdad en los diversos vínculos de la sociedad. No, no es motivo de alarma, es —como digo— motivo de estudio.

—Fuera de su faceta como académico, en los últimos años se ha mostrado muy prolífico en cuanto a publicaciones. La más reciente es Pensar la poesía, libro que reúne ensayos sobre lo que expresa el título. ¿Qué lleva a un poeta con usted a no sólo practicar la poesía sino «pensarla»? El filósofo Gustavo Bueno decía en un ensayo de juventud que era más difícil analizar la poesía que escribirla…
—La creación poética, como todo arte, es fruto tanto de una impotencia como de una potencia. De la primera, por la sensación de que no todo está dicho y que buena parte de la realidad se encuentra velada, en los márgenes de lo tácito y lo inexpresado. Y de una potencia, por la certidumbre de que las palabras expresan mundos, como señaló Dylan Thomas: «ahí están ellas, hechas de blanco y de negro, pero de su propio ser, surgen el amor, el terror, la piedad, el dolor y todas aquellas abstracciones que hacen grandes y soportables nuestras efímeras vidas». Bueno, mi trato con la poesía me ha impulsado a examinar los resortes de esta magnífica experiencia que tiende a ampliar la mirada, proporcionar goce estético y, a la vez, conocimiento. Uno comienza a leer un poema creyendo saber algo y termina sabiendo otra cosa.


—El libro está atravesado por la pregunta sobre qué clase de «criatura» se trae al mundo al escribir un poema. ¿Qué puede decirme de ello?
—En su génesis y recorridos la poesía crea una realidad verbal que se superpone a la realidad objetiva; a veces, potenciándola con imágenes enigmáticas que ensanchan el campo de lo real; de ordinario, redefiniéndola mediante metáforas, analogías, asociaciones y metonimias. En esta dirección, la poesía expresa lo indecible con las palabras familiares de lo decible. Su cometido no es abundar en más de lo mismo -ni meramente describir ni pontificar-, sino en exponer lo otro de lo mismo. Aquello que Octavio Paz denominó «la otredad» o, de manera más simple, «la otra voz».

—Su obra poética, que se viene construyendo desde hace más de seis décadas, sigue vigente no solo por libros recientes sino por la difusión, inclusive fuera de las fronteras de nuestro país. ¿Lo ve de ese modo? ¿Qué hay en el Oteriño poeta de hoy igual y qué hay de distinto al de los primeros libros?
—Soy lector y observador y siento que me ha sido dada la oportunidad de asistir a este mundo (asistir en el sentido de existir y participar). Como mi instrumento son las palabras, busco articularlo mediante ellas, haciendo del poema una pieza que es del orden del arte y cuyo contenido está constituido por indagaciones que son exploraciones y que tienden a aparejar respuestas. Los primeros libros fueron frutos de aquellas lecturas y de no poca admiración hacia figuras tutelares de la literatura: Homero, Dante, el Siglo de Oro español, Machado, José Hernández, Ricardo Molinari, Borges. En los más recientes procuro alcanzar una voz propia, que sea el resultado de la memoria enlazada con los sonidos y tropos de nuestro tiempo.

—Usted es considerado por muchos una especie de faro entre los poetas argentinos de la actualidad, un maestro en tiempos en que estos no abundan. ¿Eso entraña una responsabilidad? ¿Cómo ve usted el presente y el nivel actual de la poesía argentina, sus líneas, sus animadores?
—Bueno, soslayando —y no sin sofoco— eso de «faro», que igualmente agradezco, observo que la poesía argentina se ha desplazado de sus sitios tradicionales (el libro de formato comercial, los suplementos culturales, la práctica social de lectura como aprendizaje) y ha vuelto a una oralidad en la que se produce el encuentro directo con su destinatario. Ahora los poetas ponen el cuerpo y leen sus poemas a un público que, en la mayoría de los casos, se encuentra presente. Todo ello ha dado lugar a una poesía más libre, conversada, confidencial y de contacto, en la que afloran los temas diarios de un hombre conmovido por la temporalidad, que recurre a las palabras para dejar testimonio, compartir sus críticas y exponer sus rebeldías. «Cambiar el mundo» continúa siendo la aspiración de los poetas.
 
—Para terminar, ¿hay proyectos de próximos libros en los que ya esté trabajando?
—Los libros de poemas siempre son la suma de instantes en los que el lenguaje convocó al autor para que le dé forma a una intuición, a una frase, a una imagen impuesta con la fuerza de lo irremediable. No se escribe poesía de corrido, como ocurre con las novelas. En este sentido, estoy trabajando pacientemente –eso sí, todos los días- en un nuevo libro que todavía no tiene título, pero que se me disparó a partir del verso «La lluvia que ahora escucho» del poeta catalán Joan Margarit. Podría echar mano de ella como título del conjunto —con cita del autor, por supuesto—, pero siento que a esta edad debo evitar toda recaída en lo elegíaco. Basta con la certidumbre del paso del tiempo para darles contenidos y temperatura emotiva a esos nuevos poemas, que publicaré, seguramente, el año próximo.  




Tres poemas de
Rafael Felipe Oteriño


Son puertos

Nada es igual.
La rama del olivo se quiebra donde más duele.
El pájaro canta, al amanecer, como siempre.
El niño, desde una celda, mira la vida.
                  Nada es igual.
Esto ocurrió hace muchísimos años.
Y del olivo ya ni cenizas quedan.
La voz del pájaro fundida está con otras voces.
Y al pie de los barrotes hay limaduras 
que delatan alguna libertad.
                                            Nada es igual.
De aquella celda nadie quiso irse: fuimos expulsados.
El Paraíso no existió: nosotros lo inventamos.
Y del presente es imposible huir: nada nos separa.

(de La colina, 1992)



Vísperas

Vísperas de la mañana todavía fresca 
y del rayo de sol que se adivina en las ramas, 
vísperas de las cosas pequeñas, 
que no se distinguen, no se ven; 
la vida entera está presente en esas vísperas: 
todas las mañanas, todos los ruegos.

Vísperas del primer peldaño: 
la noche antes, en vela, sin poder dormir; 
vísperas del labio partido y del pie cojo, 
de la calle empinada que alguien les dio; 
vísperas de la tormenta en la cabecera del puente, 
y el alma descalza, allí sola.

Bajo su luz estamos vivos, 
en su brazo ceñido no terminamos de nacer, 
con días y noches todavía que atravesar 
y la luna sucediéndose a nuestro paso. 
Ciegos de nacimiento, vísperas, 
compelidos a llegar sin llegar a ese puerto.

(de Todas las mañanas, 2010)



Salmo
 
«Nunca se equivocaron
los Viejos Maestros».
W. H. Auden
 
El mundo existe, las cosas existen:
la piedra, el sol, el aire,
el pájaro en vuelo
y la primavera en la rama.
 
Cuando el desánimo nos abate
la memoria se encarga de recogerlos
y forma con sus semillas
el volcán y la rosa, la cantera y el sonido.
 
También la ola, el claro del bosque,
las iglesias góticas
y los campos de lavanda
nos salvan de la tristeza.
 
Eso lo sabían los Viejos Maestros,
y amaban la perspectiva,
los álamos de Italia
y la sal de la tierra.
 
Eran incansables: repetían
el oro brillante y la esfera celeste,
las nubes en el cielo
y el suelo bajo los pies.
 
Que lo visible perdure,
que lo incontable renazca:
eso debatían en los talleres,
y en las telas abundan colinas, iglesias, árboles.

(de Lo que puedes hacer con el fuego, 2023)

lunes, 2 de junio de 2025

Un poema de Alfredo Lemon

Alfredo Lemon.



Hace apenas dos años, el poeta Alfredo Lemon (Córdoba, 1960) regresaba a la edición, luego de una larga pausa de casi 20 años, con 23 (2023), un libro de poemas que completaba una bibliografía que había comenzado en 1983 con Eclipses, arritmias y paranoias y había continuado con Cuerpo amanecido (1988), Humanidad hecha de palabras (1991) y Sobre el cristal del papel (2004).

No dispuesto, al parecer, que el silencio se extienda otra vez entre obra y obra, Lemon regresa con El búho de Minerva levanta al vuelo al anochecer, editado preciosamente por Mascarón de Proa, y que toma su título de una cita de Hegel. 

En la contratapa del libro, aparecido recientemente, el propio poeta explica: 

«Recortados los bordes que separarían prosa / poesía / ensayo / crónica; ofrezco un texto filosófico existencial, con reflexiones y emociones que buscan perfilar la vibración de la época apocalíptica y descreída que transitamos. Se trata de un poema dividido en 14 partes, que pueden leerse por separado o alternadamente. Allí el rasgo lúdico que tiene también, una clave ecológica y otra religiosa. El lector puede encontrar frases o ideas inspiradas en textos universales, que apoyan en definitiva el “monólogo / diálogo” completo».

Aquí presentamos el primer fragmento de este largo poema.





La búsqueda de la sabiduría 
anima la pasión de la humanidad

La pesquisa comenzó con los griegos 
cuando amanecía Occidente

¿Hay un principio que ordena 
la multiplicidad circundante? 
¿Cómo encontrar la virtud 
en la oscilación del justo medio?

Son preguntas eternas para nadie 
La razón de algún sentido 
La imaginación desbocada 
El alma de la historia 
El vértigo de la náusea

El búho de Minerva levanta vuelo al anochecer

Sí. Cuando ya los años y el mañana apenas alcanzan 
y son pocos los instantes de fiesta

resta esperar como si hubiese algo firme 
una revelación/ una renuncia/ un extravío

un ir ascendiendo hacia la cima 
donde no hay conclusión ni motivos aparentes

Esa realidad te hiere y te muestra vulnerable 
pero en tu pulsión profunda la sostienes: 
“El ser por naturaleza desea conocer”

Vas escalando alto
más alto, expandiéndote
desbordando y, a su vez, desbordado

De nuevo al concentrarte encuentras otra idea distinta
otro incentivo

¿Hasta qué altura te atreverás a subir para observar?
¿Qué borrascas te acechan?
¿Qué desaliento?